Título original: Moi, assasssin
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable
Otra cosa tal vez no, pero desde luego este libro deja bien a las claras desde su título y aún más desde su magistral primera página, de qué trata: pues de las andanzas de un asesino, claro, contadas por él mismo. No un asesino a sueldo ni un terrorista obediente a su Causa, ni un homicida "pasional" (¿os acordáis de aquel "romántico" eufemismo, en boga hasta hace no demasiado tiempo?): hablamos de un asesino psicópata, frío y sin motivos aparentes. Pero nada del típico asesino en serie que destripa a sus víctimas o deja una firma reconocible para que le trinque la policía, más pronto que tarde; nuestro asesino es "en exclusiva", como dice él, mata por puro placer y para satisfacer una inquietud estética. Es más, se toma cada uno de los asesinatos como una obra de arte diferente, como una performance con la que trasmitir un mensaje conceptual, aunque sea poco discernible y aun permanezca oculto para la mayoría de la gente. Porque el asesino protagonista, Enrique Rodríguez, es además profesor de Historia del Arte de la Universidad del País Vasco y ha desarrollado toda una tesis sobre el "arte del sufrimiento" en la que se basa su exitosa carrera académica.
Y aquí debo hacer una aclaración: aunque como lector soy bastante aficionado a la novela negra o policiaca, no es que yo tenga un especial interés en este tipo de personajes, asesinos psicópatas, de los que, por otra parte, en los últimos tiempos hemos sufrido una saturación en películas, series, novelas y hasta ensayos sesudos. Mi interés por esta novela gráfica /cómic -o lo que se diga- viene en gran parte motivada porque la ciudad en la que se desarrolla gran parte de la historia ha sido -y aún es en buena medida- también mi ciudad. Y es más, yo estudié en la Facultad universitaria donde da clase el asesino de la historia, hasta que fui injustamente expuls... bueno, ejem, dejémoslo. Digamos que es mi alma máter y conozco perfectamente sus pasillos y departamentos, que salen aquí plasmados. Lo que no conocí entonces, lo puedo jurar, es a ningún profesor asesino, aunque sí a más de uno al que me hubiera gustado... en fin, corramos otro estúpido velo... Bueno, para acabar el "momento Cuéntame" de hoy, explicaré que, para más regocijo, resulta que el guionista de este cómic/novela gráfica, Antonio Altarriba, también es profesor en esa misma Facultad (no de Historia del Arte, por suerte); imaginemos jocosos comentarios y el desinhibido ambiente que puede haber generado allí la publicación de este libro... Quizás previendo ciertas suspicacias -y también como una broma privada, al parecer- el dibujante Keko creó al asesino como un retrato exacto del guionista Altarriba. Lo que, por otro lado, ha resultado ser un acierto: resulta perfecto como plasmación del asesino Enrique Rodríguez, inconcebible con otro aspecto antes incluso de acabar de leer el libro.
Ya puestos, hay que hacer una especial mención al magnífico trabajo gráfico de Keko: no se trata sólo de ese estupendo dibujo en blanco y negro (y los toques de rojo, allí donde se requiere este color... adivinad dónde), minucioso para la ambientación (disfrutarán en especial quienes conozcan la ciudad de Vitoria, pero también aparecen otros escenarios: Madrid, París, Valladolid, Salamanca...) y expresionista al hora de tratar los personajes. No soy un aficionado exhaustivo de las novelas gráficas o cómics, pero su trazo me ha recordado a clásicos maestros del claroscuro como Will Eisner, Alex Toth y, sobre todo, el Frank Miller de Sin City. O el Taxista de Martí, aparecido en la legendaria revista El Víbora. Sin olvidar que, aparte del tenebrista pero adecuado uso de luces y sombras, destaca la sabia planificación y montaje de las escenas... algunas de ellas especialmente delicadas, puesto que narran asesinatos truculentos, pero que este dibujante resuelve de forma magistral.
