Título original: Mr.
Paradise
Traductora: Catalina Martínez Muñoz
Año de publicación: 2004
Valoración: Recomendable
Con permiso, comenzaré con una pequeña anécdota: Elmore Leonard,
uno de los grandes autores de la novela negra norteamericana, falleció el 20 de
Agosto del pasado año. Casualmente, yo, que nunca había leído una novela suya
(aunque conocía quién era, claro, y había visto películas basadas en sus
libros), había comenzado entonces una, por vez primera (quiero pensar que no
hubo ningún efecto tipo “mariposa” entre ambos hechos… glups), así que, al
conocer la luctuosa noticia, me tomé esa lectura como un homenaje al autor; un
homenaje que resultó de lo más gozoso y divertido, porque la novela, que era Bandidos, me encantó y me lo pasé de
maravilla con ella.
Desde
entonces, he leído media docena más de títulos de Elmore Leonard y en todos los
casos me lo he pasado de miedo. Las novelas de Leonard, bastante alejadas de la
novela negra hardboiled al uso (lo
que no significa que no haya acción y violencia en ellas), están, sobre todo,
sostenidas por diálogos chispeantes, en los que los personajes, además de
hablar de deportes, de bebidas o relaciones sentimentales, sobre todo se
cuentan anécdotas acerca de personajes que han conocido, ya sean compañeros
policías o detenidos, o, en el caso de los delincuentes, tipos que compartían
celda o patio de recreo en el trullo (con esta querencia por el diálogo, no es
de extrañar que Tarantino adaptara una novela suya en Jackie Brown). Sin embargo, por bocazas que puedan resultar los
demás, los protagonistas de sus novelas,
ya sean polis o maleantes, suelen ser hombres tranquilos, reflexivos y con encantador
tacto en el trato con las damas (y el consiguiente éxito entre ellas). Mujeres
que, generalmente, y con independencia
de si se trata de policías, agentes inmobiliarios o modelos de lencería, por su
parte no tienen un pelo de tontas y son
tan decididas o más que ellos (nada de “rubias tontas”, pues).
Además,
y puede que esto sea lo más refrescante de sus novelas, en las tramas no hay
planes criminales perfectamente diseñados o investigaciones de una sagacidad
fuera de lo creíble. Al contrario, lo que encontramos es mucha improvisación y
oportunismo, cuando no un cierto fatalismo ante el devenir de los acontecimientos.
Y también mucho sentido del humor; una ironía suave que suele bañar toda la
historia.
En la
novela que nos ocupa, la trama gira en torno a un anciano abogado que se pirra
por las animadoras. Alrededor, un desfile de criados ambiciosos, prostitutas de
lujo, asesinos a sueldo, pandilleros mexicanos, detectives de Homicidios,
confidentes… Toda una fauna que se puede encontrar, al parecer, en la decadente
Detroit, la ciudad que le gustaba tanto a Elmore Leonard como para vivir y
morir en ella. En este caso, el argumento, en un principio, parece un poco más
“convencional”, más ajustado a lo que suele ser una novela policíaca que en
otras historias de Leonard. En un
principio, digo, porque pronto lo previsible pasa a no serlo tanto y, a partir
de cierto momento, ya no se trata de cual de los personajes se llevará el gato
al agua porque es más listo que los demás, sino de quién resulta ser menos
imbécil (eso, la estupidez manifiesta de los delincuentes, es un tema
recurrente en las novelas de Leonard y, desde luego, le salva de cualquier
acusación de complacencia o fascinación con respecto al crimen).
Ciertamente,
es una lástima que Elmore Leonard ya no esté entre nosotros, pero, al menos en
mi caso, tengo un consuelo, y para nada triste: he echado cuentas y me quedan
todavía sin leer unas diez novelas suyas traducidas al castellano (eso, sin
tener en cuenta las no traducidas, las del Oeste que escribió en sus comienzos
e incluso la Enciclopedia
Británica , para la que trabajó en los 50). Lo que estoy es de
enhorabuena, qué narices… Y los que aún no lo hayan leído, también.
También de Emore Leonard en ULAD: El día de Hitler
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