miércoles, 17 de diciembre de 2025

Richard Yates: Mentirosos enamorados

Idioma original: Inglés
Título original: Liars in love
Año de publicación: 1981
Traducción: Andrés Barba
Valoración: Muy (pero que muy) recomendable

He de confesar que la primera versión de esta reseña se centraba más en los relatos individuales que en el conjunto. Al releerla, vi que había una serie de puntos en común, de características que se repetían. Tocaba, por tanto, volver a escribirla y poner en foco en el todo. Porque, aunque en un libro de relatos la unidad sea EL relato, el conjunto ha de tener una coherencia interna, ya sea en temas y/o estilo. ¡Y vaya si la tiene!

Firmemente arraigados en la tradición cuentística estadounidense, los relatos (más casi nouvelles, por extensión y construcción de personajes) de Mentirosos enamorados presentan historias aparentemente anodinas de seres que buscan asideros de lo más inestables para paliar la soledad, el fracaso o la tristeza, de vidas plagadas de esperanzas truncadas e ilusiones fracasadas. 

Lo puedo imaginar en el lento y largo viaje en tren de regreso a Nueva York aquella tarde. Debió sentarse con la mirada fija hacia delante o hacia la ventanilla sucia, sin ver nada, con los ojos abiertos y en la cara un suave gesto herido.

No busquéis, por tanto, finales impactantes, giros inesperados o sorpresas deslumbrantes en los relatos de Yates. En ellos pasa, simple y llanamente, la vida. Lo que sí hay en ellos es una doble corriente: la más visible, la de unos hechos aparentemente inconexos que se van sucediendo de forma más o menos "apacible", y la más subterránea, de la que el autor va dejando pistas en descripciones y adjetivaciones y que finalmente irrumpe en el relato, aunque lo haga más en forma de mancha de humedad en la pared que en forma de geiser. ¿Me explico?.

En cuanto a su estructura, los relatos de Yates tienden a comenzar con un primer párrafo que sirve para presentar personaje principal y situación. La habilidad del autor en este sentido en digna de mención y apenas unas frases sirven para ponernos en materia. En este sentido, destacaría las primeras líneas de La prueba y del fitzgeraldiano Adiós a Sally. A estos comienzos suele seguir un flashback (analepsis, según los modernos) que explica, al menos en parte, qué nos ha llevado a esa situación inicial. A partir de ahí, la corriente subterránea se va acercando a la superficie hasta llegar a un desenlace que no ha de ser similar en todos los casos, aunque lo pueda parecer leyendo la reseña.

Otros aspecto que me llama la atención de los textos de Yates es que se ambientan en diferentes épocas (los años de la Gran Depresión, la posguerra, los años 60...),  que son protagonizados por personajes de diferentes edades y sexos y que están ambientados en escenarios diferentes (un suburbio de NY, Beverly Hills, Paris (¿otra vez Fitzgerald por aquí, aunque también Hemingway)), pero sin romper esa sensación de unidad de la que hablaba al principio. 

Por último, quisiera hablar de la voz narradora. Si bien el volumen se abre con el estupendo José, estoy tan cansada, narrado en primera persona, los otros 6 textos son narrados en tercera persona. Pero en todos ellos se trata de un narrador distante, aunque tierno y sensible, un narrador que no juzga a sus personajes y que se conmueve con ellos.

En resumen, primer libro que leo de Richard Yates y deslumbramiento absoluto por unos relatos magníficos con personajes bien construidos, buenos diálogos, una voz acorde a los personajes, etc. Un libro estupendo, de verdad.

También de Richard Yates en ULAD: Reseña y Contrarreseña de Las hermanas Grimes

martes, 16 de diciembre de 2025

Francisco Serrano: El corazón revolucionario del mundo

Idioma: español

Año de publicación: 2025

Valoración: muy recomendable


Valeria Letelier, jovencísima camarera de un hotel de Biarritz, a comienzos de los años setenta, conoce en él a Joel Takahashi-Williams, teórico y miembro -quizás el único- del Frente de Acción Revolucionaria, que se convierte en su amante, la capta para la causa y se dispone a adiestrarla para la lucha, aunque no queda muy explícita cuál es... Después de una temporada en Londres, donde sólo reciben la visita del enigmático Carlos Reseda, se trasladan de nuevo a Francia, a la región de Averoigne (los lectores de Clarke Ashton Smith sabrán dónde se encuentra... y ésta, aviso, no es la única referencia literaria y de otro tipo que podemos encontrar en la novela) donde aguardan en una granja hasta que aparecen los miembros de otro grupo del estilo, la Facción Roja Revolucionaria. La misión que han de llevar a cabo conjuntamente ya puede comenzar... con imprevistos resultados.

