Idioma original: Francés
Título original: Le côté de Guermantes
Traducción; Pedro Salinas y José María Quiroga Plá
Páginas: 744
Año de publicación: 1920-1921
Valoración: Muy recomendable
Si tuviera que elegir el “tocho de todos los tochos”,
elegiría “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Compuesto, a su vez,
de siete tochos, en los que las frases y los párrafos son, por lo general,
nuevos “sub-tochos”. Quizá por eso, cuando llevaba leída ya la mitad del libro, apunté por ahí que iba avanzando por él a machetazos. Y es que la prosa de
Proust tiene momentos en los que parece la más impenetrable de las selvas. Avanzas por párrafos y
frases eternos, cada vez más retorcidos, densos, en los que has de volver
atrás, coger impulso, pero sigues, a veces a duras penas, porque sabes que
al final el esfuerzo merecerá la pena.
Total, que para celebrar la “TochoWeek” vamos a reseñar el
tercer tomo de “En busca del tiempo perdido”: “El mundo de Guermantes”, el cual,
a su vez, se subdivide en dos partes separadas por un suceso trágico. Ja, ¿alguien decía que en las novelas de Proust no pasaba nada? Pues sí, en
este libro, aunque no lo parezca, sucede algo.
Vayamos al grano.
Si los dos primeros tomos (
“Por el camino de Swann” y “
A la sombra de las muchachas en flor”) estaban ambientados en la
infancia y adolescencia de Proust, en "El mundo de Guermantes" nos encontramos a un Proust ya en su
juventud. Pese al paso del tiempo, los temas siguen siendo, básicamente, los
mismos: el amor (como idealización de la persona amada y de lo que la rodea), la
soledad, el arte, las relaciones sociales y, sobre todo, el tiempo y su influencia en la percepción de las cosas.
Pero el personaje evoluciona y aparecen nuevos temas, como
la política, el antisemitismo o la homosexualidad. Prueba de esta evolución del personaje la encontramos ya al
comienzo del libro. En él, tras regresar de su retiro con fines medicinales en
Balbec, vuelve a disfrutar de la vida en la ciudad. Allí acude al teatro y tiene
la oportunidad de ver actuar, de nuevo,
a la Berma, que tanto le había decepcionado (de tanto como había ansiado
verla) en su adolescencia, quedando en esta ocasión completamente maravillado.
La verdad es que el comienzo del libro nos trae a Proust en
estado puro, con unas detalladísimas y bellísimas
descripciones de los palcos y de los ambientes del teatro. En estas páginas nos
encontramos con un Proust absolutamente desatado.
Como hemos comentado, el amor vuelve a ser importante (recordemos que se trata de un amor más ideal que carnal). Si en
los dos primeros tomos eran Gilberta y Albertina las adolescentes objeto de su
amor no correspondido, en este caso es Oriana, duquesa de Guermantes, la
mujer objeto de sus intentos de acercamiento. Intentos torpes y tímidos de
acercarse a ella y al mundo del que forma parte y que precisarán de la
colaboración de su amigo Roberto de Saint-Loup, pariente a su vez de la
duquesa. A raíz de las relaciones que Saint-Loup mantiene con Raquel, prostituta
de “a 20 francos”, Proust aprovecha para reflexionar sobre el amor, en otra de las partes más interesantes del libro.
Los citados intentos de acercamiento acaban con la entrada
de Proust en los círculos aristocráticos, a través de la ya conocida marquesa
de Villeparisis. En casa de ésta, asistirá a una reunión con multitud de
personajes, entre ellos la duquesa de Guermantes (con la que apenas intercambia
unas breves palabras), que entran y salen de la reunión, exponiendo sus puntos
de vista sobre las relaciones sociales, el asunto Dreyfus, tan en boga en aquel
momento, y la cuestión judía. Pero no os asustéis. No estamos ante un Proust político, ni
mucho menos. Él es un mero testigo, sin más. Utiliza el “caso Dreyfus”
únicamente para definir a los personajes.
Finaliza esta primera parte del libro con la salida de
nuestro protagonista de la reunión y unos extraños comentarios por parte del
barón de Charlus acerca de una “misión secreta” para él.
La segunda parte del libro comienza con unas de las más
bellas páginas de todo "En busca del tiempor perdido", al menos hasta ahora. Son las que narran la enfermedad,
agonía y muerte de la abuela (¡ay, esas freudianas relaciones entre Proust, su
madre, su abuela y su sirvienta Francisca!). Sencillamente, son impresionantes.
Y tras un pequeño salto en el tiempo, Proust se reencuentra
con una, en esta ocasión, servil Albertina, su amor de Balbec. Ese amor, para
él, ha pasado a mejor vida, lo que no es óbice para que, cruelmente, se aproveche de Albertina (porque Proust era muy sensible, pero también un poco "golfo").
Por último, consigue, cuando menos lo deseaba ya, entrar en
el círculo más íntimo de la duquesa de Guermantes. Acude, entre príncipes,
duques, condes, embajadores..., a reuniones sociales de lo más elitista pero también de lo más mundano con sus charlas insustanciales, falsedades,
cotilleos y envidias. Comprueba cómo ese mundo, en realidad, es completamente
diferente al que él había imaginado, igual que ya le ha ocurrido con el amor o con el
arte.
Concluye el libro de forma abrupta y sorprendente, con dos hechos. Por un lado, el barón de Charlus, el de la extraña
proposición al final de la primera parte, le retira inesperadamente su amistad. Por otro, reaparece Swann, ya avejentado y enfermo, en casa
de la duquesa de Guermantes. Quizá me equivoque, pero da la impresión de que el barón de
Charlus y Swann serán importantes en el siguiente tomo.
En definitiva, el libro contiene páginas absolutamente
geniales como muchas descripciones (de personas y ambientes), la parte de la enfermedad y muerte de la
abuela o las reflexiones sobre cómo influye el paso del tiempo y las circunstancias en nuestra forma de ver y sentir cosas como el amor, el arte o la propia vida. En ellas se manifiesta de forma clara la
extremada sensibilidad de Proust.
Pero también contiene páginas bastante farragosas y
extensas, como las dedicadas a las reuniones sociales, en las que el lector
puede terminar agobiándose ante tanta genealogía y tanta vacuidad. De ahí que
no lo haya calificado como “Imprescindible”, sino como “Muy recomendable”·
De todas formas, anímense. Lean a Proust. Poco a poco. Con calma. Como a los grandes tochos de la literatura, se le amará o se le odiará. No habrá termino medio.
Por mi parte, sé que seguiré con mi
particular “año Proust”. Ya sólo quedan cuatro tomos. Me tomaré un pequeño
descanso, pero “Sodoma y Gomorra” (otro tocho) espera.
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