Título original: Grădina de sticlă
Traducción: Marian Ochoa de Eribe
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
Dice Héctor Torres en "¿Cómo se les llama a los que nacen en Chivacoa?" que A Caracas no se la habita, se la padece. Y parece que no puede ser de otra forma en una ciudad estrepitosa y salvaje que tiene el dudoso honor de figurar siempre en los primeros puestos de los rankings de ciudades más violentas del mundo, en una ciudad en la que la violencia, la arbitrariedad y el abuso están absolutamente normalizados e institucionalizados, en una ciudad en la que conviven la inquietud, el hastío y el miedo perpetuo con una permanente "huida hacia adelante" y en la que la vida se ha convertido en una ruleta rusa (o, tal vez, venezolana)
Todos estos temas aparecen en los 30 textos, a medio camino entre la crónica y el relato, que componen "Caracas muerde". Crónica y relato entrelazados en los que es fundamental el papel del narrador omnisciente que nos pone en situación, que aporta una serie de datos reales (cifras, estadísticas, noticias...) que dan pie o se entretejen con la ficción para conformar unos textos que hablan de la relación violencia - poder - Poder, de la paranoia y la esperanza, del miedo y la rabia, de vidas anónimas afectadas, de una u otra manera, por esa angustia cotidiana.
Si tuviera que decantarme por una como principal virtud del libro, diría que esta es la forma en la que el autor lo enfoca. Creo que la estructuración en breves "cronicarrelatos" y la individualización de los efectos de la violencia funcionan a la perfección y dotan al texto de una fuerza mayor de la que tendría si se hubiese optado por algo más "genérico". No sé, parece que impresiona más cuando se pone rostro a la desgracia que cuando de habla de miles de muerto en un terremoto en Irán, ¿no?
Pero "Caracas muerde" tiene otras virtudes. Los textos poseen lo que podríamos llamar una potente voluntad literaria. En ellos se observan diferentes estilos, influencias y mecanismos para acercarnos a la realidad: el tono periodístico, el relato casi borgiano, lo cinematográfico, lo tragicómico, lo crítico, etc. En fin, pese a que el libro es "monotemático", el punto de vista varía a lo largo del texto y el autor sale airoso de las incursiones que realiza por diversos territorios, en buena medida gracias al ritmo que imprime.
Vinculado a lo anterior está los diferentes registros que maneja en autor, en los que se combinan el lenguaje "de calle" (con sus venezonalismos, claro, pero sin que la lectura resulte especialmente complicada para el lector ajeno a ellos), aunque no por ello exento de licencias literarias entre las que cabe destaca la metáfora, el aforismo, etc.
Todo lo anterior confiere a "Caracas muerde" su carácter híbrido (en varios sentido) y hace de él un texto mucho más complejo y arriesgado en lo formal de lo que inicialmente podría sugerir. Y si a esto le añadimos la crudeza de las historias narradas, nos queda un libro muy pero que muy recomendable, desde luego.
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Dicho esto, transcribimos a continuación un pequeño cuestionario al que Héctor Torres ha tenido la enorme amabilidad de contestar y de hacerlo así. ¡Disfrutad!:
Año de publicación: 2021
Valoración: muy recomendable
Al feliz auge que está viviendo en este siglo XXI la literatura escrita por narradoras hispanoamericanas se han sumado con compresible interés algunas editoriales de este lado del Atlántico (de los dos, en algún caso), tanto pertenecientes a grandes grupos como de las llamadas independientes (maś o menos, también en algún caso): Anagrama, Sexto Piso, Candaya... o, como ocurre con este último volumen de relatos de Mariana Fernanda Ampuero, Páginas de espuma, que ya publicó su anterior y celebrada Pelea de gallos.
Para quien haya leído este otro libro, decir que tanto el estilo como los asuntos tratados en los cuentos reunidos en Sacrificios humanos son similares: la violencia, efectiva o latente, sufrida por las mujeres; la marginación y el desprecio hacia los diferentes, los desfavorecidos por la Fortuna o los caprichos de la genética; el inierno sórdido que puede ocultarse tras la fachada de la institución familiar; la crueldad que una sociedad desalmada reserva para los más débiles... y, sobre todo, el miedo, el miedo que recorre todos los relatos de este volumen, adoptando una u otra de sus múltiples y cambiantes formas. Porque la mayoría de los cuentos se pueden encuadrar en ese género híbrido, y por ello tan fecundo, entre el costumbrismo y lo fantástico -léase terrorífico- que cultivan con similar excelencia otras escritoras latinoamericanas actuales ("gótico ecuatoriano", en este caso, ya que no me atrevo a calificarlo de "andino", puesto que Ampuero es de Guayaquil, en la costa).