En la reseña de la estupenda Se acabó el recreo ya comenté la circunstancia, probablemente aleatoria y mediatizada por mi percepción subjetiva, de que este año se habían publicado en español varias novelas y ensayos que tratan el tema de los grupos armados revolucionarios típicos de los "años de plomo", los setenta y ochenta del siglo XX. Cuando le dieron el premio Tusquets de este año a la novela de Francisco Serrano, no pude por menos que plantearme leerla también... con las debida prevención, por descontado, puesto que en España el ganar un premio concedido por una editorial (más aún si se trata de un gran grupo, como es el caso) no es garantía de su calidad e incluso cabe sospechar lo contrario. Nada más lejos de la realidad, debo reconocer, porque El corazón... no sólo es una excelente novela, sino que dudo que se haya presentado a ese premio ninguna otra mejor (igual de buena, puede ser, no hay forma de saberlo, pero que la supere en algo, ya os digo yo que no).

Estamos ante una novela no sólo estupendamente escrita, sino, sobre todo, que logra el milagro de mantenerse en equilibrio entre una historia de acción, un relato intimista, con un tono lírico, sin perder en ningún momento el pulso, la eficacia necesaria para llevar a un buen fin una narración, y, aún así, conseguir dotarla de un aire onírico que vuelve a la novela todavía más atractiva. Es cierto que se trata de una historia sobre el ardor revolucionario que afectó a toda una generación -aunque también podríamos estar protagonizada por grupúsculos fascistas o por una secta de herejes religiosos o esotéricos... cosa que, en cierto modo, puede que suceda-, pero también una historia de amor y desamor, de dominio y liberación. Sobre todo, una novela de descubrimiento y crecimiento por parte de la protagonista -incluso de empoderamiento, como se dice ahora-, lo que no significa que lo que descubre de sí misma sea necesariamente agradable. Es también una narración un tanto hermética, que hunde sus raíces en la naturaleza intemporal del mundo, en lo que permanece oculto pero podemos intuir tras su apariencia. Y es una demostración de la belleza y la expectación que se pueden conseguir con las palabras y el talento, sin más.

Vamos, que me ha gustado mucho, por si no ha quedado claro...


lunes, 15 de diciembre de 2025

Yasunari Kawabata: Shinyu

Idioma original: Japonés

Título original: Shinyu (親友)

Año de publicación: 1954

Valoración: Está bien

Este libro aún no está traducido al español, y dudo que alguien lo haga. Es una de esas rarezas dentro de la obra de un autor consagrado. Así que, más que una recomendación, esto es la presentación de una curiosidad. 

En una entrada anterior, que pueden ver aquí, les conté cómo la academia suele dividir la literatura japonesa en dos grandes grupos según el estilo y las ambiciones del autor. Por un lado, la literatura “pura” (junbungaku), con pretensiones estilísticas que van más allá del argumento y centrada en la introspección, la psicología de los personajes y los dilemas existenciales (sí, literatura para mamadores). Por otro, la taishūbungaku, la literatura “para las masas”, cuyo objetivo principal es entretener (y vender).

Lo curioso del caso: el máximo exponente de la “literatura pura”, el Nobel Yasunari Kawabata, escribió una novelita para niñas. Por las ilustraciones puede intuirse el tono, muy de revista juvenil, tal como se publicó originalmente, en entregas mensuales (lo que no entiendo es la estética de esas imágenes: se supone que la historia transcurre en Tokio). 

La trama va así, a grandes rasgos: dos alumnas de un colegio femenino en Tokio (mejores amigas, de esas que se prometen no separarse nunca) ven tambalear su relación por una cadena de pequeños malentendidos: un comentario dicho a destiempo, una confidencia mal guardada, la presión de la familia y del colegio, un objeto extraviado que sirve de excusa y, sobre todo, ese orgullo adolescente que impide pedir perdón a tiempo. Entre cartas, encuentros en pasillos, excursiones escolares y visitas a casas donde el té siempre está listo, la narración acompaña la herida y su lenta cicatrización: celos, vergüenza, reconciliación. Todo muy “revista para niñas”, con capítulos que cierran casi siempre en un mini-cliffhanger moral.

