Traducción: Carlos Gumpert
Año de publicación: 2007
Valoración: Bastante recomendable
Título original: The Mirror Crack'd from Side to Side
Año de publicación: 1956
Traducción: María Dolores Raich de Ullán
Valoración: recomendable
Como muchos otros millones de personas (sé que no soy especial), durante mi adolescencia fui un lector voraz de las novelas de Agatha Christie y seguramente a ella debo en buena medida la persistencia ente vicio afición que me ha traído hasta aquí, a perpetrar reseñas de lo que leo, con más entusiasmo que acierto... Confieso, además, que de todas sus novelas, las que más me gustaban eran las protagonizadas por Miss Marple (Poirot me resultaba un tanto fatuo...aunque supongo que esa era la intención. pero es que, además, la señorita Jane Marple , aunque se tratara de una anciana, me parecía un modelo de detective más moderno e innovador), esa amable viejecita que resolvía crímenes mientras tomaba el té en su casa de St. Mary's Mead... qué menudo pueblo, por cierto, donde el índice de asesinatos por habitante debía de ser más alto que una favela de Rio de Janeiro.
En cualquier caso, en este libro, ambientado ya en los años 50 del siglo pasado, en St. Mary's Mead se han producido algunos cambios; ya no es ese pequeño villorrio típicamente inglés, cerrado sobre sí mismo, pues han llegado nuevos habitantes que rompen el status quo social, inquietando a los vecinos de siempre (¿de qué me sonará a mí esto?): jóvenes matrimonios provenientes de la ciudad han ido a vivir al nuevo barrio del Ensanche, donde los chavales tienen pinta de gamberretes... En fin, que ha llegado el siglo XX al mundo de las tacitas, por decirlo así. Por si fuera poco, la mansión de Gossington Hall ha sido adquirida por una estrella de Hollywood, aunque de origen británico, la actriz marina Gregg junto a su marido, el productor americano Jason Rudd. Este aporte de glamour (no es difícil pensar que se trata de un trasunto de Elizabeth Taylor, que a su vez fue quien interpretó al personaje cuando la novela se llevó al cine) gusta más a los vecinos/as de St. Mary's Mead, claro, hasta que resulta que una de ellas, la señora Badcock, muere envenenada durante la recepción que los nuevos dueños ofrecen en la mansión. Aunque, según apuntan todos los indicios, el objetivo del asesino o asesina no era esta buena señora, sino la misma Marina Gregg...
El misterio está servido. Y la señorita Marple acabará por resolverlo desde su casita, informada por los cotilleos que les cuentan las visitas y su joven asistenta Cherry. Con sus habilidades deductivas y, sobre todo, con su conocimiento de la naturaleza humana, sorteará pistas falsas e increíbles casualidades 8ay, doña Agatha...) hasta dar con la terrible verdad, como no podía ser de otra manera. También, no debo olvidarlo, con la inestimable ayuda de Alfred Tennyson, cuyos versos sobrevuelan toda la novela:
"Voló la telaraña y flotó lejos
El espejo se rajó de parte a parte;
-La maldición ha caído sobre mí- exclamó
La dama de Shalott"
(Una vez más, no me puedo resistir a poner una de las magníficas cubiertas de la editorial Molino para los libros de esta autora)
Más novelas de doña Agatha reseñadas: aquí
Me resulta curioso que una editorial normalmente militante como Capitán Swing haya incorporado no sólo esa medallita (Best Seller internacional) sino también renunciado a su característica maquetación de portada para este libro. También, como no leí más que de soslayo la sinopsis pues mi interés surgió, creo, a raíz de algún comentario en Instagram, me sorprendió leer que no se trataba de una novela sino de una crónica personal de hechos que le sucedieron a la autora. Pero esto ya es un pequeño defecto propio, que peco de precipitación pues hay que cumplir semanalmente y ya, en caliente, acabado el libro, someterlo a un juicio inmediato, casi sin dejar que los rescoldos de su lectura se enfríen, no sea que me salga otra vez una pésima reseña.
