Título original: Crossroads
Traducción: Eugenia Vázquez Nacarino (edición en castellano) y Anna Llisterri Boix (edición en catalán)
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
Título original: Middlemarch
Traducción: Jose Luis López Muñoz
Año de publicación: 1874 (antes, por entregas)
Valoración: Recomendable alto
Algunos de los elogios más sonoros que ha recibido Middlemarch vienen de autores sobresalientes en lengua inglesa, como Martin Amis o Virginia Woolf, si mal no recuerdo. El tocho, que ronda las mil páginas, se publicó inicialmente por entregas para editarse luego en un solo volumen, con gran aceptación popular. Todo ello bajo el seudónimo masculino de George Eliot, que esconde (pero no mucho) que su autora es Mary Ann Evans. Todo un signo de los tiempos, cuando un texto publicado por una mujer era, además de bastante insólito, garantía de fracaso editorial. Lo curioso del caso es que, más allá de la autoría nominal, cuando en el texto asoma la voz del autor –y lo hace esporádicamente pero con alguna frecuencia- en ningún momento esconde que es una mujer quien escribe.
Y como esto es todo tan larguísimo, me refugiaré en esos apartados tan socorridos que me permiten eludir un comentario más compacto:
Sinopsis
Middlemarch es una ciudad imaginaria de provincias en la que conviven distintos estratos sociales, como luego veremos. Los Brooke están en la cúspide local, aun sin exhibir títulos demasiados elevados, y entre ellos Dorothea destaca, además de por su atractivo, como joven idealista y con vocación benefactora. Se casará con un clérigo y erudito mucho mayor que ella, y esa decisión supondrá algunos problemas. El otro foco principal se encuentra en la familia del alcalde Vincy, en un escalón algo más bajo, que tiene por hijos a otra bellísima muchacha y un jovenzuelo bastante tarambana. Con todos ellos entra en contacto el médico Lydgate, recién llegado al pueblo con ambiciosas ideas para impulsar su profesión, y el banquero Bulstrode, el tipo de mercader enriquecido, a su vez dominado por una religiosidad radical.
Las distintas trayectorias de todos estos personajes (y unos cuantos más, claro) y sus interrelaciones dan lugar al esqueleto del argumento, con el que interfiere, aunque en un segundo plano, el momento histórico del país, con la sucesión de Jorge IV, los distintos proyectos reformistas o la aparición del ferrocarril.
Dentro del personaje
Quizá la cualidad más sobresaliente de la narración es la capacidad de la autora para escudriñar en el interior de cada personaje. Sin alardes de psicología ni necesidad de sumergirse en traumas o desgarros, en cada conversación –y las hay muchas- sabemos el porqué de cada gesto, de cada movimiento, el nerviosismo o la esperanza que siguen a una palabra, el recelo, la ira contenida, el agradecimiento, la perplejidad, todas las sensaciones que se experimentan en unos minutos llegan al lector como si el cerebro o el corazón del personaje fueran transparentes, e inmediatamente los entendemos, sabemos por qué reaccionan así, qué sienten y qué desearían. Un grado de sensibilidad poco común que permite conocer a esos personajes sin necesidad de descripciones; los vemos, los oímos y sabemos lo que sienten al detalle. Más que análisis psicológico es conocer la naturaleza humana y ser capaz de transmitir esa visión.
Ironía made in England
La otra gran característica de Middlemarch es sin duda la ironía, una sorna extremadamente fina que sin duda tiene el sello british pero siempre envuelta en amabilidad (el sarcasmo más hiriente lo pone Mary Ann en boca de alguno de los personajes secundarios, como demostrando hasta dónde podría llegar su agudeza si quisiera). Mantenido a lo largo de tantas páginas, deja una sensación sumamente agradable, de discreción que no desdeña un toque divertido y que permite detectar el posicionamiento de la autora respecto de cada uno de sus personajes, siempre amable pero sin ocultar censura cuando lo considera oportuno. En todo caso, dentro del tono elegante que domina todo el texto, y con pequeñas y muy medidas invocaciones directas al lector que le dan frescura y cercanía al relato.
Un estudio de la vida de provincias
Ese es el subtítulo con que se presenta la obra. Suena algo frío y contrasta con la cercanía de la narración, pero sí que resulta descriptivo si observamos el libro como cuadro de personajes significativos de una pequeña ciudad provinciana. Sin pretender profundizar demasiado en este aspecto, queda clara la estratificación social propia de la época y el entorno: las familias nobles (una nobleza más o menos modesta) habitan fincas en los campos exteriores a la ciudad y mantienen cierta distancia con la burguesía (abogados, financieros, profesionales de distinto rango), y las líneas divisorias entre unos y otros, aunque invisibles, son muy nítidas. Hay una especie de pavor ante la posibilidad de descender en la rígida escala social, y un ansia obsesiva por buscar caminos para progresar en ella. Es en realidad el gran motor del relato, nada se mueve al margen de esta segmentación y las relaciones personales se ven condicionadas por ella. Ahí está la pugna entre el amor y los corsés sociales, una lucha que no será muy original, pero en este caso, estupendamente bien narrada.
También hay que decir que Mary Ann no toca ni con un palo las capas bajas de la sociedad, eso es cierto; pero bueno, el autor es libre para elegir sus personajes, faltaría más. Lo que sí deja ver, siempre con ironía y sutileza pero a veces con mucha claridad, es una crítica a la posición de la mujer en esa sociedad: un buen matrimonio es la meta final (y única), y en ninguna cabeza cabe que alguien se salte este principio. Bueno, en ninguna salvo, en algún caso, la de la propia interesada.
