Idioma original: francés
Título original: Qui a tué mon père
Traducción: Pablo Martín Sánchez
Año de publicación: 2018
Valoración: recomendable
Miren, de buen rollo se lo digo a las editoriales. O más concretamente al opaco subsector que en las editoriales se dedica a escribir los textos que describen los libros en reversos, tapas, contraportadas o fajines o fajas. Que ya sabemos que es su momento de gloria escribir esa cosa entre semblanza y sinopsis y texto promocional. Que comprendo su papel a la hora de decidir al lector que sostiene el libro en sus manos. Pero que, por favor, me ciño a eso en este caso, no digan de un autor francés otra vez eso de el nuevo enfant terrible. Repito lo de por favor, que llega el verano y la euforia se apodera del continente. Ya sabemos a quién se refieren y quién es el viejo enfant terrible. Por lo que es cruel proyectar una esperanza infundada, incluso, aunque sirva para elevar las ventas e hinchar el producto, para el propio autor.
Édouard Louis, a pesar de tener poco más de treinta años, ya ha publicado unos cuantos libros, basados en experiencias personales, dicen, y, completa la sinopsis, sirve de referencia a movimientos sociales en ciertas luchas que. personalmente, no dudo en respaldar y manifiesto mi simpatía por ellos. Quién en su sano juicio no identifica un problema en la desigualdad. La literatura, creo firmemente, ha de cumplir también esa función. Junto al placer, junto al enriquecimiento personal, también además del mero entretenimiento, si cabe. Por lo que los postulados de la obra de Louis, si son compartidos con los de esta novela, me sirven al margen de que se necesite etiquetarlo para poderlo ofrecer al público. Incluso, si vamos al meollo de la cuestión, podría resultar contradictorio que se empleen argumentos de marketing (este escritor se parece a ese otro que tanto gusta y tanto vende) para promocionar un texto que es un áspero ataque a las políticas neoliberales que han encontrado, al margen de partidos y colores, tanta continuidad en los gobiernos franceses de las últimas décadas. Francia, disculpen la definición reduccionista: país de ancianos de raza blanca conservadores que apenas toleran a los jóvenes de otras razas que pugnan por su lugar en el país en que viven. Una combinación de difícil convivencia.
En todo caso, la historia aquí contada, la de un hijo en la veintena que se dirige a su padre, devorado por las secuelas de un accidente laboral, obligado por un sistema que aplica recorte tras recorte a sus prestaciones a volver al mercado del trabajo, subsistiendo con una silenciosa dignidad a costa de su escaso nivel educativo y su comprensible cerrazón mental, nos la encontramos en un discurso que no suele ser tan directo y contundente. Por eso Louis no merece ser empaquetado: porque se dirige con nombres y apellidos a los responsables y a las medidas concretas que han llevado a esa situación. Ese es el mérito, quizás no tanto literario - la prosa es rabiosa pero quizás un tanto ingenua - como social. Señalar con el dedo, obvio signo de mala educación pero al que no tenemos más remedio que recurrir. En un universo de liderazgos personales tan acusados, tantas veces preámbulo de tiempos siniestros, Louis elude al enemigo invisible (ese papá estado tan difícil de identificar) y tiñe el texto de tono de denuncia, quizás no de un modo tan universal que cualquiera pueda tomar como propio, pero en todo caso efectivo y franco, como para hacer de esta corta novela un ejercicio, quizás un mero entrenamiento por eso, de crónica social.
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