miércoles, 3 de julio de 2024

CONTRARRESEÑA: Annie Ernaux: El lugar

Idioma original: francés
Título original: La place
Traducción: Valèria Gaillard en catalán para Angle Editorial y Nahir Gutiérrez en castellano para Tusquets Editores
Año de publicación: 1983
Valoración: recomendable


Siempre es de agradecer que sigan publicándose libros de Ernaux, quizá una de las autoras más prolíficas de la escena literaria que, no únicamente tiene la habilidad y el talento para hacer que sus libros tengan interés de manera individual sino también que cada aparición de un nuevo libro complemente el mosaico vital y literario de la Nobel francesa.
 
Ya en anteriores novelas reseñadas, Annie Ernaux nos relataba cómo era la relación con sus padres y, en especial con su madre, de la que nos habló en varios de sus libros de manera específica («No he salido de mi noche» o «Una mujer») y, a pesar de que la figura del padre también aparecía en sus libros en los que la autora hablaba de su entorno familiar y de su educación, lo hacía de manera más tangencial, más sutil y en un segundo plano. En este caso, el padre es el centro del relato y era lógico que la autora escribiera un libro dedicado a él, aunque, debido a que las editoriales publican los libros en el orden que consideran, paradójicamente este libro sobre el padre lo escribió antes de los que tratan la figura de la madre, lo cual me parece curioso dada la diferente incidencia que tuvo en su vida cada uno de sus progenitores.
 
En esta ocasión, empieza la autora narrando un episodio crucial en su vida: dos meses después de haber obtenido el certificado para poder ejercer de profesora titular su padre falleció a los sesenta años de edad. Un padre que regentaba con la madre un café-tienda después de haber estado trabajando duramente la tierra gran parte de su vida y ejerciendo también de obrero. Así, la autora se remonta a ese día crucial en su vida y nos narra el día de su entierro y cómo, pasados unos meses, sintió que «un día debía explicar todo esto», «escribir sobre mi padre, sobre la vida, y esta distancia que se produjo entre nosotros en mi adolescencia. Una distancia de clase, pero particular, que no tiene nombre». De ahí nació la idea de este libro.
 
Centrando el relato en su padre, destaca de él cómo, a pesar de haber nacido en una familia sin recursos, aprendió (a diferencia de su abuelo) a «leer y escribir sin faltas. Le gustaba aprender»; un aprendizaje que creció durante su etapa en el servicio militar descubriendo un nuevo mundo para él pero que también lo aisló de sus intereses previos, pues a su vuelta, «no quiso saber nada más de la ‘cultura’. Él siempre nombraba así el trabajo de la tierra, el otro sentido de la cultura, el espiritual, le parecía inútil». De esta manera, su padre, dejando de lado el interés por la cultura y el aprendizaje intelectual, se dedicó al trabajo de obrero, con una mujer dedicada a mantener el negocio mientas intentaba que él «volviera a ir a misa donde había dejado de ir desde que había estado en el ejército y abandonara las ‘malas costumbres’ (es decir, de payés o de obrero)»; un padre entregado y voluntarioso, que en plena Segunda guerra mundial y «bajo los bombardeos incesantes del 1944 (…) continuó yendo a proveerse de productos frescos, mendigando extras para los viejos, las familias numerosas, en definitiva, todos aquellos que no tenían acceso al mercado negro. En El Valle lo consideraron el héroe de las provisiones» mientras los domingos, cuando cerraban la tienda, llevaba a la pequeña Annie de picnic paseándola por el bosque «llevándola a hombros, cantando y silbando». Y ya con el fin de la guerra la decisión de volver a su localidad de origen, una ciudad que encuentran en ruinas pero que les abre la oportunidad de empezar una nueva vida comprando un pequeño local que lo reconvierten en tienda-café, ejerciendo a su vez de espacio compartido en el que ofrecían un pequeño remanso de fiesta y libertad.

En este entorno humilde, creció Annie, afirmando que «está manera de vivir nos pertenecía, un cierto tipo de felicidad, pero también las barreras humillantes de nuestra condición (consciencia que ‘nuestra casa no es suficientemente buena’), me gustaría poder decir la felicidad y alineación a la vez, oscilar entre un extremo y el otro en esta contradicción» porque no había tiempo ni espacio para la formación ni el cariño que constata al afirmar que «no sabíamos hablar entre nosotros si no era con tacos o palabrotas. El tono amable, reservado para los de fuera». Así, a medida que Annie crece, crece también la distancia que la separa de su padre, una distancia labrada en tierras arduas para el crecimiento intelectual de una Annie que se sabe más culta que su padre, más interesada en el arte y en las costumbres burguesas y cultivadas, más refinada en su vocabulario y en sus aspiraciones. Una distancia que ella por interés y él por apego a su vida de trabajador van aumentando sin saber muy bien cómo acercarse de nuevo y que ella encuentra en las letras el acogimiento que no halla a nivel emocional en su padre llegando a admitir finalmente con cierto pesar que «quizá escribo porque ya no nos queda nada que podamos decirnos».
 
Afirma Annie de su padre que, «su mayor orgullo o, incluso, la justificación de su existencia: que yo perteneciera al mundo que lo había menospreciado». Así, su trabajo, su esfuerzo parecían únicamente una distracción que lo alejaban de aquello que hubiera querido ser y que quería que Annie fuera: alguien con cultura, con educación y modales. Algo que probablemente confirmaría que pertenecían a distintos mundos, pero que constataría a su vez el más sincero amor de un padre: que su hija tuviera el mejor de los posibles.

6 comentarios:

Montuenga dijo...

Supongo que es una contrarreseña, se te ha olvidado mencionarlo y poner el enlace a la mía.
Te lo facilito para que no tengas que buscarlo:
https://unlibroaldia.blogspot.com/2021/02/annie-ernaux-el-lugar.html?m=1

Marc Peig dijo...

Hola, Montuenga.
Correcto, así es. Gracias por el enlace.
Saludos
Marc

Montuenga dijo...

Gracias, Marc. Si, además, cuando tengas un rato lo pones como Contrarreseña, ya lo dejamos "apañao" 🤗

Montuenga dijo...

Hola de nuevo, Marc. Seguro que no te parece importante, pero si no encabezas tu reseña como Contrarreseña me estás borrando un poco. Como sabes, es la forma que tienen los lectores de saber desde el principio que se ha escrito otra antes sobre el mismo libro. Sí no tienes tiempo, siempre se lo puedes pedir a algún compañero.
Muchas gracias.

Marc Peig dijo...

Hecho

Montuenga dijo...

Gracias 👍