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lunes, 3 de marzo de 2025

Han Kang: Imposible decir adiós

Idioma original: coreano
Título original: 작별하지 않는다
Traducción: Hèctor Bofill y Hye Young Yu en catalán para La Magrana y Sunme Yoon en castellano para Random House
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable


Siempre he encontrado en los libros de Han Kang un equilibrado balance entre el desasosiego y la calidez, la habilidad de la autora surcoreana en tratar temas complejos y punzantes, aunque haciéndolo con una marcada delicadeza y pausa que hacen que su lectura acompañe al lector.

En el libro que nos ocupa, y con un inicio que nos recuerda en parte a «La vegetariana», la protagonista Gyeongha es una mujer que siente cierta sensación de vértigo ante la vida que tiene, llegando al extremo de que después de mudarse se queda encerrada dos meses en casa dedicándose únicamente a escribir, sintiendo en sus carnes una pérdida de masa muscular y desnutrición; un círculo vicioso de migrañas, espasmos estomacales y analgésicos con altos contenidos en cafeína la acompañan en un estado de desequilibrio físico y psíquico envuelto de humedades y del sudor propio de los días de verano, en el que ella escribe su “auténtico adiós”: su despedida en una suerte de testamento que dejará a alguien (que no ha decidido aún) para que se encargue de sus pertinencias cuando fallezca, aunque sin conseguir el resultado esperado en tal empresa de manera que un día y otro empieza y termina de nuevo su carta de despedida intentanto alcanzar la calidad deseada. En medio de este lapsus vital, recibe una llamada de su amiga Inseon, una joven fotógrafa freelance que conoció años atrás en su primer trabajo y con quien tenía una gran amistad a pesar de que se veían poco, quién le pide que vaya a verla inmediatamente al hospital donde está ingresada; su petición viene acompañada de un motivo algo particular: que vaya a su casa para poder cuidar de su pájaro mientras está ella internada por ese corte producido en el taller donde trabajaba. Inseon una persona de quien Gyeongha afirma que «una mera conversación con ella y se replegaban los territorios del caos, de la ambigüedad y la incertidumbre. Su manera de hablar y sus gestos exudaban una serenidad firme, le transmitía la confianza de que todos nuestros actos tenían una finalidad, que todos nuestros esfuerzos tenían un sentido, aunque terminaran en fracaso», una antigua amistad que ahora la necesita pero que su petición conlleva cierto sacrificio personal. Así, el relato alterna de manera intercalada y con breves fragmentos el viaje hacia el pueblo de Inseon con los recuerdos de cuando se conocieron. 

Con esta premisa, la autora esgrime un hilo argumental que nos conduce a través de un viaje en condiciones climatológicas adversas hacia un territorio desconocido y hostil, pues Gyeongha no sabe lo que se encontrará en su destino final, a todos los niveles. Un destino físico que alberga un sinfín de recuerdos del pasado de Inseon y de ella misma, rememorando en ese viaje un pasado conjunto y familiar envueltos de represión y conflictos, pues la llegada de Gyeongha a la casa causa que empiece a recuperar artículos, cartas y escritos de esa época, evocándonos a la tristeza y crueldad de una masacre que marcó su gente y su propia familia y que tuvo lugar en Jeju en 1948 tras la represión por parte de la policía a una insurrección con el resultado de casi treinta mil personas asesinadas con grandes dosis de crueldad.

Con este episodio histórico como telón de fondo y que nos devuelve en gran parte a la literatura de Han Kang donde mezcla narrativa con contextos sociales y que ya vimos en su grandísima novela «Actos humanos», la autora traza un relato en el que combina denuncia con amistad, sueños con pesadillas, realidad con ficción en un relato en el que alterna el presente y el pasado de manera imbricada donde todo está relacionado y los elementos y sueños que encuentra en la casa la llevan a momentos pasados de su vida y su gente. De esta manera, la autora surcoreana combina una parte onírica que nos lleva de pleno a la literatura oriental encarnada por Haruki Murakami a través de los recuerdos, los pensamientos y los sueños con la literatura de denuncia que nos mostró en «Actos Humanos» y con la que comparte cierta temática y enfoque. Así, sin dejar de lado el argumento basado en un trasfondo de masacres y guerra, la capa de calidez que envuelve el libro muestra que Han Kang parece haber dejado de lado su narrativa estilísticamente arriesgada y cruda para hablar de una historia trágica desde la calma. Cabe decir que ya daba muestra de este acercamiento más cálido en «La clase de griego», pues en ella había cierta dureza en el relato, aunque con una clara intención emotiva. Por ello, y si bien es un buen relato en el que equilibra el tono y el fondo, choca con lo que uno espera de Han Kang a nivel más visceral y orgánico. Aquí el estilo es otro, aquí va de calidez y remansos de aparente paz entre copos de nieve que caen y reposan sobre el relato, como envolviéndoos y llamándonos a buscar cobijo, mientras sortean en la plácida caída los agrestes terrenos sobre los que reposar repletos de tumbas y cadáveres. Así, la prosa inicial de Han Kang se desvía hacia caminos poéticos con los que envuelve de delicadeza sus más oscuros pensamientos, cómo cuando afirma que «al lado de los troncos amontonados, que descansan como los trozos del cuerpo de un gigante descuartizado». Esta visión poética de una cruda realidad se alterna con estados semioníricos en los que afirma, con una mirada contemplativa y casi nostálgica, que «observo la anciana de perfil, inmóvil como una estatua, con ambas manos reposando sobre su bastón (…) tengo el extraño miedo de que, en el momento en que la toqué, su rostro y su cuerpo se dispersarán en la nieve y desaparecerán».

