martes, 18 de junio de 2024

Melanie Mitchell: Inteligencia artificial. Guía para seres pensantes

Idioma original: inglés
Título original: Artificial Intelligence: A Guide for Thinking Humans
Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia para Capitán Swing
Año de publicación: 2020
Valoración: recomendable


En pleno auge de la exploración y explotación de la IA varias voces han alertado de los peligros que conlleva si su uso no se regula a nivel legislativo y gubernamental. Porque, como ocurre a menudo, el avance y el progreso tecnológico son más rápidos que el análisis y la conciencia que tenemos sobre sus posibles futuros usos. Ha pasado con el móvil y la adicción a los juegos, pero ha sucedido también con algo que es mucho más específico pero igualmente nocivo y que ha llevado incluso a su creador a pedir perdón: el scroll infinito. Así, herramientas que a priori estaban pensadas, diseñadas e implementadas para facilitar la vida de la gente se han convertido en peligros y amenazas creando adicciones de las que no es fácil evadirse ni escapar.

La IA no anda lejos de caer en ese mismo agujero negro infinito que todo lo absorbe y suma al que cae en él en una espiral eterna en la que el tiempo dedicado a parar y reflexionar parece no tener lugar. Pero la IA conlleva otros peligros más allá de la posible adicción y este libro publicado en 2020 y plenamente vigente nos alerta de ello a la vez que nos tranquiliza pues, si bien los peligros existen y hay que tenerlos en cuenta, la ciencia no está tan avanzada para que ahora mismo puedan suponer una problema o, al menos, no de momento, y quizá justamente por ello es el momento de detenerse y analizar lo que puede venir, antes de que la bola de nieve del avance tecnológico nos arrastre a todos hacia un destino elegido por unos pocos. 

Melanie Mitchel, experta en Complejidad, arquitectura cognitiva e Inteligencia Artificial, nos alerta de entrada afirmando que «Google ha dejado de ser un portal de búsquedas por internet. Se está convirtiendo rápidamente en una empresa de IA aplicada (...) La aspiración suprema de la empresa matriz, Alphabet, queda reflejada en la declaración de objetivos original de su grupo de Deep mind: "resolver la inteligencia y utilizarla para resolver todo lo demás"». Con esta aventurada, ambiciosa e inquietante declaración, y ante el auge de la IA y el cada vez más importante impacto en nuestras vidas, la autora explica que «este libro nació del intento de comprender la verdadera situación de la inteligencia artificial: qué pueden hacer hoy los ordenadores y qué podemos esperar de ellos en las próximas décadas».

Como en todo ensayo elaborado, la autora traza un arco temporal y nos ubica en los inicios de la inteligencia artificial en 1956 en un seminario del Dartmouth College organizado por un joven matemático llamado John McCarthy y desde ahí hasta mediados de los años dos mil desglosa su avance hasta el salto cualitativo más reciente producido en la IA con la creación de sistemas como el traductor de Google, coches autónomos, asistentes como Siri, Alexa, subtítulos automáticos en YouTube y la traducción simultánea en llamadas vía Skype así como la identificación del rostro al subir fotos en Facebook. Pero, a pesar de los grandes avances de la IA las predicciones realizadas sobre qué se conseguiría y cuando siempre han sido excesivamente optimistas, siempre la realidad ha frenado las expectativas pues parece que emular la inteligencia humana no es tan fácil como parecía porque, a pesar de que Zuckerberg auguraba que hacía el 2025 la IA llegaría al nivel de la humanidad (“IA general”), lo cierto es que los modelos actuales siguen siendo ejemplo de la “IA estrecha” pues solo pueden llevar a cabo una tarea estrictamente definida (el mejor programa para jugar al Go solo puede hacer eso, ni siquiera puede jugar a las damas o al tres en raya). Por ello, «aunque la IA general era el objetivo de este campo de investigación, materializarla ha resultado mucho más difícil de lo esperado. Los trabajos de IA han acabado centrándose en tareas concretas y muy definidas». 

