Año de publicación: 2018
Valoración: recomendable
Hace ya algún tiempo (demasiado, lo sé, pero el tsundoku es lo que tiene) coincidieron en las mesas de novedades de las librerías españolas dos novelas históricas que, curiosamente, se desarrollaban en la misma parte del mundo pero en épocas diferentes, aunque más o menos consecutivas (*): una de ellas es Comanche, de Jesús Maeso de la Torre, novela de cubierta ferrerdalmauesca y hálito un tanto rocabareano (el que quiera, que me entienda...) que narra la lucha de los soldados de la caballería española del siglo XVIII, los llamados "dragones de cuera", contra los pérfidos indios comanche en el territorio que hoy es el Sudoeste de los Estados Unidos y en aquella época, parte del Imperio Español. Una lucha que tenía por objeto, además, proteger al pueblo apache, mucho más buenecitos por entonces (al menos, los lipán). reconozco que, de momento, no he sido capaz de terminar esta novela, y dejémoslo ahí... La segunda novela, que ocupa la reseña de hoy, es del mexicano Álvaro Enrigue y tiene un vuelo literario un poco más elevado: en este caso nos habal de la guerra de los últimos apaches libres -aquí su papel ha cambiado-, liderados por el legendario Gerónimo, contra las tropas tanto mexicanas como gringas, en ese inmenso territorio que se abría, casi desienrto entonces, a ambos lados del río Grande o Bravo del Norte, y que en este libro y en aquella época se concía como la Apachería.
En verdad, la trama de la novela se extiende desde los comienzos de la república mexicana, cuando Gerónimo era aún un niño llamado Goyahkla (Bostezo) y todos esos territorios formaban aún parte del recién nacido (o renacido) México, hasta su muerte en un campamento militar de Oklahoma en 1909, con un mayor detenimiento en la rendición en 1880, de los últimos apaches chiricahuas que, liderados por él y por el jefe Naiche, habían estado peleando contra los ejércitos mexicano y estadounidense, poniéndoles en jaque pese a la increíble desproporción de fuerzas: los apaches eeran unos 27, entre guerreros, ancianos, mujeres y niños. Todo está contado no tanto desde el punto de vista de los indios -aunque si que nos da un repaso a las figuras más destacadas de estas guerras apaches, como fueron, además de los jefes ya mencionados, otros como Victorio, Nana o el casi mítico Cochise- como de quienes les combatían o fueron espectadores de su lucha y posterior rendición; de hecho, la mitad del libro narra las vicisitudes del teniente coronel Zuloaga, de Chihuahua, para dirigir una improvisada y harto peculiar partida de rescate de una mujer mexicana secuestrada por el jefe Mangas Coloradas y sus bravos. También una buena parte está ocupada por el testimonio de los militares artífices de la rendición de Gerónimo. Y por último (y aquí tenemos el tributo, ya casi obligatorio, a la moda autoficcional que aún nos atormenta), el autor nos cuenta ciertas aventurillas de su propia vida durante la concepción de este libro, en especial el viaje que, junto a su familia, hizo desde Nuevo York, donde reside (ya se sabe que es condición muy recomendable para ser un escritor latinoamericano no vivir en Latinoamérica), hacia los estados del sudoeste de USA, pasando por el campamento militar que fue la última morada y tumba -en parte- de Gerónimo y otros célebres apaches. De este viaje volveré a tratar en breve, porque tiene cierta miga.
La idea de Enrigue era, sobre todo en la segunda mitad del libro, ir trenzando todas estas voces e hilos literarios para construir una narración coral y, desde luego, no lineal, sobre el destino final de los apaches chiricahuas, que él identifica con el proceso -por no decir guerra más o menos abierta- que comenzó con el descubrimiento y conquista del continente americano, hasta que, desde luego en Norteamérica, los pueblos indígenas quedaron arrinconados definitivamente por los de origen europeo, los "ojos blancos". También encontramos una cierta reivindicación del orgullo patrio mexicano e incluso de la mexicanidad de Gerónimo y compañía (lo que no deja de ser cuestionable, puesto que con quienes más se batieron el cobre los apaches, y a quienes más odiaban, en consecuencia, fue con el ejército mexicano, justamente). Todo esto está muy bien; el problema es que, salvo que hay algún momento en que esta combinación de voces o hilos narrativos funciona como supongo que pretendía el autor -al final, sobre todo-, pero también una parte del libro en el que esta forma de novelar resulta bastante confusa y sólo la salva el hecho, de que Enrigue es muy buen escritor: cuando toma una de estas líneas narrativas y la sigue sin interrumpirse a sí mismo, es capaz de llevar a cualquier lector por donde quiere, con su mezcla de cotidianidad histórica, épica trufada de ironía y humor (y, por cierto, qué delicia leer ese "castilla" de México, recreado, además, con una buena cantidad de arcaismos para al ocasión, o eso supongo).