¿En qué se parece a la obra “seria” de Kawabata? En la delicadeza para observar lo mínimo: un gesto de manos, una luz que entra por la ventana, el peso que adquiere un objeto cualquiera cuando lo mira alguien enamorado o dolido. También en el pudor: nadie declara nada en voz alta y, sin embargo, todo queda dicho. El tiempo, con sus leves cambios, manda más que la acción. ¿En qué difiere radicalmente? En que aquí hay un trazo didáctico y lineal, sin zonas ambiguas ni silencios peligrosos: no hay eros, no hay abismo, no hay ese vacío que en País de nieveMil grullas o Lo bello y lo triste deja al lector un poco desamparado. El lenguaje es más llano (incluso está escrito principalmente en hiragana, haciendo la lectura más fácil para los niños), la psicología menos quebrada, y el final funciona como un restablecimiento del orden con moraleja incluida. Incluso las ilustraciones abonan esa limpieza: moños, uniformes impecables, interiores casi ideales que no siempre casan con la Tokio real de posguerra que uno imagina.

Conclusión. Shinyu es una rareza simpática: un Kawabata “para todas las edades” que, sin deshonrar su firma, tampoco añade mucho a su territorio literario mayor. Interesa como cápsula de época (el mundo shōjo de los cincuenta, serializado y con ilustración de acompañamiento) y como recordatorio de que incluso los autores más “puros” escribían por encargo, probaban tonos, jugaban con formatos. ¿Es una lectura recomendada si lo tradujeran? Sí, por curiosidad; ¿lo perseguiría como objeto imprescindible? No. Está bien: se deja leer, se olvida sin dolor y, de paso, ayuda a entender mejor por contraste la potencia de la otra cara de Kawabata.

Otras obras de Yasunari Kawabata en ULAD: Una grulla en la taza de téLa bailarina de IzuLo bello y lo tristeLa casa de las bellas durmientes

domingo, 14 de diciembre de 2025

Élisabeth Filhol: Doggerland


Idioma original:
francés

Traducción: Rubén Martín Giráldez

Año de publicación: 2020

Valoración: está bien

Por supuesto que cualquier reivindicación es válida para armar una novela a su alrededor. Doggerland toma su nombre de la franja de terreno, hoy sepultada bajo las aguas del Atlántico, que hace miles de años unía el archipiélago británico con el continente europeo. Simplemente el hecho de titular a la novela ya viene a tener un cierto efecto ligeramente de denuncia. Las aguas de los glaciares, conforme estos se deshicieron, subieron de nivel y lo que fue un terreno habitable, parece incluso que fértil y próspero, ahora es el lecho marino. Y se convierte en un protagonista secundario, inerte, de la novela, un punto de apoyo que actua como palanca de la coartada ecologista, que parece erigirse en la trama argumental de la novela. Estamos en el Norte de Europa y una borrasca, Xaver, se acerca amenazadora ante el interés de los meteorólogos, colectivo profesional que saliva con fenómenos que a tantos dan miedo. Filhol empieza a situar piezas en el tablero, y aquí ciertas cuestiones se abordan. Cómo ingenieros, geólogos, arqueólogos, se ven obligados muchas veces a elegir entre algunos de los principios por los que empezaron sus estudios y las suculentas nóminas que empresas de prospección y explotación (hablamos del petróleo del Mar del Norte, de las plataformas que proliferan) ponen a su disposición.

La trama, entonces, se sitúa en la relación entre Margaret, avisada por su hermano Ted de los riesgos de desplazarse por el continente conforme la borrasca se acerca, y Marc, ingeniero de la industria petrolífera, antigua pareja. La autora nos procura diversos rasgos de sus distintas personalidades, de sus carreras profesionales, de eso tan socorrido llamado momento vital  en que se encuentran y que los hace coincidir en lo que parece ir a ser un escenario dantesco, quizás trágico, una conferencia en Dinamarca sobre ese Doggerland de la introducción. Y surge la contradicción intrínseca del libro. Que, como lector, he encontrado más excitantes e interesantes esos pasajes de conocimiento, esas descripciones de los procesos que llevaron a la configuración geológica de la zona, esa especie de ensayo documental escrito con rigor y cierto sesgo de denuncia (sí, esta es una novela que podríamos ya adjetivar como ecologista) que esa trama de reencuentro, que esa tensión emocional ya algo trasnochada consistente en demostrar cuánto pueden alejarnos las decisiones que tomamos en nuestra existencia, todo ello entiendo que insertados como tramas complementarias, como aspectos que tienen que avanzar cada uno por su lado pero que, insisto, lo hacen de una manera desigual, con lo que novela se escora y desequilibra hacia su, reitero, loable y respetable sesgo de denuncia. 



