Mostrando entradas con la etiqueta novela de delirio. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta novela de delirio. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de julio de 2025

Spike Milligan: Mala pinta

Idioma original: inglés

Título original: Puckoon

Año de publicación: 1963

Traducción: Julia Osuna

Valoración: entre recomendable y está bien

En la irladérrima localidad de Puckoon, que por su pintoresquismo, mayor aún que el de Innisfree, habría hecho las delicias de John Ford, el advenimiento de la República de Irlanda resultó un acontecimiento gozoso, por razones obvias, a la par que perturbador, pues los miembros del comité encargado de trazar la frontera entre la nueva república y el Reino Unido, hartos ya de no llegar a un acuerdo y deseosos de irse al pub, decidieron tirar por la calle de enmedio, que casualmente pasaba por el citado pueblo de Puckoon y, sobre todo, por algunos de sus lugares más emblemáticos , como el pub local -que quedó dividido entre el territorio irlandés, mayoritario pero con los precios de las bebidas alcohólicas más altos y un rincón británico, más barato y, por lo que sea, más concurrido- o el cementerio, que quedó en el territorio de Su Graciosa Majestad, con el consiguiente trastorno para los vivos y aun los muertos irlandeses.

¿Me ha salido un parrafito más bien largo y algo abarrocado, verdad?, Bueno, pero es que cierto abarrocamiento, por no decir una afectación forzada, es precisamente el estilo predominante en la novela, trufado tanto con expresiones que imitan el habla popular, como con  sorprendentes hallazgos que podríamos considerar poéticos ..  además de un recurso "metaliterario" (quizás sea excesivo utilizar este término), con alguna que otra ruptura de la "cuarta pared", por decirlo así. Todo ello, de forma paradójica (o no), al servicio de una historia evidentemente humorística que, sin renunciar en ningún a la ironía, tiende al absurdo, la astracanada y el slapstick literario... Así, nos podemos encontrar desde difuntos que deben sacarse el pasaporte para poder ser enterrados o contrabando de ataúdes hasta verdaderos  cataclismos en los que se ven envueltos miembros del IRA vestidos de romanos, militares británicos retirados y tropas de granujientos boy-scouts. Por no hablar de cierta pantera negra, claro...

Spike Milligan fue un humorista indo-anglo-irlandés -lo de "indo" es porque nació en la India, hijo de un oficial del Ejército británico, cuyo recuerdo, por cierto da lugar a unas hermosas páginas de este libro-, muy popular en los años 60, al parecer (lo digo porque yo no lo conocía), colega de Peter Sellers -de hecho, hay momentos catastróficos en esta novela que parecen sacados de El guateque... O viceversa- y maestro, según decían ellos, de los mismísimos Monty Python, nada menos. Me creo que, como dice su nota biográfica, fuera una de las grandes figuras del, por otro lado, muy concurrido humor británico porque está novela está plagada de personajes peculiares, momentos hilarantes e incluso crítica social. Quizás su único problema es que el autor se recrea tanto en la descripción de esos personajes peculiares y de los momentos hilarantes que la crítica social y, más aún, la propia trama de la novela quedan un tanto deslucidas... Pero vaya, al menos las risas están aseguradas, lo que, tal y como están las cosas del mundo (y tal y como estaban cuando apareció el libro, hace más de sesenta años), ya me parece bastante.

martes, 17 de junio de 2025

Tom Sharpe: La gran pesquisa

Idioma original: inglés

Título original: The Great Pursuit

Año de publicación: 1977

Traducción: Mónica Martín Berdagué

Valoración: recomendable 

Por lo general, trato de huir de las novelas protagonizadas por escritores (propósito harto difícil de cumplir, pues muchos autores/as parecen pensar que no existe otro oficio digno de reflejarse en la ficción); ahora bien, otra cosa son los libros que hablan del mundillo literario -editores, agentes, e incluso la crítica-, que suelen resultar de lo más divertido, al tratarse de un tema bastante proclive al humor y la ironía... por no decir la sátira, como es el caso (1).

