Título original: Laia. Novel·la (posteriormente: Laia. Retaule de siluetes d’arran la mar.
Finalmente: Laia. Unes esvanides ombres del nostre mar)
Año de publicación: 1932 (pero la versión definitiva es de 1968)
Valoración: imprescindible para interesados
Frente a una novela como Laia caben, básicamente, dos posturas críticas. Una, la prudente, es la que señala el caos aparente, la sutil (o sutilísima) interrelación de sus elementos para formar un fresco único, lúcido, concentrado (o concentradísimo). La otra, más imprudente pero hija del desconcierto o la desilusión, en tanto lectura salvaje, explicita la senación de pérdida de haber sentido cómo se le deshace a uno entre los dedos la historia de un personaje cuyo nombre da título a la novela y que
amenazaba cautivarnos.
Laia se nos desvanece sombríamente de entre las manos. El narrador, verdadero antagonista de la “protagonista”, se escapa de sus pasos para ponerse a tocar la puerta de todos y cada uno de sus vecinos. Y, en algún momento, se acaba lo que se daba en el punto final, uno de esos desenlaces tremebundos tan caros a los escritores de hace unos años en los cuales todo se conjura para la completa destrucción del protagonista. Castigando por supuesto e ineludiblemente su rebeldía, qué duda cabe.
Las desvanecidas siluetas de Espriu nacen, se reproducen y mueren ocupando un único tiempo ajeno de la Historia. Son todos miserables y esto iguala (!!!) al pobre y al rico, al culto y al iletrado. Laia adolece de los mismos defectos, pues, que se señala desde la crítica de orientación más y menos marxista a gran parte de la creación literaria posmoderna: su pesimismo es otra cara del conservadorismo; sus personajes no están en la Historia ni la construyen, no son personas, son cosas con forma de sombra. Para que nos entendamos: admitiendo que si Mozart viviera ahora sería rockero, casi que podríamos aseverar que si Espriu viviera ahora escribiría Nocilla Dream.
Dejando de lado esto y lo otro, cabe destacar también que la prosa de Espriu, si a uno le gusta el modernismo catalán, le da a todo lo más deseable, precioso y preciosista. Espriu era poeta, y se nota.
Es apenas más larga que una nouvelle: en una semanita se lee, rápido y bien.
Firmado: Fernando Daniel Bruno
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