Título original: Glow
Año de publicación: 2014
Traducción: Pablo Sauras
Valoración: intragable
Queridos lectores: las duras exigencias de publicación de este blog y mi desesperada gestión de tsundoku, que según mi amada esposa hace las veces domésticas análogas al cajón de los cables o la caja de las herramientas, me empujan a recuperar esta novela, que ya hace unos años habitaba en los estantes. Y no es que la experiencia haya sido precisamente agradable: solo la necesidad de cumplir mi frecuencia de publicación ha impedido el abandono pues este no era un libro para una reseña interruptus. Simplemente, superada ya la mitad del libro, tenía que saber si el libro continuaba metido en el lodo de la confusión o iba a sacar algo en claro.
Porque el planteamiento no se prestaba a predecir lo que sobre mí se cernía. La historia de Raf, un joven residente en Londres aquejado de una rara enfermedad que afecta a los ciclos del sueño, que combina empleos precarios, que toma contacto en una de esas fiestas alternativas con el glow, una nueva droga sintetizada tras cuya producción parece esconderse una poderosa corporación que se toma en serio lo de la diversificación, y todo su atrezzo: matones, gente que parece trabajar para varios bandos, desapariciones y crímenes. Podría haber pasado por una novela negra del tercer milenio con un cierto tránsito de personajes propios y con los siempre sugerentes escenarios del Londres actual. Hubiera entendido ciertos excesos e incluso licencias literarias pues ya se sabe, la gente bajo la influencia no suele ser un dechado de coherencia.
No es que me intimiden las novelas basadas en excesos o adicciones, si bien ya empiezo a pensar que en este mundo cruel Burroughs o Easton Ellis o Welsh ya han quedado atrás, las adicciones han arraigado de tal manera en las sociedades occidentales que nuestra capacidad de asombro ha quedado neutralizada.
Lamentablemente, Beauman (escritor joven que ha alcanzado algún éxito previo que le ha validado hasta el punto de que The Financial Times diga de Glow que es "deslumbrante) no construye nada medianamente comprensible con esa materia prima. Ni demuestra ser capaz de ello, y haber optado por entregar una narración evocadora de algún viaje. Así que hasta la página 60 o así se podría llegar a pensar que la novela va a optar por la vía conspiranoica y puede ser algo amena, alejada, por supuesto, de la mínima pretensión de persistencia, pero la sensación se desmorona con una cruel e implacable progresividad. Por la página 150, ya no sabía qué hacer con el libro, con sus personajes de extraños nombres que van y vienen y cambian de bando, con sus grotescos cambios de escenario (de Londres a Myanmar, básicamente) y con esa confusión constante que no atribuiré a fantasmas post modernos sino a pura torpeza narrativa. O sea, Beauman monta un lío del cual no sabe salir, ni mucho menos resolver. No vayamos a pensar que esto es Pynchon, es una novela liada y liosa que no hay por donde agarrar.
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