Con todo, tampoco quiero ignorar la posible opinión del lector que vea en este libro un larguísimo culebrón. No precisamente por abusar de una trama de enredos artificialmente barroca, sino sobre todo porque el relato se centra en las relaciones amorosas de varias parejas obligadas a superar dificultades de distinto tipo. Sin embargo, pienso que esto sería una lectura excesivamente superficial, porque los obstáculos a esas relaciones, lejos de ser meros trucos para estirar la historia, son el corazón mismo de la novela: sobre todo las diferencias sociales, pero también cierto convencionalismo hipócrita, los roles femeninos, la obsesión por guardar las formas o la peculiar psicología de esos personajes que la autora describe con tanto talento.
Como he comentado alguna vez a propósito de estos tochos que de vez en cuando traemos, entiendo que haya quien opte por escapar de semejantes volúmenes (hay por el contrario a quienes esto les encanta, no sé bien por qué). En este caso la magnitud es realmente apabullante, pero yo me atrevería a invitarles a internarse en ese mundo: seguro que pasadas las primeras decenas de páginas les será difícil dejarlo.
Pallares se muestra solvente en distintos registros: el del retrato psicológico, el del drama intimista, el de la crítica social, el de la imaginería y atmósfera terroríficas... En consecuencia, su colección de cuentos resulta satisfactoriamente ecléctica, pues nos entrega, por un lado, historias realistas (por ejemplo, "Los días salados" o "La espera"); asimismo, también nos obsequia con ejercicios de literatura fantástica (mi favorito dentro de esta categoría sería "Fä"); por no hablar de esas propuestas ambiguas que dejan en manos del lector decidir si contienen algún elemento sobrenatural o no.
Sólo le pondría un par de pegas a estos textos. En primer lugar, destacaría que, puntualmente, su prosa se antoja impostada y puede sacarnos de la narración. Asimismo, señalaría que en algunas piezas he echado en falta un mayor desarrollo de la idea base o de los matices que ésta sugería.
Sea como fuere, Los ritos mudos es una lectura estupenda para los amantes de la ficción inquietante. La factura, temática y calidad del componente medio de este volumen permiten enlazar a Pallares con escritoras hispanohablantes de la talla de Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o María Fernanda Ampuero.
Por último, querría felicitar a la editorial InLimbo. Y es que tanto su catálogo como su estética me parecen sumamente reivindicables. Ojalá pueda seguir desarrollando su impagable labor durante mucho tiempo.
Título original: Wouldn't It Be Nice: Brian Wilson and the Making of the Beach Boys Pet Sounds
Año de publicación: 2003
Traducción: Julio Fajardo
Valoración: recomendable para todos, imprescindible para interesados
Resulta que ciertos libros aparentemente de alcance restringido o incluso, digamos, cercanos al monográfico suelen no serlo tanto e incluso disponer de una especie de ampliación de espectro (o, esto, de campo de batalla) que los eleva por encima de géneros y temáticas. Este brillante estudio casi inclasificable en términos de género (¿crónica? ¿ensayo?) se ocupa de analizar el proceso de creación y publicación de uno de los mejores discos de todos los tiempos: Pet Sounds de The Beach Boys, de cuya primera canción toma el título. Y lo hace de un modo exhaustivo en muchos aspectos técnicos y logísticos. Habla de músicos, de canciones, de productores, de estudios de grabación. Todo eso es ya suficiente para el aficionado fascinado por el disco. Pero, al igual que cierto libro que leí y reseñé hace tiempo, sobre el proceso que acabó con la publicación de Ulises de James Joyce, la cosa no queda ahí. Para bien o para mal, todos acabamos siendo un poco mitómanos. No hablo de llenarse la casa de fotos de un artista o usar carpetas para guardar cualquier recorte de prensa que lo mencione. Hablo de interesarse por los detalles del proceso creativo de ciertas obras maestras y que ese proceso, perdonad lo pedante del término, trascienda.
Brian Wilson, cerebro y compositor principal del grupo, mantenía en su cerebro cada uno de los detalles que debían hacer de este disco un paso en la carrera de la banda. Un paso decisivo donde se debía eludir el enfoque comercial y buscar una especie de territorio inexplorado. Pero ese concepto bullía de tal manera que lo eclipsaba todo: el artista aparta toda la hojarasca que se interpone entre su idea y cómo esta se perfila y ello tiene muchas implicaciones. Granata da cuenta de todos los conflictos interiores que Wilson acometía: desde las diferencias creativas con los otros componentes de la banda, algunos de ellos familiares directos, hasta su tendencia hacia ciertas adicciones, sus problemas de pareja y una siempre equívoca identidad sexual, hablamos de los años 60 y el estereotipo era claro: el rock era para hombres fornidos de pelo en pecho. Su propia condición mental pesa en el relato; la música que había concebido, y sus letras, casi constituían una renuncia a sus trabajos anteriores.
Y así es cómo se detalla como un genio, no sé si ya era hora de decir la palabrita, da los pasos hasta que su obra se completa. Emprende un camino de aislamiento casi autodestructivo donde todo se convierte en una obsesión y donde cualquier precio es bajo si se alcanza la perfección. Wouldn't it be nice no es un libro sobre música, sobre un músico o sobre un disco. Podría tratar de Gaudi y la Sagrada Familia o de Picasso y el Guernica: es un estudio profundo y que esquiva con mucha habilidad atisbo alguno de morbo. Wilson sigue vivo y seguro que aún compone y produce música de vez en cuando. La sombra de su obra no es amenazadora. Prestigio y royalties garantizan una plácida existencia. No se trata de ensalzar su modus operandi ni de enviar a los admiradores a la puerta de su casa (o rancho o mansión) a conseguir autógrafos. Este libro es un reconocimiento y un testimonio de los claroscuros del proceso creativo y esa lectura subterránea lo hace perfectamente asimilable como estudio de cierto perfil de mentalidad artística.
