Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable
Apenas 180 páginas y resulta que la impronta de esta novela de Pedro Mairal es profunda. Mérito íntegro del argentino, sobre el que habrá que investigar en profundidad. Porque no es fácil conseguir este nivel. En lo estilístico, inapelable, grandioso, con una consciencia de que se aborda una novela no muy extensa y que no es cuestión de desperdiciar nada, con lo que todo está en el sitio perfecto. Y en lo que concierne a la historia, porque esa esencia de la concisión y de la concentración se extiende. Ya hablé de autoficción cuando reseñé a Juan Pedro Villalobos. Mairal no se queda corto, y aunque renuncie a ponerle su nombre al protagonista, sí es un escritor argentino el protagonista y sí va a publicar un texto por el que un editor español le ha pagado un dinero.
En esa Argentina donde la transacción en divisa es tan poco ventajosa, Lucas Pereyra ha de cruzar hacia Uruguay para hacer efectivo un mejor cambio de unos dólares USA. Eso le va a permitir vivir mejor una temporada, le asegura una etapa de tranquilidad económica que le permita escribir mejor.
Pero no es ése el único motivo de su viaje. Esas horas en Uruguay van a permitirle encontrarse con La uruguaya, mujer que conoció en una estancia anterior y a la que cree haber seducido. Así que Lucas consumará dos infidelidades. La patriótica, saltándose las restricciones cambiarias, y la conyugal, traicionando a su esposa y madre de su hijo.
Y qué tiene esta novela que lo que ocurre en esas horas va a arrastrarnos hasta impresionarnos. Primero, he de insistir, esa prosa que es puro goce y que me recuerda (a eso ayudan esos escenarios fluviales y cierta aura surrealista en los hechos y en los desenlaces) a ese portento que hay que reivindicar llamado Juan José Saer. Segundo, que la excusa del jugueteo infiel sirve para sumir al lector en un proceso de reflexión más allá de esa situación epidérmica. La huida, dice Lelia Guerriero, hacia adelante, hacia ninguna parte, diría yo. Pues Pereyra no debería tener queja de su vida de hombre de mediana edad que puede vivir de su talento, y va y la caga. Sí, esa es la palabra adecuada: cagarla. Quién le manda complicarse una vida que no es la de un millonario, pero al menos es plácida. ¿Las ganas de aventura? ¿La crisis de los cuarenta? ¿Verse abrumado ante su paternidad? ¿Considerarse, como escritor de relativo renombre que acude a un congreso, una especie de rock-star literaria?
La uruguaya, asequible tamaño y cuidada edición de Asteroide, me ha transmitido cierta sensación de cercanía y de relativa asequibilidad para amplio espectro de lectores. Y hacía tiempo que no tenía tan claro que una segunda lectura será una opción muy agradable para el futuro.