Por completar los precedentes, esta es una primera obra de una autora que, parece desprenderse también de ciertos comentarios en contraportada e incluso de los agradecimientos, decidió publicar su experiencia con ciertas intenciones de reciclaje profesional y obtuvo un éxito comercial de alcance, que, sin llegar a desconcertarme, si me provoca cierta sorpresa, pues si bien puedo llegar a estar de acuerdo con cierta definición - "una historia de esperanza" - su lectura no ha llegado a transmitirme una intención directa de reivindicar una actitud vital concreta, más que la constatación de la adaptabilidad a las situaciones como recurso lógico de cualquier individuo o, vamos a ser algo reduccionistas, especie animal. Raynor y Moth, su esposo con el que lleva décadas de matrimonio, sufren un duro avatar del destino y un juez los desposee de su casa, que gestionan como residencia turística. De golpe se ven a sí mismos sin hogar, sin trabajo, anegados de deudas, con edades difíciles, pasada la cincuentena, y con una circunstancia adicional: Moth, el marido, resulta diagnosticado de un raro trastorno neurológico incurable que no solo le acarreará dolores que le incapacitan para una vida cotidiana normal sino una perspectiva de un escaso tiempo de vida. Deciden recorrer a pie los mil y pocos kilómetros de la costa de Cornualles con sendas mochilas a cuestas, dormitando en una tienda precaria donde encuentren lugar cada noche y subsistiendo de una exigua ayuda semanal que van retirando en los cajeros de las poblaciones que van recorriendo. Cuestión que me genera mi primera suspicacia, que espero que nadie me replique de forma furibunda: ¿tienen dos hijos en edades universitarias y ninguno de ellos hace nada por evitar que sus padres puedan llevar a cabo una aventura tan dura e incierta? En todo caso, es una crónica personal y nadie dice que todo haya de ser coherente y completamente ceñido a una lógica.
Porque entiendo que El sendero de la sal se interpreta en clave doblemente reivindicativa. O triplemente incluso. Lo implacable del sistema judicial ante las personas en situaciones de fragilidad, por un lado. Porque pasan de una existencia digna a la indigencia casi sin escalones intermedios. La persistencia del amor como elemento por encima de toda circunstancia, cuando la pareja decide mantenerse unida contra toda dificultad, incluso contra la advertencia médica de que ese peregrinaje por caminos costeros, por parajes inhóspitos y agrestes puede perjudicar la evolución de la enfermedad de Moth. Y el tercero, que lo siento pero ya desprende cierto tufillo, lo que se describe como "el poder regenerativo de la naturaleza", coartada esta que ya me despierta escepticismo pues ni esto es Walden ni cuenta que con el espíritu periodístico de Chatwin o Krakauer. La aventura es forzada y la pareja atraviesa sus vicisitudes en medio de precariedad, de condiciones difíciles, de situaciones al borde de la indignidad, no es que el texto refleje una queja constante pero sí un engañoso aire de buddy movie como si la población indigente o sin hogar tuviese un sentimiento colectivo de hermanamiento o, incluso, en un país asolado por el clasismo como el Reino Unido, todo el mundo estuviese dispuesto a ayudar a un par de personas mayores que trasiegan pesadas mochilas. Lo siento, esta parte no me la he creído, y en algún punto, pues lo más persistente del libro es su extensa y detallada descripción de los lugares y paisajes que ese sendero de mil kilómetros atraviesa, me ha parecido que esas excesivas trescientas páginas se escoran casi más hacia la guía de viajes o el folleto promocional que hacia el testimonio de la experiencia iniciática o casi catártica (qué superficiales somos por querer dormir a cubierto todas las noches) que el libro amaga, en su conjunto, en representar.
Este es el resumen resumido de la odisea que hubo de pasar la expedición del Endurance, liderada (a su manera, que toca desmitificar un poco) por Sir Ernest Shackleton y esto es lo que, a grandes rasgos, se narra en Sur.
Pero como suele ocurrir, esta es solo una parte de la historia. Y es que la Expedición Transantártica no fue, solo, "la expedición de Shackleton" ni Sur es solo la historia del Endurance. Porque fueron dos los barcos que se dirigieron al continente helado (aunque la Historia "Oficial" hable solo del Endurance en el que iba Sir Ernest), porque hay personajes, como Worsley o McNish, claves para entender el feliz desenlace de la aventura que no han sido debidamente reconocidos, porque Sir Ernest quizá no fue ese jefe tan "megamaravilloso" al que, por otro lado, sería injusto negar su mérito (pero de ahí a casi canonizar hay un trecho), etc.
De todo lo anterior se deriva una posible doble lectura del libro, en función de si el lector tiene o no conocimientos previos sobre las peripecias de Shackleton y compañía. ¡Al lío!
En el caso de que sea la primera vez que uno oiga hablar de la expedición, alucinará con el viaje. Una aventura que roza los límites de lo increíble, hombres en situaciones extremas en plena noche polar, drama, tragedia, la condición humana, recetas culinarias, etc condensadas en casi 600 páginas.
