Título original: গোরা (Gora)
Año de publicación: 1910
Valoración: Se deja leer
Rabindranath Tagore estuvo más o menos de moda allá por los años 70 del siglo pasado, mucho después de haber ganado el Nobel de literatura (1913). La fama le llegó por dos vías distintas, en apariencia muy alejadas pero con puntos en común: el movimiento hippie y ciertos ámbitos católicos progres, o al menos renovadores. El rollo de las filosofías orientales, cuajado de metáforas y apelando a lo inmaterial tenía tirón para aquellas dos tendencias. En ese orden de cosas tenía yo la opción de La escuela del papagayo, que va precisamente de eso, enseñanzas profundas sobre nuestro yo, la trascendencia, y cómo el hombre se relaciona con la naturaleza, ese tipo de cosas. Pero me sonaba demasiado a Coelho (alumno aventajado (?), cien años más tarde) y mi estómago no lo permitió. Me decidí entonces por Gora, que lucía sus robustas 500 páginas justo al lado en la estantería, algo más convencional y digerible.
Gora es una novela que, a pesar de su volumen, tiene más bien poco desarrollo. Tenemos a dos jóvenes amigos, casi hermanos, Gora y Binoy, que pasan el tiempo en discusiones de gran calado en torno a la sociedad india, dos cerebritos de familia brahmán muy implicados en la cosa de las tradiciones y la ortodoxia religiosa. Por un encuentro fortuito entran en contacto con la familia, ideológicamente opuesta, de Paresh Babu, en la que hay varias chicas y, bueno, la controversia cultural se mezclará enseguida con los asuntos del corazón. En sus vidas irrumpirán sentimientos hasta entonces ignorados, y los problemas se multiplicarán en razón a las diferencias religiosas. Esa es un poco la clave y requiere una pequeña explicación.
Todavía bajo la dominación inglesa –que por cierto nadie parece poner en cuestión- la sociedad india se divide entre los ortodoxos (defensores de las tradiciones a ultranza, ritos y divinidades, estricta separación en castas) y el Brahmo Samaj, una especie de partido-religión monoteísta y, para entendernos, de cierto matiz modernizador o liberalizador de las costumbres. Gora y su amigo están en el primer grupo, Paresh y sus hijas en el segundo. La verdad es que el planteamiento recuerda inmediatamente a la actual sociedad musulmana, donde la rigidez del integrismo convive malamente con posiciones más flexibles. Pero hay que precisar que ambos bandos son en el caso indio igualmente irreductibles y en cierta medida impermeables.
Precisamente lo que plantea la novela son las posibles grietas en esos dos bloques, es decir, cómo empiezan a ponerse en cuestión los dogmas a partir de las relaciones personales entre individuos de ambos lados. La cuestión tampoco se presenta exactamente en una perspectiva sentimentaloide del amor rompiendo barreras en modo montesco-capuleto, sino en un plano más intelectual y religioso que remite a la propia evolución de Tagore, que pasó de militar en el Brahmo Samaj a adoptar posiciones más próximas a la ortodoxia. La tolerancia asoma en las dos partes sobre todo a través de los miembros más veteranos, Paresh de una parte, y la madre de los chicos de otra. Los mayores reúnen sabiduría y sosiego, como mandan los cánones orientales, y son capaces de transigir con las diferencias que otros se empeñan en establecer como insalvables. A su vez, los protagonistas más jóvenes, mediatizados por las emociones personales, terminan por asumir que sus esquemas culturales necesitan alguna dosis de flexibilidad. La entereza intelectual de los personajes, en especial Binoy, empieza a ponerse en cuestión, y su ánimo flaquea al encontrarse de cara con la realidad, bien en las relaciones interpersonales o desde el punto de vista social.
Es en mi opinión el valor más interesante del libro, la capacidad para dibujar con trazo muy fino estos personajes dubitativos, con la personalidad aún no terminada de formarse y las certezas adolescentes en peligro de derrumbe. Tagore tiene una gran capacidad para empatizar con todos sus personajes, incluso con los menos agradables, y entender (y mostrar al lector) la posición de aquellos en cada diálogo, en cada gesto o saludo. Son sujetos complejos, su entorno difiere mucho del grupo familiar clásico occidental, y todo ello se enreda con los prejuicios ideológicos y las diferencias sociales, pero la buena mano del autor hace más fácil comprender sus puntos de vista.
Por el contrario, la narración carga con un lastre importante: la cuestión cultural y religiosa centra absolutamente todo el argumento y está presente en la totalidad del relato, desde el principio hasta el final. Todo gira en torno a esta cuestión, lo cual genera numerosos y extensos diálogos dando una y mil vueltas a lo mismo. Y si al principio resulta interesante, transcurrida la mitad del libro –quizá menos- el lector es consciente de que no le espera mucha más novedad y, claro, el asunto se pone un poco cansino. Solo el sorprendente giro final consigue sacudirnos un tanto, aunque tiene poco recorrido y en mi opinión no se le saca el partido que hubiera sido posible.
Puede que para alguien sumamente implicado en el tema (alguien del lugar y de la época, el propio autor desde luego) resulte muy interesante, incluso hasta decisiva, tan larga dialéctica sobre el particular. Pero si valoramos el texto como lo que es, una novela, por muy de tesis que se quiera, la verdad es que resulta bastante reiterativa y al final, pues eso, lo que cualquiera pudiera temerse: un poco o bastante aburrida.
Y bueno, amigos, esto es lo que han dado de sí los últimos diez años de reseñas en Un libro al día.
Y bueno, amigos, esto es lo que han dado de sí los últimos diez años de reseñas en Un libro al día.
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