Por todo ello, estamos delante de un relato que gira en torno de la amistad, pero especialmente de la muerte, una muerte que es el origen de la idea de la autora en escribir el libro, tras un sueño que tuvo relacionado con la masacre ocurrida en Jeju en 1948. Kang sigue con su estilo de escritura corpórea y sensorial, en el que la protagonista sufre y se angustia, estremeciendo su cuerpo ante un mundo interior hostil poblado de sueños y temores y un lindo exterior que la somete al frío, a la intemperie a veces y a la incomodad de sentirse rechazada en un lugar en el que no debería estar. De esta manera, estamos delante de una obra que combina calidez poética a la vez que denuncia y en la que la autora nos demuestra una vez más que los conflictos se adhieren a la piel y a la historia de la población de manera inexorable, y que, a pesar de luchar por conseguir salir adelante, no podemos dejar atrás una historia trágica sin dejar de recordar a las víctimas y condenar a sus autores.

sábado, 17 de febrero de 2024

Bora Chung: Conejo maldito

Idioma original:
Coreano
Título original: 저주 토끼
Año de publicación: 2017
Traductor: Álvaro Trigo Maldonado
Valoración: Muy recomendable (aunque algo irregular)

Corea (la del Sur) está de moda: en la música, el K-Pop hace estragos entre los/as más jóvenes; en cine, Parásitos arrasó hace solo unos pocos años; en series, El juego del calamar es un éxito mundial; en literatura, Han Kang es quizás la más visible y reconocida de un conjunto de escritores, y sobre todo escritoras, que han conquistado a los lectores globales en los más diferentes géneros y estilos. A este grupo, y a esta tendencia, se une ahora Bora Chung, una autora con una obra ya moderadamente extensa (tres novelas y tres libros de relatos), y cuya última colección de cuentos, Conejo maldito, fue seleccionada para el International Booker Prize en 2022. Ahora, este libro llega a España de la mano de AlphaDecay, en traducción de Álvaro Trigo Maldonado, y ha sido recibido, al menos entre los aficionados a lo fantástico, lo ominoso o lo extraño, con bastante alborozo.

Realmente, es muy difícil asignar un género específico a este volumen de relatos, en primer lugar porque los propios límites entre unos y otros son borrosos y móviles, sino porque la propia autora parece querer ofrecer un muestrario de las diversas variantes de la imaginación ficcional, de lo maravilloso al estilo de Las mil y una noches a la ciencia ficción de robots; de lo fantástico a lo bizarro; de lo mítico a lo cotidiano, aunque siempre con un giro inesperado y sorprendente. De hecho, lo único que creo que vincula a todos los cuentos es precisamente eso: contener algún elemento imposible, inverosímil, no necesariamente sobrenatural, que a veces se inserta en un mundo "realista", mimético del nuestro, y en otros casos existe en un universo propio y diverso. 

Personalmente, los cuentos que más me han gustado, con diferencia, son los del primer grupo: aquellos que se sitúan en universos semejantes al nuestro, en contextos muchas veces cotidianos y vulgares, en los que lo ominoso, lo sobrenatural, se entromete con consecuencias humorísticas o terroríficas. El primero, "Conejo maldito", es un perfecto ejemplo de esto: la historia de una familia dedicada a crear artefactos malditos (como el conejo del título, que en realidad es una lámpara de porcelana) se entrelaza con una historia de luchas empresariales y artimañas legales con una naturalidad maravillosa. En la misma línea que cruza el realismo (casi) social con lo fantástico se sitúa "Mi dulce hogar", que habla sobre las desventuras de un matrimonio que acaba de comprar un edificio desvencijado, que quizás esconda entre sus paredes algo más que la basura de una de sus últimas inquilinas.
 
También es magnífico y sorprendente "La cabeza", en el que una mujer descubre un ser que le habla desde el váter, que le llama "mamá" y que dice estar compuesto por sus excrementos y otros residuos corporales. Bora Chung consigue llevar hasta una conclusión redonda un cuento escatológico que se podía haber confundido en un chiste fácil. Algo parecido sucede en "La regla", el cuento más transparentemente reivindicativo del libro, en el que una mujer se queda embarazada por tomar sus comprimidos anticonceptivos de forma incorrecta, y es presionada por su familia y por la sociedad para encontrar un marido cuanto antes, porque lo contrario sería, en fin, desastroso. "El reencuentro" y "Los dedos fríos" podrían incluirse en este grupo, aunque son menos originales, configurándose como historias de fantasmas bastante tradicionales.

Frente a estos cuentos que encajarían, mejor o peor, en el género de lo fantástico, y que en mi opinión componen lo mejor del libro, otros cuentos se sitúan en mundos de fantasia o de magia que relacionamos con los cuentos tradicionales maravillosos o con lo que en inglés se llama fantasy. El mejor de este segundo grupo es en mi opinión "Cicatrices", en que un niño es mantenido prisionero en una cueva por un monstruo gigantesco que solo lo visita para picotearlo salvajemente - hasta que el chico consigue escapar. Algo menos me ha gustado "La trampa", que parte de un encuentro fortuito con un zorro que sangra oro fundido, lo que, como suele suceder en estos cuentos, despierta una avaricia inhumana en el hombre que lo encuentra. "El amo del viento y la tierra" se sitúa en un mundo exótico, desiértico y mágico, en el que un barco puede volar y un pez puede aparecer enterrado en medio de la arena. Por último, aislado del resto y, en mi opinión, en un escalón inferior, se encuentra "Adiós, amor mío", una historia de amor entre un ingeniero y un robot que no me parece que añada mucho a relatos semejantes de Ted Chiang, o a películas como Her o Ex Machina.

En conjunto, no hay duda de que el nivel de los cuentos de Conejo maldito es muy alto, y que este libro atesta tanto la inventiva aparentemente inagotable de la autora, como su capacidad para manejar diferentes géneros y registros. Tampoco me parece que haya duda de que no todos los cuentos están al mismo nivel, ni todos son igual de originales. En cualquier caso, es un libro que seguro que hará disfrutar a casi cualquier amante de la fantasía, el terror o lo bizarro, porque tiene algo para cada tipo de lector.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Han Kang: La clase de griego

Idioma original: coreano
Título original: 희랍어 시간
Traducción: Hèctor Bofill y Hye Young Yu para La Magrana (en catalán) y Sunme Yoon para Penguin Random House (en castellano)
Año de publicación: 2011
Valoración: recomendable


Hay ocasiones en los que la trayectoria literaria de un autor tiene recovecos y meandros que dificultan seguirle la pista, pues la obra publicada no guarda un estricto orden en la que fue escrita sino que las editoriales, por uno u otro motivo, traducen sus obras de manera desordenada. Este es el caso que nos ocupa pues el primer título traducido de Han Kang «La vegetariana» (2007), con el que obtuvo su máxima repercusión, vino seguido por «Actos Humanos» (2014) y después por «Blanco» (2017), pero sorprendentemente justo ahora se recupera esta obra, muy anterior, publicada originariamente en 2011. Y, en este caso, la cronología en la traducción guarda relación con la evolución de la autora, pues, paradójicamente, esta obra se encuentra mucho más próxima a «Blanco» a nivel conceptual y estilístico que si la ubicáramos temporalmente entre «La vegetariana» y «Actos Humanos» que es donde le pertenecería. Veamos el porqué.