En cambio, para quien ya haya visto o leído algo sobre la expedición Sur puede ser otras cosas. La aventura no deja de ser brutal y posee todos los elementos que hacen de ella algo casi mítico, pero el lector más "experto" verá cómo ese "ejemplo de liderazgo" que pareció ser Shackleton igual no lo fue tanto y descubrirá otros nombres y otras historias con los que podrá sentirse más identificado.
Sobre el liderazgo de Shackleton, llaman la atención cuatro cosas:
En cuanto a otros nombres y otras historias, me refiero fundamentalmente a los diarios de uno de los miembros de la expedición del Aurora: Ernest Joyce. La aventura (con ecos de los últimos de días de Scott) de su grupo con los depósitos de víveres, con dos mil kilometros a cuestas, ventiscas, frío espantoso, etc y la oscura poética que esconden sus lacónicos diarios deberían figurar entre lo mejor de la exploración polar.
Releo lo anterior y parece que se trata de un ajuste de cuentas con Sir Ernest. Si lo es, lo es con el Shackleton "mito", lo que no significa que no reconozca los méritos y el valor de un texto verdaderamente recomendable para amantes de trágicas aventuras polares con final (no tan) feliz.
Título original: Hollywood
Traducción: Cecilia Ceriani
Año de publicación: 1989
Valoración: Está bien
No creo que me equivoque mucho si digo que casi todos hemos catado en alguna medida a Bukowski en nuestra juventud. Es que es irresistible, todo eso del realismo sucio, hablando sin tapujos de sexo, de alcohol, libros en los que se dice follar y que te jodan, tipos antisociales que se ríen de las convenciones. Una especie de versión cínica de Kerouac, un Borroughs en viaje de vuelta. Un cóctel apetecible para alguien ansioso de conocer el lado oscuro del vicio, el riesgo y las peleas. Muchos años más tarde echamos un vistazo a aquellas historias y, claro, impresionan bastante menos pero ¿pueden seguir resultando atrayentes?
Un director de cine encarga a Bukowski (o a su inevitable alter ego Chinaski) que escriba un guion. Tras algunas dudas consigue sacarlo adelante, y ahora toca hacer la película. Todo son dificultades con productores y actores, con la financiación y los caprichos de la industria, problemas que el guionista contempla a cierta distancia, más vinculado al proyecto por amistad que por auténtico interés (al margen del económico, claro). Las múltiples vicisitudes que se van sucediendo, algunas disparatadas pero con el aspecto de ser muy reales, constituyen el cuerpo del relato de principio a fin.
Bukowski siempre habla de Bukowski, con lo que la lectura de todos sus libros nos proporciona algo parecido a una biografía completa. Esta tendencia a contarnos sus excesos y aventuras puede resultar un poco cansina, y hasta poner en cuestión la creatividad del autor. Pero bueno, es innegable que con su personaje a cuestas consigue arrastrar a buen número de incondicionales que disfrutan de su aspereza y su sarcasmo. Todo esto lo encontramos, claro está, en Hollywood, que por lo demás me parece un texto algo monótono, una colección de anécdotas más o menos cómicas que desde el punto de vista narrativo no dan mucho más de sí.
Claro que Bukowski no es mal escritor, no solo tiene un estilo muy personal y domina perfectamente la acción (no por nada es su propio protagonista y puede estirar, adornar o reinventar su propia experiencia), sino que también sabe colocar elementos que realcen su relato. Aunque sea en una capa menos visible, podemos detectar la decadencia que marca la edad, y una especie de viaje involuntario, casual o no tanto, a lugares visitados en la juventud, un punto muy tenue que, sumergido en la ironía dominante, se diría que el autor no quiere que se llegue a apreciar. El peculiar papel del guionista asoma también entre las páginas, es quien ‘hace latir los corazones’ de sus personajes, quien les da ‘palabras para hablar’, les hace vivir o morir; pero
¿Y dónde estaba el escritor? ¿Quién fotografiaba alguna vez al escritor? ¿Quién aplaudía? Aunque menos mal ¡joder!, claro que menos mal: el escritor estaba donde debía estar: en algún rincón oscuro, observando.
