Idioma original: inglés
Título original: Open city
Fecha de publicación: 2012
Valoración: muy recomendable
Premios, buenas clasificaciones en listas de fin de año (variadas, el mejor de los indicios) y aluvión de buenas críticas preceden a esta novela. La cuestión de las expectativas, y la existencia de un argumento tan extraño como poco convincente a priori: a veces no hay que limitarse a leer la solapa para decidir leer o no un libro.
Un psiquiatra de origen nigeriano (como su autor) se pasea por diversos emplazamientos de Nueva York (y, en unos cuantos capítulos, de Bruselas) con la única compañía de sus sensaciones y pensamientos, y las personas con las que coincide ocasionalmente. Cualquiera diría que vaya panorama: pues, lectores de ULAD, Teju Cole saca petróleo de una premisa tan sencilla. Porque escribe con un curioso sentido lírico (habla de árboles, de pájaros, de edificios y no se pone pesado con minuciosas descripciones llenas de detallismo, pero que no vienen al caso, como algunos) pero, a la vez, suena mundano, suena urbano, y ese caudal de pensamientos que surgen en sus andanzas no son, para nada, complicados soliloquios sin sentido. Julius, que así se llama el protagonista, piensa en sus vecinos, en sus amigos, en sus pacientes y en sus compañeros de trabajo. En su familia y en su pasado en Nigeria como mestizo, hijo de nigeriano y alemana. Piensa en medio de la soledad voluntaria del que pasea en una ciudad rodeado de inmensos edificios, pero no manifiesta angustia ni alienación.
Es difícil definir lo que Teju Cole consigue en esta falsa novela, sin trama central, pero con decenas de sub-tramas. Cuando Cole está hablando de no enterarse en meses que el vecino de al lado se ha muerto está enviando un mensaje muy claro; no se mete en camisas existencialistas de once varas sobre la soledad en medio del colectivo, la jungla del asfalto, y esas cosas que acaban con un tipo oscilando al borde de un andén de metro. Hace algo mucho más complicado, por el hecho de que sea sencillo. Habla tanto de tardes después de jornadas agotadoras de trabajo, como de procesos catárticos por el hecho de andar por calles y calles desconocidas, de aventurarse lejos de casa y ya veremos por dónde volvemos. Habla de sus orígenes en África y parece que el protagonista salga a la ciudad como saldría a campo abierto. Ahí está la ciudad abierta (curioso, el concepto se expresa en uno de los capítulos dedicados a Bruselas). Una extensión alrededor de la morada, donde un paisaje suple a otro, pero sigue siendo incierta e inhóspita.
Vaya: me he pasado yo, ahora, con el lirismo. Pero ése es el tono. Bueno, no exactamente. Ojalá yo fuera capaz de escribir como Cole. Que, sin forzarlo apenas, con el pretexto de ese deambular, acaba enlazando temas de sorprendente calado. Como estamos en Nueva York, claro, la herida del 11-S. La condición de afroamericano del protagonista y como la percibe en un mundo de blancos. La hermandad racial algo forzada. Mahler. La decadencia de Europa. El integrismo. El holocausto. Nigeria. Las menciones fluyen sin excesiva carga ideológica pero con sorprendente sentido común. Cada capítulo, un paseo con su vuelta a casa. Numerados, pero que, en otro contexto, podrían interpretarse como relatos de una colección. Pero no: es una novela de estructura tenue, pero con una línea común que le recorre el espinazo. Es un magnífico primer trabajo en largo de un autor al que, como todos los escritores noveles que reciben premios literarios en USA, puede acogerse con un cierto escepticismo inicial que, a la que lees diez páginas, desaparece para disfrutar en grande.
Es difícil definir lo que Teju Cole consigue en esta falsa novela, sin trama central, pero con decenas de sub-tramas. Cuando Cole está hablando de no enterarse en meses que el vecino de al lado se ha muerto está enviando un mensaje muy claro; no se mete en camisas existencialistas de once varas sobre la soledad en medio del colectivo, la jungla del asfalto, y esas cosas que acaban con un tipo oscilando al borde de un andén de metro. Hace algo mucho más complicado, por el hecho de que sea sencillo. Habla tanto de tardes después de jornadas agotadoras de trabajo, como de procesos catárticos por el hecho de andar por calles y calles desconocidas, de aventurarse lejos de casa y ya veremos por dónde volvemos. Habla de sus orígenes en África y parece que el protagonista salga a la ciudad como saldría a campo abierto. Ahí está la ciudad abierta (curioso, el concepto se expresa en uno de los capítulos dedicados a Bruselas). Una extensión alrededor de la morada, donde un paisaje suple a otro, pero sigue siendo incierta e inhóspita.
Vaya: me he pasado yo, ahora, con el lirismo. Pero ése es el tono. Bueno, no exactamente. Ojalá yo fuera capaz de escribir como Cole. Que, sin forzarlo apenas, con el pretexto de ese deambular, acaba enlazando temas de sorprendente calado. Como estamos en Nueva York, claro, la herida del 11-S. La condición de afroamericano del protagonista y como la percibe en un mundo de blancos. La hermandad racial algo forzada. Mahler. La decadencia de Europa. El integrismo. El holocausto. Nigeria. Las menciones fluyen sin excesiva carga ideológica pero con sorprendente sentido común. Cada capítulo, un paseo con su vuelta a casa. Numerados, pero que, en otro contexto, podrían interpretarse como relatos de una colección. Pero no: es una novela de estructura tenue, pero con una línea común que le recorre el espinazo. Es un magnífico primer trabajo en largo de un autor al que, como todos los escritores noveles que reciben premios literarios en USA, puede acogerse con un cierto escepticismo inicial que, a la que lees diez páginas, desaparece para disfrutar en grande.