Lo del viaje: resulta que Álvaro Enrigue está casado con la también escritora Valeria Luiselli y este viaje desde Nueva York es el mismo que inspiró el libro Desierto sonoro (ya reseñado en ULAD, por supuesto). Sin meternos a comparar ambas novelas, resulta curioso comprobar como una misma experiencia puede dar lugar a dos obras literarias diferentes, aunque quizás complementarias, en cierto modo.
(*) Por si a alguien le interesa, entretanto ha sido publicada la novela de Ignacio del Valle Coronado, sobre la conquista española de estos mismos territorios en el s. XVI, con muy buenas críticas.
Otros libros de Álvaro Enrigue reseñados en Un Libro AL Día: Muerte súbita, La muerte de un instalador
En verdad, la trama de la novela se extiende desde los comienzos de la república mexicana, cuando Gerónimo era aún un niño llamado Goyahkla (Bostezo) y todos esos territorios formaban aún parte del recién nacido (o renacido) México, hasta su muerte en un campamento militar de Oklahoma en 1909, con un mayor detenimiento en la rendición en 1880, de los últimos apaches chiricahuas que, liderados por él y por el jefe Naiche, habían estado peleando contra los ejércitos mexicano y estadounidense, poniéndoles en jaque pese a la increíble desproporción de fuerzas: los apaches eeran unos 27, entre guerreros, ancianos, mujeres y niños. Todo está contado no tanto desde el punto de vista de los indios -aunque si que nos da un repaso a las figuras más destacadas de estas guerras apaches, como fueron, además de los jefes ya mencionados, otros como Victorio, Nana o el casi mítico Cochise- como de quienes les combatían o fueron espectadores de su lucha y posterior rendición; de hecho, la mitad del libro narra las vicisitudes del teniente coronel Zuloaga, de Chihuahua, para dirigir una improvisada y harto peculiar partida de rescate de una mujer mexicana secuestrada por el jefe Mangas Coloradas y sus bravos. También una buena parte está ocupada por el testimonio de los militares artífices de la rendición de Gerónimo. Y por último (y aquí tenemos el tributo, ya casi obligatorio, a la moda autoficcional que aún nos atormenta), el autor nos cuenta ciertas aventurillas de su propia vida durante la concepción de este libro, en especial el viaje que, junto a su familia, hizo desde Nuevo York, donde reside (ya se sabe que es condición muy recomendable para ser un escritor latinoamericano no vivir en Latinoamérica), hacia los estados del sudoeste de USA, pasando por el campamento militar que fue la última morada y tumba -en parte- de Gerónimo y otros célebres apaches. De este viaje volveré a tratar en breve, porque tiene cierta miga.
La idea de Enrigue era, sobre todo en la segunda mitad del libro, ir trenzando todas estas voces e hilos literarios para construir una narración coral y, desde luego, no lineal, sobre el destino final de los apaches chiricahuas, que él identifica con el proceso -por no decir guerra más o menos abierta- que comenzó con el descubrimiento y conquista del continente americano, hasta que, desde luego en Norteamérica, los pueblos indígenas quedaron arrinconados definitivamente por los de origen europeo, los "ojos blancos". También encontramos una cierta reivindicación del orgullo patrio mexicano e incluso de la mexicanidad de Gerónimo y compañía (lo que no deja de ser cuestionable, puesto que con quienes más se batieron el cobre los apaches, y a quienes más odiaban, en consecuencia, fue con el ejército mexicano, justamente). Todo esto está muy bien; el problema es que, salvo que hay algún momento en que esta combinación de voces o hilos narrativos funciona como supongo que pretendía el autor -al final, sobre todo-, pero también una parte del libro en el que esta forma de novelar resulta bastante confusa y sólo la salva el hecho, de que Enrigue es muy buen escritor: cuando toma una de estas líneas narrativas y la sigue sin interrumpirse a sí mismo, es capaz de llevar a cualquier lector por donde quiere, con su mezcla de cotidianidad histórica, épica trufada de ironía y humor (y, por cierto, qué delicia leer ese "castilla" de México, recreado, además, con una buena cantidad de arcaismos para al ocasión, o eso supongo).
Lo del viaje: resulta que Álvaro Enrigue está casado con la también escritora Valeria Luiselli y este viaje desde Nueva York es el mismo que inspiró el libro Desierto sonoro (ya reseñado en ULAD, por supuesto). Sin meternos a comparar ambas novelas, resulta curioso comprobar como una misma experiencia puede dar lugar a dos obras literarias diferentes, aunque quizás complementarias, en cierto modo.
(*) Por si a alguien le interesa, entretanto ha sido publicada la novela de Ignacio del Valle Coronado, sobre la conquista española de estos mismos territorios en el s. XVI, con muy buenas críticas.
Otros libros de Álvaro Enrigue reseñados en Un Libro AL Día: Muerte súbita, La muerte de un instalador