Ya, se podría añadir, o más bien en el bar, o en ese mismo rincón oscuro trasegando un par de botellas de vino. Porque si nos parásemos a contar las botellas que se vacían en este relato (sobre todo vino, pero también whisky, vodka, lo que se tercie) nos podría salir un número cercano a ese gúgol que nos es tan familiar, no por nada la presencia del alcohol en los relatos de Bukowski, o sea, en su propio día a día, es de esas cosas que en principio hacen gracia, diríamos que despiertan simpatía, pero sobrepasada una frontera, empiezan a dar bastante grima. Quizá también porque, queriéndolo o no, todo tiene un ligero aire de autoparodia: al autor le gusta presentarse como el alcohólico irreductible que ha aprendido a integrar su vicio con cierta dignidad, y también como el sexagenario bien curtido al que nada asusta, el superviviente que se ríe del mundo y sus pequeñas miserias.
Naturalmente, hay en el fondo una corriente crítica con la industria del cine, el gobierno implacable del dinero y la ambición, los caprichos de las estrellas y la mezquindad de los productores, la falsedad escondida en fiestas aburridas donde cada uno busca su oportunidad. Y por ahí, ocultándose o saludando, anda Bukowski, que a fin de cuentas parece un buen hombre, buscando al camarero para que le ponga otra copa.
Más de Charles Bukowski reseñado en ULAD: aquí
Antes de nada, comentar que esta novela fue una de las que Stephen King sacó bajo el pseudónimo de Richard Bachman, quizá en un intento de alejarse de las novelas de terror que tanto éxito le han proporcionado.
¿Y qué nos propone aquí el archiconocido autor? Bueno, es cierto que no es este un “libro de miedo” en la línea de Misery o It, pero también es verdad que el bueno de King no hace mucho por ocultar su verdadera identidad: el mundo de la novela es un escenario agónico y moribundo donde no cabe sitio para la esperanza.
Nos alejamos de horrores sobrenaturales y nos ubicamos en un futuro distópico en el que la televisión (librevisión) se ha erigido como tótem de las falsas esperanzas y única vía de escape para el sucedáneo de vida que lleva la mayoría de la gente. Pero claro, no una televisión como la conocemos nosotros: una versión maligna, pervertida y morbosa que juega con la vida de los concursantes para regodeo de los pobres diablos televidentes; aunque visto así, la verdad es que sí que suena como la nuestra... en fin.
Ben Richards - interpretado por Arnold Schwarzenegger en una adaptación para el cine, probablemente el actor con el físico que peor podría encajar con el personaje - es un pobre hombre con una mujer obligada por las circunstancias a prostituirse y una pequeña niña enferma a la que no puede costear los fármacos; el clásico estereotipo de fracasado (en el “buen” sentido, una persona que jamás tuvo posibilidades) que nos remite a las obras más reconocibles de King. Apremiado por las circunstancias, y rozando un nihilismo ya bastante acusado, decide presentarse a uno de los concursos más salvajes pero también con más retribución de la librevisión: El fugitivo.
Este programa es una especie de Battle Royale un poco desnivelado: Todos contra uno. El concursante debe mantenerse el mayor tiempo posible con vida mientras toda la sociedad lo persigue. Cuanto más tiempo libre, más dinero para la familia - se da por hecho que ningún concursante puede sobrevivir -.
Pues bien, Ben, hastiado, cabreado con el mundo, conocedor de que no va a salir vivo de la prueba, decide dar el todo por el todo: comienza una aventura suicida que le lleva a batir los récords de duración del concurso y a un inesperado final (no tan inesperado, si tienes un poco de intuición) que dejará huella en la historia de la librevisión.
Una vez esbozado el argumento, creo que los temas a tratar están más que claros: la más evidente, el presunto alienamiento producido por la televisión y medios de comunicación (King no fue capaz de prever Internet, no le culpo), la lucha de clases, la conspiración, y la rebelión del antihéroe que busca justicia en un mundo donde no hay – no puede haber – lugar para ella. Nada nuevo bajo el sol, pero eso no significa que sea malo; es muy difícil ser original.
Es una novela rápida y corta, sin mayor trascendencia, interesante para aquellos que quieran ver a Stephen King fuera de su ámbito habitual – aunque como digo, no tan fuera como para no reconocerlo – e interesante, claro que sí. Pero no es ninguna maravilla. Solo se la puedo recomendar a aquellos fans del geniecillo malvado de Maine a los que no les importe salirse por un breve espacio de tiempo del género de terror, pero no muy lejos.
Todo lo de Stephen King reseñado en ULAD aquí.
Es curioso. Pese a ser Yasmina Khadra uno de los escritores árabes más leídos y traducidos (si no el que más), hasta ahora solo hemos reseñado una de sus novelas. Enmendamos en parte el "error", extensible por cierto a la literatura árabe, con la reseña de su última novela, esta Los virtuosos localizada en la Argelia natal del autor y ambientada entre los años 1914 y 1950, aproximadamente.
