Por exagerados y estrambóticos que sean los acontecimientos que se describen respecto a Corea del Norte, uno tiende a pensar que cuando el río suena, agua lleva. Reconociendo que sí, la insaciable hambre del capitalismo y el imperialismo económico necesita mercados, necesita proclamación de que lo que no está en su ámbito de dominio es diabólico, o casi.
Entonces quedarse fascinado por la figura de Alejandro Cao de Benós, único extranjero nombrado representante especial de este país, es algo inevitable. Ya veremos si es una fascinación por horror o por curiosidad o por admiración. Ya veremos si lo que el autor nos explique será lo mismo que defiende impertérrito en los debates televisivos en que interviene, o nos aporta algún sentido de la crítica.
¿Hablará de si se aplica la pena de muerte en ese misterioso país? ¿Hablará de por qué los norcoreanos no pueden desplazarse libremente por el mundo para explicar sin cortapisas cómo es la vida allí? ¿Considerará, si lee mi reseña, que soy otro peón al servicio del imperialismo yanki, por hacerle estas preguntas usando Blogger, Windows y Google Chrome?
Para empezar, el tramo inicial del libro es muy insistente en la cuestión de los orígenes aristocráticos del autor: con unos apellidos a los que se van añadiendo
des. A ver: si somos tan de izquierdas, todo eso habría que irlo desterrando, por irrelevante ¿Por qué, entonces, eso de
sangre azul en el título? ¿No será que forma parte del personaje alardear de lo
muy osado que es por ser comunista en un entorno en el que le hubiera sido más fácil ser un cómodo señor de derechas? Uy. Mal empezamos. Aunque igual lo contrario, aquello de renunciar a las comodidades de este
infierno occidental, renegar de sus orígenes, hubiera quedado peor. Pero en fin: vayamos a lo nuestro. Porque esto es un libro. Que su editorial me ha cedido muy amablemente, lo que agradezco. Y sobre el que debo pronunciarme en varios sentidos.
Leerse: claro que se lee y rapidito y bien. Interesante, a veces. Estilo sin florituras, algo inflamado, aunque, oiga, sesgado por cierto sentido de la contención y cierto sentido del recato que, oiga, no sé si hace falta. Sí, las drogas son malas y la prostitución es mala. Pero ya llevamos un largo trecho en esto de la humanidad y ambas cosas nos han acompañado. Ojo. Sin pronunciarme, están ahí, y negar que estén en la sociedad norcoreana porque sus gobernantes han establecido un sistema que,
zas, las repele, y los neutraliza. Buf.
Muy osado. Y comprendo que Cao de Benós ignore por activa y por pasiva todos los rumores profusamente extendidos sobre el país. Que si disidentes ejecutados, que si ex-novias ajusticiadas, que si líderes que pasan toda la vida sin defecar. Uy! perdón por la ordinariez. Pasa por encima de todo eso, lo cual no deja de ser una oportunidad desperdiciada. En fin.
Contenido: pues eso, que Cao de Benós cae postrado, desde adolescente, a los pies de un régimen tan hermético como el de Corea del Norte. Tanto, que soporta con estoicismo las diatribas de los debates televisivos más
ultras, encaja con elegancia la ironía de Mikimoto en el programa de TV3 (en catalán)
Afers exteriors o las punzantes pullas del Twitter de
@norcoreano. Tanto, que no pone en duda ni por un momento ninguno de los postulados que pregona, por idílicos que parezcan. Yo, qué queréis que os diga, eso de llevar chapas con la efigie de un político. Oiga, yo llevé chapas de los Clash y de New Order. Pero ¿de un político, de un régimen personalista y paternalista, de un poder que se hereda? ¿Y no se habla de colectivos por encima de individuos?
Vamos.
Lo cual no quiere decir que no haya cierto sentido en tanta ceguera: no sé si tanto como para llenar casi 200 páginas de escritura tensa y a la defensiva. Que es lo que pasa.
Decepción, entonces, de que este libro no ahonde y se quede en una especie de ejercicio
autobombográfico donde cabe desde otorgarse facultades precognitivas, triunfos profesionales sin límite cercenados voluntariamente en función de la coherencia personal, y pequeños, controlados e insignificantes conatos de auto-crítica. Tras cerrar el libro, lo que uno piense de Cao de Benós variará mucho de nuestra actitud: desde infumable pergeñador de paparruchas hasta ingenuo fanático cegado por la adulación. Si hubiera profundizado, si hubiera otorgado a su contenido un tono más objetivo, si no hubiera empleado tanta mayúscula tras la palabra
líder. Si hubiera, simplemente, reconocido que en este, insisto, nuestro
infierno occidental, podemos salir a la calle libremente y solitos (y mordernos los puños por no poder comprar todo lo que hay en los escaparates) y no necesitamos que una habitación de hotel esté llena de micrófonos. Si hubiera hablado claro de lo que significa eso de la
mano dura. Si en algunos párrafos no pareciera un ardoroso vengador justiciero o el chivato de la clase. Si recordara haber leído la palabra libertad, o la palabra cultura, en vez de la que sí he leído: negocio. Si hubiera reconocido que yo puedo escribir esto y cualquiera en el mundo puede leerlo, pero ni una cosa ni la otra es posible en Corea del Norte.
Vamos, hombre.