Este libro del gran Tom Sharpe, de hecho, trata del periplo de otra novela titulada, de forma digamos que un tanto grandilocuente, Deteneos, oh hombres, ante la virgen, que un buen día llega a la londinense agencia literaria Frensic & Futtle, remitida por un abogado de Oxford, ya que su autor o autora desea  permanecer en el más estricto anonimato, presumiblemente por el carácter escandaloso del libro, que narra el romance y, con particular detenimiento, las relaciones sexuales entre un adolescente y una señora octogenaria... Es decir, que se trata de una novela con unas extraordinarias posibilidades comerciales (en los años 70, cuando se publicó La gran pesquisa, la literatura con sexo en grandes cantidades y, a ser posible, algo escabroso, era la que más vendía... quiero pensar que es algo que ya no sucede), así que el agente literario Frederick Frensic monta toda una estrategia para conseguir sacar un pastizal por ella a la editorial americana Hutchmeyer. Con el pequeño inconveniente, claro está, que debe presentar a un autor que la firme y ponga la cara, por lo que Frensic echa mano de Peter Piper, un pobre letraherido al que lleva años representando -o, mejor dicho, no representando, puesto que no hay forma de colocar su novela autoficcional-, llegando a embarcarlo hacia EE.UU. junto a su socia, Sonia Futtle, para hacer la obligada promoción. Y aquí es cuando las cosas se comienzan a torcer de manera incontrolable y, más aún, imprevista, sobre todo cuando entra en escena la recauchutada, a la par que desquiciada, Baby, la esposa de Hutchmeyer. 

No voy a contar nada más, primero, porque no quiero hacer espoilers, pero, sobre todo, porque la trama de la novela se vuelve tan enrevesada y delirante que me resulta imposible resumirla. De todos modos, para quien le parezca todo un argumento inverosímil, recordemos recientes casos de escritores/as que han utilizado con éxito seudónimos para permanecer en la sombra, como Elena Ferrante o incluso quienes han sido representados en público por sosías, como ocurrió en la igualmente increíble, pero cierta, historia de J.T. LeRoy. Por lo que se refiere a la trama de esta novela, su premisa podría ser perfectamente plausible, aunque Sharpe, fiel a su estilo, la lleve hacia el más desaforado delirio humorístico, si bien es cierto, creo yo, que tampoco se trata del libro más desopilante de este autor. No obstante, posee la suficiente carga de humor y mala leche como para provocar no ya la sonrisa, sino más de una carcajada -en especial, al menos según mi opinión, los capítulos que se desarrollan en Bibliopolis, Alabama, villorrio de irónicamente apropiado nombre-; cierto es que se trata de un humor hoy en día un pelín incorrecto (o, en cambio,  correctísimo, tal y como pintan las cosas en el mundo, últimamente) y. así, encontramos ciertas dosis de lo que habrá quien considere homo y transfobia, rechufla hacia los pueblos oprimidos, bodyshaming -en especial, gordofobia, o como se diga-, recurrente edadismo y hasta burla a los sentimientos religiosos (2). No lo voy a negar, pero hay que tener en cuenta que se trata de una novela humorística de hace casi medio siglo y, sobre todo, de Tom Sharpe. Y a los libros de Tom Sharpe, ya se sabe, hay que venir llorado, meado y cagado. No queda otra.

En cualquier caso, lo más interesante de La gran pesquisa es que, además de ser una ácida sátira sobre el mundillo literario -repito: escritores, editores, agentes y hasta la crítica (3)- en ella encontramos también todo un juego metaliterario sobre la propia naturaleza de la literatura y su creación, hacia dónde debe encaminarse y por qué, etc. Que estemos ante una novela de humor de hace tanto tiempo no cambia las cosas, porque, de hecho, las cosas apenas han cambiado en todo este tiempo.

(1) Más aún ahora que estamos en plena temporada de Ferias del libro y eventos por el estilo, en las que al interés mercantil y político se une la egolatría de los juntaletras escritores /as, como bien se comenta en este vídeo que podéis ver en nuestro estupendérrimo canal de YouTube (sí, también tenemos uno, ¿qué os creíais?) 