Al igual que en la recopilación anterior, estos relatos están escritos con un estilo contundente, incluso impúdico y violento, si se quiere... la diferencia es que si en Pelea de gallos algunos cuentos, aun siendo notables, se "pasaban un poco de frenada", por decirlo así, y se hubieran beneficiado de un poco de contención a partir de algún momento, en los de este libro, siendo tanto o más vehementes y hasta tremendistas, no sobra ni falta nada. Si alguno no me ha parecido redondo del todo, se debe a algún quiebro de la historia, una dirección narrativa que no ha acabado de convencerme o a que la alegoría que expresaban era demasiado evidente. Pero la adecuación entre forma y fondo es siempre perfecta. Por otro lado, excepto un par de relatos -destaca Sacrificios, escrito en forma de diálogo que mantienen un matrimonio atrapado en el laberíntico parking de un centro comercial-, están todos escritos en primera persona, lo que acentúa la empatía, o incluso identificación que sentimos con las protagonistas. Y pongo "las" porque , también excepto en un par de ellos, Sanquijuelas y Freaks -dos de los mejores, por otra parte-, las protagonistas-narradoras son féminas: inmigrantes desamparadas -Biografía-, niñas o adolescentes -Creyentes, Silba, Elegidos-, sufridas criadas -Pietá-, esposas violadas, maltratadas -Edoth, Lorena-, siempre víctimas o testigos de la violencia que se ejerce contra ellas y sus congéneres , y que es, junto con el miedo, el principal vector que actçua sobre estos relatos. aunque también he de decir que, en mi opinión, el mensaje de este transfondo llega con más efectividad cuando lo hace de forma más sutil. Lo mismo ocurre con el transfondo de conflicto social que también aparece en alguno de los cuentos.
En cualquier caso, quiero dejar claro que todos los relatos de Sacrificios humanos muestran un magnífico nivel literario y una gran madurez como narradora de su autora; si a alguno de ellos le pongo alguna que otra pega, es tan sólo por comparación con la media docena o más -¡de doce!- que resultan excelentes, de una calidad, frescura y autenticidad fuera de dudas. Menos mal que los relatos son cortos y el libro, por tanto, finito, porque tal derroche de talento y buen oficio resulta incluso apabullante.
También de Maria Fernanda Ampuero en Un Libro Al Día: Pelea de gallos
Título original: On boxing
Traducción: José Arconada
Año de publicación: 1987
Valoración: Muy interesante
Si digo que mi primer Murakami fue De qué hablo cuando hablo de correr (o sea, nada de novela), y que mi primer –y único- Octavio Paz no fue un poemario sino un ensayo sobre arte (Apariencia desnuda), sorprenderá menos que mi primer Oates haya sido un libro sobre boxeo. Por lo visto, Joyce Carol Oates, con una buena lista de títulos reseñados en este blog (ver abajo), heredó de su padre la afición por el boxeo, algo bastante infrecuente en una chica, y parece que la ha mantenido incluso más allá de la publicación de este libro (1987) porque, por lo que he visto, hay alusiones a este deporte en algunas de sus muchas novelas.
Siempre que se habla del boxeo (algo a lo que he llamado deporte, pero entiendo que haya quien no trague con ello) surgen posiciones más o menos airadas, calificándolo de brutalidad, salvajada, apología del machismo, y cosas así. Creo que hoy en día hay realmente muy pocos aficionados, la mayoría entusiastas, eso sí, pero es algo que, salvo en círculos muy reducidos, parece llamado a la irrelevancia social si no a su extinción. Por eso creo que este es un libro muy oportuno, quizá no tanto para reivindicar eso que se llamó el noble arte, pero sí para encontrarle otras perspectivas más allá de tópicos y simplificaciones.
No encontraremos aquí ni una palabra de técnica boxística, algo que seguramente a casi nadie interesa ya, aunque estoy seguro que la autora conoce con detalle. Tampoco nada, o casi, en torno a la leyenda negra, o mejor diríamos la realidad negra de ese backstage siniestro que todos tenemos más o menos interiorizado: corrupción, promotores de avaricia insaciable, manejos de los bajos fondos, dopaje, tongos. A la autora no parecen interesarle estas cuestiones, que deja de lado por demasiado conocidas o voluntariamente ignoradas. Se adentra sin embargo en otros aspectos más complejos y mucho más interesantes.
Al margen de que hablemos o no de un deporte (que doña Joyce más bien parece concluir que no), lo deslinda claramente de otras disciplinas que de alguna manera recrean las emociones de los juegos infantiles. Aquí no existe esa evocación lúdica sino el reflejo de un impulso homicida primario, una forma de lucha por la supervivencia que no solo se manifiesta en los púgiles sino que se extiende al público que vocifera alentando el castigo. El boxeo es también un ritual con sus formalidades litúrgicas (el desprenderse del batín, el ring con sus doce cuerdas, los saludos, el lanzamiento de la toalla) y una recreación de la pugna por el dominio de la manada. En este sentido, es incontestable su carga sexista, por mucho que en tiempos recientes haya quien corriese a reivindicar el boxeo femenino.