Al estar contada desde el punto de vista del asesino, éste nos va ilustrando a lo largo de toda la historia de las razones que justifican sus actos criminales. Al tratarse de un inteligente profesor universitario, el discurso está bien cimentado, aparte de que aparecen continuas referencias, tanto visuales como literarias, a la relación entre la violencia y el arte, comenzando por el célebre libro de Thomas de Quincey El asesinato como una de las Bellas Artes (no aparece, sin embargo cierta referencia de la cultura popular actual que, no por obvia, me parece menos pertinente: la del inefable personaje Hannibal Lecter. Aunque no me refiero al dr. Lecter sujeto con el bozal o que se dedicaba a comerse el hígado de sus víctimas, sino al que, después de mostrar en una conferencia como fue el horcamiento de los Pazzi, en el siglo XV, reproduce el acto con su siguiente víctima); es más, el profesor Rodríguez no sólo considera como artísticas sus acciones, sino al asesinato gratuito como un actos verdaderamente revolucionario, a diferencia de los que matan amparándose o al servicio de una ideología -y aquí la inserción de un atentado de ETA no es mero recurso de la ambientación- o por servir a intereses espúreos, por interés personal. Nuestro asesino mata "por amor al arte" -son sus palabras- e incluso como una reivindicación de su individualidad y de sus instintos reprimidos por la sociedad y el Estado, que aceptan y fomentan ciertas formas de violencia mientras persiguen otras que escapan a su control. Incluso lo que parece insinuarnos esta historia es que el riesgo quizás no esté tanto en considerar el asesinato como un tipo de arte, sino que puede estar en considerar el arte -según qué arte, de quién y por quién- como un tipo de crimen.
Claro, que también todo este discurso puede verse como una elaboración intelectual del personaje, destinada a justificar -ante sí mismo, sobre todo- el sucumbir sin resistencia ante sus impulsos criminales. Y eso que el asesino de la historia, no es sólo una fría máquina de matar -y éste es uno de los aciertos del guión de Altarriba-, sino un tipo con sus problemas laborales, sentimentales y existenciales (casi se diría que está en plena crisis de la mediana edad). Incluso llega a parecernos una víctima él también, en este caso de las consabidas intrigas entre colegas universitarios y académicos... La empatía que él no parece sentir por los demás, acabamos sintiéndola los lectores por este asesino, que acaba por hacerse entrañable, de tan magistralmente que lo han construido los dos autores de este libro.
Nota aclaratoria: El título original está en francés porque esta novela gráfica se editó primero en Francia, aunque supongo que el idioma en el que se escribió fue el castellano. Digo supongo porque resulta que A. Altarriba es catedrático de literatura francesa, así que entra dentro de lo posible que escribiera el guión directamente en este otro idioma. Je ne sais pas.
Otros libros de Antonio Altarriba en Un libro al día: El arte de volar
Y aquí debo hacer una aclaración: aunque como lector soy bastante aficionado a la novela negra o policiaca, no es que yo tenga un especial interés en este tipo de personajes, asesinos psicópatas, de los que, por otra parte, en los últimos tiempos hemos sufrido una saturación en películas, series, novelas y hasta ensayos sesudos. Mi interés por esta novela gráfica /cómic -o lo que se diga- viene en gran parte motivada porque la ciudad en la que se desarrolla gran parte de la historia ha sido -y aún es en buena medida- también mi ciudad. Y es más, yo estudié en la Facultad universitaria donde da clase el asesino de la historia, hasta que fui injustamente expuls... bueno, ejem, dejémoslo. Digamos que es mi alma máter y conozco perfectamente sus pasillos y departamentos, que salen aquí plasmados. Lo que no conocí entonces, lo puedo jurar, es a ningún profesor asesino, aunque sí a más de uno al que me hubiera gustado... en fin, corramos otro estúpido velo... Bueno, para acabar el "momento Cuéntame" de hoy, explicaré que, para más regocijo, resulta que el guionista de este cómic/novela gráfica, Antonio Altarriba, también es profesor en esa misma Facultad (no de Historia del Arte, por suerte); imaginemos jocosos comentarios y el desinhibido ambiente que puede haber generado allí la publicación de este libro... Quizás previendo ciertas suspicacias -y también como una broma privada, al parecer- el dibujante Keko creó al asesino como un retrato exacto del guionista Altarriba. Lo que, por otro lado, ha resultado ser un acierto: resulta perfecto como plasmación del asesino Enrique Rodríguez, inconcebible con otro aspecto antes incluso de acabar de leer el libro.
