Título original: Die gerettete Zunge. Geschichte einer Jugend
Año de publicación: 1977
Valoración: Imprescindible para admiradores del autor
Me he dado cuenta de que hacía mucho que no leía nada de
Canetti (1905-1994). Tras el deslumbramiento de Auto de fe que, por cierto, recuerdo mucho mejor
que otros más recientes, y a pesar de la admiración que siento por él, dejo
pasar demasiado tiempo entre un libro y otro. Ahora, por fin, he llegado al
primer tomo, el que abarca desde los recuerdos más antiguos hasta sus dieciséis
años, edad en que su madre le aparta de Zurich, ciudad en la que luego viviría mucho
tiempo. No haber leído estas memorias en el orden (cronológico) en que fueron
escritas me ha dado libertad para interpretarlas. Cuando escribo esto, solo quedan dos años para que
se anule la prohibición de publicar -que abarcará tres décadas a partir de su
fallecimiento- el material (novelas, diarios, cartas etc.) contenido en las
ciento cuatro cajas que se conservan, custodiadas y bajo tierra en .la Biblioteca
Central de la ciudad que le vio morir.
Según cuenta el prólogo, a cargo de Ignacio Echevarría,
este primer volumen surgió para estimular a su hermano menor, ya muy enfermo, y
con el que apenas convivió, avivando sus recuerdos de infancia y, aunque no lo
acabó a tiempo, la idea sirvió de espoleta para ampliar esa primera memorias
con otras dos, que su hija ampliaría, póstumamente, con una cuarta basada en
apuntes de su exilio en Londres. A pesar de haber publicado tanto Auto de fe como Masa y poder muchos años
antes, fueron estas Memorias las que le aportaron el reconocimiento suficiente para
recibir el Nobel en 1981.
Desde el primer momento el personaje se muestra tal como
lo veremos hasta el final de estas páginas, alguien obsesionado por aprender y
elaborar lo aprendido: la sabiduría y el pensamiento como ejes de su existencia.
Del lugar donde nació, Rustschuk (Bulgaria), lo que destaca es la variedad de
procedencias de sus habitantes, que implica a su vez múltiples mentalidades y
culturas, y su condición de frontera entre oriente y occidente, así como los
idiomas –comenzando por el español por su origen sefardí– que marcaron su
trayectoria. Desde niño se le inculcó el orgullo ancestral que caracterizaba a su madre, muy interesada en lo cultural gracias a la prosperidad de su familia. Esto, unido a su precocidad e inteligencia le
proporcionaron un engreimiento, que transmite en cada anécdota pero del que no
parece ser consciente y que, por lo que cuenta, no le abandonaría nunca.
A esto se unen los frecuentes traslados de domicilio, le vemos viajar de un
país a otro (Bulgaria, Inglaterra, Austria, Suiza) unas veces por cuestiones familiares y otras huyendo de la guerra.
Desde muy pronto se muestra afín a un bando u otro, lo que no cambia, gracias
al influjo materno, es su pacifismo a ultranza. Y no solo en este campo, como
hijo mayor y desde el fallecimiento del padre, ella se encarga de dirigir sus
intereses, opiniones y conocimientos, supervisando amistades y lecturas, condicionando sus gustos y aficiones, y aunque el arranque de rebeldía y con él
un progresivo distanciamiento, surge bastante temprano, es evidente que es ella quien acaba
determinando su futuro.
Profesores y alumnos desfilan por estas páginas y son
juzgados apasionada y sinceramente tanto a favor como en contra. También sus
filias y fobias literarias y artísticas, así como sus ideas sobre cualquier asunto
que le interesase, se entremezclan con la vida familiar y cotidiana de un chico
consciente de su inteligencia, obsesionado con lo que va descubriendo en sus
lecturas, al que le gusta destacar entre sus compañeros, y así nos lo hace
saber aunque no lo reconozca. Esa arrogancia suya parece que solo le ocasionó
algún problema en 1919, cuando tenía catorce años y el antisemitismo empezaba a
extenderse. Desde que tenía once, su madre –que siempre había llevado una vida
de lujos y ahora atravesaba por una situación muy distinta– ingresa en un sanatorio internando a Elías en una pensión para señoritas de Zurich, donde era el único varón, mimado y
celebrado pero apartado de su familia aunque la correspondencia era bastante
frecuente. Él parece feliz a pesar de todo, hasta que cinco años después la propia madre cambia de opinión y decide arrancarle de ese paraíso pues piensa que se está
reblandeciendo. A partir de ese momento, la complicidad que siempre habían tenido empieza a agotarse.
Aunque el texto en su conjunto traza un amplio panorama
cultural e histórico de una parte de la Europa de aquellos años con la mirada
de un chaval de la época, el relato evoluciona mediante cuadros, relacionados
pero independientes, que son historias mínimas con un desenlace más o menos
abierto. Una forma de narrar, a base de pequeñas dosis, que acerca las escenas
al lector involucrándole, a veces con una ironía tan sutil que apenas la notamos. Cada
descubrimiento le vapulea, todo lo que menciona lo convierte en parte de
su vida, sus sentimientos son tan
convincentes que, una vez nos ha llevado a su terreno, acabamos participando de cada uno de sus estados de ánimo.
Otras obras de Elias Canetti: Auto de fe, La antorcha al oído
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