Se detiene también Oates en algo bien conocido, como es la baja extracción social de los boxeadores, al menos desde principios del siglo XX. Es casi un tópico pensar en el púgil de barrio desfavorecido, un chaval (en EE.UU. casi siempre de etnias marginadas) quizá enredado en la delincuencia, con una familia desestructurada, que busca salir del pozo a la vez que descarga su ira en el cuadrilátero. Pero lo analiza la autora, como casi todo en el libro, desde una perspectiva bastante diferente y mucho más profunda: la rabia del joven castigado por la vida puede ser lo que le empuja a pelear, pero la furia es un desperdicio de energía, poco aconsejable para un buen boxeador si no se canaliza correctamente mediante la técnica y la estrategia. El boxeo viene así a ser la formulación civilizada de esa violencia latente (o no tan latente), su sometimiento a reglas y a la autoridad superior de un árbitro. No es por tanto una metáfora de la vida, como tantas veces podemos escuchar. Es algo distinto de cualquier otra actividad, que aglutina aspectos de muchas de ellas y tiene sus propios parámetros.
Pero no solo se extiende Oates en los aspectos sociológicos o antropológicos de tan singular actividad. Con numerosos testimonios de protagonistas y referencias a combates clásicos, profundiza por ejemplo en la capacidad de sufrimiento, la facultad de encajar sin ser vencido como arma fundamental para esperar el momento preciso de un ataque definitivo. Y en relación con el sufrimiento, no podía faltar una profunda reflexión en torno a la muerte como posible desenlace, no teórico, sino dramáticamente real. Cualquier aficionado al boxeo, por mucho entusiasmo que lleve consigo, tiene siempre un momento de duda al plantearse que uno de los contendientes puede perder la vida. Es lo que sitúa al boxeo siempre alrededor del límite de lo civilizado, de lo humanamente admisible, a veces ligeramente dentro y otras clamorosamente fuera, y la autora tampoco deja de cuestionarse con crudeza este dilema.
Se podrá decir que todo esto es filosofar sobre algo muy obvio, que no merece la pena darle tantas vueltas y buscarle tanto contenido a una cosa tan bestia, que esto es una animalada y que debería estar prohibido y chispún. Bien, es una opinión respetable, pero si uno no está en un planteamiento tan irreductible, tiene alguna curiosidad por lo que ocurre entre esas doce cuerdas y por cómo se puede reflexionar sobre ello con mucho sentido y expresarlo con rigor e inteligencia, el libro me parece una opción muy válida.
Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable
Detrás de este título, aparentemente amable, se esconde un sarcasmo evidente. ¿Quiénes son Las Alegres, una asociación cultural, una banda de música, un club de vacaciones o algo mucho más siniestro? Un acierto más en el manejo de los hilos de esta historia tan escalofriante como intencionalmente política. Su autor, del que no había leído nada hasta ahora y al que volveré más pronto que tarde, toma partido, evidentemente, ya que tanto el enfoque, como la exposición de hechos, elección de personajes etc., expresa su absoluta repulsa a la violencia, cualquier violencia, contra las mujeres. Sin embargo, y esto es uno de sus méritos, consigue construir un relato cuyos materiales no pueden ser más objetivos: descripción de hechos y presentación de documentos (ficticios, naturalmente, ya que no se trata de hechos reales) sin aportar explícitamente su opinión –aunque como digo, no tengamos dudas al respecto–, dejando que sea el lector quien complete lo que se elude, que es bastante. Esto, que parece una contradicción, solo se puede entender leyendo la novela, los recursos que emplea son sencillos, el secreto reside en su manejo.
Ante todo, recomiendo al futuro lector que
se tome esta lectura con calma, porque los fragmentos que la componen se encuentran
sabiamente descolocados y a él corresponde recomponerlos mentalmente como
quien arma un rompecabezas. Tampoco existe orden cronológico, pasado y futuro se
alternan aunque sin riesgo de perder el hilo a poco que estemos atentos. Por mi
parte, intentaré facilitarles la tarea, ya que en este caso no hay intriga
ninguna, al contrario, todo está más que claro, solo se nos pide un poco de
esfuerzo extra.
