Idioma original: Islandés
Título original: Jarðnæði
Traducción: Fabio Teixidó
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable (o no)
Título original: Jarðnæði
Traducción: Fabio Teixidó
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable (o no)
Es una novela muy rica en temática, aunque debo advertir antes al lector de que es como pasar una tarde escuchando las batallitas del familiar más lejano que conozca. Que esto no confunda; me ha gustado, aunque sus páginas merecen ser leídas poco a poco y dejando reposar en la mente cada capítulo antes de pasar al siguiente.
La autora, en boca de la protagonista, se nos presenta como una escritora que trata de comenzar una nueva vida investigando su identidad a través de su tierra natal y de sus raíces familiares; una conexión muy acertada. La obra fluctúa entre el diario y la novela de viajes, incluyendo algunos saltos temporales que no tienen tanto peso en el conjunto general de la obra. Quizá sean representaciones de la inspiración que necesita la propia escritora, ya que ejerce una importante labor de documentación al visitar lugares tan significativos como la tumba de los hermanos Dorothy y William Wordswoth, en Inglaterra; o las calles de París, una de las ciudades cumbre de la literatura moderna. Como menciones de autoridad no están mal, pero da la impresión de que se han metido a la fuerza, ya que no aportan mucho más al argumento en general.
La novela explora temas tan variados como inconexos entre sí: arqueología, filosofía, identidad familiar, economía o ecología, entre otros. En otras palabras, no se sabe muy bien a dónde quiere llevarnos la autora con todas esas cavilaciones. A veces, posiblemente por no conocer bien la cultura islandesa, la lectura se hace pesada, pero se pueden extraer pequeños momentos de lucidez, sobre todo relacionados con el amor por la naturaleza y la (re)conciliación de la tierra con la civilización. Estas reflexiones son uno de sus puntos fuertes; sin embargo, esta carga ecologista no es nada nuevo, ya que parece ser ya un lugar común en la literatura nórdica. Que sirva como ejemplo el nuevo género del que hizo gala Arto Paasilinna en El año de la liebre: el humor negro ecologista.
El otro tiene que ver con la intimidad que la autora crea con el lector desde lo más básico: el hogar. Aunque el trasfondo de lo que cuenta sea más profundo, la protagonista describe distintas escenas que son muy fáciles de imaginar. No requieren una búsqueda exhaustiva de vocabulario ni abordan sentimientos o puestas en escena imposibles. Representan momentos mayoritariamente cotidianos, por lo que no es difícil verse representado. Si fuera una película, sería tremendamente lenta, pero al ser un libro esa lentitud se percibe como un momento de desconexión y de pausa para disfrutar en soledad. Da tiempo a ver todo lo que sucede.
En cuanto a los elementos literarios, la autora hace uso de su maestría al utilizar recursos como la personificación, la sinestesia y las alusiones a estímulos sensoriales en general. De hecho, se podría describir Islandia con este libro tan solo a través de estas referencias: paisajes que tienen vida propia, el fuerte olor a pescado, el sonido de los animales, etc. Precisamente los animales juegan un papel fundamental en la representación de las personas. La protagonista se refiere a sus seres más queridos mediante una “animalificación” que convierte a su amante en mochuelo, y, a su hermano, en búho.
En definitiva, no es una novela para leer con prisa. La autora nos manda un poderoso mensaje sobre la importancia de reconciliarnos con nuestras raíces, en todos sus sentidos: la naturaleza, la patria, la familia, el hogar. Todos esos elementos que terminan conformando la identidad de cada persona. No la recomendaría a alguien que busque un libro para entretenerse. Tierra de amor y ruinas es un libro para sostener en una mano mientras en la otra se sujeta un mapa de Islandia. Puede que, cuando lo relea dentro de unos años, descubra nuevas referencias que ahora son invisibles.
Firmado: Lucía Blázquez