Podríamos intentar simplificar la obra de Han Kang, según lo publicado hasta la fecha, en dos grandes bloques: la búsqueda del impacto y la dureza narrativa por un lado, y la mirada apreciativa y cálida en el otro. En apariencia, dos bloques antagonistas, casi enfrentados, pero solo en apariencia porque mientras el dolor y el atrevimiento mostrado en sus primeras novelas traducidas ocultaban una prosa poética y emotiva, de la misma manera la mirada tierna y delicada de «Blanco» y del libro que nos ocupa apenas deja entrever el dolor y la dureza que la soledad y la tristeza desprenden. Pero todos estos elementos se mezclan y conviven en todas sus obras, de manera que el estilo de Han Kang se encuentra y se conserva intacto en su profundidad, cambiando únicamente el punto desde donde lanza su mirada, el origen desde el cuál emerge la emoción que hábilmente plasma en sus textos.

La novela empieza con la protagonista sentada en una clase donde enseñan griego; en ella, se le pide leer en voz alta. Pero cuando lo intenta ve que no puede, que es incapaz de articular palabra ante la sorpresa de los demás. Este hecho la lleva a recordar años atrás en las que esta incómoda e involuntaria situación le ocurrió por primera vez, en su infancia, con su madre enferma de cáncer y ella volcada con la lectura, aprendiendo la lengua y los signos ortográficos con pocos años. Con una personalidad solitaria, encontraba siempre la compañía en las letras mucho más que en los amigos, sin mostrar ningún interés por arreglarse ni por tener relaciones románticas llegando así a los dieciséis años cuando el primero de esos episodios de mudez apareció, siendo incapaz de articular ninguna de esas palabras que con tanta admiración y avidez aprendía de los libros. La narración, siempre pausada y bien hilvanada, nos devuelve al cabo de pocas páginas al presente, y conocemos que ya en la edad madura vive sola, sin un marido del que se divorció y sin la custodia de su único hijo pues la consideraron incapaz de cuidarle y velar por él debido a su precaria situación económica y a su hipersensibilidad.

En este relato a dos voces, la autora alterna la narración de la protagonista con la del profesor de griego, víctima de una ceguera que avanza de manera inexorable ya desde su adolescencia y nos habla también de un amor que tuvo a esa edad en la que los sentimientos inundan nuestra existencia y todo se descubre con la magia de las primeras ocasiones mientras nos detalla cómo su tránsito vital era acompañado por una emigración desde Corea a Alemania en su adolescencia y su regreso a su tierra natal años después. De esta manera, el texto alterna la narración con breves episodios de la clase de griego, en la que profesor y alumna de encuentran, con grandes extensiones del pasado de ambos protagonistas que copan la mayoría de las páginas del libro. De manera análoga a la clase de griego y el estudio del griego antiguo de la mano de Sócrates y Platón, el texto de envuelve se constantes reflexiones sobre la amistad, la vida, la muerte y el paso del tiempo, imbuyendo a sus protagonistas de los razonamientos filosóficos de los grandes pensadores antiguos.

Como en sus anteriores novelas, el estilo de Han Kang es orgánico, desborda el cuerpo y se interrelaciona con él, imbricando pensamiento y cuerpo como elementos que interactúan de manera casi indistinguible; en este caso, el dolor que inunda la vida de la protagonista se encierra tan dentro de sí que ni las palabras surgen de su propia boca, envueltas en un manto de oscuridad que impide que salgan a la luz como si, encerrando el dolor, este fuera a desaparecer engullido por su propio ser. Pero el dolor no desparece si no lo sueltas, no se absorbe aunque lo intentes, y ella lo intenta, no a través de su propia lengua, una lengua vinculada por siempre a su vida, sino a través de una lengua extranjera, quien sabe si pensando que al abrirse a una nueva lengua se le abrirá a su vez un nuevo mundo, esta vez más luminoso, menos oscuro porque «entonces, cuando disponía del lenguaje, las emociones eran más claras y fuertes. Pero ahora ya no hay palabras dentro de ella. Las palabras y las frases se han separado de su cuerpo». El ritmo lento y pausado, muy habitual en la literatura oriental, encaja a la perfección con la historia narrada, en la que ambos personajes se aproximan, con tiento y delicadeza, como si su fragilidad emocional fuera tan quebradiza que no pudiera soportar un ritmo más acelerado, como si la ceguera de él y la mudez de ella les obligaran a ralentizar sus movimientos, quizá esperando a encontrar algo que les permitiera avanzar con más determinación.

Con este texto, la autora demuestra nuevamente una gran sensibilidad y nos acerca a unos sentimientos envueltos de soledad a través de unos personajes que, aunque no de manera explícita o buscada, reclaman a grandes gritos, a veces ensordecidos por un gran silencio, la compañía de un ser amable que comparta con ellos su situación trágica. Una compañía que siempre necesitamos aunque a veces no seamos conscientes de ello y que a veces encontramos en otras almas tan perdidas y solas como nosotros mismos.

lunes, 26 de junio de 2023

Hwang Sok-yong. Al atardecer


Idioma original: coreano

Título original: Haejil Muryeop

Año de publicación: 2015

Traducción: Laura Hernández Ramos y Lee Eun Kim

Valoración: muy recomendable

Al margen de lo que una sinopsis pueda aclarar sobre esta novela e incluso de lo que puedan expresar cuantas reseñas se publiquen, o su condición de premiada en certámenes literarios internacionales, siempre es gratificante incursionar en otras culturas y no limitarse al hallazgo sin más de los detalles obvios (costumbres, tradiciones), sino más bien dar un paso más y llegar a conocer (obviamente no en profundidad, esto es narrativa) ciertos aspectos propios de las sociedades que nos son ajenas. Bien, en esta novela Hwang Sok-yong combina estas cuestiones de forma que tenemos una trama que parte de una circunstancia algo murakamiana (no os asustéis) partiendo de una nota que es entregada a Minwoo Park, protagonista, cuando éste da una conferencia, y que pasa a desarrollarse con continuos flash-back que permiten no solamente situarnos en la evolución dispar de la vida de los personajes. Park dirige un importante estudio de arquitectura y puede considerarse un emblema de la Corea del Sur actual, uno de los tigres asiáticos que se convirtió en una poderosa economía capaz de exportar ya no solo producto sino servicio, conocimiento, incluso referencias culturales dispares pero de fuerte impacto. En ese sentido, el autor usa dos referentes clásicos literarios en la narración: éxito y fracaso. Los sitúa en un punto de partida común y describe su tránsito hacia esa futura confluencia. Ni siquiera se ampara en el recurso del azar. Quien entrega la nota a Park es Woohee Jeong, directora de teatro que vive en el multi-empleo y la precariedad. O una muestra perfecta de que incluso las naciones de meteórico desarrollo tienen sus cuentas pendientes, en este caso con ciertas manifestaciones artísticas que no están en lo alto de la cúspide comercial.