Analizando las debilidadades del sistema, la autora expone uno de los principales retos de la IA: la narrativa visual. Cuando vemos una imagen, nuestro cerebro es capaz de crear una historia en torno a ella: qué pudo suceder antes de la toma de la fotografía, qué después, que emociones sintieron sus personajes, cual es el ambiente que transmite, etc.. Esto es algo muy difícil de emular computacionalmente así como también el reconocimiento de los objetos (algo fácil para los humanos, pero no tanto para los ordenadores). Así, la autora describe las enormes dificultades de la IA en la interpretación de objetos, algo que por el contrario un niño pequeño puede realizar a través de otros ejemplos. Este es un campo en el que la inteligencia artificial encuentra más dificultades más allá de que, en cualquier caso, las redes no pueden aprender solas, sino que es necesario un equipo de ingenieros programadores que las entrenen con un proceso de entrenamiento que requiere millones de imágenes obtenidas gracias a todas las publicaciones de los usuarios de las redes como Facebook etc. pero también la identificación de imágenes en la verificación captcha que sirve a Google para etiquetar imágenes de su banco de imágenes. De todos modos, «no es realista pensar que podemos etiquetar todo lo que hay en el mundo y explicar meticulosamente hasta el último detalle al ordenador».

De igual modo, también está lejos de conseguir uno de los atractivos de los avances tecnológicos en la conducción y los ansiados coches autopilotados, pues «es imposible entrenar o codificar un sistema para todas las situaciones posibles» porque a pesar de que los humanos cometemos errores tenemos «una gran competencia fundamental de la que carecen todos los sistemas de IA actuales: el sentido común. Tenemos un amplio conocimiento de fondo del mundo, tanto en el aspecto físico como en el social» por no decir también los problemas que hay que resolver en aspectos éticos que la autora ejemplifica en el dilema del tranvía y si los compradores de vehículos autónomos los comprarían teniendo en cuenta los principios morales bajo los que se rige su conducción y elección en la toma de decisiones porque, al fin y al cabo, ¿quién querría comprar un coche que, en aras del “bien común”, elija estrellarse uno mismo en un accidente mortal antes de atropellar un grupo de personas? Las estadísticas muestran que una inmensa minoría. Por ello, más allá de los avances en algún aspecto en concreto que la IA sí se ha conseguido con bastante éxito (traductores automáticos, transcripciones de voz y subtítulos en tiempo real…) hay otros en los que no está aún tan avanzada pues «el objetivo verdaderamente difícil es crear máquinas capaces de comprender verdaderamente las situaciones a las que se enfrentan».

La conclusión de todo ello es que la gran distancia que nos separa de cualquier IA es el “aprendizaje por transferencia” algo que para los humanos es habitual pero totalmente incipiente en la IA. Nosotros somos capaces de aprender cosas basándonos en conocimientos adquiridos en tareas similares pero la IA es tan específica que siempre debe partir de cero en cada nueva tarea. Así, lo que para una persona que sabe jugar al tenis (por ejemplo) implica cierta ventaja para aprender paddle (por ejemplo) en una máquina son dos procesos totalmente diferentes. Y ya no únicamente en cuanto a ejecución de tareas mecánicas sino algo mucho más complejo: entender la situación. Así, «si bien los sistemas de IA más avanzados casi han igualado (y en algunos casos superado) a los seres humanos en algunas tareas muy concretas, ninguno posee la comprensión de los ricos significados que los humanos aportan a la percepción, al lenguaje y el razonamiento».

Por todo ello, este libro se trata de una muy interesante lectura pues trata un tema que nos afecta a todos y nos presenta no únicamente los avances de la IA sino sus pros y contras, sus debilidades y sus fortalezas. En este análisis en profundidad de la IA, la autora nos muestra su amplio conocimiento en la materia, aunque en ocasiones se adentra en exceso en detalles técnicos y eso conlleva a que alguien sin nociones de programación o de tecnología pueda tener cierta dificultad en seguir el desarrollo de algunas partes del libro así como la exposición de ideas de la autora por la densidad de su análisis. Ya la propia autora lo reconoce al afirmar en algún apartado «vamos a ponernos un poco técnicos, así que prepárense (o sáltense esta parte)».

Afirma la autora en las páginas finales que la principal preocupación es «que los algoritmos y los datos se usen de forma peligrosa y poco ética». Ese es el principal reto, y no es un reto a nivel tecnológico, sino social. Y me temo que eso lo hace aún más complejo (y me atrevería a decir que más peligroso), pues ya sabemos siempre hacia qué lado de la balanza se decanta el progreso y cuáles son sus resultados cuando hay intereses económicos en juego. No dejemos que lo artificial supere la inteligencia… ni la ética.

No hay comentarios: