Idioma original: español
Año de publicación: 1973
Valoración: recomendable
José Agustín falleció en enero de este año, un suceso muy relevante en el mundo literario mexicano. No estoy seguro hasta qué grado repercutió en el panorama hispanohablante (o mundial, si acaso), pero es innegable la importancia que tuvo en el desarrollo de las letras mexicanas, tanto en el aspecto puramente literario como en cuestiones de identidad y representación cultural. Fue influencia de jóvenes autores que encontraron en su estilo y temática una fuente de inspiración y un espejo de la realidad que vivían. José Agustín vino a romper ciertos paradigmas que existían a inicios de la segunda mitad del siglo XX, al introducir elementos de la contracultura en la literatura mexicana, abordando temas tabúes y empleando un lenguaje que resonaba con el público joven (claro, joven en ese entonces, respecto a los jóvenes de ahora, de los cuales hablaré más adelante). Mientras que escritores como Octavio Paz y Carlos Fuentes (avatares de la literatura mexicana) se destacaban por su prosa elaborada, poética y muchas veces formal, José Agustín optó por un lenguaje más coloquial y directo, un cambio radical frente a la literatura más académica y formal de ese entonces.
José Agustín se centraba en la vida cotidiana, las preocupaciones y las experiencias de la juventud. Sus novelas trataban sobre la cultura popular, la música, las drogas, la rebeldía y la vida urbana, lo cual se puede ver claramente en "De perfil", tal vez su novela más conocida (entiendo, sin embargo, que todos esos elementos se convertirían en un cliché más adelante). En la novela aquí reseñada, diría que estos elementos toman un papel aún más relevante.
La trama de "Se está haciendo tarde" es simple: dos jóvenes, un dealer y un experto en las ciencias ocultas, se la pasan bien chido entre alcohol y drogas. No hay mucha acción como tal. Para que se den una idea, podríamos comparar este libro con "En el camino" de Kerouac o "Azul casi transparente" de Murakami (supongo que cada país tiene su versión). Lo que importa aquí son los detalles que la hacen única. A mi parecer, el punto fuerte son los diálogos. La manera en la que se intercalan con las sensaciones de los personajes produce impresiones muy vívidas. Los intercambios son crudos y auténticos, reflejando la jerga y el ritmo del habla juvenil mexicana, lo cual añade una capa adicional de realismo y credibilidad a la narrativa. Aunque puede llegar a ser un poco pesado para lectores que no están familiarizados con el argot mexicano, o para jóvenes mexicanos, a los que les podría parecer una forma de hablar “de viejos”.
Además, los diálogos están impregnados de una ironía y un humor muy particular, que permiten una conexión emocional más profunda con los personajes. Estos momentos de ligereza contrastan con las situaciones más oscuras y reflexivas de la novela. Agustín también se destaca en su capacidad para capturar las emociones y estados mentales de sus personajes a través del diálogo. Las palabras dichas y no dichas, los silencios y las interrupciones, permite experimentar de manera íntima los altibajos emocionales de los protagonistas, desde la euforia hasta la desesperanza y el vacío existencial.
El subtitulo del libro, “Final en laguna”, habla precisamente de cómo acaba la novela. Mi parte preferida, lleno de quietud y nostalgia. En estas páginas finales, Agustín capta con maestría la mezcla de esperanza y desilusión propia de la juventud. Los diálogos entre los personajes en este escenario son introspectivos y reveladores, mostrando una vulnerabilidad que no habían exhibido anteriormente. Esta escena es un ejemplo perfecto del talento de Agustín.
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