Por eso esta es una novela brillante. Por cómo cala el mensaje de que las sociedades establecidas en el paradigma de la competitividad y el desenfreno tienen también sus víctimas y sus puntos de desequilibrio. Que no todo son los iconos tecnológicos, la perfección aséptica de los ídolos del K-Pop y la crueldad casi caricaturizada de El juego del calamar, por aportar los ejemplos más obvios. Que ese trasvase de la humildad a la ostentación ha dejado también profundas heridas.

Y aunque ese sea el poderoso trasfondo de la novela, igualmente nos encontramos con barrios peligrosos en grandes urbes, con comercios precarios que son el sustento de familias humildes (y la única opción para que las generaciones posteriores opten a la educación en una de las economías más competitivas del planeta), con problemas para llegar a fin de mes en convivencia con una minoría que se enriquece rápida e indecentemente, con entornos de corrupción como acompañantes casi obligatorios de esos escandalosos crecimientos...aunque Al atardecer pueda parecernos en su trama y en su extensión - ciento sesenta páginas - una novela modesta, resulta dar mucho más de lo que parece ofrecer.

domingo, 3 de julio de 2022

Keum Suk Gendry-Kim: Hierba

Idioma original: coreano
Título original:

Traducción: Joo Hasun

Año de publicación: 2018

Valoración: muy recomendable y necesario


Hay libros que resultan especialmente difíciles de reseñar, no tanto por la complejidad de su estructura narrativa o su...


- Espera, espera... ¿nos estás diciendo que te resulta difícil reseñar un TEBEO? Madre mía, hay que ver que flojos os habéis vuelto en este blog...

-Bueno, llámalo "tebeo" si quieres, pero en este caso sí que es pertinente lo de "novela gráfica" o, más bien, "biografía gráfica", porque lo que nos cuenta Hierba es la vida de una persona real, la coreana Lee Ok-sun, una mujer que ha llevado una vida especialmente dura, pero que no se ha rendido ni lo hará, ni siquiera hoy, cuando ya es una anciana de edad muy avanzada... Nacida en una familia extremadamente pobre de una aldea cercana a Busan, Ok-sun tuvo que abandonar, con engañas, la casa familiar, siendo aún niña, para ir a servir a un restaurante de la ciudad y luego a una taberna de Ulsan. de adolescente, fue secuestrada y enviada junto con otras chicas coreanas, al aeródromo japonés de Yanji, en Manchuria, para ser "mujer de consuelo", eufemismo empleado para designar a las esclavas sexuales obligadas a satisfacer a los soldados del Ejército Imperial. En aquellos años de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo japonés obligaba a trabajadores de los países que conquistaba a suplir la mano de obra que suponía sus soldados, mientras que, para tener a éstos contentos lejos de casa, les proporcionaba chicas coreanas o chinas con las que desfogar sus ansias y apetitos... Las chicas eran recluidas en las llamadas Estaciones de Consuelo, auténticos campos de concentración en miniatura donde eran violadas una y otra vez, durante años, malviviendo, por si fuera poco, en condiciones sanitarias y alimenticias bastante deplorables. Un infierno sobre la Tierra, otro más y no menos terrible, que tantos que se crearon en aquellos años.

De la estación de Consuelo a la Casa del Compartir, que es como se conoce en Corea a los centros que acogen a estas ancianas víctimas de la guerra: en la de Gyeonggi, donde reside Lee Ok-sun, la conoció la autora de cómics Keum Suk Gendry-Kim y tras una serie de entrevistas con ella y de viajar a China para buscar los restos de aquella barbarie, dibujo este libro de casi 500 páginas (no os asustéis), que es un prodigio de claridad narrativa, sensibilidad y empatía. Porque el tema, como se ve, no es fácil de digerir ni de contar. Y menos aún si se trata de la historia real, individualizada -aunque hubo cientos de miles de mujeres en la misma situación, con historias  igual de terribles- d, de alguien a quien conoces. La autora resuelve la papeleta con grandes dosis, ya digo, de honestidad, sensibilidad y tacto, con elegantes elipsis cuando debe hacerlas y momentos de alivio con toque entrañables y hasta humorísticos. Asimismo -y por eso comento lo de no asustarse ante la extensión del libro-, inserta a menudo, a modo de impasse páginas en las que plasma con tinta negra y pincel paisajes, fenómenos atmosféricos, árboles y plantas agitados por el viento, un reflejo de la tormenta interior y la desolación que era la vida de la protagonista, una mujer que confiesa no haber sido jamás feliz del todo. Y no es para menos, ya que la pobre pasó de una niñez de hambre a una adolescencia desgraciada, la esclavitud sexual, el hambre y abandono de nuevo, el desengaño matrimonial... y siempre trabajando como una mula, eso sí.