Paul Klee escribió un breve tratado como base para una conferencia. El tratado, tan pedagógico y claro como filosófico y abstracto, supone una inteligente síntesis de la estética del arte moderno (sobre todo de la vertiente pictórica del mismo).
Bueno, más o menos. Pero no nos adelantemos. ¿Cual es el objetivo principal de susodicho tratado? Reconciliar al público con el arte moderno. «Trataré de darles un atisbo de cómo es el taller del pintor, y creo que entonces llegaremos a entendernos», afirma Klee en estas páginas.
La única pega que lo pondría a Sobre el arte moderno es que, a la postre, aquello que Klee pretende hacer pasar por generalista no es más que su propia experiencia personal. A fin de cuentas, este brevísimo ensayo parece en ocasiones, antes que una guía general para legos en los misterios del arte moderno, una ayuda para comprender los resortes ocultos tras la obra del suizo.
Año de publicación: 2021
Valoración: entre recomendable y ¿está bien?
Trasladémonos por un momento a los extraordinarios, glamurosos y nunca suficientemente recordados años 90 del siglo pasado, cuando España vivía la resaca del 92, la literatura nos descubría nuevas luminarias como Juan Manuel de Prada y Lucía Etxebarria (bueno, vale, también a Juan Bonilla y a Orejudo) y en televisión triunfaban las Mama Chicho, el ínclito Jesús Gil y los programas sobre desaparecidos y crímenes truculentos (alguno presentado por un hoy académico de la Lengua, tras su paso por los hoteles cercanos a zonas en conflicto). De hecho, dentro del imaginario popular español de aquellos años destaca también, por desgracia, el llamado "Crimen de las niñas de Alcàsser", y es en la familia del presunto asesino, el fugado y probablemente ya muerto Antonio Anglès, en la que se ha basado el valenciano David Pascual -también conocido, al parecer, en otras actividades artístico-musicales como Mr. Perfumme- para escribir esta novela, protagonizada por Dolo, una de las hermanas del tipo.
Dolo, Dolores, tras una infancia y juventud marcada por todo tipo de violencia en el seno de la familia más disfuncional que cabe imaginar -"Así es como el Niño Jesús mantiene el orden en el mundo: la pobreza y la violencia son transgeneracionales"- ha acabado formando la suya propia y siendo la creadora del único anime español que se ha vendido en Japón y de éxito mundial: Gordo de Porcelana, un gato cósmico parecido a Doraemon, pero con orejas, a medio camino entre Superman, Jesucristo y el Che Guevara. El éxito, por supuesto, no ha hecho que Dolo supere su traumático pasado, que va desgranando como narradora a un grupo de mujeres que esperan junto a ella en la sala de visitas de la cárcel. Junto a este hilo narrativo que, sin ser del todo lineal, guarda bastante coherencia, nos encontramos toda una serie de "idas de olla" colaterales (aunque más controladas de lo que parece) con las que el autor sazona y permite respirar a la narración anterior, al tiempo que crea nuevos desvíos, otras posibilidades que pueden acabar -o no- confluyendo con la senda principal. Para dar una idea, tenemos aquí desde las desventuras de una especie de Vengador Tóxico bebé o un estudio fanzinero de "el fenómeno de las fotocopias de Dragon Ball en los noventa analizado bajo el prisma de los preceptos de la Teoría de la Imagen de Susan Sontag", a una narración de cómo Lola Flores se convirtió en una Capitana Fuerza para proteger a la Humanidad de los demonios yinn del espacio y creó una secta de millonarios farloperos. Porque, eso sí, en esta novela hay droga a mansalva, más que en una convención de imitadores de Miguel Bosé...
Sin olvidar que la novela representa, en cierto modo, el reverso escéptico, desencantado (incluso dark) de esa nostalgia por la España de hace 20 ó 30 años (cuando no 60, 70, 80...) que parece tener no poco predicamento últimamente... No me resisto a transcribir este párrafo (con perdón):
"Esta es la España de mi infancia condensada en unas pocas líneas:
De los ladrones del PSOE pasamos a los ladrones del PP. Mentirosos, usureros, hijos de puta. Unos montaron el GAL, los otros nos metieron en una guerra. Un montón de muertos por la Santa Gracia de la Democracia Española. Felipe González fue la mayor lacra que tuvo este país. Eso es todo lo que hay que saber de los noventa. Felipe González nos mintió, nos manipuló y montó los GAL. Es aún peor que Aznar. Nos enseñó con una mano a Cobi, nos enseñó con la otra a Curro, y mientras los mirábamos nos metió la polla por el culo. Eso es todo. Mientras tanto y en paralelo: ETA, las Olimpiadas. La telebasura. Estamos trabajando en ello. Nunca hablaremos con los terroristas. Aquí hay tomate. Barrionuevo. Naranjito. Nieves Herrero. La ruta del bakalao. Publio Cordón. Discotecas. Benidorm. Marina d'Or. Manos blancas. Dame tu fuerza, Pegaso. Libertad para Miguel Ángel Blanco. Esta noche cruzamos el Mississipi. Mecano. La corrida de toros solo para mujeres de Jesulín de Ubrique, la Superpop, Jesús Gil. Todos esos hijos de puta. Todos y cada uno de ellos generando la España que conocemos y nos merecemos.
Y ese sería más o menos el resumen."
¿Certero como un tiro (de los de verdad, no seáis malpensados/as), no? Pues esperad, que aquí hay para todos: el 15-M, por ejemplo, aparece convertido en un movimiento revolucio-distópico de gente disfrazada de animales de dibujos animados llamado La Lechería Democrática... Y no sigo, porque hay aún más desvíos hacia aparentes bizarradas de este tipo (que el tal Mr. Parfum... Pascual sea también profesor en un taller de experimentación narrativa supongo que tiene bastante que ver con esto... y con que, además, salga más o menos airoso del empeño).
