Año de publicación: 2017
Valoración: Está muy bien
¿De qué depende que una
novela nos guste o no nos guste? Pues, con independencia de tecnicismos que
pretenden ser objetivos, lo definitivo es que le llegue al lector, y eso no se
sabe muy bien en qué consiste. Según la persona y el momento en que se
encuentre, el autor habrá dado en la diana más o menos, y eso lo dirá cada cual,
pero aquí tratamos de desmenuzar sus elementos para que cada uno pueda hacerse
una idea previa y los que vengan de vuelta contrasten su opinión personal. Perros que duermen deja, creo yo, una
sensación agradable, como si regresásemos de una larga y complicada aventura
que nos ha mantenido en tensión gran parte del tiempo y gracias a la cual hemos
conocido ambientes, situaciones y sucias artimañas que suponen un gran salto,
tanto en el tiempo como en el espacio sociopolítico. Bien, desde ese punto de
vista no puedo dejar de recomendarla. Pero si enfocamos un poco más, puede que
encontremos unas cuantas inconsistencias, y, nos importen o no, están ahí.
Si echan un vistazo a
las sinopsis, tropezarán casi seguro con el asunto guerra civil y eso quizá les quite las ganas de leerla. Pero aquella
fiebre, que duró décadas y dejó cierto hastío en muchos lectores, parece que ha
pasado o ha remitido mucho. Además, Perros
que duermen tampoco se puede encuadrar cien por cien en ese grupo, aunque
es cierto que la mitad de la acción se sitúa en dicha época, incluso en el
frente, y que se describen algunos combates. Pero la otra mitad recrea los
primeros pasos del franquismo y, de alguna manera, ambos se equiparan. ¿O es
que un campo de prisioneros no tiene mucho en común con cualquier guerra? En mi
opinión, el eje central lo constituye la contraposición de ideas, esas dos
visiones del mundo separadas por un abismo infranqueable al que, para
entendernos, denominamos “las dos Españas” y entre las que, en este caso, en
una genial vuelta del tuerca, se tiende un débil puente que, si bien no llega a
unir nada, pone de manifiesto la fragilidad de ciertas convicciones.
Juan Madrid –del que
destaco su labor como formador de futuros escritores– es, como sabemos, uno de
los primeros representantes del género negro en España. Para sus argumentos, cuenta
con unos cuantos personajes recurrentes, entre ellos su alter ego, Juan Delforo, del que se sirve en esta su última novela para
homenajear a sus padres, que convenientemente transformados, aunque no en lo
esencial, asumen casi todo el protagonismo. En cuanto al género, policiaco
propiamente no es, a pesar de que se investiga un crimen, pues se trata de una
investigación muy sui generis y se
encuentra en una posición marginal. Quizá podríamos clasificarla como thriller
histórico-político o algo así.
La estructura es, sin
duda, uno de sus grandes hallazgos. En su mayor parte, se alternan dos fechas –el
primer trimestre de 1938 y varios momentos de 1946– y, paralelamente, dos
puntos de vista: el mencionado Delforo por una parte, y el tándem Dimas Prado/Guillermo
Borsa por otro, unidos ambos planos por el conocido recurso del manuscrito.
Aunque en este caso no fue encontrado, sino legado, gracias a un giro argumental
tan sorprendente que llega a rozar lo inverosímil.
En cuanto a la prosa, sabemos
que el autor no es para nada un estilista, ni falta que les hace a los géneros
que ha cultivado, pero su estilo funcional y correcto de siempre presenta aquí unos
cuantos descuidos, quizá demasiados. También entorpecen la lectura esas escenas
demasiado largas, repletas de detalles y diálogos irrelevantes, o las batallas que,
junto a la acción en sí misma, incluyen una abrumadora cantidad de datos
técnicos. Pero tampoco olvidemos otras, en las que los ambientes están
admirablemente descritos o episodios impresionantes, por crueles o
terriblemente descarnados.
La figura de la manada
de perros es, naturalmente, una metáfora, pero también una imagen literal,
potentísima, que aparece en más de una ocasión y sobrecoge.
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