Aunque también supone un ejemplo de esperanza, o, como se dice ahora, de "resiliencia": Lee Ok-sun es una mujer que hasta el momento en que se publicó este libro y espero que hasta el día de hoy, ha seguido luchando porque se pida perdón y se devuelva la dignidad a estas mujeres que fueron esclavizadas, maltratadas, violadas y en no pocas ocasiones asesinadas, algo que el gobierno japonés hizo en 2015 (!), pero de aquella manera y con la boca pequeña. Aunque enfrente tienen a una mujer  que no se ha rendido jamás y, como le prometió a su compañera y amiga Seo Mija, ha logrado sobrevivir. Va por ella...



sábado, 14 de mayo de 2022

You-jeong Jeong: El buen hijo

Idioma original: coreano

Título original:

Año de publicación: 2016

Traducción: Luis Alfredo de los Frailes

Valoración: está bien

¿Qué haríais si, siendo epilépticos y no recordando nada después de un posible ataque, os despertarais completamente cubiertos de sangre  -que además, según parece, no es vuestra- y con huellas por todas partes de haber sido responsables de un horrible crimen? ¿Jodido, no? ¿peliaguda situación, no? Pues eso es lo que le ocurre al protagonista-narrador de esta novela, el joven coreano Yu-Jin, que vive con su dominante madre en un dúplex de una localidad costera de reciente -y aún inacabada, en verdad- edificación. Durante las horas y días que siguen a este turbulento despertar, Yu-Jin se afana por recordar y dar sentido a lo ocurrido la noche anterior, al tiempo que debe asumir el peso de la tremenda tragedia que se cierne sobre él.

De esta manera, éste thriller policiaco de la también coreana You-jeong Jeong (1) adquiere en principio la forma de un peculiar whodunit, para luego convertirse en una novela psicológica y aún en un dramón familiar y personal de no te menees... Todo , con apaenaas un puñado de `personajes: Yu-Jin, su madre, su hermano adoptivo He-Jin, su tía la doctora Hye-Won...- , en una localización más o menos limitada y en un tiempo determinado... casi dese diría que, en cierto modo, la novela tiene un aire teatral. Lo que dificultaría su posible representación sobre un escenario (no así en el cine o televisión) es la gran cantidad de analepsis, tanto en forma de flashbacks como por medio de la lectura de cierto diario, que encontramos en esta novela y que, en gran medidas son las que hacen avanzar la trama o, al menos, explicarnos y explicar a su protagonista, qué es lo que ha ocurrido. Claro que también es un recurso que, en algunos momentos, ralentiza el avance de la trama y que incluso puede llegar a despistar al lector (bueno vale, a ESTE LECTOR, que, ya lo confieso, tiene sus limitaciones...) cuando se enlazan varios flashbacks seguidos... También encontramos algunos recursos típicos de este tipo de novelas, como los giros en la trama, algún que otro cliffhanger... pero que nadie se engañe: El buen hijo tiene más que ver con, salvando todas las distancias, Dostoyevski que con, yo qué sé, Dan Brown o James Patterson, por poner algún ejemplo...  También, puede servir de partida para reflexionar sobre la maternidad, la responsabilidad individual, el libre albedrío y otros temas de mayor trascendencia...eso, si el baño de sangre le deja a alguien con ganas de hacerlo.

Como suele ser habitual, a esta autora la califican algunos como la "Stephen King de su país"... En fin, yo no diría tanto, aunque sí es cierto que esta novela, al menos tiene cierto interés. pero creo que sobre todo para los aficionados al género criminal o incluso de terror, pero veo difícil que pueda gustar o al menos llegar a todo el público lector. Algo que "el Monstruo de Maine" (2) sí que ha conseguido, en general...


(1) En la edición española de este libro y también en otros idiomas como el inglés, italiano o portugués, la autora de esta novela aparece como You-jeong Jeong, siguiendo el sistema onomástico occidental de nombre propio + apellido; sin embargo, en otras ediciones, como la francesa o la turca, se respeta el sistema coreano, y por tanto la transcripción de su nombre aparece como Jeong You-jeong (siendo el primer Jeong el apellido o nombre de familia y el segundo jeong, el nombre propio que comparten los hermanos o primos de la misma generación y que, en este caso, coincide con el apellido). lo comento, sobre todo, por si queréis leerlo en turco, para que no os liéis...

(2) Lo de "Monstruo" lo digo en el sentido taurino de la palabra, no porque sea feo, que no lo es: tiene el atractivo que nos caracteriza a los miopes simpaticones... (Bueno, por lo menos, él sí que es simpaticón).

viernes, 21 de febrero de 2020

Han Kang: Blanco

Idioma original: coreano
Título original: 흰
Traducción: Sunme Yoon (ed. en castellano) / Alba Cunill (ed. en catalán)
Año de publicación: 2017
Valoración: muy recomendable

No negaré a estas alturas mi admiración por Han Kang, una autora que me sorprendió gratamente en «La vegetariana», pero que admiré aún más tras leer «Actos humanos». El estilo poético que inunda su prosa es fácilmente reconocible, y no por ello deja de sorprenderme y entusiasmarme cada vez que empiezo un nuevo libro suyo.

El inicio de «Blanco» ya transmite ese estilo profundo, reflexivo y poético propios de la autora. Porque Han Kang no rehúye hablar desde su experiencia, desnudando sus emociones con una contundencia impactante, pero con la suavidad de quien lo narra como un acto de necesidad, de confesión, casi buscando una redención hacia uno mismo. Lo vimos ya en «Actos humanos» donde esos remordimientos tomaban la apariencia de múltiples personajes para narrar de manera holística su pesar y tristeza. Y en esta novela incide en ese análisis existencial, esa tristeza que no oculta, pero sí envuelve de poéticas frases que llegan con suavidad pero que rozan hasta lacerar y herir las entrañas del lector por su mensaje.

Así, siguiendo la estela de sus anteriores libros, la autora comparte y confiesa el dolor, en este caso, por la pérdida de una hermana que no conoció, que murió poco después de nacer y antes de que naciera ella; una vida truncada justo al empezar, que dejó un pequeño cuerpo blanco envuelto en una infinita tristeza. El dolor desgarrador que emanan de las palabras de la autora cuando relata cómo su madre sintió, sufrió y padeció aquellos pocos instantes de vida conmueven inexorablemente al lector, que nunca está suficientemente preparado para soportar inalterable tal infortunio, tal desgracia. El ritmo pausado, poético y enternecedor que imprime autora invita, más aún, a sufrir con ella, a cobijarse en ese envoltorio que cubre la criatura y que buscamos como resguardo de nosotros mismos, para protegernos también de tanto dolor. Leyendo la historia, uno buscaría también ese consuelo, ese cobijo, en el que esconderse hasta que haya pasado todo, hasta que no quede tristeza, hasta que haya desaparecido la última lagrima.

