Año de publicación: 2021
Valoración: Muy recomendable
De víctima a activista es el subtítulo de este ensayo tan necesario en los
tiempos que vivimos. Ya desde la portada se muestra claramente el enfoque que
la autora ha querido dar a su trabajo: la frase califica desde el principio la
realidad de una situación, conocida de primera mano por ella, contradiciendo a
todas esas voces –interesadas o culpablemente ingenuas– que consideran la
prostitución un trabajo como cualquier otro. Además, el término activista señala la actual ocupación de
la autora, que podría resultar ambiguo si no conociésemos previamente su
seriedad y dedicación a ese compromiso autoimpuesto. En tercer lugar, el diseño,
tan particular, abundando en esa actitud combativa, pretende ser un toque de
atención, que volvamos la cabeza al pasar por la librería y asumamos de un
vistazo el gran drama en el que están inmersas las mujeres más vulnerables del
planeta. Ellas y, en consecuencia, todas las mujeres, ya que la prostitución a
gran escala es una estrategia más del dominio que ejerce un sexo sobre el otro.
Si esto les parece una exageración sigan leyendo, o mejor, lean a Tiganus, y no
les quedará ninguna duda.
Coincidimos por completo con el prólogo de Rosa Cobo Bedia.
Efectivamente, gran parte del valor de este texto radica en que quien lo ha
escrito conoce de primera mano el medio que describe, pero también, y sobre
todo, en el tono empleado, ya que no se recrea en situaciones amargas sino que
las esboza y pasa de largo adoptando una actitud constructiva. “Son palabras de quien ha logrado sobrevivir
al infierno, pero también de quien un día abrazó el feminismo porque encontró
en él las palabras y los conceptos que transformaron su experiencia individual
en un hecho político”. Nada mejor que estas palabras para calificar un texto
cuya escritura no ha debido resultar nada fácil.
Esperábamos mucho de esta obra, sabíamos que nos conduciría a
lugares donde no hemos estado nunca y aclararía las zonas oscuras, las
contradicciones de lo que leemos y escuchamos sobre un asunto tan
controvertido. Y aun así la estábamos subestimando. Porque no se trata de un mero testimonio. De hecho, tal como explica la prologuista,
pasa casi de puntillas por los hechos, enumerándolos pero sin recrearse en detalles,
extrayendo de todo ello consecuencias y modos de actuación que sorprenden por
una claridad y un rigor conceptual no demasiado frecuentes. Por eso, haciendo
nuestras una vez más las palabras de Cobo: “Agradezco
a Amelia que no se haya recreado en las
experiencias dolorosas y haya utilizado las elipsis para dar paso a una
interpretación política de su propia experiencia”.
Para que no haya confusión, hay que aclarar que la delicadeza presente en los fragmentos autobiográficos no disfraza nada, no es ambigua ni amiga de medias tintas, llama a cada cosa por su nombre y lo hace para que algo cambie, para que el abolicionismo deje de ser una reivindicación y se convierta en hecho consumado. Porque ella ya salió pero muchas siguen dentro, es más, el sistema se renueva constantemente exportando carne fresca desde países deprimidos, o no tanto. Es algo que también ocurre en España y puede afectar a cualquier clase social, pues chicas desorientadas o decepcionadas con la vida las hay en todas partes. Si la mujer es el segundo sexo o dicho de otra forma, la otra, las mujeres prostituidas son la otra de la otra, es decir, sin abolición de las circunstancias que perpetúan un sistema claramente injusto nunca desaparecerán las categorías que oprimen a la mitad de nuestra especie. La estrategia es sencilla: en la mayor parte de los casos se priva de recursos intelectuales y económicos así como de los derechos más elementales a esas niñas que están creciendo, así, sin formación ni medios de subsistencia se convierten en carne de cañón de los desaprensivos. Son vulnerables en todos los sentidos, no tienen experiencia, se lo creen todo, en muchos casos han perdido la autoestima debido, entre otros motivos, a violaciones repetidas. Así, inermes ante un mundo despiadado, se les promete el paraíso y aceptan. ¿Es esto consentimiento? Por supuesto que no, es engaño, chantaje y hurto descarado del futuro de las mujeres para lucrarse con toda desvergüenza.
"Quien es capaz de ver que no puede haber libertad de vender órganos porque eso supone alimentar la desigualdad cultural entre pobres y ricos, y no es capaz de ver que no puede haber libertad de vender el cuerpo porque eso alimenta la desigualdad estructural entre mujeres y hombres y entre las mujeres pobres y ricas, solo demuestra que tiene absolutamente integrado el machismo clasista"
Las redes de la prostitución son
amplísimas y muy bien organizadas como corresponde a un negocio multimillonario.