sábado, 13 de diciembre de 2025

Philip Roth: Sale el espectro

Idioma original: inglés
Título original: Exit Ghost
Traducción: Jordi Fibla en castellano para Random House
Año de publicación: 2007
Valoración: entre recomendable y muy recomendable

En la vorágine de publicaciones editoriales, donde cada día aparecen nuevos, uno puede caer en el error de centrarse solo en el presente y olvidar que hay grandes autores de nuestro pasado más reciente que todavía tienen obras no reseñadas en ULAD, como es el caso que nos ocupa. Y a ese defecto hay que hacerle enmienda porque Philip Roth es uno de los grandes escritores de la narrativa norteamericana y eso se percibe claramente en este libro por su un estilo firme, sobrio y sin fisuras.

En el libro que nos ocupa, Roth vuelve a recurrir a su alter ego Nathan Zuckerman para escribir un relato que nos habla de la vejez, de la atracción, de la nostalgia y de la lucha por defender el honor de las personas que admiramos. Con ese propósito, el autor empieza el relato situando a su protagonista en Nueva York, ciudad que abandonó once años atrás para ir a vivir a una casita junto a la carretera, alejado de las personas y de la tecnología, dedicándose a escribir la mayor parte del día. Así, su retorno a la gran manzana es promovido por la necesidad que tiene de una intervención prostática, pues su avanzada edad pasada la setentena le está empezando a hacer mella en su salud. Una visita que es tan temporal como pensaba, pues la partida de su bucólico hogar para trasladarse a la gran ciudad le revitaliza y le estimula, porque tal y como afirma, «cuando llegue a Nueva York, en cuestión de horas la ciudad hizo conmigo lo que hace con la gente: despertar las posibilidades. La esperanza resurge». Una esperanza que se magnifica cuando topa por casualidad con un anuncio en el que una pareja de escritores quiere hacer un intercambio de casa con alguien que viva alejado de la ciudad; así que Nathan se presta a ello a la vez que, sin desearlo ni tan siquiera darse cuenta en aquel momento, queda prendado de la propietaria de treinta años del piso que va a intercambiar. Una primera impresión que impacta profundamente a Nathan, pues tal y como confiesa, «ejercía sobre mí una enorme atracción, una enorme atracción gravitacional sobre el fantasma de mi deseo».

A partir de aquí, vamos viendo los motivos por los que abandonó Nueva York a la vez que nos va introduciendo en una trama de indagaciones periodísticas que remueven su pasado. De esta manera, la novela avanza en diferentes frentes, todos ellos entrelazados y sumamente interesantes pues Roth es muy bueno tejiendo historias, pero también construyendo personajes; este aspecto se pone también de relieve en esta novela pues consigue atrapar al lector desde un inicio, con una trama multicapa de fácil acceso en la que el lector se sumerge de manera irremediable contagiándose del devenir de la vida de Nathan. Roth sabe cuándo frenar y cuando acelerar, donde dejar esos puntos de enganche que tiran del lector hasta llevarlo a donde él pretende, y la trama gira en torno a Zuckerman en forma de una espiral a la que uno es arrastrado llenándose y empatizando con la historia narrada. Porque aquí Roth nos habla de misterios, de deseo, de política, de la Nueva York post 11-S que sobrevuela de manera constante a lo largo de la novela («después del 11-S, cerré la caja de las contradicciones»); nos habla también del paso del tiempo en uno mismo que lo acerca a la vejez, de la salud, pero también de la vigorosidad, de la sociedad y su tendencia a admirar la novedad. 

Con todo ello, Roth escribe un relato que conforma una suerte de triángulo entre una joven, un periodista osado y un escritor ya fallecido. Y la verdad es que se desenvuelve realmente bien desplegando en el relato su habilidad para tejer personajes con claroscuros, historias en apariencia simples pero narradas con toda la meticulosidad que demandan y un estilo que lo envuelve de cierto aire clásico que lo reafirma como uno de los grandes escritores norteamericanos.