De esta manera, partiendo de esta premisa, situando la muerte de la hermana como elemento nuclear, la autora construye un relato a partir de la pérdida, del sentimiento de añoranza y desolación hacia un ser no conocido: la hermana que con tan solo dos horas de vidas dejó un vacío tan inmenso que pervive durante toda la vida de la narradora. El blanco que la rodea es real y también metafórico, es un blanco de pureza e inocencia, de un lienzo que representa el inicio de todo, el amanecer de una vida, el punto de origen de los infinitos posibles caminos vitales a trazar, pero también simboliza la nada, el vacío y la inexistencia.

Estructuralmente, como en «Actos humanos» o «La vegetariana», el libro se divide en grandes capítulos donde el punto de vista del narrador varía, y en este caso pasa de la primera persona en la primera parte, a la tercera persona en la segunda para volver finalmente a la primera en su última parte. Este cambio cíclico desde el punto de vista del narrador, cobra sentido en la propia historia, más emocional cuando narra en primera persona, más distante u observadora en el segundo capítulo.

Así, mientras que la primera parte es potente, dura y triste, desgarradora y personal, la segunda adquiere un tono más poético y contemplativo, fragmentario y detallista, impulsando la narración de las emociones desde pequeños relatos o reflexiones en torno a objetos blancos que, de un modo u otro, evocan sensaciones de paz y tranquilidad, pero también de soledad y melancolía. Menos potente que la primera parte, contiene la belleza de las pequeñas cosas, de un pasar del tiempo que transcurre sin prisa, sin una urgencia que demande que intentemos detenerlo; son pequeños fragmentos de vida nutridos de escenarios que parecen inmóviles, con el blanco como elemento común de destellos de poéticas imágenes que evocan calma y tristeza, pero también la belleza de la nostalgia que, una vez nos invade, permanece y se ensancha hasta llenarnos de la nada. Esta segunda parte, más irregular, está escrita como un conjunto de reflexiones, breves, que llegan, nos golpean y se van antes que nos hayamos recuperado de la sacudida emocional. Son fragmentos, a veces de pocas líneas, a veces de pocas páginas que, acercándose a la poesía, se acercan a nosotros y rompen la estructura narrativa como nos rompen a nosotros mismos.

La tercera y última parte, mucho más breve, devuelve la narración a la primera persona, y se vuelve a la vez más personal, más emotiva, más triste, al dirigir de nuevo la mirada hacia la hermana, una hermana que, de no haber fallecido, hubiera imposibilitado que ella naciera. Así, en esta línea emocional trazada por un capricho del azar, se encuentran ambas hermanas en un punto de encuentro de confluencia imposible y es esa existencia débil y frágil la que une a ambas hermanas en la no coincidencia, estableciendo una conexión imposible en la vida, pero no en el recuerdo.

Por todo ello, estamos delante de un libro impactantemente bello y triste, con un estilo poético que llega y conmueve y nos invita a reflexionar sobre quiénes somos y qué ha marcado nuestro camino, pero también sobre cómo la pérdida de un ser querido deja un vacío que va incluso más allá de los que lo conocieron suscitando nostálgicos recuerdos que perviven, ellos sí, en los que nos preceden y en los que nos sucederán.

jueves, 17 de mayo de 2018

Han Kang: Actos humanos

Idioma original: coreano
Título original: 소년이 온다
Traducción: Sunme Yoon (castellano), Alba Cunill (catalán)
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable

Parecía difícil que Han Kang pudiera sorprender de nuevo, tras su irrupción a la esfera literaria en castellano con «La vegetariana», gran obra con la que se dio a conocer en estos lares. Pero creo poder afirmar, sin que el ímpetu y la emoción experimentados tras la lectura del libro alteren mi juicio, que «Actos humanos» incluso lo supera en calidad y emoción. Y es que cuando una historia tiene como origen una serie de hechos sucedidos en la realidad y, aunque de manera indirecta, estos afectaron la vida de la escritora, es cuando las emociones narradas fluyen de manera natural, sin filtros ni adulteraciones, desde las entrañas hasta el texto final.

Así, basándose en los hechos que sucedieron en mayo de 1980 en la Universidad Chonnam de Gwangju (ciudad natal de la autora), el libro escrito por Han Kang es un libro en recuerdo de aquellas personas que, de manera directa o indirecta, fueron afectadas por la masacre causada por el ejército, ante las protestas estudiantiles contra la dictadura de Chun Doo-hwan. Pero no se trata de un tratado histórico ni de un ensayo político, o al menos no en primer plano. Han Kang se trasladó a Seúl poco tiempo antes de aquellos hechos, por lo que este libro está escrito desde la tristeza, desde la pena de quién ve desde la distancia lo que ocurrió con sus antiguos amigos, conocidos y conciudadanos. Con este propósito, el libro que nos ocupa trata sobre las personas más que sobre los hechos, trata sobre la humanidad, los sentimientos, la pena y el dolor, la tristeza y la añoranza, la fuerza y el optimismo, los anhelos y el espíritu vital, la libertad y la opresión, el pesar y la incomprensión, la incredulidad y la desesperanza. Y la violencia, física o emocional.

Estructurada en siete capítulos en apariencia independientes, la autora narra la historia desde diferentes perspectivas, diferentes ángulos con un punto central como núcleo de la historia. Situando como centro la masacre ocurrida, la autora despliega un abanico emocional abriendo un espectro de sentimientos hacia diferentes caminos, focalizando las distintas sensaciones en cada uno de los personajes. La variedad, riqueza y pluralidad de sentimientos que alberga y transmite la autora hace que necesite canalizarlos a través de diferentes personajes, para así copar y alcanzar todo el espectro emocional que la historia ofrece. Han Kang nos habla de esperanza tras la añoranza, de remordimientos tras la solitud, del alma que, en su disociación y cual proyección astral, lucha por seguir pegada a un cuerpo como única vía posible para permanecer aferrada a una vida que se ha ido, que lucha por mantenerse viva a través de los recuerdos, cada vez más difusos y vagos. Cada una de estas emociones es encarnada por los distintos personajes, de manera que entre todos ellos se conforma el paisaje emocional que reside como poso tras la violencia de una masacre, y poniendo como foco principal el de las víctimas en sus dos vertientes: las víctimas que murieron, pero también aquellas personas que sobrevivieron con todo el pesar de su inacción ante la violencia y el abuso; y también, de manera latente, el recuerdo que reside en ellas, que actúa como una losa a la que van atados quienes pretenden seguir adelante:

"La gente de la calle tenía la cara desencajada, como si llevara una cicatriz invisible"

De esta manera, uno de los logros de la autora es la facilidad que tiene en hilvanar una historia narrada, pensada y sentida a través de distintas voces; y no hablo únicamente de un cambio en el protagonista narrador, sino incluso del estilo, del tono, de la voz utilizada; la amplitud de registros de la autora la ubica ante un complejo reto narrativo del que sale profusamente victoriosa. Han Kang necesita entrar en el dolor tan profundamente para hablar de él que no le basta una sola voz y una sola experiencia para alcanzar la magnitud de la desolación y es por ello que teje una historia de distintos personajes entrelazados, ofreciendo un análisis caleidoscópico y plural que sirve para explorar de manera holística todas las aristas que hieren los sentimientos de las personas hasta crear una serie de cicatrices con las que sobrellevar la vida hasta que llega la muerte.

