Idioma original: inglés
Título original: Satin Island
Año de publicación: 2015
Traducción: José Luis Amores
Valoración: muy recomendable
Hay algo en las novelas de Tom McCarthy que les aporta una peculiaridad. Quizás sea prematuro utilizar alguno de esos topicazos (voz propia, universo particular, etc) pero empiezo a atisbar una poderosa corriente de coherencia, y he de dar la razón a alguna de las referencias usadas para describir sus novelas (Kafka, Pynchon) porque, sobre todo, la actitud de sus protagonistas (la del indemnizado de Residuos y la de este antropólogo de Satin Island) constituye una especie de impronta de la casa. Personajes reflexivos, complejos, jóvenes profesionales formados por encima no de sus posibilidades sino por encima de las necesidades del exiguo y acaparado mundo laboral existente. Que observan, circunspectos, la realidad, y que intentan, a su manera, alguna interacción.
El protagonista de Satin Island se llama U. No sé si este es el primer guiño de McCarthy hacia el lector. Como si cualquiera pudiera ser ese joven que, convocado por el altísimo ejecutivo de la compañía para la que trabaja, recibe el encargo de redactar un informe de crucial importancia para el colosal contrato que la empresa acaba de adjudicarse. Ojo. Esto no es literatura de management. Jamás llegaremos a enterarnos de qué hace su empresa ni sobre qué ha sido contratada ni para vender qué o mostrar qué va a servir ese informe. Si sabremos que, mientras acude a reuniones, imparte conferencias, planifica su trabajo, la vida de U sigue los cauces de una vida normal. Visita a un amigo que ha enfermado. Que le habla de terapias alternativas en que confía para que le ayuden en su enfermedad. Se queda fascinado, en aeropuertos, en hoteles, en Internet, observando el mundo real que sucede a su alrededor. El recorrido de un balón en un lanzamiento de falta. El flujo del petróleo en un vertido. Las costumbres de ciertas comunidades. Las sospechas tras lo que parece muerte accidental de un paracaidista. Esa materialidad abruma a U, que a ratos parece ver el camino claro. Esa realidad debe penetrar en el Informe que está preparando. Pero no sabe cómo hacerlo. Siente que, en esa artificial cima desde la que ve el mundo, desde ese Londres de la City o desde ese Nueva York, su Informe ha de explicarlo todo. Como si no hubiera otra oportunidad.
Si McCarthy pretendía encerrarnos en un mundo propio, enfermizo, absurdo e irreal, o aleccionarnos sobre la alienación del mundo moderno ya es una cuestión de cómo cada uno afronte su obra. Lethem lo ha intentado, y, para mí, fracasó alguna vez. Pynchon espacia sus lecciones y, a veces, parece ser más un adivinador. Kafka ya lo dejó claro, y hasta Melville, o De Lillo. Que todas estas referencias tengan, cada una, su propia justificación y su propio argumento para ser muy firmes es revelador. McCarthy, con sus obras extrañas, sus pasajes agrestes, sus aparentemente incomprensibles disquisiciones, su formalidad hiperinstruída, empieza a apuntar todos los detalles por los que se ensalza, cada cierto tiempo, a algún escritor como de culto, como preferido de ciertos círculos por encima de lógica y motivos. Empieza a horadar, con algo que parece ser sorna, una grieta inexistente. Pero, por lo que se refiere a mí, nada de hype. Sólido, descarado, firme y tenaz en su propósito. Satin Island es otra magnífica muestra.
También de Tom McCarthy en ULAD: Residuos
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2 comentarios:
cri cri, cri cri...
parece que este autor no despierta grandes pasiones, quizá sea porque no encaja en ningún tipo concreto de narrativa como puede ser su tocayo de apellido o Pynchon?
Un saludo
Pues porque la gente no se entera. Así de claro.
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