Título original: Racconti romani
Traducción (al catalán): Anna Casassas
Año de publicación: 1954
Valoración: Entre recomendable y está bien
Aprecio muchísimo a Alberto Moravia. Y eso que, mientras que sus novelas Los indiferentes, El conformista o La campesina me entusiasmaron, escarceos posteriores en El hombre que mira, La mujer leopardo, Agostino o El tedio me dejaron un regusto agridulce.
Ahora llevaba bastante tiempo sin leer nada del escritor italiano. Y qué mejor oportunidad para darle otro sorbito a su ficción que con algunos de sus Cuentos romanos, traducidos al catalán por Comanegra. Aunque en su momento ya había devorado dos antologías en español que compilaban un buen puñado de estos cuentos, apenas recuerdo nada de ellos, más allá de que, pese a gustarme, me parecieron un tanto pedantes, densos y serios.
Nada pedantes, densos ni serios son, en cambio, los cuentos seleccionados por Comanegra; al contrario, los considero asequibles, entretenidos y amenos. Y me pregunto si eso se debe a que estos en concreto evocan a Natalia Ginzburg (registro coloquial, prosa sencilla, premisas humildes, intenciones modestas...) o a la desenfadada traducción de Anna Casassas.
En fin, hablemos de los Cuentos romanos de Comanegra. Todos son sumamente breves, de como mucho diez páginas de extensión. Todos transcurren, obviamente, en Roma, salvo "La vida al camp", que va de un joven que abandona temporalmente la capital italiana. Todos los protagonizan hombres que, asimismo, son de clase baja y casi siempre actúan como los narradores en primera persona de la historia.
Los protagonistas de estos Cuentos romanos no son particularmente memorables, pero tanto su voz como su manera de pensar están perfectamente delineadas. Además, el autor les otorga en cada cuento un arco de personaje, básico pero arco de personaje a fin de cuentas, a realizar (o a fracasar realizando, como sucede en "El pensador", "La ruïna de la humanitat" y "Mira'm i no em toquis").
El sentido del humor de estos cuentos es delicioso. Engañosamente amable, en el fondo es bastante negro pero nunca cae en lo cínico. Algo que me hizo esbozar una sonrisa, por ejemplo, es que en "No dic que no", durante dos discusiones conyugales (la primera en plena noche de bodas sobre el número de asistentes a la ceremonia, y la segunda más entrada el matrimonio sobre la cantidad de hijos que tiene un camarero), ambos contendientes tuvieran, técnicamente, razón.
Me han seducido algunas de las meditaciones que cuelan estos cuentos. Nunca subestiman a los temas en torno a los cuales giran, pero se presentan con humildad. Aquí tenéis una de ellas: «Suposo que la cara de cambrer és la cara que agrada als clients, que no cal que tinguin cara de clients perquè ells no han d'agradar a ningú, mentre que els cambrers, si volen continuar fent de cambrers, han de tenir justament cara de cambrers.» (pág. 54) Otra: «L'únic que tenia alguna cosa a dir era jo, justament perquè, a diferència d'ells, a mi els negocis m'anaven malament i això em feia reflexionar, i la reflexió, si bé no omple la panxa, en canvi omple el cervell.» (pág. 75)
Otra cosa de estos Cuentos romanos que destacaría es mi reencuentro con la maestría de Moravia para las descripciones. Sobre todo las físicas de los personajes, cuyo aspecto e indumentaria el autor perfila siempre con trazos contundentes, precisos y expresivos, pero también las de la naturaleza o los paisajes. Una de estas últimas que me ha cautivado es la de Roma vista de noche desde una terraza, pues la ciudad se transforma en «un pastís negre cremat, amb tot de clivelles de llum, i cada clivella era un carrer.» (pág. 110)
Mi cuento favorito del conjunto es, de lejos, "El terror de Roma". Sin alejarse del costumbrismo tragicómico que caracteriza al resto, recuerda poderosamente al realismo sucio de John Fante.
Resumiendo: los Cuentos romanos seleccionados por Comanegra son tan básicos como efectivos. A sus modestas intenciones los eleva el oficio de Moravia, un acabado de lo más meritorio y un pulso narrativo envidiable. Los recomiendo sobre todo a personas que amen la sencillez (que no simplicidad) de autores como Natalia Ginzburg y gusten de un humor negro a la par que amable.
Por último querría dar una opinión muy personal: el catalán no me parece una lengua con un repertorio léxico adecuado para escribir o traducir textos groseros. En los Cuentos romanos de Comanegra hay algunas escenas en las que los personajes usan insultos, pero éstos son casi siempre, al menos a mi juicio, bastante ridículos; pienso, por ejemplo, en esos proferidos en la página 177 («animal», «desgraciat», «mitjamerda», «canalla», «malparit», «pendulari», «pocavergonya», «tarambana» y «enze»).
También de Alberto Moravia en ULAD: Aquí
2 comentarios:
Qué buena reseña. Disfruté mucho estos cuentos, especialmente por su sencillez y buen humor.
¡Hola, LRA! Siento curiosidad: ¿leíste la edición de los Cuentos romanos de Comanegra u otra? Porque ya digo en la reseña que estos cuentos en específico también me han parecido, como a ti, sencillos y con buen humor. Pero los que leí en mi adolescencia, en cambio, los recuerdo más densos y serios, y ahora no sé si se deberá a la criba en sí o a la traducción.
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