De igual modo, y fiel al estilo que demostró en «La vegetariana», Han Kang demuestra su habilidad al hablar del cuerpo y desde el cuerpo, transmitiendo las emociones a partir de él. La visceralidad con la que sus palabras forman un texto de marcada corporalidad, hace que sea el propio cuerpo quien hable pues sabe cómo proyectar a través de él las emociones que del mismo emanan. Su narrativa parece escrita y dirigida por sus sensaciones corporales, desde lo más profundo de su ser; no proviene de su cerebro sino de sus mismas entrañas y, partiendo del cuerpo como centro de todo, es a partir de él donde se construye todo el relato.

Este es un libro escrito por alguien que sobrevivió a una masacre desde la distancia, sin poder evitar sentir cierta carga de consciencia por no haber estado allí junto a sus compañeros. La narración es trágica por la culpa autoinflingida, por la búsqueda de un perdón que solo pueden darlo quienes ya no están, y un intento permanente de autoconvencerse de que las cosas no hubieran podido suceder de otra manera, pues eran inevitables; una vida marcada por la necesidad personal del perdón, de insistir en convencerse que otro futuro no era posible, como si a fuerza de repetirlo pudiéramos establecer la paz con los que ya no están, y con nosotros mismos.

También de Han Kang en ULAD: La vegetariana, Blanco, La clase de griegoImposible decir adiósLa vegetariana (contrarreseña)

sábado, 21 de octubre de 2017

Bandi: La acusación


Idioma original: coreano
Título original:  고발 [Gobal]
Año de publicación: 2017
Traducción: Hye Young Yu , Héctor Bofill
Valoración: bastante recomendable

Emitir una valoración sobre un libro como este, más cuando uno se obliga a que ésta sea inteligible, es una tarea que requiere una puesta previa en contexto.
Para ello, basten un par de detalles. Ni la etiqueta "escritores norcoreanos" ni "libros bajo pseudónimo" habían sido activadas a lo largo de los ocho años largos de historia de este blog. El motivo es sencillo: el hermetismo de la dictadura hereditaria del país asiático actúa de manera contundente como barrera y obstaculiza la difusión de sus autores, y éstos solo pueden publicar sus obras de forma clandestina y a costa de exponerse (a ellos, a sus familias actuales, a generaciones venideras) a duras represalias. Y Bandi es, claro, un pseudónimo, porque lo que se explica aquí, incluso eludiendo detalles,  me parece tan verdadero como terrorífico, aunque surja el impresentable de turno que se obstine en negarlo y en achacarlo a una especie de conspiración, no creo que tanta coincidencia obedezca a la fantasía. Ya es el cuarto libro que leo sobre este país y he intentado compensar las fuentes y, el camarada Cao de Benós me perdonará, aunque está claro que la temática dispone (vía morbo o vía lo que sea) de un innegable atractivo comercial, lo que denuncian los siete relatos de este libro parece ser cierto, y si es cierto yo no puedo calificar al régimen de Corea del Norte como otra cosa que una perversa organización criminal amparada bajo el pretexto de proteger a un pueblo al que oprimen y martirizan de forna cruel y sistemática. Mala gente, esta dinastía de tiranos que aislan a su pueblo pretendiendo que se trague la sarta de tonterías que se les atribuye a abuelo, padre e hijo. 
Pero claro: la mano levantada. La mano en forma de sistema de información y de traición y de maquinación cuyos extremos, relatan estos cuentos, son terroríficos. De forma perversa, sin nada que envidiar a lo más nauseabundo del nazismo. Familias represaliadas por las acciones o las sospechas de las acciones de uno de sus miembros. Menudo acto de justicia sería que semejante alimaña, la cosa suprema o como esté disponiendo ser denominado, fuera descabalgado del poder junto con sus secuaces y tuviera que responder algún día de sus tropelías crueles y caprichosas.
Una cuestión que también manifiesta esta lectura es el difícil acceso del lector norcoreano a la obra narrativa actual. Estos cuentos mantienen una tonalidad algo naif, alejada de los complejos mecanismos de las obras de hoy en día, mostrándose a la vez "pura" por su condición de intento de comunicación como por su falta de adulteración de algunas de las manías en boga en la literatura, en esa literatura en que muchos se creen que leer mucho a Faulkner es ser Faulkner. Es decir: son historias lineales y comprensibles y eso las humaniza aún más, les dota de una pátina ingenua y escalofriantemente cercana. A pesar de que respondan a los estereotipos que vienen publicitándose, rehuyen lo truculento para abordar más lo psicológico. Seres que han de habilitar permisos para desplazarse dentro del país ante el anuncio de una madre agonizante. Burocracia en todos los grados de la crueldad más arbitraria. Personas marcadas por hechos de sus conocidos o familiares. Hambre, cómo no, reeducación, delación, purgas, el individuo asediado a la vez por lo absurdo y lo criminal. Menuda pandilla de gobernantes, la aristocracia falsamente proletaria que se ha montado Kim Jong Un y su séquito de impresentable, que queda descrita aquí con la suficiente claridad y sutileza como para no dejar dudas sobre su veracidad.

lunes, 3 de julio de 2017

Han Kang: La vegetariana

Idioma original: coreano
Título original:  채식주의자; Chaesikju-uija
Traductora: Sun-me Yoon
Año de publicación: 2016
Valoracíon: Muy recomendable (para lectores con estómago)

¿Qué imagina uno cuando ve una novela titulada La vegetariana? Probablemente, una historia en la que la protagonista deja de comer carne, y este cambio es presentado como un paso hacia la sabiduría y la salud, hacia una mayor calidad de vida. Una apología del veganismo en forma narrativa. 