Ya puestos, hay que hacer una especial mención al magnífico trabajo gráfico de Keko: no se trata sólo de ese estupendo dibujo en blanco y negro (y los toques de rojo, allí donde se requiere este color... adivinad dónde), minucioso para la ambientación (disfrutarán en especial quienes conozcan la ciudad de Vitoria, pero también aparecen otros escenarios: Madrid, París, Valladolid, Salamanca...) y expresionista al hora de tratar los personajes. No soy un aficionado exhaustivo de las novelas gráficas o cómics, pero su trazo me ha recordado a clásicos maestros del claroscuro como Will Eisner, Alex Toth y, sobre todo, el Frank Miller de Sin City. O el Taxista de Martí, aparecido en la legendaria revista El Víbora. Sin olvidar que, aparte del tenebrista pero adecuado uso de luces y sombras, destaca la sabia planificación y montaje de las escenas... algunas de ellas especialmente delicadas, puesto que narran asesinatos truculentos, pero que este dibujante resuelve de forma magistral.
Al estar contada desde el punto de vista del asesino, éste nos va ilustrando a lo largo de toda la historia de las razones que justifican sus actos criminales. Al tratarse de un inteligente profesor universitario, el discurso está bien cimentado, aparte de que aparecen continuas referencias, tanto visuales como literarias, a la relación entre la violencia y el arte, comenzando por el célebre libro de Thomas de Quincey El asesinato como una de las Bellas Artes (no aparece, sin embargo cierta referencia de la cultura popular actual que, no por obvia, me parece menos pertinente: la del inefable personaje Hannibal Lecter. Aunque no me refiero al dr. Lecter sujeto con el bozal o que se dedicaba a comerse el hígado de sus víctimas, sino al que, después de mostrar en una conferencia como fue el horcamiento de los Pazzi, en el siglo XV, reproduce el acto con su siguiente víctima); es más, el profesor Rodríguez no sólo considera como artísticas sus acciones, sino al asesinato gratuito como un actos verdaderamente revolucionario, a diferencia de los que matan amparándose o al servicio de una ideología -y aquí la inserción de un atentado de ETA no es mero recurso de la ambientación- o por servir a intereses espúreos, por interés personal. Nuestro asesino mata "por amor al arte" -son sus palabras- e incluso como una reivindicación de su individualidad y de sus instintos reprimidos por la sociedad y el Estado, que aceptan y fomentan ciertas formas de violencia mientras persiguen otras que escapan a su control. Incluso lo que parece insinuarnos esta historia es que el riesgo quizás no esté tanto en considerar el asesinato como un tipo de arte, sino que puede estar en considerar el arte -según qué arte, de quién y por quién- como un tipo de crimen.
Claro, que también todo este discurso puede verse como una elaboración intelectual del personaje, destinada a justificar -ante sí mismo, sobre todo- el sucumbir sin resistencia ante sus impulsos criminales. Y eso que el asesino de la historia, no es sólo una fría máquina de matar -y éste es uno de los aciertos del guión de Altarriba-, sino un tipo con sus problemas laborales, sentimentales y existenciales (casi se diría que está en plena crisis de la mediana edad). Incluso llega a parecernos una víctima él también, en este caso de las consabidas intrigas entre colegas universitarios y académicos... La empatía que él no parece sentir por los demás, acabamos sintiéndola los lectores por este asesino, que acaba por hacerse entrañable, de tan magistralmente que lo han construido los dos autores de este libro.
Nota aclaratoria: El título original está en francés porque esta novela gráfica se editó primero en Francia, aunque supongo que el idioma en el que se escribió fue el castellano. Digo supongo porque resulta que A. Altarriba es catedrático de literatura francesa, así que entra dentro de lo posible que escribiera el guión directamente en este otro idioma. Je ne sais pas.
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