Año de publicación: 2023
Valoración: Recomendable
Es fácil empatizar con personajes vulnerables, por utilizar la palabra de moda. Por ello los relatos en torno a ancianos y niños tienen, entre otros, el riesgo de caer en la ñoñería o la condescendencia, o deslizarse hacia lo lacrimógeno, peligros todos ellos que en mi opinión abocan al libro a un fracaso seguro. Hay que hacerlo muy bien para escapar de todo esto al mismo tiempo que se plantean cuestiones interesantes sobre estos colectivos y se dibujan personajes que realmente tengan algo que aportar.
El hilo conductor de Cien cuyes lo constituye Eufrasia, una mujer madura cuya ocupación consiste en el cuidado de ancianos. Les acompaña a domicilio, poco después también en una residencia, en un laborioso pluriempleo con largas trayectorias en las que establece un fuerte vínculo con sus clientes. Pero aunque Eufrasia está casi siempre en escena, es hilo conductor más que protagonista, porque el protagonista absoluto de la novela es la vejez: tipos muy diferentes de ancianos, la viuda solitaria con problemas de movilidad, el antiguo surfista, la mujer elegante y de mundo, el modesto poeta, el severo oriental siempre fiel a su origen. Muy diferentes, sí, pero marcados sin remedio por la avanzada edad que les hace homogéneos por encima de sexo, origen o personalidad: la decadencia física, a veces también mental, los achaques malamente combatidos con pastillas y sobre todo, la conciencia inquebrantable de que la muerte ronda muy cerca, que la historia se acaba y la pendiente hacia el final es acelerada e irremediable.
Todos ellos, alejados de familias y con la nómina de amistades cada vez más recortada, se plantean, como imagino cualquiera hará a esos niveles, la posibilidad de una despedida digna, el dar por terminado el recorrido sin esperar a que la naturaleza lo haga más largo y doloroso de lo necesario. Estamos hablando claro está de la eutanasia en su sentido más amplio, poner el punto final voluntariamente cuando ya todo está dicho y vivido.
El libro lo plantea de forma muy directa, quizá demasiado directa porque deja poco margen a la duda desde muy pronto. Y aparentemente tampoco se abre al debate, porque ¿quién puede negar a alguien el derecho a bajar su propia persiana cuando a nadie perjudica con ello? ¿quién es capaz de obligar a seguir luchando y sufriendo el deterioro, la soledad, la indefensión? ¿cómo se puede condenar una decisión consciente y fría de terminar un calvario que siempre va a ser más y más doloroso? Se diría que de alguna manera el autor rehúye el conflicto y, si acaso, deja al lector la responsabilidad de buscar una antítesis.
Es cierto que el relato presenta siempre una situación ideal. Los ancianos están en pleno uso de sus facultades, nada les ata ya a la vida, se sienten libres y hasta jubilosos por terminar de forma honorable, indolora y hasta un punto divertida, circunstancias que en el mundo real no convergen con tanta facilidad. Pero es una hipótesis para plantear la reflexión. Y además el autor lo hace de forma impecable, sin abusar de emotividad, con sencilla elegancia que llena de naturalidad todas las situaciones.
Quizá la técnica narrativa esté un poco por debajo del estilo. Como decía antes, todo parece bastante obvio casi desde el principio, y una cuestión que a pesar de todo no deja de ser tan delicada se plantea de forma casi idílica, para resolverse de manera algo endeble y evasiva. Pero no importa demasiado. Lo importante es que el libro se lee de forma placentera gracias a la amabilidad y el buen gusto que mantiene en todo momento, y sobre todo porque deja ahí, bien claras, esas preguntas fundamentales que deberían impedir prejuzgar comportamientos que en algún momento nos pueden parecer terribles, pero que a lo mejor, más pronto o más tarde, pueden presentarse en nuestro horizonte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario