Título original: The Wayward Bus
Traducción: Federico y Antón Corriente
Año de publicación: 1947
Valoración: Muy recomendable
A veces, aunque el libro sea bueno, me entra como una impaciencia por terminarlo, por abrir el envoltorio imaginario del próximo y asomarme a algo nuevo y desconocido. Diré que esto no me ha ocurrido con este libro de Steinbeck, lo cual es ya un buen síntoma. También reconozco que al autor de Las uvas de la ira le tenía un poco arrinconado sin ningún motivo claro, tal vez porque no me gustó demasiado su versión de Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. Puede ser que este hombre, que escribe obviamente muy bien, se mueve mejor en su territorio norteamericano, con el que identificamos sus obras más notables, y sir Lancelot y compañía le venían un poco a contrapié. Pues bien, en El autobús perdido vuelve a sus escenarios favoritos, allá por los años 30, en el Medio oeste o mirando a California, tal vez a México. Verán.
A causa de la avería de un autobús, un pequeño grupo de pasajeros debe pasar una noche en el local que regenta Juan Chicoy, uno de esos lugares perdidos en un cruce de caminos en las desoladas llanuras del Oeste americano, gasolinera, parada de bus, restaurante, taller y lo que se tercie. Así que tenemos escenario muy familiar de la América profunda y puñado de personajes heterogéneos aislados en un lugar remoto. Allí conviven unas cuantas horas, además de Chicoy y su mujer, los otros empleados del local, el jovenzuelo Pimples, aprendiz de todo, y la camarera Norma, soñadora y perdidamente enamorada de Clark Gable. Entre los pasajeros, la familia Pritchard, de buena posición, un vendedor de cachivaches, veterano de guerra, o una chica misteriosa de atractivo irresistible.
Buena parte del libro, la mitad o más, es un dibujo de estos personajes interactuando en un medio extraño, a modo de Gran Hermano. Pero qué dibujo. Saltando de uno a otro, deteniéndose en los detalles, las actitudes, los gestos o los silencios, Steinbeck hace una disección brillante, en ocasiones internándose en su pasado, a veces en sus sueños, otras simplemente observando cómo se desenvuelven con sus vecinos de aislamiento. Bastaría con este largo sobrevuelo para deleitarnos unos cientos de páginas más porque, al margen de la perfección técnica (solo descripciones imprescindibles, dosificación medida, lenguaje neutro que permite al mismo tiempo la objetividad de la distancia y que el lector empatice a voluntad con cada uno de ellos), permite una revelación decisiva: cada individuo, con su trayectoria, sus debilidades y su personalidad, es un mundo, un cúmulo de experiencias y sueños que le hace ser como es y actuar como la hace. Cualquier vida, por vulgar o insignificante que sea, es una historia compleja que, relatada con destreza, puede revelarse fascinante.
Según la publicidad, Steinbeck mira a los perdedores del sueño americano. Está bien como síntesis algo llamativa pero me parece claramente insuficiente. No es un perdedor Chicoy, inmigrante mexicano que a fin de cuentas consiguió prosperar hasta cierto punto, ni desde luego el empresario Pritchard, pero tampoco el resto de personajes, diría todos ellos. Puede que tengan trabajos tristes y sueños de una vida diferente, pero me parecen tipos como tantos otros millones en cualquier parte, que a veces luchan y otras se hunden, que simplemente sobreviven lo mejor que pueden en una sociedad desigual en la que las oportunidades de ninguna manera son iguales para todos. Pero ahí siguen, subsistiendo para que nosotros, lectores, podamos sumergirnos en sus vidas y apreciarlas como valiosas, seguramente muy por encima de lo que ellos mismos las valoran.
Pero avancemos un poco más porque, aunque la novela tiene cierto aroma teatral, con los personajes agrupados en un escenario limitado, el viaje sigue su curso. Ahora conviven en el autobús, que recorre con dificultades un camino complicado, algo con cierta carga metafórica si pensamos que más allá, en México o en Los Ángeles, o quizá en un lugar indeterminado, piensan llegar a donde se cumplen sus sueños: éxito, amor, libertad, reencuentros, o simplemente tranquilidad, anonimato o vacaciones. Las dificultades del viaje llevan a los pasajeros al límite, o tal vez les brindan la oportunidad de transgredir, de desbordar, de asomarse al abismo. Se podría acudir al tópico y decir que el aislamiento y la incertidumbre rompen los equilibrios y alimentan el lado salvaje, sacan a la luz las frustraciones y ponen en cuestión las certezas. Es una lectura bastante obvia, pero aún deberíamos dejarnos llevar un poco más lejos por el trazo preciso con que Steinbeck sigue manejando a sus personajes. Encontraremos inquietudes insospechadas, potencias ocultas, caracteres que estaban enterrados en los pliegues de esas vidas vulgares.
No olvidaremos ese autobús perdido (rebelde) o las carreteras solitarias, pero sobre todo esa nómina de personajes que podrían ser cualquiera y en cualquier parte, alguno de nosotros, bajo la lupa de un autor que nos hace disfrutar admirando su complejidad, que también, por qué no, también podría ser la nuestra.
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