Protagonizada por Yacin, una suerte de Ulises de las arenas del desierto argelino sometido a pruebas que a veces entroncan con las del héroe homérico, Los virtuosos no puede tener un comienzo más prometedor: el citado Yacin, pastor más pobre que las ratas y más inocente que un recién nacido, es "convocado" por el caid, una especie de caudillo local, para que sustituya al hijo de este en el ejército francés que combatirá en la Primera Guerra Mundial. Promesas y amenazas mediante, al bueno de Yacin no le quedará más remedio que embarcarse en el horror.
Terminado el periplo europeo, Yacin regresa a su Argelia natal y la novela pasa de ser una novela de "formación" a ser más una novela de "aventuras" en la que sucesivos destierros y reencuentros, búsquedas y hallazgos, violencias y remansos de paz, nos harán acompañar a Yacin y a algunos de sus compañeros de armas en su particular odisea y nos acercarán a la historia argelina de la primera mitad del siglo XX.
Pese a ese prometedor punto de partida inicial, creo que a esa primera parte de la novela le cuesta despegar. En particular, las escenas bélicas me remiten a películas ya vistas, a libros ya leídos y a historias más y mejor contadas (me vienen a la cabeza testimonios directos como El miedo de Chevalier, Sin novedad en el frente de Remarque o películas como la inolvidable Senderos de gloria). Esto no significa que sea una mala primera parte de la novela, ojo. Su integración en el todo de la novela es más que correcta y cumple su función como introducción de personajes que luego serán fundamentales en el desarrollo de la novela y como presentación del personaje de Yacin.
A partir de ahí, creo que la novela crece. La historia trágica y, al mismo tiempo ridícula, de Yacin se convierte en la historia de sucesivas búsquedas, interiores o no, en una exploración por las contradicciones del ser humano en un contexto histórico y geográfico muy determinado pero bastante universal.
Así, Los virtuosos resulta ser un texto en el que ternura y crudeza se complementan, en el que el destino juega un papel clave y que, pese a cierta desproporción entre el peso de unas escenas y otras (por ejemplo, los más de 10 años de cárcel de Yacin se despachan en un puñado de páginas mientras otros períodos más breves y más de "transición" ocupan mucho más espacio) y algunas expresiones algo chirriantes (desconozco si venían ya de serie o son cosas de la traducción), acaba dejando un buen sabor de boca.
También de Yasmina Khadra en ULAD: El loco del bisturí
Como uno más entre los (muchos) espíritus libres que escriben en este blog, la elección de mis lecturas responde a los mecanismos más erráticos y azarosos, dándose la casualidad de que en los últimos tiempos he reseñado muchos libros de Sexto Piso y todavía más de Anagrama. No pondré a prueba la paciencia de los lectores asiduos con la repetición cansina de los motivos de mi enorme cariño por esta editorial, hasta el punto de perdonar su insistencia en publicar la insufrible entrega anual de la Nothomb (la equivalencia literaria del primo pesado que se presenta en todas las celebraciones familiares cuando nadie lo quiere a su lado). Pero sí que os haré partícipes de esta curiosa casualidad: los dos últimos libros han sido, la portada lo proclama con cierta discreción levemente condescendiente con los eternos subcampeones (por favor, no hagamos símiles futbolísticos), finalistas de sendos Premios Herralde.
Hasta aquí la analogía con mi anterior reseña con la que esta brillante novela tiene bien poco que ver. Y no voy a establecer comparaciones que solo pueden rezumar odio e injusticia. Mi patrón oro establecería que Estrella distante es el 10 absoluto - certera, breve, densa, mortífera - y (aquí la elección se hace más huidiza) Ordesa es el 0 ejemplar - ñoña, estúpida, repetitiva, irrelevante.
Y quizás el párrafo anterior tenga más de preámbulo de lo que parece, ya que esta El baile y el incendio es una novela de obvios regustos bolañescos, desde la elección de México (en este caso, la ciudad de Cuernavaca) como escenario hasta la estructura con cambios de narrador, la existencia de los amigos unidos desde la infancia, la evocación con discontinuidades temporales de los vínculos, quebradizos pero perseverantes, generados en la adolescencia y la juventud.