(2) De racismo, en cambio, no hay trazas, quizás porque, como es bien sabido, Sharpe fue educado, durante su niñez y adolescencia, en las ideas nazis, que luego rechazó en su edad adulta, sobre todo tras emigrar por un tiempo a Sudáfrica... Lástima que no ocurra lo mismo con todos los personajes públicos provenientes de ese país, y no estoy pensando en nadie (o sí).

(3) Hoy en día habría añadido, supongo, a booktubers e influencers, con un especial hincapié en la obsesión por los likes y el número de seguidores en las redes, que determina muchas veces a quién se publica y a quién no.

Otras novelas del gran Tom Sharpe reseñadas en Un Libro Al Día: WiltLos GropeBecas flacasLo peor de cada casa

lunes, 22 de abril de 2019

Tochoweek III #1. Gonzalo Torrente Ballester: La Saga Fuga de J. B.



Idioma original: español

Año de publicación: 1972

Valoración: Imprescindible

Al grano. Esta es una obra maestra de la literatura de todos los tiempos, podemos situarla, nada menos, entre las cinco primeras en lengua española. Aún así, muchos no querrán ni olerla, porque su lectura no es nada fácil, sí, pero también en sentido literal, ya que tanto novela como autor están siendo injustamente olvidados y –aunque creo que Alianza lo ha reeditado este año– quizá sea más fácil encontrarlo en la rancia atmósfera de las librerías de viejo que en las flamantes ediciones de hoy mismo. Aún hay una tercera razón y es el desconocimiento: no puede valorarse, ni a favor ni en contra, lo que no se sabe que existe. Y aquí estoy yo, con ganas de dar a conocer, a pesar de lo reducido del espacio, lo esencial de forma, contenido y posibles motivaciones de La saga fuga de J. B. Con ese propósito la he releído –y ya dije que ante un panorama de lecturas tan inmenso prefiero elegir lo que no conozco– y he disfrutado tanto o más que la primera vez, he vuelto a maravillarme con fondo y forma y a renovar mi admiración por su autor, tanto por la genialidad que manifiesta como por su valentía en aquellos tiempos heroicos. Esto de la valentía creo que no se ha destacado lo suficiente, porque Torrente Ballester (1910-1999) pasa por haber sido un hombre tibio de ideas, apreciación que no puede ser más injusta. Otra cosa es lo que aparentase –recuérdese que era gallego–, pero cualquiera con dedo y medio de frente advertirá la enorme carga crítica que contiene esta novela. Lo bueno es que la censura de la época, no solo era corta de mollera, además había leído más bien poco, y desde luego nada comparable a este monumento a la erudición, a este alarde de fantasía que se alía con la realidad para denunciar lo que le da la gana sin que ningún profesional de la tijera consiguiese desenrollar tamaña madeja, embarullados como estaban por la torrencial prosa de Torrente. Como no encontraron justificación para prohibirla y aprobándola le adjudicarían un valor inexistente para ellos, decidieron aplicar el silencio administrativo. El motivo que alegaron: “de todos los disparates que el lector que suscribe ha leído en este mundo, este es el peor. Totalmente imposible de entender, la acción pasa en un pueblo imaginario etc.”. A pesar del tiempo transcurrido, permítanme que me ría.
Lo primero que debemos saber es que don Gonzalo fue un auténtico animal literario (gran lector, escritor prolífico, articulista y académico de la lengua), tampoco es desdeñable su tarea de docente. Su biografía no está por debajo de su currículum, pero vamos con la novela que el tiempo apremia y hay mucha tela que cortar en esas 816 páginas.