“Porque lo hicimos todo mal. Lo primero lo de no tomarlo en serio. Porque pensamos que la mamá de Martina era ¿qué se yo? Otra loca. Que eso era lo que andábamos pensando aquellos días. Entonces, no lo tomamos en serio. Y ahí fue. Que si lo hubiéramos tomado en serio, entonces todo podría haber sido diferente. Y entonces ellos estarían vivos. Y Martina también. Y que lo que pasaba era que yo no entendía el mundo en el que vivía. Y mire que no faltaban señales.”
La ciudad se va cubriendo de carteles
anunciando desapariciones. A veces, no siempre, aparecen los cadáveres. Dos
amigos claramente concienciados, intercambian en la oscuridad de un cine –metáfora
del drama que se representa en la vida real– noticias de lo que está
sucediendo. Otros dos chavales están obsesionados con el porno, practican
cierto trapicheo y, empujados por un clima de prepotencia masculina bastante
reconocible, deciden engañar a una niña. Las mujeres empiezan a organizarse,
una de sus dirigentes apuesta por la acción pacífica –y en el futuro una nieta
suya defenderá su memoria– en cambio otra, más joven, defiende la violencia organizada. La hermana de esta sufre abusos por parte de un pariente que
supuestamente se encarga de cuidarla. Otro niño presencia atemorizado
frecuentes episodios de violencia paterna, la noche en que su madre queda ciega
e inválida ambos consiguen huir y refugiarse en una ciudad lejana. Comienzan a
aparecer nuevos cadáveres, esta vez masculinos, en esa y otras localidades. El
padre culpable siente pánico ante un posible ajuste de cuentas mientras el
chico, a pesar de la distancia, vive con la angustia de que les encuentre y
acabe de una vez con ellos.
“¿Murieron cuántos hombres?, ¿diez? Diez. Y el Estado consideró la posibilidad de declarar el toque de queda en La Renca, en Lima y en Barrio Sur. –Pero entenderá, Nadia, que no es lo mismo. –¿Se refiere a que Las Alegres eran un grupo organizado? –Sí. –Bueno, tal vez los hombres hayan sido un grupo organizado para sembrar el terror entre las mujeres desde hace cuarenta mil años.”
La violencia de género, parece sugerir
Ginés Sánchez, es la única gran injusticia en toda la historia de la humanidad
que ha obtenido hasta ahora una respuesta pacífica por parte de políticas, activistas,
escritoras o filósofas. Si lo consideramos objetivamente, sin apasionamientos
de ningún tipo, no deja de ser curioso: el ser humano jamás se ha comportado
con tanta elegancia.
“La cuestión –está diciendo Sofía – es el punto de partida de cada uno de los bandos. Porque uno de ellos actúa como si fuera un ejército en tiempo de guerra. Una guerra no declarada, si se quiere, pero guerra. Y mientras uno actúa así, ¿qué hace el otro? Pues poca cosa, la verdad. Casi que andar pidiendo perdón. Casi que nada más que andar educando al primero. «Oh, ¿es que no veis que eso que hacéis está mal, es que no veis que nos duele?» ¿Y qué sucede como consecuencia de todo esto? Pues sucede que el segundo bando pierde la iniciativa. Más aún, pierde la capacidad de réplica.”
Un título que, preveo, no dejará indiferente a nadie. Por su acción trepidante, su contenido polémico y complejo, porque nos mantiene en constante tensión, nos interpela sin manipularnos y porque, en definitiva, se trata de una apuesta arriesgada y comprometida desarrollada con una técnica impecable.
Idioma original: español
Año de publicación: 2020
Valoración: muy recomendable
Inauguro lo que puede que sea, convenientemente espaciada, una trilogía de reseñas de novelas que, creo, porque esto solo se confirma cuando uno las lee, abordan de alguna manera no demasiado condescendiente toda la cuestión del conflicto territorial catalán. Ya me va bien que así sea: las convicciones han de pasar por la prueba del ácido con cierta frecuencia. La primera de ellas (no mencionaré aún las otras dos: nunca hay que ignorar al fantasma del abandono) es esta El corazón de la fiesta, que, en algún lugar he leído, se ha descrito como algo así como la novela definitiva del "procés", cosa que uno puede equiparar tanto a la gran novela americana como a una especie de búsqueda de encontrar el equivalente adaptado y forzado de Patria (que mejor, francamente, que no), pero, el autor creo que estará de acuerdo, es mejor no andarse con afirmaciones tan grandilocuentes, que ya sabemos lo de las expectativas que se generan, y empiezo por afirmar, que ya va siendo hora de entrar en materia, que esta novela está, en su mérito literario, en un plano diferente, digamos que más cercano al lector habitual, más alejado de ese lector ocasional que deglute best sellers, cosa que la hace, desde luego, más disfrutable.