Natalia es una coreógrafa a la que le sale una oportunidad que le ha posibilitado su emparejamiento con Argoitia, pintor de cierta celebridad, mayor que ella: ha de organizar un baile en unos jardines públicos, Erre, amigo y anterior pareja, ha regresado a su ciudad natal tras una mala experiencia amorosa. Conejo, tercer elemento, sigue viviendo en la ciudad con el padre que ha sufrido una ceguera definitiva como prueba del deterioro que la edad avanzada acarrea. Su relación no es exactamente un triángulo. De hecho los tres protagonistas solo coinciden en escena de forma retrospectiva. El telón de fondo es una ciudad rodeada de bosques y campos que se queman, un remedo de pandemia donde el agua escasea, los conspiracionistas creen que la población está siendo envenenada o narcotizada por un nuevo metal, las cenizas flotan en el ambiente y se responsabiliza a esas situaciones de extraños episodios callejeros: la gente rompe a bailar y se comporta de modos extraños e inexplicables. Cada uno de los protagonistas, Natalia, Erre, Conejo, toman la voz en una de las partes del libro. El día de la presentación de la coreografía parece ser el punto en que finalmente han de confluir. En el camino, especialmente en las partes de Natalia y Erre (la de Conejo es para mí la parte más directa, más terrenal) evocarán, sobre todo Natalia, su iniciación sexual, y algunas de sus influencias culturales, circunstancia ésta que permite a Saldaña otro giro, al insertar anécdotas e historias que convierten esta novela en un muy estimulante ejercicio de estilo y solvencia narrativa.
Título original: Balles perdues
Año de publicación: 2015
Traducción: Gema Moraleda García
Valoración: entre recomendable y está bien
Supongo, espero, QUIERO PENSAR que no hará falta que explique quién es Walter Hill pero, aunque sólo sea por rellenar esta reseña en atención a una hipotética e improbable persona que no lo conozca (léase con tono desengañado) lo comentaré: Walter Hill es una leyenda viviente (de momento y por muchos años, ahora que nos ha dejado otro monstruo del cine de entretenimiento, Roger Corman) del cine norteamericano, sobre todo de acción, director de grandes títulos del género como The Driver, The Warriors, Southern Comfort, The Long Ryders, Límite 48 horas, Johnny el Guapo, Cruce de caminos, etc. y productor y/o guionista de otras películas incluso más míticas, como la saga Alien...
Ahora bien, ¿qué tiene que ver este cinesata de arraigada y celebrada carrera con el mundo del cómic o, para ser más exactos, con el de la Bande Dessinée? Pues bien, resulta que durante la promoción de la película Una bala en la cabeza, dirigida por él, pero basada en un cómic dell guionista francés Matz (Alexis Nolent), éste preguntó a Hill si, a su vez, no guardaría algún guión en el cajón del escritorio que pudiese ser trasladado a viñetas. El cineasta le respondió que un montón de ellos, entre otros el de este Balas perdidas, que había escrito 30 años antes. A resultas de esta colaboración, Matz se puso manos a la obra junto con el ilustrador Jef (Jean-François Martínez) y el resultado, al cabo de unos años, fue este cómic o novela -negra- gráfica que hoy reseñamos (luego repetirían la experiencia con Cuerpo y alma), toda toda una lección del noir más clásico aunque, sin duda, -aprtiendo de un guión de Walter Hill no podía ser de otra forma-, bastante escorado hacia el hardboiled.
Idioma original: español
Año de publicación: 2023
Valoración: recomendable
A riesgo de, a estas alturas, inventar la Re-member-seña voy a tener que entregarme a una algo futil digresión.
Hoy 13 de Mayo de 2024, la reseña se publica cuatro días después, he de devolver mi ejemplar de La reina del baile a la biblioteca barcelonesa donde lo tomé prestado. De hecho, hay otras cuatro peticiones del libro a continuación de la mía, así que entiendo que el libro está solicitado y por lo menos hay cuatro potenciales lectores, digamos, algo impacientes de que les llegue su turno. Ello implica que lo obtuve hace justo un mes, y que seguramente en cuanto me hice con el ejemplar - supongo que por algún comentario o alguna reseña que despertó mi curiosidad - no tardaría (la novela no alcanza las doscientas páginas) más de una semana en leerlo por lo que, mala costumbre que tengo de esperar a que llegue el día de publicar para afrontar su redacción, me lanzo a redactarla el día 12, y he de hacer un esfuerzo mental para recordar detalles memorables. De un libro que fue finalista del Premio Herralde.