Lo que encontramos cuando abrimos las páginas de la novela y empezamos a leer es muy diferente.

La vegetariana trata efectivamente de Yeonghye, una mujer que de un día para otro decide dejar de comer cualquier producto animal (carne, pescado, huevos, leche). Pero no lo hace para cuidarse, para adelgazar o por conciencia ecológica; lo hace porque tiene sueños: pesadillas gráficas y violentas llenas de sangre que le roban el sueño y la salud. Y su decisión de dejar de comer carne la enfrenta a todo su entorno familiar, que no comprende ni acepta su decisión, y la conduce a un proceso de completa autodestrucción (o autoconsución).

Con este argumento, da para comprender que La vegetariana no es una novela leve: a medida que pasan las páginas vemos a Yeonghye sumirse en sí misma, renunciando no solo a la carne sino a cualquier tipo de actividad o relación humana. Y nosotros, como lectores, tampoco terminamos de entender las razones de una conducta tan obsesiva (aunque hacia el final se apunta a alguna posible causa); solo podemos observar la degeneración física y mental de la protagonista, tan impotentes como los personajes de la novela.

De hecho, quizás uno de los mayores aciertos de Han Kang sea el presentar la historia a través de tres voces diferentes, ninguna de las cuales es la de Yeonghye. En la primera parte quien habla es su marido, que se casó con ella sin verdadero amor, casi sin verdadero deseo, y que no la comprende ni antes ni después de su giro vegetariano; en la segunda parte es su cuñado (el marido de su hermana) quien se obsesiona con Yeonghye e insiste en hacerla partícipe de sus fantasías artísticas y sexuales; por último, en la tercera sección quien habla es la hermana, quizás la única persona en el mundo que sigue preocupándose por Yeonghye a pesar de todo. 

Aunque la acción de la novela está claramente contextualizada en la sociedad coreana contemporánea, a  lo largo de la lectura de la novela me acordaba de otras dos obras que comparten con ella, creo, algunos temas o motivos. El primero era La mujer comestible, de Margaret Atwood, en la que la protagonista también deja de poder comer a medida que se ve "devorada" por su novio; La vegetariana, leída a través de Atwood, podría transformarse en una novela feminista, sobre las imposiciones a las que las mujeres (no solo coreanas) deben someterse para ser aceptadas. La otra novela es Vida y época de Michael K, en la que el protagonista solo quiere que le dejen en paz, que le dejen hacer su voluntad en relación con su vida y su cuerpo, aunque esto lo lleve a la muerte; de esta forma, La vegetariana también puede tener una lectura más existencial, o incluso política, en relación con el control que los otros ejercen sobre nuestro cuerpo. 

Son algunas lecturas posibles de una novela angustiosa, opresiva, bien construida técnicamente y con un tono general de pesadilla de la que no se consigue despertar a tiempo. No todos los lectores conseguirán disfrutarla, pero en cualquier caso seguro que es mucho mejor que un libro de autoayuda de apología del veganismo.

También de Han Kang en ULAD: Actos humanosBlancoLa clase de griego, Imposible decir adiós, La vegetariana (contrarreseña)

viernes, 4 de enero de 2013

Shin Kyung-Sook: Por favor, cuida de mamá

Idioma original: coreano
Título original: 엄마를 부탁해 (Eommareul butakhae)
Año de publicación: 2009
Valoración: Muy recomendable

A este libro llegué por recomendación de Felipe, autor del blog Eurowon, y solo después descubrí que es una novela de gran éxito, no solo en Corea, de donde es su autora, sino en todo el mundo: ha vendido más de un millón de copias en su país de origen, ha sido traducida a una veintena de lenguas y adaptada al teatro y como musical. Además, Shin Kyung-Sook fue la primera mujer en ganar el "Man Asian Literary Prize" gracias a esta obra. Y sin conocer a sus contrincantes, claro, creo que la novela lo merece. Trata un tema emotivo pero sin caer en la sensiblería ni en el melodrama, y a través de una anécdota aparentemente menor muestra un panorama del devenir de la sociedad coreana de los últimos cincuenta años.

La historia se inicia con la desaparición de Park So-nyo, una mujer de sesenta y nueve años, en una abarrotada estación de tren de Seúl, y narra el proceso de búsqueda, cada vez más desesperanzada, emprendido por sus hijos y su marido. Pero claro, la novela muestra mucho más, muestra las reflexiones, los recuerdos y sentimientos que esta desaparición provoca en cada uno de los personajes: su hija Chi-hon, conocida escritora que viaja por todo el mundo dando conferencias y vendiendo libros; su hijo Hyong-chol, el favorito, destinado a ser fiscal y limitado a un puesto funcionarial intermedio; el marido, que abandonaba la casa familiar y volvía a ella según sus apetencias; y la propia desaparecida, que tiene mucho más que contar de lo que el resto de personajes parecen creer.

Como decía, con esta trama habría sido fácil caer en el melodrama, pero Shin Kyung-Sook lo evita. La narración se centra en distintos momentos de la vida de la familia, en los remordimientos y resentimientos que los persiguen y en las complicadas relaciones que los unen. A través de sus vidas también asistimos a la evolución de Corea, a su modernización acelerada, la guerra y la división del país (mencionadas solo de pasada, eso sí), y la llegada de la globalización. Se crea así un salto generacional representado, mejor que por ningún otro, por el contraste entre Park So-nyo y Chi-hon: la madre, campesina y amante de las tradiciones, que nunca aprendió a leer; la hija, escritora de éxito, urbanita y globalizada. No es, con todo, creo yo, una novela nostálgica de la Corea del pasado, aunque sí se nota un cierto lamento por el rápido olvido de los sacrificios de las generaciones pasadas, representadas por la madre.

Por favor, cuida de mamá es una novela triste, pero no lacrimógena, realista en su mayor parte, delicada y bien escrita, con atención a la técnica narrativa y a la construcción de un universo complejo de personajes y situaciones. Puede ser una novela regalable, en especial para madres e hijas, aunque yo no diría que es una novela de lectura fácil necesariamente. En fin, una buena primera aproximación a la literatura coreana. Gracias, Felipe.