¿A santo de qué viene, pues, mi valoración un tanto dubitativa? Pues porque en esta novela, en mi opinión, funciona muy bien, igual que otro tiro, y a pesar de la sórdida truculencia, de la violencia descarnada (o, justamente, debido a ello, no voy a ser hipócrita) la parte en que Dolo rememora su desgraciada vida y la de su familia, con especial dolor -el nombre de la protagonista, como es evidente, no es casual- y ternura al hablar de su loco hermano Matías y de su hermana Violeta, víctimas del resto de la familia. Todo impregnado en un baño de fatalismo: "(...) la vida a veces no se sustenta en nada y no es más que la rifa más extraña del mundo." Sin embargo, los delirio o las "idas de olla", por muy divertidas que sean, a veces dispersan un tanto el hilo principal de la novela, y sólo parecen tener sentido como añadidos que el autor ha puesto para solaz propio o de sus amiguetes. Otras, también es justo reconocerlo, son pertinentes y enriquecen -o al menos animan- la narración.
Por tanto, una novela bastante diferente a cualquier otra cosa que podamos leer dentro de la oferta literaria mainstream (incluso de la que trata de huir de lo mainstream) y que sólo por eso, ya merece la pena tener en cuenta. Dejando aparte que también encontramos en ella páginas magníficas y una historia principal que duele de sólo pensar que refleja, en parte o en todo, la realidad.
¿Habéis leído "París era una fiesta (A moveable feast)", las memorias parisinas de Hemingway? O,al menos, ¿os acordáis de "Midnight in Paris", la película de Woody Allen en la que Owen Wilson viaja en el tiempo y se encuentra con el propio Hemingway, el matrimonio Zelda y Francis Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, etc?
Opción A: habéis leído el libro y habéis visto la película.
Opción B: habéis leído el libro pero no habéis visto la película.
Opción C: habéis visto la película pero no habéis leído el libro.
Opción D: ni habéis leído el libro ni habéis leído la película.
Si tu respuesta es la A (y en menor medida la B o la C), quizá "París siempre valía la pena" no descubra nada nuevo pero servirá para imaginar, a través de la ficción o de la novelización de hechos reales, episodios apenas sugeridos o ignorados por Hemingway en sus memorias.
Si tu respuesta es la B o la C, el libro de Alejandro Padrón funcionará y tendrá su mayor valor como puesta en contexto de una generación y unos autores fundamentales en la literatura del siglo XX.
Si tu respuesta es la D (mal, muy mal), lee "París siempre valía la pena" porque ese compendio entre lo real, lo ideal y lo legendario será una lectura, al mismo tiempo, entretenida y didáctica. Además, ahora que se acercan la cenas y comidas familiares, podréis presumir ante vuestros cuñados de vuestros conocimientos sobre la bohemia parisina de los años 20.
Todo esto gracias a un texto que es, obviamente, un homenaje a la figura de Ernest Hemingway y que parte de una premisa si no 100% novedosa sí muy atractiva: la supuesta novela / memorias de Max Sterling, compañero de fatigas de Hemingway en sus años parisinos.
Además de esta premisa, Padrón opta por una estructura audaz, con mucho de juego borgiano, en la que se juntan 3 narradores y 3 tiempos para una triple búsqueda (real, ideal y legendaria) de la figura del autor estadounidense. Lo anterior hace que el texto pueda ser leído, casi a partes iguales, como novela, diario o guía de viajes. Y aunque esta triple elección sirve adecuadamente al objetivo de ofrecernos una visión global del Hemingway persona(je) y demuestra un atrevimiento por parte del autor que es de agradecer, creo que una de esas tres patas flojea ligeramente. En concreto, me refiero al juego que se establece con uno de los narradores / personajes (Nicka Dams). Me da la impresión de ser un recurso algo trillado y que se estira de forma algo innecesaria.
Pese a esto, he disfrutado de "París siempre valía la pena" y recomiendo su lectura acompañada, si es posible, de un acercamiento previo a las memorias del autor de "El viejo y el mar". Por eso de completar huecos, vaya.
P.S.: Me encanta la cubierta del libro, que incluye un fragmento de Paris by night (Konstantin Korovin)
Año de publicación: 1995
Valoración: Entre recomendable y Está bien
Hace tiempo que le tenía perdida la pista a Jesús Ferrero. Allá por los años 80 del siglo pasado obtuvo una cierta notoriedad, con obras como Bélver Yin y Opium, y poco más tarde o bien pasó a segundo plano, o simplemente es que uno no acostumbra a estar muy al día de las novedades y los éxitos del momento. El caso es que mi memoria de aquellas lecturas es casi nula, aunque guardo una cierta sensación positiva, ese poso que queda de algo leído y totalmente olvidado pero que todavía guarda el resto de un aroma. Así que me encuentro de nuevo por casualidad con él, y voy a ver qué se cuece en este Las veinte fugas de Básil.
El libro tiene algo de novela de formación (me ahorraré el término germánico que, reconozcámoslo, resulta un pelín pedante) porque abarca la historia de este Básil desde su nacimiento en un tren hasta sus veintibastantes años. Sin embargo, carece del desarrollo personal que suele presentarse en este tipo de textos. Más bien al contrario, se diría que el peculiar lugar en que fue a ver el mundo marca por completo su vida, que desde entonces se ve determinada por el ansia de huir y sobre todo, por la prisa. Unas veces obligado por las circunstancias y otras por voluntad propia Básil acaba siempre abandonando el lugar donde se encuentra, ya sea el hogar familiar, el de tíos o abuelos a quienes es confiado, el hotel donde pasa las vacaciones o el París donde creía haber encontrado acomodo. El libro adquiere así un cierto aire trepidante que no sabemos a dónde puede llevar, hasta el punto de volverse algo decepcionante en los momentos en que el ritmo aminora.