Otros libros de Philip Roth en ULAD: aquí

viernes, 12 de diciembre de 2025

REFLEXEÑA 2x1: Renaissance, la caída de los hombres, y Renaissance, la ira de los vencidos, de J.J. Lucas

Idioma original: español
Año de publicación: 2010 en Atlantis, 2014 en Dolmen
Valoración: por muchas circunstancias azarosas, pésimo pero enternecedor

Cuando los ínclitos miembros de ULAD me propusieron entrar a su secta comunidad para alivianarles el sufrimiento, seguramente pensaban: "bueno, ha comentado a un Nobel australiano que no lo conoce ni su mamá, ha comentado a Sabato, que es más o menos de culto y gusta mucho en el blog, ha comentado a Cercas y encima dándole con un palo, cosa que también nos es favorable, seguro que si lo invitamos no nos va a venir con algo random o merecedor de ser quemado..., ¿verdad?" Y acá los decepciono, porque efectivamente traigo un mejunje complicado de analizar, tanto en mi valoración (completamente subjetiva) como en el inexistente filtro de calidad y edición de este primer libro (¡porque son dos!).

La cosa es que este libro me llegó por mi compañero de la librería donde trabajo, por lo que ya juega un componente afectivo en contra. Su recomendación fue más o menos así: "yo sé que sos muy puritano con la prosa y todo lo demás, y te juro que este libro me costó leerlo, pero quedate con la idea". Como ya me había recomendado Hacedor de estrellas (reseña en breve) pensé que le debía una, y me dispuse a leer su ejemplar. Para qué...

En el año 2023 (no le erró por mucho), el virus Verónica, originado en Nueva York (por alguna razón siempre es ahí), infecta y convierte a casi todos sus habitantes en whiteyes (el autor pone mucho empeño en que no son zombis), unos seres con fuerza, velocidad y resistencia sobrehumana y una insaciable tenacidad para destruir a la humanidad (le podés disparar tres veces a la cabeza a uno que seguirá persiguiéndote). Ahora bien, una de las particularidades de este virus es que, al matar a uno, la bacteria persiste en el aire con más fuerza y contagia a todos alrededor en un área no tan chica, por lo que se añade el problema de eliminarlos sin expandir el virus. La única ventaja, más o menos, con el que cuenta el reducido grupo de supervivientes al que vamos siguiendo a lo largo de la novela, es que sus fotorreceptores son tan sensibles (de ahí el nombre whiteye) que no soportan la luz del sol y solo cazan a la noche. La gran desventaja es que estos bichos evolucionan, condensando milenios de aprendizaje de una especie en pocos días, aprendiendo a cazar en conjunto y tejiendo planes en común que no sean solo comer descerebradamente.

Como esta reseña se va a hacer larga, diré solamente que los bichos son una mezcla de todo, zombis, vampiros y algún otro adefesio que ronde por las páginas de la literatura y las imágenes por segundo del cine. Pero a favor de la novela, y una vez que se superan otras cuestiones que ya comentaré, señalo que generan una verdadera tensión en algunos puntos de la trama, que siempre está la duda de cuándo aparecerán, incluso a plena luz de sol, y reconozco que hubo momentos donde sentí disparada mi alarma ante la breve descripción de unos ojos blancos en la oscuridad. Bien por J.J. Lucas, ¿no?

Pero esto no sería un pésimo si no hubiera con qué justificarlo. Primero, el grupo de supervivientes. Es un grupo militar, como es evidente, sacado de los peores guiones del Call of Duty (y un poco de Gears of War con peor resultado). Es un tropel de clichés, literalmente: el líder del grupo, el coronel Lawrence Newseth, que todo lo puede y que a pesar de bordear los cincuenta años sobrevive a caídas mortales y otras menudencias; la doctora Phoebe Rubbyn, la esperanza de la humanidad, muy linda y con un acercamiento romántico (aunque se agradece que al autor le parezca una nimiedad en el contexto de la obra); un sobreviviente solitario que se las arregla por su cuenta gracias a su ingenio y suerte; el resto del grupo, cada uno más estereotipado que el otro: el colombiano explosivo, el afro-estadounidense bromista, la chica ruda, el ruso serio y musculoso, en fin, ninguno se salva de marcar casilla en la peor literatura. Si hasta sus nombres son calcados en lo genérico: Escobar, Sulassky, Ridewolf (!). Segundo, el otro personaje que aparece cerca del final de la novela. Tiene la llave para explicarlo todo y, por supuesto, es un científico genio y loco (no diré más porque forma parte de la trama, pero seguro se imaginan por dónde va la cosa).