Esto es lo que la ensayista narra en primera persona y lo que viven miles de niñas
y adolescentes de todo el mundo. Pero el proxenetismo nos engaña –más bien nos
narcotiza– con el cuento de la libertad
individual, y nos tragamos el argumento porque es más cómodo no enfrentarse
a una realidad tan cruel.
Una vez se ha conseguido recluir a las víctimas en lo que
Tiganus denomina campos de concentración,
el argumento para mantenerlas sometidas sin necesidad de vigilancia no deja de ser
ingenioso: “sé lista”, aprovéchate de
ellos, gana todo el dinero que puedas en el menor tiempo posible y pronto
tendrás medios para vivir sin problemas económicos. Pero este argumentario es,
desde luego, una trampa ya que ellas tienen que pagar todos los gastos que
genera su actividad además de cancelar una supuesta deuda que no se agota
nunca. Así se les incluye en una cadena perversa de la que necesariamente
forman parte. Debilitadas por el alcohol y las drogas se convierten en el
último eslabón, en cómplices del proxeneta que las convierte en aliadas para
que rivalicen entre ellas en lugar de apoyarse. No obstante, el abuso se
disfraza con la ficción de la profesionalidad: hay que vestirse y arreglarse
para gustar, hablar y moverse suavemente, sonreír, en una palabra, complacer al
putero a costa de olvidarse de sí mismas. Pero este tipo de consumidor no está
determinado genéticamente, lo fabrica la pornografía apoyada por el aplauso
social. Tiganus los divide en tres tipos: putero "majo", (insoportable), putero macho (antipático) y putero misógino (peligroso). Por cierto, su número aumenta y cada
vez son más jóvenes. Y todo esto con la complicidad del Estado, sin ella España
no se habría convertido –como tristemente se repite una y otra vez en prensa y
este ensayo lo ratifica– en el prostíbulo del continente europeo.
“El tiempo se detiene, la mente se separa, el alma se esfuma y tu cuerpo solo intenta sobrevivir”
Pero el asunto es mucho más complejo de lo que imaginamos
si nos fijamos únicamente en esta frase o nos dejamos llevar por los prejuicios.
La autora nos recuerda que el sometimiento de las mujeres es general, que unas
tienen un único dueño (o dueños sucesivos) y otras, las prostituidas, son
propiedad de todos. ¿Y qué pasa con las solteras? Pues que el reconocimiento
social es mucho menor, y aunque hoy día nadie se atreva a confesarlo sigue
siendo así. En definitiva, el orgullo de la puta existe porque se les educa
para que lo sientan: “somos sumisas y
soberbias a la vez”, se llegan a sentir privilegiadas en comparación con las decentes pues ellas saben aprovechar
su poder femenino, sus encantos. Una
distorsión que extraña menos si analizamos todo el proceso de reclutamiento y
lavado de cerebro al que se las somete y que desde fuera no se entiende, pero
todos estamos sometidos a distorsiones: por época, sexo, edad etc. que vistas
con perspectiva resultan igual de incongruentes. Por ejemplo, quienes sufren
violencia de género experimentan algo muy parecido. Por eso insiste en la
necesidad de un diálogo entre mujeres sin prejuicios ni condescendencias, solo
así se entendería que la subordinación afecta a todas.
“Dentro de la enajenación, a las mujeres privadas “les pone” limpiar, cuidar, cocinar, criar y servir a su familia. No es que lo disfruten per se, sino que es la única forma de ser vistas y valoradas, aunque siempre infravaloradas. Un falso poder. (…) Dentro de la enajenación, a las mujeres públicas “les pone” ofrecerse, insinuarse, follar y servir sexualmente a los hombres. No es que lo disfruten per se, sino que es la única forma de ser vistas y valoradas, aunque siempre infravaloradas. Un falso poder.”
Un razonamiento que sorprenderá a algunos porque no se puede entender más que desde una perspectiva feminista, es decir, situándose en un estricto punto medio donde nadie lleve la batuta. Y aquí llega la parte luminosa de un discurso en el que nadie se libra, ni los que se lucran del negocio ni las propias mujeres prostituidas ni ningún sector de la sociedad, aunque en cada caso las responsabilidades sean muy distintas. La conciencia feminista liberó definitivamente a Amelia, su activismo le proporcionó un objetivo más allá de la vida cotidiana y le ayudó a clarificar ideas. Así conectamos con el título, porque este ensayo nos interpela directamente: no habrá triunfo feminista si no hay colaboración entre mujeres, pues “será la revuelta de las putas la que propicie el fin del patriarcado.”
También sobre esta obra: Entrevista con Amelia Tiganus
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