Título original: Hærværk
Traducción: Blanca Ortiz Ostalé
Año de publicación: 1930
Valoración: decepcionante, aunque se deja leer
No podía faltar, en esta Tochoweek, algún autor danés, pues la literatura escandinava ha dado grandes momentos de gloria a este humilde reseñista. Así que, «Devastación», con sus más de 650 páginas, me venía como anillo al dedo para recordar la importancia de su literatura y la calidad que a menudo encuentro en esos países. Bueno, eso creía.
La novela empieza con ritmo sosegado, aunque en intensidad creciente. Nos encontramos con Ole Jastrau, crítico literario y poeta venido a menos, que no se halla en su mejor momento pues sus últimas reseñas empiezan a ser criticadas y cuestionadas en el periódico donde las publica. Además, va creciendo en él un cierto hartazgo, pues el paso del tiempo va minando sus intereses no únicamente periodísticos, sino también cierto espíritu revolucionario que albergaba en su juventud. Así, ya desde el inicio, uno avista la vida cada vez más decadente y caótica que arrastra el protagonista absoluto de esta novela, y parece que la visita de un par de hombres a su casa no presagia nada bueno. Kristensen es hábil en el manejo de la atmósfera inicial, pues crea un clima in crescendo que se prevé la antesala de una combustión provocada, pues la visita será la espoleta que hará estallar la vida de Jastrau, actuando como desencadenante de un conjunto de reacciones que le llevarán a la perdición.
Con este planteamiento, el autor pone a Justrau en un momento vital crítico para él, pues sitúa la historia en las vísperas de unas elecciones que se prevén determinantes, con un trasfondo en la lucha entre capitalismo y comunismo; Kristensen nos hace partícipes de las dudas existentes en la sociedad del momento sobre ambas ideologías, nutriendo los diálogos iniciales de disputas entre ambas opciones.
En un escenario que se sitúa en una jornada de elecciones, el protagonista se ve fuertemente cuestionado por la calidad de las reseñas que publica en el periódico, así como por sus opiniones políticas. La visita recibida le genera cierto malestar, y le tientan hacia oscuros futuros vitales, pues la evasión a su angustia la encuentra en el joven visitante, quien le arrastra a locales nocturnos donde empezar su desconexión de su realidad. Este joven es el detonante de la caída del protagonista hacia un mundo inundado de bares, alcohol, en un camino que le llevará a la devastación.
De esta manera, el libro transmite las contradicciones internas de un personaje absorbido por el alcohol, y nos muestra los comportamientos erráticos, los altibajos emocionales con momentos de euforia desmedida y momentos de absoluto abatimiento y desespero, y la distancia tomada a una realidad que se le aparece solo a veces en momentos de cuerda sobriedad. Los personajes son elementos extraños y piezas añadidas que no hacen sino aumentar la incomprensión de Jastrau hacia un mundo que se le antoja cada vez más lejano, del que se distancia de él a medida que aumenta su incomprensión y su asiduidad a los bares nocturnos, en una espiral autodestructiva que se va cerrando entorno a él, un remolino que le atrae hasta el fondo de su bajeza moral y abandono de sus responsabilidades laborales y matrimoniales.
Con un estilo narrativo que emana frialdad y distancia (algo que le podría acercar a Hamsun, Strindberg o Solstad), cuesta entrar en la historia. La manera de narrar de Kristensen pone al lector en algún aprieto, pues a pesar de tratarse de una lectura ágil, es incómoda. Incómoda porque uno no entiende del todo el comportamiento de los personajes, pues la manera en la que afrontan las situaciones es algo (bastante) inverosímil. Puede, y aquí arriesgo, hubiera mejorado si la narración se hubiera hecho en primera persona, pues habríamos acompañado mejor al protagonista y su alcoholismo y caída en el vacío emocional hubieran justificado de mejor manera tales acciones. A fin de cuentas, debemos entrar en el personaje para arrastrarnos con él a su infierno interior, y no siempre es fácil “viéndolo” desde fuera.
Además de la falta de conexión con el protagonista, el libro tiene otro punto débil: el excesivo número de páginas, y más teniendo en cuenta el lento ritmo narrativo y la reiteración de situaciones. En resumen: que no avanza o avanza muy lentamente. No hay acción y tampoco un exceso de reflexiones que hagan olvidar que son más de seiscientas páginas y que algún motivo de peso deberíamos encontrar para seguir con la lectura. ¿Se puede afirmar Kristensen que escribió un libro donde se retrata la sociedad danesa de principios de siglo XX post Primera Guerra Mundial y sus preocupaciones y desánimos? Es posible, no dudo que sea así. ¿Que sus más de seiscientas páginas para hablar sobre eso, sin demostrar tampoco un exceso de profundidad en sus reflexiones, son demasiadas? Sin duda; rotundamente sí. Porque hubiera podido contar la misma historia con menos de la mitad. Porque sí hay abandono, deterioro anímico y excesos, pero también hay poco impacto, se queda bastante a medio camino y el libro contagia cansancio. Y lo peor no solo es la falta de ritmo, sino la absoluta incomprensión hacia las decisiones tomadas por el protagonista (especialmente) y sus amistades que conserva a saber por qué motivo, causándome un total distanciamiento respecto al personaje y sus circunstancias. Lo peor que le puede pasar a un lector, debo decir.
En resumen, que la historia avanza con excesiva lentitud, sin cambios de ritmo o de argumento, sin crear o tan siquiera intentar, una línea paralela que permite explorar consecuencias o daños colaterales respecto a la supuesta devastación del protagonista, y bien esta reseña hubiera podido ser una interruptus (de hecho, hubiera debido serlo visto ahora, me habría ahorrado malgastar el valioso y siempre insuficiente tiempo) pero el optimismo de este humilde reseñista, o un exceso de confianza hacia mi admirado Knausgård, quien alaba el libro, ha provocado que quien entre en un estado de devastación sea yo, por el tiempo perdido su lectura. Y encima en la Tochoweek. Ya es mala suerte.