Y tercero, pero no menos importante, la estructura de la novela. Se nota que el autor quiso poner todo lo que sabía de su universo en esta novela, y es evidente que se lanzó a escribirla sin ningún tipo de plan, porque la forma de seguir la historia es un desastre. Comienza con un prólogo donde nos sitúa en la confusión del virus, sigue con el grupo de supervivientes en el campo Renaissance, último reducto de la humanidad, salta al sobreviviente solitario, de repente arroja flashbacks mal insertados sobre el origen del virus, incluso dentro del mismo capítulo, luego una escena de más de cincuenta páginas que avanza repentinamente la trama, de nuevo otro flashback de varios personajes que no nos importan, y así todo el tiempo. Recién se estabiliza luego de habernos explicado mil veces lo que bastaba con unas páginas, esto es decir, después de la primera mitad (y son 500 páginas en una edición de hojas y tapa rígida, de párrafos como monolitos sin un punto aparte que ni el mismísimo Foster Wallace te hace, frases kilométricas donde, de cinco oraciones, cuatro son para re-explicar la primera, de descripciones imposibles de imaginarse y de sucesos impactantes junto a historias anodinas). Para mí fue un esfuerzo seguir la historia, no por ella misma, que es simple y canónica en su género, sino por los continuos saltos temporales sin ninguna razón. De hecho, llegué a abandonar la novela, pero por insistencia de mi compañero continué. Al final, con muchas ganas, uno se acostumbra a la forma de narrar (o el cerebro se hace auto-lobotomía) y la trama se acelera y deja momentazos a partir de la segunda mitad.

Ahora bien, debo reconocer que el esfuerzo invertido hizo que le agarrara cariño a la historia. Pienso en la frase de Borges, que hasta los más mediocres escriben páginas brillantes; mucho es aseverarlo en este caso, pero con empeño y cierta desconexión cerebral uno disfruta mucho más esta obra que otras más serías (releería esta antes que Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río). La discusión de siempre. Pero eso me lleva a la siguiente obra y a los efectos que causa en la mente el continuar una historia luego de cierto tiempo invertido.


Idioma original: español
Año de publicación: 2017
Valoración: mejor y peor que el otro

Nuestro amigo J.J. Lucas aprendió que para contar una historia necesitaba ordenarla y fue a un taller de escritura. ¡Festejemos! O no. Porque lo que tiene un taller es que te brinda recursos para mejorar y ordenar tu narrativa y te limita al mismo tiempo por el miedo a no ser correcto según los patrones de quién dé el taller. Todas suposiciones mías.

Como al final las últimas doscientas páginas del anterior las devoré y las comenté con mi compañero con alegría, como hacía rato no me pasaba (y alguna vez se debería hablar de cómo los libros mejoran casi siempre por el hecho de analizarlos con otra persona), le prometí leer la secuela. Y henos aquí, después de mil páginas de clichés, batallas épicas y resistencias desesperadas.

Luego del final apoteósico aunque algo bizarro (sobre todo para un argentino), el grupo cada vez más mermado del coronel se ve en la disyuntiva de los pasos a seguir: si esconderse como lo venían haciendo y perder cada vez más gente o luchar con todos sus recursos y decidir el destino de la humanidad. Como buenos personajes de este género, eligen lo último. Debo aclarar que, para estas alturas, los whiteyes tienen su propio líder y un objetivo que se aclara a medida que avanza el libro (aunque se huele venir a lo lejos por la característica manía del autor de explicarte todo), por lo que la amenaza es aún más tensa y los momentos en que aparecen son más seguidos. Como no puedo contar mucho, diré que se incide en la clasificación de ellos en distintos roles, como un enjambre, liderados por su propio líder (y aunque los roles se parecen a un videojuego, rescato la ambigüedad con la que identifica al mismo).

La estructura es muchísimo más limpia en esta novela. Si antes pasábamos de A a Z, de H a B, ahora es lineal y no hay forma de perderse. Ya no hay párrafos kilométricos ni escenas inútiles. Hay tres líneas argumentales que J.J. Lucas va manejando (con sorprendente soltura para sus antecedentes); la del coronel, la del sobreviviente solitario 2.0 y la del origen del virus, esta vez mucho mejor desarrollado y con escenas que hacen sentido. A la novela le cuesta bastante arrancar, y por momentos asistimos con más interés a los flashbacks que a las escenas del coronel (ni hablar del superviviente; al ser una copia del esquema del anterior, pierde verosimilitud), lo que, en mi caso, me representó una señal de que había logrado involucrarme en la historia. Incluso hay nociones interesantes, como la de que los whiteyes son más beneficiosos para la naturaleza que los humanos (al pararse todo, el mundo es un lugar más limpio), que recubren de una pátina inesperada de crítica social a la novela.