Claro que Torné no se ha conformado con poco: misil directo a la línea de flotación recreando a la familia de cierto honorable personaje que ayer celebraba su santo, rey in pectore de Catalunya durante años y años de mandatos y mayorías electorales, legítimas todas ellas por supuesto, carismático líder que se acostumbra de tal manera al cargo y piensa que tanto triunfo electoral y tanto tiempo en el poder constituye cheque en blanco extendido por el electorado y bula para que él, y su entorno inmediato pueda andar por un país petit disponiendo como si todo fuera suyo. Torné recrea en la familia Masclans ese imperio familiar con hijos legítimos y bastardos, nueras, matriarca beata, tacaña, codiciosa y conservadora, de eterna ceja arqueada, allegados, delfines familiares y políticos, y todo el entorno, todos y cada uno de ellos dispuestos con toda naturalidad a hacerse con la mayor cantidad de dinero a costa de lo que sea, a no esconderse en la ostentación de propiedades, a presentar el apellido y la estirpe o la relación de turno como cartas de visita que franquean el acceso ilimitado a cualquier cosa. Reconocerlos es fácil, aunque se juegue al despiste, aquí el patriarca tuvo un desliz de juventud con una señorita escandinava a la que se relegó, y ahora El Bastardo, hijo no reconocido de forma oficial, pero igualmente apuntado al carro del meter mano en la caja pública, en un papel secundario pero nada desdeñable, se ha liado con Violeta Mancebo, a la sazón catalana igual que él, aunque no ostente apellido alguno de las 500 familias, a la que ha prometido disponer, en lo material, de todo aquello que desee, pero la cosa se ha empezado a complicar, los sillones se tambalean y la relación está a punto de estallar. En una primera escena sencillamente memorable, es Clara Monsalvatges, vecina, quién, a través de las paredes de un piso en la zona alta de Barcelona, oye una discusión en que la relación se rompe y, tras estrépito de platos rotos, entra en el piso a ver a su vecina y el relato cambia de narrador. Un recurso magnífico, como una steadycam que irrumpe y dobla la relación: Monsalvatges ha convocado a un ex-novio para asistir a esas sesiones nocturnas de discusiones y ahora ya tenemos, siguiente parte, a Violeta y al Bastardo, pareja protagonista, en medio de las cuitas palaciegas, y la novela se abandona a una especie de ficción política en que todo se duplica y resulta tan identificable.
Torné mantiene un tono crítico, pero no distante. No parece un advenedizo entregado a la especulación para enganchar al lector sino alguien que se ha documentado lo suficiente, que ha dado los pasos necesarios para especular en firme. Alguien que ha sabido observar el devenir de los hechos desde fuera y desde dentro. No alguien beligerante con la mayoría que es seducida por lo que acaba resultando una ilusión hinchada artificialmente, sino alguien convencido de haber encontrado algunas de las claves del gran engaño. La conclusión acaba siendo dramática: el político cree que su castigo por robar le será condonado o permutado si encuentra un pretexto poderoso, pero hace lo mismo que otros en otros lugares. El juego psicológico, con el desdoble constante de parejas en distintos niveles: Montsalvatges/novio, Violeta/Bastardo, patriarca Masclans/matriarca Masclans, hermano bastardo/hermano legítimo, Violeta/padre, clase alta/clase baja, catalanes de pura cepa/xarnegos es vertiginoso, y Torné empuja a cuestionarse las cosas, circunstancia que a mí entender es, simplemente, imposible recriminarle, que hace que se vaya más allá de la ficción política.
Dos pequeñas pegas menores: una cuarta parte, breve, una especie de reflexión/bajón final a la que no le veo mucho encaje, y el no haber optado en la edición por traducir, aunque sea a pie de página, las profusas palabras y frases en catalán. Dos cuestiones muy disculpables ante una novela magnífica, que lo es tanto porque quien la lea comparta sus premisas como a pesar de que no lo haga.
Vocaciones transcurre en una pequeña ciudad irlandesa fuertemente influenciada por la religión. Narra los avatares de las hermanas Curtin, dos chicas cuyos progenitores, los dueños de una próspera tienda, usarán cada uno para sus respectivos fines. La madre quiere entregárselas a Dios y las incita a volverse monjas en el convento local. El padre, por otro lado, desea casar a una de ellas con un prometedor empleado de comercio para que su negocio perdure.
Ésta puede considerarse una novela coral, ya que el narrador omnisciente se focaliza en el punto de vista de distintos personajes. Aun así, la protagonista indiscutible de la historia es Kitty. La joven quiere «vivir», ser libre para tomar sus propias decisiones, madurar aunque sea a base de ensayo y error, pero se ve acorralada por un sistema que pretende anularla como ser humano. Afortunadamente, tiene un carácter fuerte y decidido, de modo que, al final, logrará sobreponerse a toda influencia externa y labrar su propio destino.