La novela empieza con ritmo sosegado, aunque en intensidad creciente. Nos encontramos con Ole Jastrau, crítico literario y poeta venido a menos, que no se halla en su mejor momento pues sus últimas reseñas empiezan a ser criticadas y cuestionadas en el periódico donde las publica. Además, va creciendo en él un cierto hartazgo, pues el paso del tiempo va minando sus intereses no únicamente periodísticos, sino también cierto espíritu revolucionario que albergaba en su juventud. Así, ya desde el inicio, uno avista la vida cada vez más decadente y caótica que arrastra el protagonista absoluto de esta novela, y parece que la visita de un par de hombres a su casa no presagia nada bueno. Kristensen es hábil en el manejo de la atmósfera inicial, pues crea un clima in crescendo que se prevé la antesala de una combustión provocada, pues la visita será la espoleta que hará estallar la vida de Jastrau, actuando como desencadenante de un conjunto de reacciones que le llevarán a la perdición.
Con este planteamiento, el autor pone a Justrau en un momento vital crítico para él, pues sitúa la historia en las vísperas de unas elecciones que se prevén determinantes, con un trasfondo en la lucha entre capitalismo y comunismo; Kristensen nos hace partícipes de las dudas existentes en la sociedad del momento sobre ambas ideologías, nutriendo los diálogos iniciales de disputas entre ambas opciones.
En un escenario que se sitúa en una jornada de elecciones, el protagonista se ve fuertemente cuestionado por la calidad de las reseñas que publica en el periódico, así como por sus opiniones políticas. La visita recibida le genera cierto malestar, y le tientan hacia oscuros futuros vitales, pues la evasión a su angustia la encuentra en el joven visitante, quien le arrastra a locales nocturnos donde empezar su desconexión de su realidad. Este joven es el detonante de la caída del protagonista hacia un mundo inundado de bares, alcohol, en un camino que le llevará a la devastación.
De esta manera, el libro transmite las contradicciones internas de un personaje absorbido por el alcohol, y nos muestra los comportamientos erráticos, los altibajos emocionales con momentos de euforia desmedida y momentos de absoluto abatimiento y desespero, y la distancia tomada a una realidad que se le aparece solo a veces en momentos de cuerda sobriedad. Los personajes son elementos extraños y piezas añadidas que no hacen sino aumentar la incomprensión de Jastrau hacia un mundo que se le antoja cada vez más lejano, del que se distancia de él a medida que aumenta su incomprensión y su asiduidad a los bares nocturnos, en una espiral autodestructiva que se va cerrando entorno a él, un remolino que le atrae hasta el fondo de su bajeza moral y abandono de sus responsabilidades laborales y matrimoniales.
Con un estilo narrativo que emana frialdad y distancia (algo que le podría acercar a Hamsun, Strindberg o Solstad), cuesta entrar en la historia. La manera de narrar de Kristensen pone al lector en algún aprieto, pues a pesar de tratarse de una lectura ágil, es incómoda. Incómoda porque uno no entiende del todo el comportamiento de los personajes, pues la manera en la que afrontan las situaciones es algo (bastante) inverosímil. Puede, y aquí arriesgo, hubiera mejorado si la narración se hubiera hecho en primera persona, pues habríamos acompañado mejor al protagonista y su alcoholismo y caída en el vacío emocional hubieran justificado de mejor manera tales acciones. A fin de cuentas, debemos entrar en el personaje para arrastrarnos con él a su infierno interior, y no siempre es fácil “viéndolo” desde fuera.
Además de la falta de conexión con el protagonista, el libro tiene otro punto débil: el excesivo número de páginas, y más teniendo en cuenta el lento ritmo narrativo y la reiteración de situaciones. En resumen: que no avanza o avanza muy lentamente. No hay acción y tampoco un exceso de reflexiones que hagan olvidar que son más de seiscientas páginas y que algún motivo de peso deberíamos encontrar para seguir con la lectura. ¿Se puede afirmar Kristensen que escribió un libro donde se retrata la sociedad danesa de principios de siglo XX post Primera Guerra Mundial y sus preocupaciones y desánimos? Es posible, no dudo que sea así. ¿Que sus más de seiscientas páginas para hablar sobre eso, sin demostrar tampoco un exceso de profundidad en sus reflexiones, son demasiadas? Sin duda; rotundamente sí. Porque hubiera podido contar la misma historia con menos de la mitad. Porque sí hay abandono, deterioro anímico y excesos, pero también hay poco impacto, se queda bastante a medio camino y el libro contagia cansancio. Y lo peor no solo es la falta de ritmo, sino la absoluta incomprensión hacia las decisiones tomadas por el protagonista (especialmente) y sus amistades que conserva a saber por qué motivo, causándome un total distanciamiento respecto al personaje y sus circunstancias. Lo peor que le puede pasar a un lector, debo decir.
En resumen, que la historia avanza con excesiva lentitud, sin cambios de ritmo o de argumento, sin crear o tan siquiera intentar, una línea paralela que permite explorar consecuencias o daños colaterales respecto a la supuesta devastación del protagonista, y bien esta reseña hubiera podido ser una interruptus (de hecho, hubiera debido serlo visto ahora, me habría ahorrado malgastar el valioso y siempre insuficiente tiempo) pero el optimismo de este humilde reseñista, o un exceso de confianza hacia mi admirado Knausgård, quien alaba el libro, ha provocado que quien entre en un estado de devastación sea yo, por el tiempo perdido su lectura. Y encima en la Tochoweek. Ya es mala suerte.
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