Luego de superar el inicio, la trama carbura y nunca se estanca, a diferencia del anterior, pero, a pesar de que la escritura es más limpia y fácil de leer, de que los momentos de acción son grandiosos, se pierde la tensión de los whiteyes. Como es una guerra permanente, el peligro se centra en la carencia de recursos y en la lotería de quién será el siguiente del grupo en morir, un recurso más bien pobre. Las cartas están sobre la mesa, por lo que el elemento sorpresa ha desaparecido. Lo que se rescata, esta vez, es la aparición de humanos peores que los whiteyes, como variación de la amenaza; si bien no es original, al menos da frescura, aunque resulta irritante que, con años de experiencia, el grupo del coronel se comporte tan ingenuamente como lo hace en algunos casos. Ni siquiera se justifica con la desesperación, porque en otros momentos aún más críticos permanecieron con una lucidez inverosímil.

No la haré más larga. A partir de cierto punto, la trama del pasado se desvanece y las dos del presente convergen, y todo desemboca en varios enfrentamientos finales (sí, varios). Pero como ya explico en mi valoración, si lo mejor venía por el lado de la limpieza narrativa, lo peor viene por el lado de que J.J. Lucas encasilla la novela en marcos muchísimos más genéricos que la anterior, y resulta demasiado previsible cuándo morirá alguien, cuándo tocará la siguiente revelación. Hay genialidades, por supuesto, pero incluso la aparición de ideas cada vez más fantásticas (una suerte de Red Skull con la escopeta del Doom Eternal, un Godzilla whiteye, etc) fuerza el tono de la novela y le resta la fuerza emocional del anterior. 

Mi crítica es esta, entonces: es evidente que, o bien a J.J. Lucas le entró vergüenza por la forma de narrar en la primera novela, o bien un editor le dijo que rebajara sus fantasías en algo más accesible, o bien un taller le hizo aprender y se entusiasmó de más en escribir correcto. Pero solo correcto. La escena final, por ejemplo, quiere ser una cosa monstruosa de epicidad, pero se queda en nada por lo rápido que transcurre, la aparición de conceptos a cuarenta páginas finales y la necesidad de cerrar de forma satisfactoria una situación que, a las claras, era desfavorable para los protagonistas. No es que utilice un deus ex machina, pero se aprovecha de un recurso argumental para estirar la trama por lo menos tres capítulos solo para tenernos en suspenso. No funciona porque: 1) los monólogos épicos de rigor y la batalla final ya se dieron; 2) la trama del líder de los whiteyes se venía resolviendo a los tumbos; 3) los huecos argumentales empezaron a aparecer por todos lados, dejando pistas, por ejemplo, que nunca terminan de resolverse (¿el coronel es inmune o no? Con la cantidad de sangre que traga hace novela y media que debería haberse infectado). Por eso, paradójicamente, le guardo más cariño al primero que al segundo; este, si bien objetivamente no es un suplicio leerlo, en términos de riesgo no aporta nada.

Ahora bien, se preguntarán ustedes: y después de tanto merequetengue con dos libros pésimos, ¿qué onda con la REFLEXEÑA? Me doy cuenta que el tiempo invertido para la reseña supera a la paciencia que debí tenerle a los dos libros, sobre todo al primero, y puedo establecer una vaga relación masoquista entre sufrir y que me termine gustando lo que leo. Y seguramente mi valoración esté empañada por el afecto. Sobre todo reconozco que, en circunstancias normales (es decir, sin alguien que me recomiende cosas y con menos tiempo libre), lo hubiera dejado a las pocas páginas. Mi compañero mismo dijo: "con un GRAN editor podría haber sido un bestseller". No soy tan considerado, pero pienso que a J.J. Lucas, que parece un buen tipo a juzgar por las entrevistas y crítico con las armas y el daño al medio ambiente, le hubiera ayudado alguien que lo aconsejara (un taller, sí, pero también que se preocupara por él) y diera orden a sus ideas, que le dijera que los errores de estructura y narrativa podían convertirse en seña propia y no transfigurarlos en algo genérico. Da la impresión de que en el segundo libro pensó en echar manos de los recursos más fáciles para ir completando la historia. Porque la inventiva la tiene y las ganas de escribir y entretener también. Y eso lo consigue. Haciendo memoria de lo leído de este año, no lo podría incluir en mi top3 de peores libros. Por supuesto que no digo que es el Nobel perdido ni que sea una buena obra, pero la diversión en la literatura es una cosa buena, necesaria, y, dejando de lado las editoriales "serias" (que publican cada bodrio también...), hay otras que editan basura escrita por gente que no le interesa lo que cuenta. Al menos, leyendo estos libros, la sensación es que el autor le tenía un profundo cariño a su historia y que, fuera de una forma u otra, trataría de hacérnoslo llegar.

