Título original: Middlemarch
Traducción: Jose Luis López Muñoz
Año de publicación: 1874 (antes, por entregas)
Valoración: Recomendable alto
Algunos de los elogios más sonoros que ha recibido Middlemarch vienen de autores sobresalientes en lengua inglesa, como Martin Amis o Virginia Woolf, si mal no recuerdo. El tocho, que ronda las mil páginas, se publicó inicialmente por entregas para editarse luego en un solo volumen, con gran aceptación popular. Todo ello bajo el seudónimo masculino de George Eliot, que esconde (pero no mucho) que su autora es Mary Ann Evans. Todo un signo de los tiempos, cuando un texto publicado por una mujer era, además de bastante insólito, garantía de fracaso editorial. Lo curioso del caso es que, más allá de la autoría nominal, cuando en el texto asoma la voz del autor –y lo hace esporádicamente pero con alguna frecuencia- en ningún momento esconde que es una mujer quien escribe.
Y como esto es todo tan larguísimo, me refugiaré en esos apartados tan socorridos que me permiten eludir un comentario más compacto:
Sinopsis
Middlemarch es una ciudad imaginaria de provincias en la que conviven distintos estratos sociales, como luego veremos. Los Brooke están en la cúspide local, aun sin exhibir títulos demasiados elevados, y entre ellos Dorothea destaca, además de por su atractivo, como joven idealista y con vocación benefactora. Se casará con un clérigo y erudito mucho mayor que ella, y esa decisión supondrá algunos problemas. El otro foco principal se encuentra en la familia del alcalde Vincy, en un escalón algo más bajo, que tiene por hijos a otra bellísima muchacha y un jovenzuelo bastante tarambana. Con todos ellos entra en contacto el médico Lydgate, recién llegado al pueblo con ambiciosas ideas para impulsar su profesión, y el banquero Bulstrode, el tipo de mercader enriquecido, a su vez dominado por una religiosidad radical.
Las distintas trayectorias de todos estos personajes (y unos cuantos más, claro) y sus interrelaciones dan lugar al esqueleto del argumento, con el que interfiere, aunque en un segundo plano, el momento histórico del país, con la sucesión de Jorge IV, los distintos proyectos reformistas o la aparición del ferrocarril.
Dentro del personaje
Quizá la cualidad más sobresaliente de la narración es la capacidad de la autora para escudriñar en el interior de cada personaje. Sin alardes de psicología ni necesidad de sumergirse en traumas o desgarros, en cada conversación –y las hay muchas- sabemos el porqué de cada gesto, de cada movimiento, el nerviosismo o la esperanza que siguen a una palabra, el recelo, la ira contenida, el agradecimiento, la perplejidad, todas las sensaciones que se experimentan en unos minutos llegan al lector como si el cerebro o el corazón del personaje fueran transparentes, e inmediatamente los entendemos, sabemos por qué reaccionan así, qué sienten y qué desearían. Un grado de sensibilidad poco común que permite conocer a esos personajes sin necesidad de descripciones; los vemos, los oímos y sabemos lo que sienten al detalle. Más que análisis psicológico es conocer la naturaleza humana y ser capaz de transmitir esa visión.
Ironía made in England
La otra gran característica de Middlemarch es sin duda la ironía, una sorna extremadamente fina que sin duda tiene el sello british pero siempre envuelta en amabilidad (el sarcasmo más hiriente lo pone Mary Ann en boca de alguno de los personajes secundarios, como demostrando hasta dónde podría llegar su agudeza si quisiera). Mantenido a lo largo de tantas páginas, deja una sensación sumamente agradable, de discreción que no desdeña un toque divertido y que permite detectar el posicionamiento de la autora respecto de cada uno de sus personajes, siempre amable pero sin ocultar censura cuando lo considera oportuno. En todo caso, dentro del tono elegante que domina todo el texto, y con pequeñas y muy medidas invocaciones directas al lector que le dan frescura y cercanía al relato.
Un estudio de la vida de provincias
Ese es el subtítulo con que se presenta la obra. Suena algo frío y contrasta con la cercanía de la narración, pero sí que resulta descriptivo si observamos el libro como cuadro de personajes significativos de una pequeña ciudad provinciana. Sin pretender profundizar demasiado en este aspecto, queda clara la estratificación social propia de la época y el entorno: las familias nobles (una nobleza más o menos modesta) habitan fincas en los campos exteriores a la ciudad y mantienen cierta distancia con la burguesía (abogados, financieros, profesionales de distinto rango), y las líneas divisorias entre unos y otros, aunque invisibles, son muy nítidas. Hay una especie de pavor ante la posibilidad de descender en la rígida escala social, y un ansia obsesiva por buscar caminos para progresar en ella. Es en realidad el gran motor del relato, nada se mueve al margen de esta segmentación y las relaciones personales se ven condicionadas por ella. Ahí está la pugna entre el amor y los corsés sociales, una lucha que no será muy original, pero en este caso, estupendamente bien narrada.
También hay que decir que Mary Ann no toca ni con un palo las capas bajas de la sociedad, eso es cierto; pero bueno, el autor es libre para elegir sus personajes, faltaría más. Lo que sí deja ver, siempre con ironía y sutileza pero a veces con mucha claridad, es una crítica a la posición de la mujer en esa sociedad: un buen matrimonio es la meta final (y única), y en ninguna cabeza cabe que alguien se salte este principio. Bueno, en ninguna salvo, en algún caso, la de la propia interesada.
Con todo, tampoco quiero ignorar la posible opinión del lector que vea en este libro un larguísimo culebrón. No precisamente por abusar de una trama de enredos artificialmente barroca, sino sobre todo porque el relato se centra en las relaciones amorosas de varias parejas obligadas a superar dificultades de distinto tipo. Sin embargo, pienso que esto sería una lectura excesivamente superficial, porque los obstáculos a esas relaciones, lejos de ser meros trucos para estirar la historia, son el corazón mismo de la novela: sobre todo las diferencias sociales, pero también cierto convencionalismo hipócrita, los roles femeninos, la obsesión por guardar las formas o la peculiar psicología de esos personajes que la autora describe con tanto talento.
Como he comentado alguna vez a propósito de estos tochos que de vez en cuando traemos, entiendo que haya quien opte por escapar de semejantes volúmenes (hay por el contrario a quienes esto les encanta, no sé bien por qué). En este caso la magnitud es realmente apabullante, pero yo me atrevería a invitarles a internarse en ese mundo: seguro que pasadas las primeras decenas de páginas les será difícil dejarlo.
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