Lo que vamos a leer es un brillantísimo ejercicio metaliterario en el que la ficción reflexiona sobre sí misma, se retuerce y llega a realizar toda clase de acrobacias. Ni siquiera la poesía o el vocabulario se libran de esa afición por lo lúdico concretada en varias composiciones, que parodian el poema, para las que utiliza un lenguaje inventando que se adivina contundente. La acción se sitúa en un supuesto pueblo gallego llamado Castroforte del Baralla que la crítica suele identificar con Pontevedra. Un pueblo con fuertes sentimientos nacionalistas; con el cuerpo incorrupto e iluminado de una tal santa Lilaila (¿les recuerda esto a algo?) que llegó navegando en una barca y fue bendecido por un obispo; con una estirpe de próceres que se remonta a tiempos remotos, vinculados, no por parentesco, sino porque sus nombres coinciden en las iniciales J. B. (no sé si la retranca gallega del autor iría en esa dirección, pero a mí siempre me ha recordado a una marca de wisky); con cierta tendencia a levitar, amparado por la niebla, cada vez que sus habitantes se enfrascan en una preocupación común; con unas lampreas de carne muy apreciada debido a que devoran ipso facto toda materia orgánica que vaya a parar al río; con unos caballeros de la Tabla Redonda que emulan –no a los originales– sino a sus propios antecesores castrofortinos, y cuya misión consiste en contrarrestar a las fuerzas vivas centralistas (o godas, que viene a ser igual); con dudas intermitentes sobre su propia existencia, nunca confirmada del todo en los documentos oficiales.
En una obra tan satírica y divertida, que respira anticlericalismo, aboga por la libertad de las costumbres y critica todo lo criticable -rencillas locales incluidas– lo primero que llamará su atención es que el coctel de realidad y fantasía está presente de principio a fin. Tampoco hay continuidad cronológica, incluso los personajes pueden transmigrar de un cuerpo a otro, es decir, se salta todas las reglas de la lógica y gran parte de las que rigen la literatura canónica. Dicho esto, no esperen encontrar un caos: todo está sabiamente calculado, el autor ha sabido compensar su heterodoxia con un férreo control de la trama, se apoya en tradiciones muy antiguas y en modelos reconocibles. La Galicia mítica está aquí muy presente, el propio autor reconoció en más de una ocasión el influjo de la narrativa oral gallega. Se pueden rastrear también otras influencias: el realismo mágico es lo primero que se nos ocurre, aunque él nunca admitió el menor parentesco con esta corriente. Yo diría que en este caso la magia procede del mito y sirve para interpretar la realidad, pero esta, de algún modo, triunfa porque el escritor apuesta por el racionalismo: lo maravilloso es meramente simbólico y hasta el fundamentalista cura del lugar acaba abandonando sus creencias. Se perciben también rasgos surrealistas, cervantinos e inspirados en la mejor narrativa de la lengua española.
La saga fuga de J. B. podría clasificarse como novela coral a pesar de que tiene un protagonista claro: José Bastida, el último Jota Be a pesar de sus dos contemporáneos. Un hombre afable y sabio, pero feo, extremadamente pobre y acusado de subversivo por la justicia. Debido a su mera existencia, pero también a la evolución que experimenta con el tiempo, su creador –por muy jocoso que se muestre – no puede ocultar que era un sentimental. Es un hecho: cerraremos el libro amando a José. Nos da igual que el desenlace sea tan convencional como es porque, lejos de desentonar con el resto, lo completa, demostrando que en una obra de ficción, todo, hasta la mayor de las locuras, acaba encajando siempre que se tenga la suficiente habilidad. 
Claro que para apreciar todo esto hay que esforzarse un poco, pero garantizo que merece la pena. La prosa es exacta y clara, arcaica solo cuando se ubica en el pasado, su manejo brillante, los diálogos, rápidos y concisos, recuerdan a autores que llegaron después y triunfaron. Pero se salta reglas que tenemos más que asimiladas, como prescindir casi por completo del punto y aparte. Esta práctica, junto al uso tan poco convencional de los recursos, supone, no voy a negarlo, una dificultad añadida. Aunque garantizo que se supera: quien logre ir más allá de las primeras páginas acabará asimilando sus esquemas y la comprensión estará garantizada. Eso sí, no intenten acordarse de todos los nombres ni situar a los personajes desde el primer momento, poco a poco irán familiarizándose con ellos, si no se acuerdan de alguno lo identificarán por el contexto, y si no fuera así no se agobien repasando lo leído: no hay que superar ningún examen, lo único que hace falta es disfrutar.