Aunque he dicho que le falta el elemento de evolución personal, quizá no es del todo así. El protagonista siente efectivamente el impulso constante de escapar, pero si miramos bien, poco a poco ese impulso se hace algo más débil, y da la sensación de que en el fondo hay algo parecido a una maduración, especialmente cuando encuentra una u otra pareja. Entonces Básil recobra la estabilidad, y pasa a ser el destino, o la voluntad de otros, lo que le obliga a moverse de nuevo. Lo que sí es indudable es que hay una cierta insatisfacción de fondo y una permanente voluntad de búsqueda sin un objetivo claro: la fascinación por Grecia, estudios abandonados y recuperados, extraños trabajos de temporero en Canadá o de portero de noche en París, la poesía casualmente descubierta en un viaje…
Este continuo movimiento, que sabemos provocado por una íntima incomodidad, tiene inevitablemente algo de tópico, de muchacho buscándose a sí mismo a través de vivencias heterogéneas, y cuando tenemos la certeza de que no nos va a llevar mucho más lejos, deja una cierta sensación de efervescencia, de que Ferrero no tiene ya demasiado que contar y el libro se consume en esa continua fuga/expulsión que es el periplo de Básil por islas y ciudades, familiares, amantes y conocidos circunstanciales.
Lo que ocurre es que el autor tiene muy buena mano, especialmente buena para un relato de tanta viveza, y eso es algo que da valor al libro. Ferrero es de palabra precisa y frase corta, se ciñe a lo fundamental y no hace concesiones con explicaciones o descripciones innecesarias. Podríamos decir que su prosa es, en este sentido, muy moderna, y casa a la perfección con el planteamiento de la historia. Como además se le adivina un sesgo autobiográfico que no sé hasta dónde alcanza pero que estoy convencido de que es relevante, da al relato el aspecto de autenticidad de quien ha querido contar ciertas cosas y lo ha hecho con plena eficacia, casi diría con brillantez, sin importarle si todo esto daba o no para componer un texto con empaque. Tengo mis dudas de si al final es suficiente. La última palabra la tendrá, cómo no, cada uno de los lectores.
La editorial Montesinos compila en un solo libro titulado La Fanfarlo tres textos breves relacionados con Charles Baudelaire (1821-1867).
Empezamos con el relato que le da nombre al conjunto. Está protagonizado por Samuel Cramer, un alter ego del autor la mar de contradictorio y nada edificante. El resto de personajes con quienes interactúa Cramer son igual de detestables. Y ahí radica la gracia de esta primera historia: su amoralidad. A eso súmale que está cargada de una satisfactoria mala leche (el rapapolvo que se lleva el pobre Walter Scott es legendario) y queda claro que estamos frente a una deliciosa canallada cuyos defectos no impiden que se lea con inmenso placer, ni le restan el más mínimo carisma a la idea general.
Por otro lado, "El joven encantador" siempre se había atribuido a Baudelaire, pero recientemente se ha descubierto que éste sólo lo tradujo del inglés. Aun así, se incluye en este volumen, dado su interés. Personalmente, no me ha gustado ni la mitad que su predecesor, pues adolece de una prosa ampulosa, diálogos teatrales, escenarios recargados y referencias eruditas.
A modo de cierre tenemos "Consejos a los jóvenes literatos", una serie de preceptos empañados de «ternura completamente fraternal» en los que Baudelaire echa mano de su experiencia, sentido común, pragmatismo e incluso (por qué engañarnos) misoginia. En muchos casos, dichos preceptos siguen siendo tan vigentes como la poesía y la narrativa que ayudaron a crear.
Título original: Und sagte kein einziges Wort
Año de publicación: 1953
Valoración: Muy recomendable
Una de las cualidades de la gran
literatura es su sinceridad, Esto parece una verdad indiscutible, pero desde
hace tiempo da la impresión de que sinceridad equivale a que el escritor relate
su propia vida. Auto ficción se llama a eso, y ahí cabe cualquier cosa. No, los
hechos pretendidamente reales pueden ser tan mentirosos como los inventados, incluso
más, pues la ficción otorga la libertad imprescindible para manifestar lo que
se ve y piensa. Desde ese punto de vista, una historia fantástica puede ser tan
sincera como cualquier otra. Lo importante es comprender la realidad y asumirla
por dura o desagradable que sea. Y hay épocas más propensas al disfraz que
otras. Por eso me gusta tanto la literatura europea de la primera mitad del
siglo XX.
El premio Nobel de 1972 era alemán y su
obra más conocida se titula Opiniones de un payaso (si mal no recuerdo lo
primero que leí de su obra). Böll publicó hasta 1985, año de su fallecimiento, e
incluso después de forma póstuma.
Y no dijo ni una palabra es
mucho más compleja de lo que parece a primera vista. En las peripecias de un
matrimonio durante dos días decisivos de sus vidas, encontramos todo tipo de
asuntos perfectamente engarzados. Es difícil jerarquizar, pero yo diría que el
tema central es el desconocimiento, tanto el propio como el ajeno. Y de
este segundo se derivaría la incomunicación. Nadie conoce a nadie y nadie se
conoce en realidad, aunque algún observador, indiferente en apariencia, puede a
veces mostrarnos el camino con más acierto que los propios. Sabemos que, a veces,
la excesiva cercanía distorsiona la mirada y hace falta distancia para dar en
el clavo. Esto que digo es un dato, y a la vez no es nada hasta que se llega al
final de la novela, pues da la clave de un desenlace que a primera vista
resulta bastante oscuro.
