Año de
publicación: 1993
Valoración:
Recomendable
Paso la última hoja y cierro el
libro. Con un poco de pena, la verdad, ya que durante los últimos días he
vivido sumergida en una ciudad, legendaria y sin nombre conocido, envuelta en
su propia melancolía y tan repleta de contradicciones que en ella lo insólito
se convierte en cotidiano, la angustia de sus habitantes produce en el lector
curiosidad, el caos descrito transmite una atmósfera mágica y la aparente libertad
de movimientos se traduce en un aislamiento tan feroz como voluntario. Por
supuesto, hablo de la nostalgia del lector, desde cuya privilegiada posición se
puede curiosear todo sin necesidad de experimentarlo.
Esta novela, que fue premio
Nadal en 1993, ha vuelto a editarse hace solo dos meses, quizá por la vigencia
de una temática cuyo paralelismo simbólico con la sociedad actual resulta más
que evidente. Usando las urdidumbres del mito, Argullol pretende exponer –ya
que no explicar– los principales interrogantes de nuestro tiempo. Me maravilla,
sobre todo, su naturaleza premonitoria pues, aunque escrita hace más de dos
décadas, parece indagar en los aspectos y conductas más destacados de la crisis
económica actual, no hay más que fijarse en los hitos fundamentales de la trama.
Sabemos que el lugar donde se
ubica la alegoría –tan desdibujado como autosuficiente– es una ciudad porque
así se indica en el texto, pero igual podría haber sido el planeta entero, un
país o una comarca. Pues bien, en una
ciudad pacífica y con un alto nivel de vida, donde el aburrimiento parece ser el
problema más importante, ocurre algo repentino –calificado de crisis desde el primer momento– que alterará
la vida de sus habitantes.
Los dos personajes principales,
así como los comparsas de la acción, tampoco presentan rasgos demasiado definidos,
su función es más bien arquetípica, tal como corresponde a una fábula aunque tenga
un formato tan moderno. Y, como telón de fondo, el mito de Orfeo, que intensifica
la idea de tensión, de avance ante las dificultades, de equilibrio.
Ante una realidad amenazante,
las primeras reacciones reflejan un escepticismo absoluto. A continuación se simula
que allí no pasa nada. Más tarde se adjudica un apelativo al problema. Después,
el pánico se adueña de la gente generando insolidaridad y delación además de provocar
la censura informativa. Se atraviesa luego una fase involutiva en la que los
ciudadanos retroceden a estadios anteriores a la vez que se aíslan del mundo. A
partir de ahí sucede lo previsible: el refugio en lo sobrenatural. Posteriormente
se cae en la miseria, en la falta de
dignidad, en la descomposición de las moléculas del orden, lo que dará lugar a
violencia, falsa euforia, banalidad, masificación.
Fases, cuyo desenlace dejo en el aire, que recuerdan al presente pero quizá sean también el paradigma de lo que ocurre tras cualquier calamidad. El proceso transcurre en el curso de un año dejando al lector lleno de dudas acerca de ausencias, cicatrices, derrumbes y daños irreversibles. Puede que en ese final se encuentre el comienzo de otra historia que sería, si no la continuación literal, sí el desarrollo lógico de una alegoría del mismo signo.
Fases, cuyo desenlace dejo en el aire, que recuerdan al presente pero quizá sean también el paradigma de lo que ocurre tras cualquier calamidad. El proceso transcurre en el curso de un año dejando al lector lleno de dudas acerca de ausencias, cicatrices, derrumbes y daños irreversibles. Puede que en ese final se encuentre el comienzo de otra historia que sería, si no la continuación literal, sí el desarrollo lógico de una alegoría del mismo signo.
También de Rafael Argullol: Maldita perfección
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