Idioma original: coreano
Título original: 작별하지 않는다
Traducción: Hèctor Bofill y Hye Young Yu en catalán para La Magrana y Sunme Yoon en castellano para Random House
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
Título original: 작별하지 않는다
Traducción: Hèctor Bofill y Hye Young Yu en catalán para La Magrana y Sunme Yoon en castellano para Random House
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable
Siempre he encontrado en los libros de Han Kang un equilibrado balance entre el desasosiego y la calidez, la habilidad de la autora surcoreana en tratar temas complejos y punzantes, aunque haciéndolo con una marcada delicadeza y pausa que hacen que su lectura acompañe al lector.
En el libro que nos ocupa, y con un inicio que nos recuerda en parte a «La vegetariana», la protagonista Gyeongha es una mujer que siente cierta sensación de vértigo ante la vida que tiene, llegando al extremo de que después de mudarse se queda encerrada dos meses en casa dedicándose únicamente a escribir, sintiendo en sus carnes una pérdida de masa muscular y desnutrición; un círculo vicioso de migrañas, espasmos estomacales y analgésicos con altos contenidos en cafeína la acompañan en un estado de desequilibrio físico y psíquico envuelto de humedades y del sudor propio de los días de verano, en el que ella escribe su “auténtico adiós”: su despedida en una suerte de testamento que dejará a alguien (que no ha decidido aún) para que se encargue de sus pertinencias cuando fallezca, aunque sin conseguir el resultado esperado en tal empresa de manera que un día y otro empieza y termina de nuevo su carta de despedida intentanto alcanzar la calidad deseada. En medio de este lapsus vital, recibe una llamada de su amiga Inseon, una joven fotógrafa freelance que conoció años atrás en su primer trabajo y con quien tenía una gran amistad a pesar de que se veían poco, quién le pide que vaya a verla inmediatamente al hospital donde está ingresada; su petición viene acompañada de un motivo algo particular: que vaya a su casa para poder cuidar de su pájaro mientras está ella internada por ese corte producido en el taller donde trabajaba. Inseon una persona de quien Gyeongha afirma que «una mera conversación con ella y se replegaban los territorios del caos, de la ambigüedad y la incertidumbre. Su manera de hablar y sus gestos exudaban una serenidad firme, le transmitía la confianza de que todos nuestros actos tenían una finalidad, que todos nuestros esfuerzos tenían un sentido, aunque terminaran en fracaso», una antigua amistad que ahora la necesita pero que su petición conlleva cierto sacrificio personal. Así, el relato alterna de manera intercalada y con breves fragmentos el viaje hacia el pueblo de Inseon con los recuerdos de cuando se conocieron.
Con esta premisa, la autora esgrime un hilo argumental que nos conduce a través de un viaje en condiciones climatológicas adversas hacia un territorio desconocido y hostil, pues Gyeongha no sabe lo que se encontrará en su destino final, a todos los niveles. Un destino físico que alberga un sinfín de recuerdos del pasado de Inseon y de ella misma, rememorando en ese viaje un pasado conjunto y familiar envueltos de represión y conflictos, pues la llegada de Gyeongha a la casa causa que empiece a recuperar artículos, cartas y escritos de esa época, evocándonos a la tristeza y crueldad de una masacre que marcó su gente y su propia familia y que tuvo lugar en Jeju en 1948 tras la represión por parte de la policía a una insurrección con el resultado de casi treinta mil personas asesinadas con grandes dosis de crueldad.
Con este episodio histórico como telón de fondo y que nos devuelve en gran parte a la literatura de Han Kang donde mezcla narrativa con contextos sociales y que ya vimos en su grandísima novela «Actos humanos», la autora traza un relato en el que combina denuncia con amistad, sueños con pesadillas, realidad con ficción en un relato en el que alterna el presente y el pasado de manera imbricada donde todo está relacionado y los elementos y sueños que encuentra en la casa la llevan a momentos pasados de su vida y su gente. De esta manera, la autora surcoreana combina una parte onírica que nos lleva de pleno a la literatura oriental encarnada por Haruki Murakami a través de los recuerdos, los pensamientos y los sueños con la literatura de denuncia que nos mostró en «Actos Humanos» y con la que comparte cierta temática y enfoque. Así, sin dejar de lado el argumento basado en un trasfondo de masacres y guerra, la capa de calidez que envuelve el libro muestra que Han Kang parece haber dejado de lado su narrativa estilísticamente arriesgada y cruda para hablar de una historia trágica desde la calma. Cabe decir que ya daba muestra de este acercamiento más cálido en «La clase de griego», pues en ella había cierta dureza en el relato, aunque con una clara intención emotiva. Por ello, y si bien es un buen relato en el que equilibra el tono y el fondo, choca con lo que uno espera de Han Kang a nivel más visceral y orgánico. Aquí el estilo es otro, aquí va de calidez y remansos de aparente paz entre copos de nieve que caen y reposan sobre el relato, como envolviéndoos y llamándonos a buscar cobijo, mientras sortean en la plácida caída los agrestes terrenos sobre los que reposar repletos de tumbas y cadáveres. Así, la prosa inicial de Han Kang se desvía hacia caminos poéticos con los que envuelve de delicadeza sus más oscuros pensamientos, cómo cuando afirma que «al lado de los troncos amontonados, que descansan como los trozos del cuerpo de un gigante descuartizado». Esta visión poética de una cruda realidad se alterna con estados semioníricos en los que afirma, con una mirada contemplativa y casi nostálgica, que «observo la anciana de perfil, inmóvil como una estatua, con ambas manos reposando sobre su bastón (…) tengo el extraño miedo de que, en el momento en que la toqué, su rostro y su cuerpo se dispersarán en la nieve y desaparecerán».
Por todo ello, estamos delante de un relato que gira en torno de la amistad, pero especialmente de la muerte, una muerte que es el origen de la idea de la autora en escribir el libro, tras un sueño que tuvo relacionado con la masacre ocurrida en Jeju en 1948. Kang sigue con su estilo de escritura corpórea y sensorial, en el que la protagonista sufre y se angustia, estremeciendo su cuerpo ante un mundo interior hostil poblado de sueños y temores y un lindo exterior que la somete al frío, a la intemperie a veces y a la incomodad de sentirse rechazada en un lugar en el que no debería estar. De esta manera, estamos delante de una obra que combina calidez poética a la vez que denuncia y en la que la autora nos demuestra una vez más que los conflictos se adhieren a la piel y a la historia de la población de manera inexorable, y que, a pesar de luchar por conseguir salir adelante, no podemos dejar atrás una historia trágica sin dejar de recordar a las víctimas y condenar a sus autores.
También de Han Kang en ULAD: La vegetariana, La vegetariana (contrarreseña), Blanco, La clase de griego, Actos Humanos
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