Pero la temática, como digo, es
compleja, y el ambiente que presenta -la Alemania de posguerra- proporciona
mucho contenido: una sociedad desigual (precariedad generalizada, sueldos míseros,
carencia de horizontes) y las relaciones que se establecen en ella,
especialmente las matrimoniales y paterno-filiales, pero también entre
compañeros y vecinos, una sociedad hipócrita donde la religión es máscara y coartada.
El protagonista es un conocido sableador, además de alcohólico, a
quien la experiencia bélica, unida a las circunstancias actuales, ha desgastado,
rebajado su autoestima y mantenido en una triste espiral de destrucción.
Fred y su mujer, Kate, asumirán el
protagonismo y alternarán sus puntos de vista. En cada capítulo habla uno de
los dos. Así vamos comprendiendo una situación, sórdida, angustiosa pero quizá reversible
gracias a esos pensamientos suyos que no tienen nada de ilógicos. Si pueden comprenderlo
quizá puedan superarlo, aunque no es fácil vivir en una habitación minúscula -sin
comodidades ni medios económicos, a pesar de cierto pluriempleo- con dos niños
y un bebé (de momento), compartiendo vivienda con otra familia, más acomodada, que
no se molesta en ocultar su desprecio. Vivir así no es fácil para nadie, pero quien
acaba desertando es el marido, dejándola a ella sola con la carga. Y es que su
postura es más cómoda de lo que se da a entender en un principio. Por supuesto,
no quiere renunciar a nada, pide, exige periódicamente y ese es el punto de
inflexión para que, por fin, la que todo lo acepta abra los ojos y comprenda el
tremendo egoísmo que se oculta tras ese rol de víctima.
El relato se desarrolla de una forma
muy visual y no refleja nada extraordinario, lo que vemos es la vida cotidiana tal como
transcurre. Pero la vida está llena de momentos, solo hay que saber contarlos; y eso, la habilidad para mostrar, es uno de los puntos fuertes del
autor. Hay escenas tan expresivas que son una caricatura y una sátira, como la
procesión, con ese histriónico obispo vestido de rojo, o el tiovivo bajo cuya
lona el matrimonio se esconde de sus hijos. Sin embargo, el cuadro, en general, es bastante gris,
aunque lo deprimente se encuentra sobre todo en el interior de los personajes. El
lector está en otro plano gracias a esa dignidad que ellos mantienen a pesar de
las circunstancias y a la claridad con que se nos presentan causas,
consecuencias y motivos de sus actos. Hay cierta resignación ante lo que no
puede cambiarse, pero no fatalismo ni apatía, al menos por parte de la mujer,
el miembro más activo y clarividente de la pareja, el que consigue tirar del
hilo en cierto modo para intentar que algo empiece a moverse.
«Cabe, pues, preguntarse dónde hirió Ismael Álvarez a Nevenka Fernández para que ésta, en contra de la opinión de todo el mundo, en contra de sus intereses inmediatos, en contra también de sus afectos, decidiera poner aquella denuncia de la que todavía no se ha repuesto, pese a haberla ganado.»
«Nevenka Fernández empieza a modificar su relación con la realidad cuando comienza a modificar su relación con las palabras, que se ordenan ahora de una manera novedosa, formando en su conciencia constelaciones que alumbrarán un universo nuevo.»
«No hay manera de sostener una fábula tan extraordinaria.»
Título original: Le piano oriental
Año de publicación: 2015
Traducción: María Otero Porta
Valoración: entre recomendable y está bien
Lo primero de todo: ¿qué es eso del "piano oriental"? Pues un piano que incorpora un mecanismo interno para convertir el intervalo de un semitono que hay entre tecla y techa de un piano normal en tan sólo un cuarto de tono, apropiado, por tanto, para interpretar la música árabe, como no puede hacerse con un piano "occidental" (no os puedo dar más explicaciones, porque yo en solfeo estoy pez). Tal piano, por lo visto, fue inventado en los años 50 por Abdalah Chahine, bisabuelo de la autora de este cómic, la franco-libanesa Zaina Abirached, aunque en la historia ella se lo atribuye a un pianista ficticio llamado Abdalah Kamanja, cuando éste es requerido en Viena por los fabricantes de pianos de la casa Hofman, interesados en su innovación. Y para allá que va el buen hombre, acompañado de su amigo Víctor, vendedor de lencería y bon-vivant...
Intercalada con esta curiosa historia, la autora nos va contando también su propia educación en Beirut, sobre todo en lo que respecta a la lengua francesa, y cómo en 2004 se trasladó a vivir a París, viviendo desde entonces en una dualidad cultural no siempre cómoda, pero que Abirached muestra como decididamente enriquecedora. De hecho, el propio "piano oriental", además de un artilugio que existió de verdad, es una clara metáfora de esa dualidad, del mestizaje cultural y personal entre Oriente y Occidente, lo árabe y lo europeo, que, aceptándolo sin prejuicios ni fanatismos, sólo puede traer cosas positivas para todos, por más que les disguste a los rancios que en los últimos tiempos pretenden dictar su voluntad tanto en Oriente como en Occidente... Cierto es que la autora obvia los aspectos más ásperos o incluso desagradables, de la experiencia de cualquier expatriado, más allá de la inevitable morriña, la historia tiene un aire claramente naif, incluso un poco "cuqui", que tal vez eche para atrás, en un principio a algunos lectores (a otros puede encantarles). Creo que es algo premeditado por parte la autora del cómic -¿se le puede llamar "fábula gráfica"?- para reforzar la positividad del mensaje que nos quiere transmitir, pero también para contraponer el Beirut amable y pacífico que nos retrata con el que, unos pocos años después, estalló en una larga guerra civil (y que ella misma no ha rehuido, pues lo ha reflejado en otras obras, como El juego de las golondrinas).