jueves, 11 de diciembre de 2025

Malcolm Lowry: Ultramarina

Idioma original: inglés

Título original: Ultramarine

Traducción: Jaime Zulaika

Año de publicación: 1933

Valoración: Se deja leer

 

Es admirable hasta qué punto nos fascinan las aventuras marítimas, no digamos en medios audiovisuales, pero también en el mundo de los libros la literatura oceánica ocupa seguramente miles de volúmenes de todas las épocas y bajo todos los enfoques. Debe ser la vulnerabilidad del navío, un puntito minúsculo perdido en la inmensidad del mar, azotado a veces por tempestades monstruosas, el aislamiento de los viajeros, las distancias que en otras épocas solo podían medirse en meses, la aventura de descubrimientos insólitos.

Pues he aquí que Malcolm Lowry, autor británico más famoso por su novela Bajo el volcán, con notables problemas con el alcohol y tendencias autodestructivas, escribe su primera obra con solo veinticuatro años, justamente sobre su experiencia en un viaje de diez meses en un carguero. El joven burgués Lowry, que ya apuntaba hacia la insatisfacción permanente y las tormentas interiores, se embarca sin más motivo que vivir algo intenso, la intención de  descubrir quizá más cosas de sí mismo que de latitudes exóticas, y probarse en un medio duro, rodeado por gentes curtidas que de inmediato le desprecian porque ha hecho perder su trabajo a otro aprendiz, y su padre le ha llevado a los muelles en un lujoso automóvil.

La principal peculiaridad del libro es que realmente se parece poco a todo lo demás que conocemos de esa literatura marinera: no sabemos cuál es la trayectoria del viaje (apenas que recala en un par de puertos asiáticos), ni tenemos noticia de acontecimientos relevantes (la tormenta, situaciones de peligro o incertidumbre, movidas entre la tripulación), ni parecen interesar demasiado reflexiones en torno a  los paisajes, la soledad, el aburrimiento, el miedo o la excitación derivados de la distancia, la perspectiva del regreso, cuestiones que parecerían oportunas en estas circunstancias.

Lo único que ocupa la mente de Dana Hilliot (protagonista y trasunto del autor) son tres cosas:

  • Su novia Janet, relación de toda la vida, en la que piensa a todas horas. La añora, recuerda su perfume, su voz, escenas vividas, paisajes compartidos. Amor romántico, total, incondicional.
  • Las escalas en los puertos ofrecen sexo a mansalva, el tópico de los sórdidos burdeles para marineros. Hilliot se resiste porque piensa siempre en Janet, aunque la tentación es muy fuerte. La otra opción de desparrame es el alcohol en cantidades sobrehumanas, un problema que el propio Lowry llevaba encima como queda dicho.
  • Ganarse el respeto de la tripulación era la obsesión permanente del joven. A veces se acobarda, y otras se decide a mostrarse temerario o brutal para impresionar a sus compañeros

Del resto del viaje, como decía antes, no nos llegan apenas noticias, porque a Lowry tampoco parece interesarle demasiado. De manera que el relato se resuelve entre largas reflexiones (recuerdos, deseos) en torno a la amada, y un interminable registro de charlas entre marineros, conversaciones medio interrumpidas mientras se juega una partida de algo, maldiciones y proyectos de juergas en el próximo puerto, batallitas de otras épocas y otras naves, todo entremezclado hasta parecer una sola voz, un sonido de fondo emitido por individuos que forman un colectivo indistinguible.

La verdad es que este esquema de monólogos y voz coral con muy poca acción real transmite cierta sensación de sinceridad, Lowry está grabando lo que realmente le importa y uno se siente un poco en su propia piel, entiende la intensidad de sus sentimientos y su zozobra, nunca mejor dicho, al reunir lo que parecen certezas indiscutibles con una especie de ansia abstracta por algo todavía no identificado. Otra cosa es que estas sensaciones sean suficientes para sostener un relato, que es a fin de cuentas de lo que se trata. Aunque la novela no es larga, no dejan de ser demasiadas páginas de obsesiones e introspección algo monótonas que hacen que no sea fácil mantener el interés.


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