sábado, 29 de marzo de 2025

Carlos Castilla del Pino: Pretérito imperfecto

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1997

Valoración: Recomendable


Para ser sincero reconozco que, en un tic de lector perezoso, quizá pasado un tercio del libro miraba con ojos golosos esos volúmenes de lomo finito que esperan en la estantería. Muy mal, ya lo sé, pero este semi-tocho de quinientas páginas largas de tipografía más bien escueta se me hizo un poco cuesta arriba en algunos momentos, y eso que las memorias del psiquiatra Carlos Castilla del Pino solo alcanzan hasta sus veintisiete añitos (después escribiría una segunda parte titulada Casa del Olivo, de longitud similar).

Y es que el autor resulta seguramente excesivo en los detalles, lo valora y disecciona todo, cada situación, cada personaje (y son decenas, quizá cientos), relata con la precisión de algo que hubiera ocurrido ayer, no en vano parece ser que guarda un número ingente de documentos, notas colegiales y universitarias, recortes de prensa, cartas, nombramientos, papeles en los que apoya su memoria o con los que indaga en cada circunstancia como forzado a defender su argumentación ante un tribunal. Se diría que, más que contar su vida, lo que intenta es reconstruirla punto por punto para que, una vez impresa, quede fijada para siempre.

Pero, claro, la cuestión es que lo que cuenta es casi siempre interesante, desde la infancia en una familia conservadora y acomodada (relaciones complicadas con sus padres y hermanas, el grupo de amigos del pueblo, el odioso internado en los salesianos) hasta el inicio de la Guerra civil cuando, envuelto en su ambiente más cercano, se alista en el Requeté siendo un adolescente y asiste al asesinato de varios familiares por parte de los milicianos. En esa etapa empiezan a fraguarse el anticlericalismo y el antimilitarismo de los que Castilla hace gala a lo largo del libro, tendencias que se irían acentuando y consolidando hasta terminar en su militancia comunista muchos años después, lo que queda ya fuera del libro.

Situado entonces, por origen y educación, en el campo del tradicionalismo católico, el joven Castilla ve nacer el profundo desprecio hacia la brutalidad y la incultura falangistas, y descubrimos así esa pugna entre dos de los pilares del franquismo, tradicionalistas en principio monárquicos vs. falangistas, enfrentamiento quizá más moral o intelectual que político, que siempre se quiso ocultar y que perduraría en gran medida durante toda la vida del Régimen. 

Castilla, tan joven, muestra una voracidad incontenible de saber, es lector insaciable, y tiene muy clara su vocación médica, hasta el punto de que, los tiempos lo permiten, asiste con frecuencia a autopsias en edad aún adolescente. Pero lo más interesante de esta etapa es que, desde una posición cultural indudablemente elevada, se va fraguando su repulsa hacia un sistema que, solo en base a la sospecha o la desafección, sustituye a investigadores y catedráticos de gran valía por amiguetes, pelotas o voceros del bando vencedor. El autor no puede soportar ese triunfo de la mediocridad y el servilismo, y en pocos años una postura inicialmente tibia y mediatizada por el origen familiar pasa primero a una etapa de rebeldía algo inconsciente, hasta desembocar en una oposición cada vez más firme al cutrerío dominante en las esferas oficiales.

Castilla no es (todavía) un rojo en el sentido ideológico sino que, como él mismo refiere, esto requirió una evolución ‘desde el mero intelectualismo antifranquista (anticlerical y antimilitarista) a una auténtica conciencia de izquierda’, proceso en el que tuvo mucho que ver el azañista Vicente Lizarraga. Interesante concepto el de ‘intelectualismo antifranquista’ porque en esa época, años 40-50, con los republicanos derrotados y represaliados, asesinados o en el exilio sus dirigentes, el de los intelectuales fue quizá uno de los reductos donde empezó a germinar una oposición que todavía tendría que esperar para adquirir alguna solidez. 

Hay naturalmente mucho más, desde confesiones sobre amores adolescentes y juveniles hasta detallados relatos sobre la etapa universitaria, la práctica de la medicina en un manicomio o las temporadas en la milicia universitaria, donde se vuelca todo el desprecio hacia la vida militar, sus rutinas, su liturgia y su pobretería intelectual. Por supuesto tiene también el atractivo de ver desfilar a gran cantidad de nombres significativos de la época, como Laín Entralgo, el polémico López Ibor (que fue superior de Castilla en una larga etapa), Jaime de Mora, Ortega, Gregorio Marañón, Luis Martín Santos, Martínez Bordiú, Baroja, Torrente Ballester. Todo un elenco de personajes que, junto con otros muchos que nos serán desconocidos, componen una fotografía muy directa de esa etapa oscura y aplastante, de tal mediocridad que se entiende muy bien lo difícil que debió ser, por supuesto para cualquier ciudadano, pero muy en particular para aquellos con una mínima inquietud por la cultura y la razón. 


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Querido Carlos.
Ante todo, gracias por la atenta lectura y la útil e informada reseña.
Dos preguntas por mi parte:
La primera, si consideras este libro un clásico, un olvidado, ambas cosas o ninguna de las dos.
Lo digo por la prédica que algunos le dan en España, aunque la práctica totalidad de la obra de este autor está descatalogada y solo se encuentra de segunda mano.
Y la segunda pregunta es obligada, saber si procederás, en algún momento, con la Casa del Olivo, continuación de estas memorias.
Saludos

Carlos Andia dijo...

Primera pregunta: ni idea. Solo puedo decir que el autor fue un personaje de cierta relevancia pública, no sabría decir si por su militancia política (que yo desconocía), por su intensa relación profesional con López Ibor (quien en su época dio también para muchos comentarios), o por alguna otra causa que no sé.
Segunda: como indicaba en la reseña, el libro me ha parecido bastante interesante pero también se me ha hecho algo largo. Así que de momento, y para una larga temporada, no me planteo en absoluto ir a por la continuación.

Gracias por tus amables comentarios, y un saludo.

Carlos Ávila dijo...

Tuve ocasión de conocer a Castilla del Pino por una conferencia que "dio" a principios de los setenta en la Facultad de Económicas de la Complutense. Fue suspendida, claro, antes de comenzar. Había leído, y aún conservo, alguno de sus libros. Me marcó especialmente Cuatro ensayos sobre la mujer que a mi novia de entonces y a mí nos hizo cambiar muchas cosas. Fue un personaje importante en la época, pero sus memorias son un tostón porque uno de los problemas que tenía es que escribía de forma muy farragosa lo que se nota especialmente en ese libro que, además, es tan extenso.

Anónimo dijo...

Lo leí hace muchos años. Cuando no había internet y leía más. Coincido con el crítico literario. Juan Viejo. Muchas gracias