miércoles, 19 de marzo de 2014

Colaboración: Douglas Sirk por Douglas Sirk, de Jon Halliday

Idioma original: Inglés.
Título original: Sirk on Sirk
Año de publicación: 1971
Valoración: Recomendable. Imprescindible para los interesados en el cine clásico.

“La cámara es lo más importante porque hay emoción en el cine.
Y el movimiento es emoción (motion is emotion)”
Douglas Sirk por Douglas Sirk

Nacido en Hamburgo como Detlef Sierk, nombre con el cual firma sus películas europeas de los años 30, Douglas Sirk posee una trayectoria vital tan azarosa como sólo puede tenerla un director de cine alemán de origen danés que viene al mundo en 1900. Después de iniciar su formación humanística en Munich, donde será testigo del ascenso y caída de la República Soviética de Baviera, comienza un periplo que le llevará de nuevo a Hamburgo, Bremen y Leipzig, durante el cual asiste al auge secreto del nacional-socialismo y de su propia y meteórica subida como director teatral, que terminará en un Berlín ya envenenado por el nazismo. Allí y al contrario que muchos maestros de su época que llegaron al cine por casualidad, Douglas Sirk escoge voluntariamente el arte de las imágenes animadas como medio de expresión, se convierte en el primer director de Alemania y huye finalmente a Hollywood entre los cantos de sirena del mismísimo Goebbels.

Es difícil encontrar un cineasta que dialogue con semejante mezcla de profundidad sobre su arte y sinceridad sobre su vida. Así, nos enteramos que él nunca fue un verdadero exiliado en los Estados Unidos. Es cierto que llegó, como todos sus compatriotas de la comunidad centroeuropea de Hollywood, escapando del nazismo, pero portaba ya una invencible atracción por la cultura popular norteamericana junto con un interés entomológico por la sociedad del país, de la cual se nutrió su obra posterior. Su proverbial encuentro en la Universal con los productores Ross Hunter y Albert Zugsmith, en la etapa postrera de su ciclo hollywoodiense, fue el hecho decisivo que permitió a Sirk hacer el cine que quería y por el que sus fanáticos siempre le estaremos agradecidos: Obsesión, Sólo el cielo lo sabe, Escrito sobre el viento, Tiempo de amar, tiempo de morir, Ángeles sin brillo e Imitación a la vida aparecen como las piezas maestras de una colección de joyas que debe figurar en cualquier inventario del legado cinematográfico del siglo pasado.

El historiador irlandés Jon Halliday se sirve del método cronológico como guión de su cuestionario, por lo que quien quiera hallar información de primera mano acerca del ambiente intelectual de la República de Weimar, de la productora alemana UFA y su vinculación con el nazismo, de los métodos de producción en los estudios norteamericanos o del ascenso de estrellas como Rock Hudson no se verá defraudado. Sin embargo, de manera simultánea, tiene el acierto de poner en primer término el misterio fundamental de su cine: cómo de la materia de partida más imposible era capaz de realizar obras de arte, a qué suerte de recorrido estético las sometía. “Los ángulos de la cámara son las ideas del director. La iluminación, su filosofía”, afirma Douglas Sirk.

Por ello, más allá del indispensable testimonio de un cineasta sobre sí mismo, su vida y su época, el núcleo medular de “Douglas Sirk por Douglas Sirk”, lo que personalmente pienso que distingue a este libro de otras conversaciones similares, radica en ofrecer una lúcida interpretación sobre la naturaleza artística del cine comercial que él practicaba, extensible a todo el gran Cine de la época dorada de Hollywood. Si en el teatro de Shakespeare y Lope de Vega se encuentran la exigencia poética y la crítica social, pero también el respeto por las fórmulas escénicas convencionales que lo acercaban al público de su tiempo, el melodrama, concluye Sirk, es la fórmula convencional idónea para expresarse artísticamente, a la vez que llegar al público de la época que le tocó vivir.

Sus reflexiones sobre la relación entre el teatro de Eurípides y el cine comercial son igualmente interesantes, sin traspasar la línea de la pedantería, ni siquiera de la erudición. Así, el Happy end es una evolución natural del Deus ex machina, de la misma forma que la ironía euripidiana, en el sentido de paradoja no humorística, es la clave tonal de un cine que permite, gráficamente, situar un espejo delante de los personajes –y de los espectadores- para enfrentarlos a sus contradicciones.

Como inestimable apéndice, Halliday proporciona un riguroso inventario, ordenado cronológicamente, de todos sus proyectos y películas y, lo que es mejor, de todas las obras de teatro que montó en Alemania.

Douglas Sirk por Douglas Sirk, un libro histórico que encabezó la reivindicación crítica del cineasta, es también valioso por todo lo que no se encuentra en él. No hay inmodestia, no hay ajustes de cuentas, no hay fatuo desfile de figurones históricos, no hay el menor asomo de chismorreo. Sólo hay refinamiento, inteligencia, penetración, claridad y una concepción ilustrada de la cultura, típicamente centroeuropea, que se perdió para siempre después de la invasión de Polonia. Es un trabajo que debería sostener la vigencia de una obra cinematográfica viva y en permanente movimiento, que cincuenta o sesenta años después de haber visto la luz todavía admite un apasionante margen para lecturas dispares e incluso opuestas, puesto que, como su creador se encarga de recordar al final de este viaje, aún es mucho todo lo que el Cielo permite.

Firmado: Talibán

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