El tono que empapa el relato es agridulce. Gerald O'Donovan, su autor, acepta las dificultades derivadas del mero acto de existir (aunque provengas de una familia relativamente acomodada y hayas sido criado entre algodones) y por ello empatiza con sus retoños literarios. Incluso Burke, un sacerdote arrogante, manipulador y libidinoso, merece su compasión en una conmovedora escena; imaginaos pues la ternura que le profesa a las vulnerables hermanas Curtin.
Un apartado muy conseguido del texto es el que destina a la crítica social. Vocaciones no sólo arremete contra la instumentalización de la voluntad de Dios, a la que cada uno apela según le conviene; también señala el rol pasivo y dependiente al que la sociedad de inicios del siglo XX relegaba a la mujer, los abusos que se pueden ejercer desde la autoridad (sean bienintencionados o no), las injusticias amparadas con la excusa de la clase social y el poder adquisitivo, etc...
Asimismo, de esta novela me parecen meritorias su minuciosidad descriptiva y la densidad psicológica de que hacen gala sus personajes. En cuanto a aspectos negativos, quizá podría achacarse una cierta uniformidad al conjunto y que queden cabos sueltos más allá del radio de acción de Kitty. Sea como fuere, O’Donovan tiene una buena pluma y espero que Vocaciones no sea lo único suyo que traduzcan al español.
Hay libros y autores que son puente hacia otros libros y autores. A todos nos ha pasado y seguro que ejemplos os sobran. En mi caso, llego a Hubert Selby, Jr gracias a "Nueva York es una ventana sin cortinas", libro con el que el italiano Paolo Cognetti recorre esa parte de la ciudad que queda fuera de los grandes circuitos turísticos y con el que homenajea a algunos de sus escritores fetiche, entre los que se encuentra Selby.
Llego a Selby y escojo un libro recientemente publicado en España, este "El canto de la nieve silenciosa" (precioso título, por otra parte) en el que se reúnen 15 relatos en los que Selby habla del hombre corriente, abocado normalmente al fracaso en medio de una cotidianeidad que suele explotar por el lado más inesperado. Porque tal y como dice en "Hola, campeón", uno de los relatos destacados del volumen:
Es curioso lo sencillo que parece a veces ser feliz, y aun así lo fácilmente que todo se vuelve confuso
En líneas generales, se trata de relatos en los que predomina un poso de amargura, aunque en ocasiones se acerquen a lo tragicómico, en los que los personajes (o es solo un Harry con múltiples caras) marcados por la ansiedad, la extrañeza del mundo y la angustia tratan de aferrarse a lo que sea - un abrigo, un sonido, un trago de vino - con tal de seguir viviendo. Pese a lo anterior, junto a relatos desasosegantes y claustrofóbicos ("El sonido", "El abrigo" o "Estoy siendo buena") que giran sobre sí mismos o relatos de lo cotidiano, del tedio y el hastío ("Un penique por tus pensamientos", "Un poco de respeto" o "Veranillo de San Martín", que son tres de mis preferidos), encontramos hacia el final del libro dos relatos en los que se abre un pequeña ventana de esperanza.
En cuanto al tono de los textos, estos navegan entre el costumbrismo más "tradicional" y el realismo sucio, con toda la gama de grises de por medio, eso sí. Lenguaje sencillo y directo y situaciones de la vida real presentadas de forma cruda, en las que cabe destacar la ausencia total de juicios de valor y la mirada cargada de empatía y compasión hacia los personajes.
Resumiendo: más que interesante descubrimiento (para mi, puesto que Selby ya es relativamente conocido) de un autor al que volveré más temprano que tarde. Si es que algún compañero no lo trae antes de vuelta por aquí...
Título original: Ru
Traducción: Julián Rodríguez
Año de publicación: 2009 (en castellano, 2020)
Valoración: Recomendable alto
Sobre la guerra de Vietnam hemos leído y, sobre todo, visto ya muchas cosas, siempre, o casi, desde la perspectiva norteamericana: el horror de una guerra salvaje, el calor y la jungla enloquecedora, el enemigo taimado y sanguinario, las atrocidades propias y ajenas en una contienda en la que el Tío Sam nunca debió meterse, según entendió un floreciente movimiento pacifista. Lo que ya nos es menos conocido es la suerte que pudo correr la población civil, la tragedia de un país dividido no solo por una frontera sino por un abismo de odios irreductibles, sectarismo primitivo y sangrantes diferencias de clase. Aunque realmente tampoco nos es difícil imaginar algo parecido sin equivocarnos mucho, a fin de cuentas hablamos de una guerra civil, con el desgarro que siempre lleva consigo.