También contribuye, y no poco, a ese aire naif, incluso onírico, el grafismo sencillo en apariencia, tal vez un poco infantil, de las ilustraciones de Zeina Abirached, encantadoras y, si se me permite el oxímoron, luminosas y hasta "multicolores", a pesar de estar trazadas en el más estricto blanco y negro. Lo que, por cierto, recuerda al de otra estupenda novela gráfica de una autora, en este caso franco-iraní: Persépolis. pero el estilo de Abirached es mucho más cuidado, tanto en la composición de cada viñeta como en el de la página entera, así como en la transición de unas escenas a otros; tiene una vocación más decorativista, además...De hecho, se percibe cierta influencia, sin duda, del art-déco junto con la estética pop sesentera.
Para acabar: ésta es una novela gráfica -o fábula, o cómic, o lo que se quiera- encantadora, entrañable y, en gran medida, optimista, pese a que no oculta aspectos espinosos de la existencia humana como el desarraigo, la guerra o, directamente, la muerte. pero lo que queda, al final de su lectura, es la sensación de que todas las cosas pueden tener un lado positivo (ya sabéis: Always look at the bright side of life) y que merece la pena buscarlo... Encontrarlo, o al menos intentar hacerlo, es la forma de ser feliz.
Título original: Glow
Año de publicación: 2014
Traducción: Pablo Sauras
Valoración: intragable
Queridos lectores: las duras exigencias de publicación de este blog y mi desesperada gestión de tsundoku, que según mi amada esposa hace las veces domésticas análogas al cajón de los cables o la caja de las herramientas, me empujan a recuperar esta novela, que ya hace unos años habitaba en los estantes. Y no es que la experiencia haya sido precisamente agradable: solo la necesidad de cumplir mi frecuencia de publicación ha impedido el abandono pues este no era un libro para una reseña interruptus. Simplemente, superada ya la mitad del libro, tenía que saber si el libro continuaba metido en el lodo de la confusión o iba a sacar algo en claro.
Porque el planteamiento no se prestaba a predecir lo que sobre mí se cernía. La historia de Raf, un joven residente en Londres aquejado de una rara enfermedad que afecta a los ciclos del sueño, que combina empleos precarios, que toma contacto en una de esas fiestas alternativas con el glow, una nueva droga sintetizada tras cuya producción parece esconderse una poderosa corporación que se toma en serio lo de la diversificación, y todo su atrezzo: matones, gente que parece trabajar para varios bandos, desapariciones y crímenes. Podría haber pasado por una novela negra del tercer milenio con un cierto tránsito de personajes propios y con los siempre sugerentes escenarios del Londres actual. Hubiera entendido ciertos excesos e incluso licencias literarias pues ya se sabe, la gente bajo la influencia no suele ser un dechado de coherencia.
No es que me intimiden las novelas basadas en excesos o adicciones, si bien ya empiezo a pensar que en este mundo cruel Burroughs o Easton Ellis o Welsh ya han quedado atrás, las adicciones han arraigado de tal manera en las sociedades occidentales que nuestra capacidad de asombro ha quedado neutralizada.
Lamentablemente, Beauman (escritor joven que ha alcanzado algún éxito previo que le ha validado hasta el punto de que The Financial Times diga de Glow que es "deslumbrante) no construye nada medianamente comprensible con esa materia prima. Ni demuestra ser capaz de ello, y haber optado por entregar una narración evocadora de algún viaje. Así que hasta la página 60 o así se podría llegar a pensar que la novela va a optar por la vía conspiranoica y puede ser algo amena, alejada, por supuesto, de la mínima pretensión de persistencia, pero la sensación se desmorona con una cruel e implacable progresividad. Por la página 150, ya no sabía qué hacer con el libro, con sus personajes de extraños nombres que van y vienen y cambian de bando, con sus grotescos cambios de escenario (de Londres a Myanmar, básicamente) y con esa confusión constante que no atribuiré a fantasmas post modernos sino a pura torpeza narrativa. O sea, Beauman monta un lío del cual no sabe salir, ni mucho menos resolver. No vayamos a pensar que esto es Pynchon, es una novela liada y liosa que no hay por donde agarrar.
Hace apenas un par de meses se cumplió el centenario del nacimiento de Stanislaw Lem, uno de los más conocidos autores de ciencia ficción (o, más bien, ficción especulativa) del siglo XX. Habiendo ya reseñado buena parte de sus grandes obras, optamos por este breve (e inédito en España hasta hace bien poco) "El profesor A. Donda" para rendir nuestro pequeño homenaje al autor. Y pese a que es muy probable que esta novelita / relato largo no se encuentre entre lo mejor de la obra del polaco, se trata de un texto recomendable y, hasta cierto punto, sorprendente por varias razones.
En primer lugar, porque aunque en la novelita se identifican algunos de los motivos de otras obras de Lem, "El profesor A. Donda" tiene como factor sorpresa un humor negro y absurdo, de lo más british, que no se encuentra habitualmente en este tipo de textos. Vaya, que por momentos llega a parecer un capítulo de Black Mirror pasado por la óptica de los Monty Phyton. Mención especial merece, en este punto, la descacharrante y visionaria genealogía del profesor.
Más: Porque "El profesor A. Donda" tiene un ritmo frenético que se adapta como un guante a una narración que probablemente no se sostendría si tuviese una extensión de más de 100 páginas. Por supuesto que me hubiese gustado que algunas situaciones estuviesen más desarrolladas o que el texto ganara en extensión para hacer de algunos pasajes algo menos farragoso, pero entonces el enfoque tendría que haber sido otro y el libro sería completamente diferente.
Otra: Porque Lem no deja títere con cabeza. En las apenas 70 páginas del texto, el hombre reparte a diestro y siniestro: la explotación del planeta, el academicismo, la corrupción, el cientificismo en un mundo en el que el error y la casualidad tienen un peso fundamental...