También de Torrente Ballester; La muerte del DecanoFilomeno, a mi pesarLos cuadernos de un vate vagoLa isla de los jacintos cortados

lunes, 5 de diciembre de 2016

Manuel Vicent: La muerte bebe en vaso largo

Resultado de imagen de la muerte bebe en vaso largoIdioma original: español
Año de publicación como libro: 1992
Valoración: Está bien


Mezcla de novela negra, sátira  y relato fantástico, esta novela tenía todas las papeletas para encontrarla más que disfrutable. Pero no ha sido así y, buscando una explicación, me entero de que se publicó en el diario El País, por entregas, con el título Domingo negro, antes de editarse en forma de libro. Es de suponer que fue escribiéndose a medida que se publicaba perdiendo, quizá, por el camino la posibilidad de reelaborar sobre la marcha, rectificando, enriqueciendo o limando lo que fuese menester. Ese sería el motivo de que haya quedado algo deslavazada, de que contenga los elementos necesarios para seducir a un gran número de lectores y no llegue a conseguirlo del todo. Con esto no estoy insinuando que la técnica del folletín suponga un lastre en todos los casos, ni mucho menos, todos conocemos ejemplos ilustres, pero creo que, para este en concreto, se trata de una explicación razonable.
Vicent nos conduce por calles, edificios y cloacas de Madrid, con gran habilidad descriptiva y un ritmo en apariencia trepidante, de la mano de personajes tan marginales, alocados y proteicos como podamos imaginar: tahúres, coristas, tenderos, aristócratas venidos a menos, profesores con doble vida, bingueras, mendigos, o empleados de tanatorio. Toda una nómina siniestra que evoluciona a su aire, entrando y saliendo del mundo de los  vivos con una libertad que llega a convertirse en rutinaria. Sin que el hecho de estar vivos o muertos tenga la menor importancia, este peculiar grupo busca tesoros, pone en marcha negocios, triunfa en los escenarios, seduce, conquista o perdona traiciones amorosas o se venga de ellas en fiel paralelismo con el mundo real.
Pero, por una parte, el simbolismo no acaba de quedar claro del todo, por otra, a un artefacto tan recargado como este, tan potente en potencia –valga la expresión –, con tal abundancia de significantes y que sin embargo se queda corto de significado, lo podríamos llamar rocambolesco.
Y es que hasta lo más sorprendente puede parecernos monótono si llega a convertirse en costumbre. Sobre todo en ausencia de elementos –emotividad, intriga, información novedosa, crítica o lo que sea– que conecten con la sensibilidad del lector. Porque, a pesar de los mil y un sucesos disparatados, ocurrencias varias y continuas vueltas de tuerca –o precisamente por ellos– lo encuentro un relato plano, con algunos (no muchos) destellos que se elevan (poco) por encima del resto.
La perspectiva que ofrece es muy negra, muy ácida y desencantada y se intenta compensar con un humor que a mí me parece fallido. Sus mayores logros residen, creo yo, en la capacidad fabuladora, la habilidad para construir recargadas escenografías que podríamos denominar fellinianas y un escepticismo que lo abarca todo.
Pero hasta el absurdo más completo ha de tener algo parecido a la coherencia, conducir a alguna parte aunque el lector solo intuya dónde, pues si se pierde por completo dejará de interesarle lo que ocurra a continuación y eso significa, o bien cerrar el libro, o bien como en mi caso, acabarlo a la fuerza.
El autor ha explicado en alguna entrevista que “esa novela parte de un hecho real, de un tipo que murió a mi lado. Y prácticamente todo el resto de cosas que suceden son elaboraciones de hechos reales.” Lo considera, por tanto, producto de la imaginación y no de la fantasía, que según él consiste en un juego cerebral carente de lógica, mucho más sencillo y que no le interesa para nada.