Una de sus consecuencias más habituales –y que también aquí conocemos bien- es el exilio, la huida de quienes se sienten amenazados por la guerra misma o por sus vencedores, esa estampa a veces de familias enteras, otras de niños solos, enviados a cualquier parte donde se supusiera que estarían más seguros. Aunque desconozco hasta qué punto este libro puede incorporar elementos de ficción (que yo creo que ninguno, o muy pocos), parece ser que Kim Thúy pertenecía a una familia bien, incluso algo más que bien, de Saigon, que con el acceso al poder de los comunistas no dudan en escapar para salvar su vida y lo que se pudiera de su patrimonio.
La peripecia resulta, como cabe esperar, bastante terrorífica, con gran número de personas hacinadas en barcos en condiciones deplorables, sin una idea exacta de a dónde van a ir a parar y esperando a cada minuto el ataque de piratas que se entiende que no tendrán muchos miramientos con bienes o personas. Llega finalmente el asentamiento de los refugiados en Canadá, donde reciben buen trato y luchan por iniciar una nueva vida en lugar tan extraño y lejano, donde el frío y la nieve han sustituido de golpe el clima monzónico, las costumbres y el idioma chocan con sus tradiciones, y cualquier trabajo será bueno para intentar salir adelante. El shock de abandonar la tierra, de enfrentarse a una cultura diferente y tener que luchar por sobrevivir, el desarraigo y la estupefacción ante lo desconocido hacen que Kim pierda el habla al tiempo que se asombra ante los cuerpos tan diferentes de aquellos desconocidos occidentales.
Ese es un poco el relato lineal que pudo haber sido Ru de haber tenido el formato digamos convencional de una crónica autobiográfica. En definitiva, algo no muy diferente de lo que hemos podido leer con ocasión de tantas otras penalidades de gentes expulsadas por la guerra o el hambre. Sin embargo, el libro tiene en mi opinión un interés adicional. No se trata de una narración cronológica, sino de una colección de imágenes aisladas, pequeñas píldoras de recuerdos entremezclados que muestran sensaciones, momentos o reflexiones que se acumulan en desorden, como una caja llena de fotos que examinamos de forma aleatoria, sin que todavía hayan llegado a componer un álbum. El conjunto proyecta así un cuadro complejo, a veces contradictorio, por el que discurren la nostalgia, el miedo y los secretos familiares, un collage que va saltando en el tiempo y en el espacio pero que, si nos fijamos en los detalles, está muy bien construido, con hilos a veces poco visibles, en ocasiones buscando los contrastes o dejando que fluyan secuencias sutilmente relacionadas. No creo que esto sea fruto de la simple intuición, me parece que hay detrás mucha reflexión y buenas dosis de talento para organizar un puzle con todo el sentido.
Quizá lo que más llama la atención es el estilo. La primera impresión es la de una prosa que se acerca a lo poético, contenida e intimista, como de quien no quiere transmitir un exceso de emociones ante estímulos tan fuertes como los que se suponen en una situación tan dolorosa. Contemplamos pequeñas inyecciones de imágenes que se ofrecen con solo lo imprescindible para que sea el lector quien por sí mismo evalúe el sufrimiento que llevan consigo. Ese contraste entre el medio y el mensaje es una técnica narrativa que no es nueva en absoluto, pero que la autora pone en práctica con tanta destreza como naturalidad. Ejemplo:
´Las carreteras estaban sembradas de profundas grietas. Los rebeldes comunistas las minaban por la noche y los militares proamericanos desactivaban las minas durante el día. A veces, una estallaba. Entonces, era preciso esperar a que los militares taparan los agujeros y recogieran los restos humanos. Un día, una mujer quedó destrozada, rodeada de flores de calabaza amarillas, diseminadas, desmenuzadas. Sin duda iba camino del mercado para venderlas. Tal vez encontraran también el cuerpo de su bebé al borde de la carretera’.
Al hilo de esa contención (podríamos decir autocontrol) y esa naturalidad la sensación que gana terreno es la de una rara frialdad. Resulta difícil pensar que esas experiencias traumáticas puedan describirse como lo hace Thúy sin que hayan sido asimiladas y digeridas para formar parte del pasado y solo del pasado, algo que forma parte del equipaje, que no se olvida y de lo que se sacan enseñanzas (lecciones que intenta transmitir a sus hijos), pero que no es un lastre, que no condiciona el presente o el futuro. Kim parece revestida de una coraza, tal vez es algo genético, o la fortaleza de quien ha tocado fondo, o que de alguna manera se ha mimetizado absolutamente en el mundo occidental que le acogió: ‘Ya no tenía derecho a llamarme vietnamita porque había perdido su fragilidad, su incertidumbre, sus miedos’.