Otra: Porque me encantan esas referencias, veladas o no, a "El planeta de los simios" o a "Robinson Crusoe". Cosas mías.
Más (aún): Porque se trata de un texto plenamente vigente en 2021. Si bien en algunos aspectos la realidad ha superado a la ficción, el núcleo de la acción es tan jodidamente actual que uno no puede dejar de plantearse según qué cosas (y para eso está la ficción especulativa, ¿no?).
Ahora, ¿de qué carajo va "El profesor A. Donda?. Pues, en el fondo, no deja de ser una sátira sobre los posibles efectos del abuso de la ciencia y/o el exceso de información (El desarrollo de la Cibernética es una trampa puesta por la Naturaleza a la Razón) y quizá un toque de atención para los que andamos por estos mundos de pantallitas y algoritmos (No es que haya que reajustar lo que vemos, sino cambiar el punto de vista). Eso sí, todo esto tratado de una forma mucho más gamberra de lo que acostumbra el género.
Un montón de libros de Stanislaw Lem AQUÍ
Año de publicación: 1966
Valoración: Bastante recomendable
Hace poco más de un mes murió Alfonso Sastre. Por lo que yo
sé, su pérdida ha pasado más bien desapercibida en la mayoría de medios, y que
aparezca ahora en el blog es una simple casualidad. En ULAD solo había una
reseña de este autor (ver enlace abajo), por lo demás bastante prolífico (y
longevo), lo que me parece una pequeña injusticia, quizá explicable porque el
teatro, que ocupa la mayor parte de su obra, es un género que por lo que sea
tiene aquí un hueco bastante reducido. Pero tengo que decir que, aun sin
conocerlo con mucha profundidad, me parece un autor interesante, alguien que
desde los lejanísimos, y difíciles, años 50 del siglo pasado se ha movido por
diferentes corrientes y ha contribuido a dinamizar el teatro desde la base
promoviendo iniciativas sin descanso. Activo luchador antifranquista, puede que
su prestigio se viera lastrado, al menos a ciertos niveles, por sus relaciones
poco claras con el entorno del terrorismo de ETA. Pero centrémonos en el libro.
La taberna fantástica, escrita en 1966 pero no estrenada
hasta 1985, supuso un cierto éxito de público, y tiene los ingredientes para
ello. En un bar de mala muerte de los arrabales de Madrid coinciden varios
personajes de los bajos fondos. Rogelio, perseguido quizá sin razón por el
asesinato de un policía, aparece con intención de acudir al entierro de su
madre, y se encuentra en el bar algunos parroquianos habituales, Paco y Caco,
dos jóvenes del lumpen que parecen mostrarle un respeto reverencial, y el
Carburo, un gallo que dice tener alguna cuenta pendiente con él. Todo presidido
por el tabernero Luis, bregado en la relación con este tipo de clientes y cuyo
principal interés es mantener cierto equilibrio entre todos para poder seguir
sirviendo alcohol a mansalva.
Porque, señores, no encontraremos muchos libros en los que
la priva corra con mayor caudal que en este. Exceptuando obviamente al dueño
del bar, todos los personajes llevan una cogorza de campeonato a nada que
pasemos un par de páginas. Rogelio la lleva puesta desde mucho antes, y ninguno de ellos hace una mínima pausa hasta que cae el telón. Se pueden imaginar los derroteros que
toma el asunto. El conflicto, alimentado por el ego y exacerbado por el
estímulo espirituoso, se mueve en el campo del amago intermitente (esa
bravuconada tan española), y se incendia con la posterior llegada de otros
personajes… que se suman, cómo no, al festival etílico. Y ya no puedo contar
más.
La parte más seria de la crítica pone de relieve el probable
mensaje social, con la representación de los estratos más degradados de los
arrabales, delincuentes de poca monta, macarras manejando chuscos códigos de
honor, desplazados de la sociedad sometidos sin escapatoria posible a la
violencia y el alcohol (por esa época la droga todavía no había triunfado como
años más tarde, y además, de haber estado presente le hubiera dado al texto,
digo yo, un tono muy diferente).
Desde el punto de vista literario La taberna se inscribe en
una zona mixta, diríamos intermedia entre el teatro de Brecht y el esperpento
de Valle-Inclán, ambos con una fuerte distorsión en el dibujo de los personajes,
aquél más escorado (decisivamente escorado) hacia la crítica social, el gallego
más próximo al alma humana y al absurdo. Personalmente me parece que el cuadro de
Sastre es algo más cercano a Valle, aunque sin su profundidad y su fuerte
corriente poética. En cualquier caso, el retrato de los personajes es afilado y
certero sin perder la comicidad: Luis el tabernero podría ser una caricatura
del burgués, serio, contemporizador pero afianzado en la defensa del negocio;
los secundarios, más jóvenes, temerosos de entrar en disputas, chicos sin
expectativas de ningún tipo, se dejan llevar por el ambiente marginal siempre a
las órdenes de los capos. Y estos, en especial Rogelio (llamado el Rojo, no sé
si con alguna intención), ejercen su supremacía incluso desde lo más profundo
de su intoxicación alcohólica. Personajes que permiten cualquiera de esas
lecturas que apuntaba antes, o todas ellas a la vez.
Es esta fotografía de lo más bajo de la delincuencia pasado por el tamiz del humor lo que me parece más atractivo del libro, porque resulta realmente convincente, y consigue captar al lector-espectador mediante la risa para hacerle partícipe de una forma de vida miserable que de alguna manera replica las relaciones de poder y sometimiento más o menos inconscientes, imperantes en la sociedad. Todo ello visto desde el casi tópico espejo distorsionado (hoy hablaríamos de un filtro), que muestra la degradación mediante el siempre eficaz vehículo de lo cómico.
También de Alfonso Sastre en ULAD: Escuadra hacia la muerte