domingo, 28 de agosto de 2016

Tom Sharpe: Lo peor de cada casa

Idioma original: inglés
Título original: The Midden
Año de publicación: 1995
Traducción: Javier Calzada
Valoración: recomendable


De vez en cuando hay que leer a Tom Sharpe. Leerlo y disfrutar de su envidiable capacidad de subversión, de dinamitar los convencionalismos sociales y diseccionar las debilidades y vicios del personal (eso, aunque usted, querido lector, sea una persona de orden y celosa de serlo... pues quizá sea más recomendable leerlo en ese caso). En esta novela suya, sin ir más lejos, despliega ante nosotros un desolador panorama de ambición, codicia e inoperancia, todo un festival de mezquindad y estupidez a partes iguales, un no parar de miseria moral, de estulticia e indignidad. Encontramos familias adineradas gracias a las tropelías semimafiosas cometidas durante generaciones, expertos financieros incompetentes y responsables de la ruina de mucha gente, altos cargos policiales hinchados por la prepotencia y el fanatismo religioso, una sociedad refugiada en la nostalgia de un pasado edulcorado en lugar de afrontar los problemas del presente ni del futuro... ¿Hablamos, pues, de la España de la crisis post-burbuja Inmobiliaria? Pues casi, pero no, sino de la Gran Bretaña de veinte años atrás, que se despertaba con resaca tras la borrachera de codicia de los años del thatcherismo... una época y una corriente política por las que Sharpe -parece evidente- no sentía demasiada simpatía... como no deja de recordar    con una pulla tras otra.

Como suele ocurrir en las novelas de este autor, se parte de unas premisas ya con bastante   carga de acidez, pero más o menos sencillas y comprensibles, pero que las circunstancias incontrolables del azar van enredando cada vez más hasta conducirnos a una apoteosis -en este caso hecatombe- final. Por el camino, se van produciendo toda una serie de situaciones equívocas y embarazosas -muy embarazosas- que provocan las inevitables carcajadas del lector. Carcajadas a las que también contribuye, en buena medida, el característico estilo de Sharpe: un lenguaje cuidado, formal y hasta afectadamente british, que de golpr se ve obligado a expresar las animaladas más procaces que imaginarse pueda... (de ahí el efecto humorístico, aunque supongo que el contraste resulta aún más cómico en el inglés original).

Algo parecido ocurre respecto a los personajes, que o bien conservan una fría lógica en medio de la mayor locura, o se dejan arrastrar por ésta hacia el desenfreno más absoluto. En esta novela el protagonista es Timothy Bright, un yuppie de buena familia -pero nada brillante, sin embargo- que se mete por sí solo en un buen lío económico, y a partir de ahí, es metido por otros personajes en líos aún peores, hasta acabar en medio de una trama de polis corruptos, supuestos delincuentes sexuales y una familia de carcamales tronados, los Midden del título -consúltese la traducción al castellano, para captar el sentido de tal apellido-; aunque por una vez el título que le han puesto a la edición española, Lo peor de cada casa, resulta de lo más apropiado, porque es eso mismo lo que encontramos aquí: de entre todos los personajes que aparecen en la novela, incluyendo -o en primer lugar- a nobles, jueces y policías, apenas podemos salvar la ética de un par de ellos, y aún con reservas. Queda claro que, en su vejez, a Tom Sharpe no le sobraba la fe en el género humano, y menos todavía si se trataba de sus compatriotas; de hecho, toda la historia se puede leer como una alegoría salvaje, una sátira despiadada, tanto de la vieja como la nueva sociedad británica.

Eso sí, quien quiera reírse a mandíbula batiente, aunque sea a costa de perder también la fe en la Humanidad -e incluso jugarse la salvación de la propia alma, después de leer según qué cosas- que no dude en atreverse con este libro. Ya digo que, de vez en cuando, conviene volver a Sharpe...