Es un proceso que estremece un poco, tanto o casi tanto como el relato de los horrores vividos, y trasladado al libro produce un efecto emocionante, ligeramente hipnótico, que le da un valor especial, el de alguien que ni se regodea en el sufrimiento ni hace bandera (exhibición) de la fortaleza y la superación. Sin hipérboles ni adjetivaciones grandilocuentes. Esto ya es mucho, visto lo que se lee por ahí. Si ese aplomo se combina con la destreza necesaria para componer un relato muy personal, preciso y equilibrado, el resultado es un texto que merece realmente la pena.
Año de publicación: 2021
Valoración: Muy recomendable alto
Si se quiere hacer
justicia a esta novela, la última de su autora a día de hoy, lo mejor es decir poco
y sugerir mucho. Por dos motivos: porque el texto no llega a las doscientas
páginas y dar demasiados detalles acabaría por dejar pistas que es mejor
descubrir por nosotros mismos y porque se trata de un artefacto literario tan
exacto como el mecanismo de un reloj: en cuanto se pone en marcha no hay mucho
más que decir. Y lo mejor de todo es que no se nota, que aunque escritas en
tercera persona parecen las reflexiones auténticas de un chico pobre, poco
instruido y bastante desorientado en general. Podemos creer perfectamente -se entiende, dentro de las convenciones literarias- que
es el propio Polo quien nos habla, en primer lugar, por su lenguaje, que revela
su país, extracción social y hasta edad y sexo sin ningún género de dudas, pero
también, y no menos importante, por esa mentalidad que en su inmadurez apuesta
por el “sálvese quien pueda” de los
desencantados de nacimiento, de los que observan mucho pero carecen de
perspectiva, de aquellos que sin que intervenga la razón, solo a través de su propia
furia –hacia su entorno e incluso hacia su persona–, comprenden que han
nacido sin futuro y que por sus propios medios pueden no encontrarlo jamás.
No obstante, gracias a la
magia de la literatura, su prosa es rica, compleja, descriptiva, colorista,
arraigada a la tierra y llena de matices. La impresión de autenticidad se
consigue gracias tanto a vulgarismos y expresiones populares como a un dominio excepcional
del idioma, aunque lo aconsejable sería no fijarnos en tal cosa y dejarnos
arrastrar por ese torrente de palabras. Solo diré que he creído encontrar ecos
de Rulfo, García Márquez, incluso de Carpentier; en cualquier caso la huella del
viejo boom latinoamericano es
indiscutible.
Polo es un joven, hijo de
soltera, que vive modestamente en Progreso –barriada colindante con la opulenta
urbanización Páradais– en compañía de su madre y su prima. En Páradais ejerce
de jardinero, recadero y en general de chico para todo. Su edad exacta, que
podemos intuir más o menos, no se nos desvela –y esta es una genialidad más de
la autora– hasta casi el último momento. Miseria, miedo, misoginia, ambición e inexperiencia
se alían para forzar a este inolvidable personaje a una huida hacia delante que
con solo imaginarla da escalofríos. Su carácter es más bien huraño y poco
sociable, pero acaba manteniendo una amistad utilitaria con un chaval más joven,
Franco, residente en la urbanización, al que no le falta de nada y tal vez por
eso se muere de aburrimiento. Algo que a esa edad puede provocar las más
delirantes fantasías. El retrato que hace de ambos es sencillamente magnífico,
por eso, según avanza el argumento empezamos a barruntar cómo puede
acabar tanto despropósito. Pero solo a grandes rasgos, pues Melchor dosifica perfectamente los datos, nos engaña haciéndonos creer que nos lo está contando todo y a partir de cierto momento, a intervalos, nos vamos topando con una sorpresa tras otra. Y es que unas veces hace decir a Polo
verdades a medias, otras acabamos dándonos cuenta de que este no es más que un iluso
y la realidad es muy diferente, lo que da lugar a que nada sea previsible del
todo y la intriga se mantenga hasta el final.
La (cruda) realidad que se nos transmite funciona, por una parte, como metáfora a pequeña escala de una situación social abrumadora (ambición sin límites, pillaje, violencia sexual, crímenes en cadena, agresión a inocentes) y por otra como la puesta en escena de ese panorama tal como se vive en ciertos ambientes (desigualdad extrema, falta de perspectivas, mafias que unas veces se temen y otras se convierten en el único horizonte disponible, ajustes de cuentas). Una pieza que recuerda a
cierto género cinematográfico y a la que no sobra ni falta de nada, un engranaje
puesto en marcha con solvencia, que avanza sin un solo fallo gracias a la perfección de su técnica y que, a pesar de ello, se centra en lo humano tanto para
caracterizar personajes como para manejar los resortes emocionales del lector.
Magistral es la palabra.
También de Fernanda Melchor: Aquí no es Miami, Temporada de huracanes