Título original: The Adventures of Sherlock Holmes
Año de publicación: 1891-92
Valoración: Muy recomendable
Sir Arthur es uno de esos profesionales de la pluma al
que te imaginas inclinado sobre la mesa absorto en su labor, debía ser un tipo meticuloso que disfrutaba lo suyo escribiendo. Siempre que leo algo de Holmes –y
ya hacía años que no le hincaba el diente– se me aparece la imagen de su
creador con una media sonrisa intentando plasmar de la mejor forma posible su
última ocurrencia. Supongo que se consideraba atrevido y seguro que en su época
lo era. Ahora nos hacen gracia sus remilgos y lo consideramos autor para todos
los públicos. Y cuando digo "todos" no me estoy refiriendo solo a los más
jóvenes, el gran mérito de Conan Doyle es haber creado un ser asequible y
disfrutable, en todas las edades y épocas, para cualquier estrato cultural, social,
ideológico y geográfico. De alguien como Holmes, personaje leído y comentado
hasta la saciedad –para decirlo todo, más comentado que leído pues la
iconografía, la televisión y el cine lo han convertido en el mito que es hoy– está
todo dicho y explicado, me limitaré, pues, a recordarlo aquí, como el
best-seller indiscutible que sigue siendo después de más de doce décadas y a
anotar algo de lo que iba pensando mientras leía Las aventuras. Uno más de la serie y van...
Después de tanto tiempo siguiendo al personaje, empiezo a
mezclar los argumentos, a no tener muy claro los libros que he leído ya y los
que me faltan. Pero su personalidad, perfectamente definida sin dejar de
sorprender de vez en cuando, está impresa en la memoria de todos; no tanto en
la de los lectores de entonces, para los que el autor realiza una breve
semblanza en la primera página de Escándalo
en Bohemia, el relato que abre el volumen:
“Su inteligencia fría, llena de precisión, pero admirablemente equilibrada, era en extremo opuesta a cualquier clase de emociones. Yo le considero como la máquina de razonar y de observar más perfecta que ha conocido el mundo…”
Aún así resulta entrañable. Nos encanta esa actitud displicente
que manifiesta ante el mismísimo rey de Bohemia asegurando, mientras bosteza,
que tres días son demasiados para resolver su encargo y tendrá que dedicarlos a
asuntos “de verdadera importancia”. Esa vanidad no exenta de valentía junto a
otros rasgos peculiares que el autor va sembrando relato tras relato consiguen
convertirlo en persona.
Pero, aún siendo tan humano, también tiene algo de robot.
Los archivos privados y misteriosos que consulta en muchas de estas piezas para
averiguar las circunstancias personales de sospechosos y clientes son, en
cierto modo, los precursores de internet. Holmes es a la vez el símbolo
caricaturizado de nuestra propia curiosidad y el mecanismo que la satisface.
Esa confianza absoluta en la ciencia como remedio de
todos los males representa la mentalidad de la época. En Las cinco semillas de naranja –uno de los pocos donde se alude, si
bien de pasada, a cuestiones sociales– Watson enumera las especialidades de su
amigo:
“En filosofía, astronomía y política le puse a usted cero, lo recuerdo. En botánica, irregular, en geología, profundo (…) en química, excéntrico, en anatomía, asistemático, en literatura, sensacionalista, y en historia de crímenes, único, y además, violinista, boxeador, esgrimista, abogado…”
En definitiva, una sabiduría muy práctica. Hasta a la
amistad, alabada a menudo, se la valora por motivos utilitarios, Watson es su
amigo porque le ayuda en sus investigaciones. Esa es la razón de que resulte
tan verosímil: apenas se idealiza, hasta la proverbial infalibilidad de Holmes
puede fallar a veces. En las dos historias mencionadas, en Un caso de identidad y en El
dedo pulgar del ingeniero se desvela el misterio pero no es él quien resuelve
el caso sino otra persona o las circunstancias.
Tampoco podía faltar lo metaliterario. En algunos relatos
se mencionan personajes o hechos de otros y el libro entero es una muñeca rusa repleta
de ficciones que se contienen a sí mismas. Incluso, en El misterio de Cooper Beeches, el propio Holmes se convierte en
crítico literario de los supuestas crónicas de Watson.
Sherlock Holmes constituye una mínima parte de la
extensísima obra de Doyle. No me cabe duda de que tanto éxito se debe, en
parte, a la gran sinceridad que transmite: aun no siendo lo más valorado por su
autor, esta serie manifiesta su auténtica visión del mundo. Y eso los lectores
lo notan.
El
famoso investigador interpretado por otros autores: Los años perdidos de Sherlock Holmes
4 comentarios:
Excelente reseña.
Sólo un detalle, la portada. Allí aparece de fondo el Tower Brigde que se construyó (o quedó concluido tal como en esa imagen figura) en 1894.
La fecha de publicación del ejemplar reseñado es de 1891-1892.
Hola Gabriel, gracias por los elogios.
Ni fecha ni portada tienen por qué ser las de la edición que manejamos. La fecha que se incluye suele ser la de la primera edición en su idioma original. Si además, por alguna circunstancia, añadimos otra distinta, especificamos. I
En cuanto a las portadas, incluimos solo aquellas que permite la página de origen y suelen seleccionarse, bien por un criterio estético, bien la que consideremos más acorde con el texto.
Las aventuras de Sherlock Holmes, que leí a los diez años, me hicieron enamorarme de Londres, de la época victoriana y de las novelas de crímenes. Es curioso que su autor, lo que realmente quería era escribir novela histórica, pero acabó siendo más conocido por Sherlock Holmes.
Sí, la verdad es que fue deglutido por su propio personaje, pero alegrémonos porque, de no existir Holmes, es muy probable que su creador no hubiese pasado a la historia.
En cuanto a la serie del detective en sí misma, reconozcamos que, de alguna forma, está enferma de éxito: ha suministrado a la posteridad tantos trucos, pautas, escenografía, argumentos, rasgos psicológicos etc. etc. que hoy día no nos parece tan original, pero es que cuando Conan Doyle concibió a Sherlock Holmes, como es obvio, aún no existía el personaje, por tanto, gran parte de lo que podemos leer del género -sin desmerecer a los otros precursores ilustres- procede de aquellas historias.
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