Más libros de Tom Sharpe reseñados en Un Libro al Día: aquí

domingo, 16 de marzo de 2014

William Gaddis: Ágape se paga

Idioma original: inglés
Año de publicación: 2008
Título original: Agapé agape
Traducción: Miguel Martínez-Lage
Valoración: consuma con responsabilidad

Malditismo implica ser esquivo con el público que ensalza tu obra, publicar de manera desordenada y errática, caer en adicciones, tener pasados misteriosos o abiertamente reprobables. Implica obras indescifrables alternadas con productos simples hasta rozar lo naïf, combinar cumbres, valles y simas, roces (por no decir enganchadas) con la crítica (a la que se desprecia o se ignora), confinamiento voluntario o forzado, recibir a fans con escopetas de cañones recortados (un plus sería llegar a dispararlas) y un largo etcétera.
Ágape se paga. Un título que se recicla, en un intento de traducción, en un palíndromo, cosa que es ya un primer guiño, antes de empezar a leer. Lo inesperado, lo que surge como reacción a lo casual; esa sería otra característica. Una especie de desvarío en que se mezcla todo lo que viene a la cabeza. Pues William Gaddis, a cuyo Gótico carpintero ya se le propinó aquí una severa y escéptica valoración de Bufff..., resulta ser la tercera pieza de ese cuarteto americano completado por Salinger, Pynchon y escriba su selección aquí............................ Vaya, un cuarteto de tres. Si es que estas cosas pasan.
El amigo Álex Azkona saldría corriendo al ver cómo se nos presenta Ágape se paga. Un único párrafo rígido, un bloque indisoluble de cerca de setenta páginas sin un solo punto y aparte, una extenuante frase encadenada y puntuada de modo esquizoide, que incluye un ensayo de fondo sobre la tecnología como sustitutivo o sucedáneo de la creación artística, con el pretexto de una especie de delirio alucinado acerca de la invención de la pianola (tema que regresa como un estribillo), y que se ramifica de modo desquiciado e inmisericorde en diversas líneas. Como buen texto referencial, la cuidada edición de Sexto Piso incluye un prefacio de Rodrigo Fresán y un postfacio de Joseph Tabbi. Al menos en una primera lectura, suelo huír de estas cosas, de estos aderezos que marcan ciertas lecturas como "tan importantes, pero que deben ser explicadas para ser disfrutadas", cosas que me vienen a recordar a esos maîtres que te explican la experiencia gastronómica, pero entiendo que se prepare al lector. 
El texto (a medio camino entre varios géneros, elegid: ensayo, monólogo, novela) contiene el atropellado pensamiento interior, sin el mínimo atisbo de respiro o edición, de Jack Gibbs (personaje de otra de las novelas de Gaddis) a base de idas y venidas sobre varios conceptos sumamente alucinados, como la pianola como paradigma del intento de automatización del arte, los yos extraíbles, evitar el stress, el deterioro físico propio de la edad avanzada (plasmado en sus obsesiones: pierde el lápiz, los papeles, se queja de todos sus achaques) y unos cuantos conceptos más sobre los cuales Gaddis edifica un texto a degustar respirando de tanto en tanto. Que no engañe el escaso número de páginas. Son todas cuesta arriba. 
Ésta es una lectura difícil, poco amigable, arisca, una experiencia que puede igual fascinar por sus innegables hallazgos (las menciones y referencias constituyen un poderoso estímulo) como irritar por su obvio aire surrealista y su desorden formal. Pero ante la que uno no debe arredrarse. Comprendo perfectamente que el bueno de Ian Grecco, tras 300 páginas con este hombre, volviera al refugio de su hogar en Malta y a su colección de pañuelos en cachemir para el bolsillo de la chaqueta.
Gaddis es uno de esos escritores que se ama o se odia y yo aún no he podido decidirme. Quizás alguno de sus novelones de 700 páginas me haga resolver la duda. Lo curioso es cómo permanece en la memoria su particullar estilo digresivo. Se queda en la memoria y uno se reconoce evocando su lectura, cosa algo perturbadora. Cosa sobre la que meditar. Mientras tanto, creo que, con la advertencia de que no se trata de un autor asequible, voy a inclinarme por recomendarlo. Y creo que bastante.

También de William Gaddis en ULAD: Gótico carpinteroLos reconocimientos