viernes, 6 de mayo de 2016

Fabio Bartolomei: Somos una familia

Idioma original: italiano
Título original: We Are Family
Año de publicación: 2013
Traducción: Juan Manuel Salmerón Arjona
Valoración: entre recomendable y está bien


La verdad es que con semejante título, uno no sabe muy bien que esperarse: si una novela sobre la subcultura gay norteameriana de los 90, una crónica de los carrera criminal de la famiglia Gambino o la adaptación literaria de aquella película española en la que Pepe Isbert buscaba a su nieto Chencho entre los puestos navideños de la Plaza Mayor de Madrid. Luego ese uno -o sea, yo-  lee la contracubierta y se da cuenta de que la historia va más encaminada hacia este último caso aunque eso sí, reduciendo drásticamente el número de vástagos: los Santamaria, que son la familia de la que trata la novela, tan sólo tienen dos retoños: Vittoria, la mayor y Al -de Almerico-, el protagonista  y narrador, que cuando comienza el relato, en 1971, cuanta tan sólo con cuatro añitos de edad. Lo que no es obstáculo para que la narración sea de los más completa y coherente, porque Al es un niño que podríamos llamar "prodigio", de una inteligencia excepcional aunque eso no le impida -más bien le incita- a cometer barrabasadas de todo  tipo, en especial las que tienen algo que ver con el fuego.

El resto de la familia también tiene sus peculiaridades, aunque la palma se la lleva el padre, Mario Elvis, autobusero y seguidor incondicional del Rey, que se viste y peina como él, además de cantar sus canciones. la madre Agnese completa la familia nuclear, a la que habría que añadir la abuela (en palabras de Al: "...era de pueblo, lo que significa que era terca y estaba obsesionada con la caca" y el desastroso tío Armando. los Santamaria, cuya economía resultaba más bien precaria, se pasan toda la infancia de Al  cambiando de un lugar de residencia a otro, de un alquiler barato a otro más barato aún, por los barrios populares y la periferia de Roma. Al mismo tiempo, no dejan de buscar la "casa prometida", el hogar ideal en el que arraigarse, y que parece escurrirse de sus dedos una y otra vez. Y entre mudanzas y estrecheces van tratando de vivir siendo lo más felices que pueden, que por algo son, según Al, "la mejor familia del mundo". Atención, además, los adictos a Cuéntame como pasó: aquí hay costumbrismo de clase trabajadora y ambiente político de los 70 para dar y regalar. Italianos, eso sí, pero cambiamos los FIAT por SEAT y viene a ser lo mismo...

Bueno, he de decir que tengo un pequeño problema con las historias "con niño": si el niño lo pasa mal, aun sabiendo que se trata de una ficción, yo no consigo disfrutar y, sobre todo después de leer cierta reseña de mi compañera Montuenga (aquí), me pregunto hasta que punto es lícito hacerlo (vale, soy un hipócrita: con La captura de Macalé lo pasé como un cochino en un lodazal... pero con Intemperie no, en cambio). Y si el chaval es ocurrente, dicharachero, entrañable y enternecedor... entonces me dan ganas de soltarle un soplamocos. O al menos seguir leyendo hasta que le ocurra alguna desgracia y se me pase la vena sádica. La cosa es que el pequeño Al se libra, sin embargo, a pesar de poseer, de sobra, todas esas ¿cualidades? que he detallado. Y se libra, principalmente, porque Bartolomei ha conseguido que su personaje sea, no ya gracioso, sino por momentos tronchante. El humor, como bien es sabido, surge a partir del contraste  entre los elementos que lo componen y en este caso el contraste surge de la corta edad del niño y su aguda inteligencia, así como del mundo de fantasía infantil en el que mora su imaginación y la mucho más prosaica -y aburrida- realidad. Vamos, lo cierto es que gracia tiene, el jod... el muy perillán.

El problema, por decirlo así, es que este humor y la dinámica familiar que le da su encanto a la narración, se desarrolla principalmente cuando el chaval es pequeño, pero cambia -aunque es cierto que Bartolomei hace lo posible para que no sea así- según va creciendo... Sobre todo a mitad de la novela, más o menos, el clima de la misma cambia y comienza a ser una historia más desconcertante -aun con motivo, no obstante-, incluso delirante en ocasiones. Pero que, en todo caso, ya es otra cosa: el lector ya no lee recreándose en el puro placer de hacerlo, sino tratando de averiguar qué demonios ocurre... No digo que eso desvirtúe toda la historia, pero sí que nos deja un sabor de boca distinto del que habíamos saboreado al principio. Y pasar de lo dulce a lo salado, del ácido al amargor, no siempre resulta del agrado de todos. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una reseña entre "vale, no me dice nada" y " solo sé que al reseñista no le ha gustado".

Juan G. B. dijo...

Hola, anónimo:
Te equivocas, sí que me ha gustado... de ahí la valoración que le he otorgado, pues en caso contrario ésta sería, como mucho: "se deja leer".
Lo que ocurre es que me ha gustado más la primera mitad del libro que la segunda, pues a partir de un cierto momento la novela toma un rumbo distinto a aquél con el que comenzó; creía que lo había dejado claro en la reseña, pero, si hace falta, lo repito aquí de nuevo...
Un saludo y gracias por el comentario.