Quiero decir: esta es una novela de estructura moderna, aunque ya algo convencional, Los capítulos dan saltos atrás en el tiempo y tienden a confluir: empezamos con un accidente de tráfico con nuestra protagonista y una adolescente en el vehículo. El juego de la casualidad trágica se pone en marcha y parece que toda la novela se enfoque en resolver cierto enigma: qué hacen esas dos personas juntas en ese vehículo, cuándo la evolución de la trama no las relaciona en absoluto. La protagonista se ha separado y ha viajado a casa de una amiga y anda por ahí un perro de curioso nombre (o curioso apellido) pero, cosas de las estructuras modernas aunque ya algo convencionales, no hay grandes sobresaltos argumentales al margen de esos hechos tan de hoy en día, los emparejamientos, las separaciones, los devaneos existenciales, cierta angustia generacional de ese rango de edades entre boomer y millenial. Todo simplemente OK, aunque la contratapa disponga de elogios más que encendidos de escritores de cierto perfil. La alternancia de capítulos y los diferentes tempos otorgan cierto aire de suspense. Aunque sabemos que el accidente no ha tenido efectos devastadores, el tiempo está congelado mientras se presenta la ayuda, las liberan del vehículo, la internan en la ambulancia y acuden al hospital. En la otra trama, todo es más dilatado, existe la relación, la ruptura, esa especie de huida sin rumbo, quizás demasiado estructurado para que todo quede así, abierto, estimulante, impecable desde el punto de vista narrativo.
Y otra vez, la duda. Por suerte (recuerdo muy vagamente Crash, una película algo enfermiza, creo recordar, de David Cronenberg, en que gente que había sufrido accidentes de tráfico se relacionaba de forma algo turbia) esta no es una novela que se recree en las casualidades que se esconden tras cierto tipo de tragedias. Más que morbosa, diría que es una novela dinámica y más bien esperanzada, o no del todo desesperanzada. Pero me preocupa eso, que en tres semanas su rastro se desvanezca hasta al punto de no retener una escena, una imagen, un párrafo.
Dos metáforas constituyen el capítulo inicial y final de esta mastodóntica obra de poco más de 1000 páginas con la que el profesor alemán Karl Schlögel dibuja un panóptico del Moscú y la Unión Soviética en el tristemente célebre año de 1937. No son decisiones casuales, obviamente.
La primera, la elección de un análisis de El maestro y Margarita de Bulgakov (nota mental nº1: tengo que releerla y reseñarla) como apertura de la obra, resulta de la estructura que posteriormente adoptará Terror y utopía, de ese vuelo con el que Bulgakov y Schlögel tratan de aprehender la totalidad de la vida moscovita pasados veinte años del triunfo de la Revolución. Pero no solo eso porque, al igual que ocurre en la novela, en Terror y utopía lo insólito ya no es extraordinario.
La segunda, la elección del gigantesco Palacio de los Soviets de Boris Iofán que debía construirse sobre los restos de la demolida Catedral del Cristo Redentor y que finalmente resultó inacabado (en parte por la invasión alemana), sirve como perfecta metáfora del destino de la URSS.
Entre medias, como ya digo, treinta y ocho capítulos que recorren casi todos los ámbitos de la vida de un año que ha pasado a la Historia por los Procesos de Moscú, pero que encierra aspectos que quizá han quedado olvidados o infravalorados a la luz de las terribles purgas y matanzas que asolaron al país en esos años (y anteriores y posteriores, ojo) y de las que los 3 Procesos de Moscú son solo un porcentaje ínfimo. Porque Moscú en 1937 no se agota en lo político.
Habla así Schlögel de un país y un momento histórico que quizá hayan sido simplificados en años posteriores, pero que esconden una complejidad que hace de Moscú y de 1937 un lugar y un tiempo tan terrible como fascinante, al menos para mí. De esta forma, conocemos un país que constituye un inmenso laboratorio social, que se encuentra inmerso en una serie de cambios demográficos debidos a la colectivización forzosa y a la industrialización, que resulta una sociedad de arenas movedizas que un Partido debilitado por purgas y nepotismos parece incapaz de controlar, pero también un país que juega con la modernidad en lo artístico / cultural, que avanza como pocos lugares lo habrán hecho en tan breve espacio de tiempo.
Moscú en 1937 es un lugar y un tiempo de síntesis y de homogeneización pero también de crisis, de permanente estado de excepción, con un poder debilitado en sus cimientos, con un orden social en equilibrio precario, etc. Cambios y coyunturas que provocan ese nuevo orden social del que el Censo de 1937 (de cara a las elecciones de diciembre) se hace eco, del que el Plan General de Reconstrucción de Moscú (1935) es reflejo, y que supone un cambio de paradigma en todos los ámbitos: económico, cultural, artístico, laboral, político, o incluso físico, etc. Nada escapa a este nuevo país que se construye, a esta nueva identidad que desde las altas instancias se intenta crear, y para ello sirven el arte, los nuevos medios de masas, la propaganda, los desfiles los descubrimientos geográficos, etc y, sobre todo, la violencia política. Porque nada mejor que un enemigo más o menos imaginario contra el que "unir fuerzas".
