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martes, 17 de marzo de 2015

Rafael Argullol: La razón del mal

Resultado de imagen de la razon del mal argullolIdioma original: español
Año de publicación: 1993
Valoración: Recomendable



Paso la última hoja y cierro el libro. Con un poco de pena, la verdad, ya que durante los últimos días he vivido sumergida en una ciudad, legendaria y sin nombre conocido, envuelta en su propia melancolía y tan repleta de contradicciones que en ella lo insólito se convierte en cotidiano, la angustia de sus habitantes produce en el lector curiosidad, el caos descrito transmite una atmósfera mágica y la aparente libertad de movimientos se traduce en un aislamiento tan feroz como voluntario. Por supuesto, hablo de la nostalgia del lector, desde cuya privilegiada posición se puede curiosear todo sin necesidad de experimentarlo.

Esta novela, que fue premio Nadal en 1993, ha vuelto a editarse hace solo dos meses, quizá por la vigencia de una temática cuyo paralelismo simbólico con la sociedad actual resulta más que evidente. Usando las urdidumbres del mito, Argullol pretende exponer –ya que no explicar– los principales interrogantes de nuestro tiempo. Me maravilla, sobre todo, su naturaleza premonitoria pues, aunque escrita hace más de dos décadas, parece indagar en los aspectos y conductas más destacados de la crisis económica actual, no hay más que fijarse en los hitos fundamentales de la trama.

Sabemos que el lugar donde se ubica la alegoría –tan desdibujado como autosuficiente– es una ciudad porque así se indica en el texto, pero igual podría haber sido el planeta entero, un país o una comarca.  Pues bien, en una ciudad pacífica y con un alto nivel de vida, donde el aburrimiento parece ser el problema más importante, ocurre algo repentino –calificado de crisis desde el primer momento– que alterará la vida de sus habitantes.

Los dos personajes principales, así como los comparsas de la acción, tampoco presentan rasgos demasiado definidos, su función es más bien arquetípica, tal como corresponde a una fábula aunque tenga un formato tan moderno. Y, como telón de fondo, el mito de Orfeo, que intensifica la idea de tensión, de avance ante las dificultades, de equilibrio.

Ante una realidad amenazante, las primeras reacciones reflejan un escepticismo absoluto. A continuación se simula que allí no pasa nada. Más tarde se adjudica un apelativo al problema. Después, el pánico se adueña de la gente generando insolidaridad y delación además de provocar la censura informativa. Se atraviesa luego una fase involutiva en la que los ciudadanos retroceden a estadios anteriores a la vez que se aíslan del mundo. A partir de ahí sucede lo previsible: el refugio en lo sobrenatural. Posteriormente  se cae en la miseria, en la falta de dignidad, en la descomposición de las moléculas del orden, lo que dará lugar a violencia, falsa euforia, banalidad, masificación.

Fases, cuyo desenlace dejo en el aire, que recuerdan al presente pero quizá sean también el paradigma de lo que ocurre tras cualquier calamidad. El proceso transcurre en el curso de un año dejando al lector lleno de dudas acerca de ausencias, cicatrices, derrumbes y daños irreversibles. Puede que en ese final se encuentre el comienzo de otra historia que sería, si no la continuación literal, sí el desarrollo lógico de una alegoría del mismo signo. 


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