Todo esto es lo que muestra Schlögel en este monumental Terror y utopía. Para ello se sirve de archivos y publicaciones de la época, de actas, de estudios posteriores, de testimonios de extranjeros (destacan los de Lion Feuchtwanger y el embajador estadounidense Joseph Davies) o de nacionales como Yelena Bulgakova.
Si con algo me tuviera que quedar de Terror y utopía, además de con el mérito del autor en hacer que una lectura de unas 1000 páginas (y de un tema tan denso) sea relativamente amena, es con esa visión global que va más allá de reduccionismos y que hace que el libro funcione tanto como ensayo sociopolítico, reportaje cultural o novela de terror (considerando "la parte de los crímenes" de 2666 como novela de terror). Moscú en 1937 es, al mismo tiempo, laboratorio social, campo de reclutamiento y vanguardia de corrientes artísticas y culturales, pero casi nada de esto es algo aislado. Moscú en 1937 no se agota en lo político pero lo político "infecta" casi todos los campos.
En el lado menos positivo, tengo la impresión de que Schlögel deja fuera el culto a la personalidad de Stalin. Se cita, aparece por ahí, pero quisiera saber cómo se forja, cuáles son los mecanismos que llevan a un pueblo a una ceguera tal que permita atrocidades semejantes es algo que merecería más espacio en el texto. Digo yo.
En cualquier caso, creo que Terror y utopía es un texto imprescindible para cualquier interesado en la materia, un hilo del que tirar hacia otras lecturas que profundicen o completen (Bulgakov, Platonov, Robert Conquest, Feuchtwanger, Bujarin, Ordzhonikidze, cine o arquitectura soviético, la construcción del canal Volga-Moscova, literatura concentracionaria, etc) lo ya apuntado en el texto. Tarea hay por delante.
Año de publicación: 1994
Valoración: está bien
Un escritor uruguayo no demasiado exitoso recibe el encargo, por parte de sus editores, de localizar en una ciudad del interior del país a quien haya escrito una novela magnífica que han recibido y con quien no pueden ponerse en contacto. El improvisado detective se desplaza a esa desabrida localidad, a la que llama penurias, y, durante los días de su estancia allí, lleva a cabo unas pesquisas más o menos exitosas -me callo si finalmente tiene éxito en la misión encomendada o no-, conoce a una serie de personajes más o menos pintorescos y tiene algunos encuentros, más o menos eróticos. con mujeres...
Novelette ésta (perfectamente la podría haber etiquetado como "zoom" de tan corta que es) que bebe, como es obvio, de la clásica novela negra norteamericana -de hecho, en el libro encontramos más de una referencia a Raymond Chandler-, sólo que con un tono paródico e incluso bufo, lo que, digámoslo claramente, es lo que salva la historia, que, por lo demás, tampoco tiene mucha chicha, más allá de algunas reflexiones del protagonista y de la ambientación en un escenario un tanto laberíntico y onírico -los propios sueños del escritor-sabueso tienen también bastante presencia en la novela, por cierto-; tengo entendido, sin haberla leído, que esta ambientación está relacionada con la de La ciudad, del mismo autor. Aunque, de hecho, a mí tanto la localidad de Penurias como la repetición de ciertas rutinas diarias del tipo me han recordado algo la película Atrapado en el tiempo... influencia que bien podría haber existido en su redacción, de no ser el estreno de este filme justamente contemporáneo de la publicación del libro. Lo mismo me ocurre con la prosa de César Aira, cuyo estilo me ha recordado esta novelita de Levrero. Pero, probablemente (quien sepa más del tema, que se manifieste, si quiere), la influencia, de existir, sea en sentido contrario, puesto que la mayor parte de la muy extensa obra del argentino se ha publicado después de este librito.
En cualquier caso, estamos ante una novela cortita y divertida -en algún momento, incluso hilarante-, aun sin demasiada sustancia y que, con seguridad, no se encuentra entre las obras más señeras de este escritor uruguayo. Se lee en un plis-plas, eso sí, luego está bien para pasar el rato y hasta ahí.
Otros libros de Mario Levrero reseñados en este blog: Trilogía involuntaria, La banda del ciempiés