Idioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: raro de cojones
Hablemos de sentimientos.
Me siento algo culpable de no prestar atención a los nuevos narradores con la debida frecuencia. Problema es el trastazo que me he dado con alguno de ellos, trastazo cuya debida e injusta secuela es meter a muchos dentro de un mismo saco y pensar: "ya os aclararéis" o "ya decidiréis si el futuro es la clonación en serie de ídolos locales y foráneos o justificar vuestra existencia probando algo nuevo y, por favor, que no solamente sea para epatar".
Me siento, también, en términos léxicos y en términos intelectuales, impotente o incapaz de llegar a algunas de las cotas alcanzadas por algunas de las reseñas que ya se han escrito sobre esta, dicen, novela, diría yo, texto o hasta pretexto para, fina, socavadamente, zurrarle la badana a muchos colectivos de esos que lo son sin ser conscientes de serlo. Cómo vas a llamar "colectivo" anulando a un montón de fascinantes personalidades únicas e individuales.
Me siento avergonzado. ¿Veis? Es así. Uno lee cierto tipo de texto (me pasa con David Foster Wallace) y cala de tal manera que no puede evitar incorporar ciertos aspectos cuando escribe. Lo cual no puede ser una mala señal. O sea, es una buena señal.
Magistral me fue cálida y convencidamente recomendado por Isabel Sucunza, librera al frente de La Calders, punto de encuentro ineludible en Barcelona, librería especializada en libros como les gusta decir, albergada en una nave que aún parece conservar olor a café o a harina o a rollos de tela de lino o quizás a sacos de yeso. Un magnífico escenario repleto de mesas y estanterías de las que da tanta pena separarse como ilusión ver qué hay en la siguiente. Magistral me fue definido como un juego y creo que hasta en la breve conversación que sostuvimos (las terribles prisas urbanas) salió alguna expresión equiparable a "ida de olla".
Pero yo he de decir algo mundano sobre este libro. Se supone. Magistral sí es un juego, un juego (¿meta?)literario que bien pronto Giráldez pringa de palabras extrañas, diría que unas cuantas, si no muchas, inventadas, o diseñadas o adaptadas. Pero no soy de esos que lee un texto con un diccionario a mano. Otra vez las terribles prisas urbanas. Magistral no admite prisas, para empezar. No vayamos, aclaro, con eso de la literatura gourmet. Para este libro eso es un insulto. Empieza como una reflexión sobre el idioma pero los cargadores vacíos empiezan a volar y a amontonarse. Hay tiros para la crítica, a la que se tilda de uniforme y adocenada, bilis hacia el establishment y todo lo que representa en términos de oligopolio, de inmovilismo, de encarcaramiento. Diatribas contra el dominio de la literatura USA, y mucha incorrección a todos los niveles, forma y fondo reciben y Giráldez no parece nada preocupado por las consecuencias, ni que sea porque nombrar muy claramente no nombra a nadie. Quién es la Obediencia, quiénes los bardólatras, qué es la Gran Boca Americana. Eso está más que claro, aunque dé por pensar si una segunda lectura desvelaría capas adicionales y guiños, aportando algo de orden en un caos que es voluntario y orgulloso de serlo. Pues ahí pueden confirmarse algunas influencias (el cabreo de Céline, el atropello calculadamente desgarbado a lo Gaddis, el jugueteo con la repetición de Bernhard, hasta la sorna dispersa y geométrica de Pynchon), y también capturarse matices que luego se recuperan en cualquier otro punto aleatorio. Magistral se alude a sí mismo e incluye (apuesta estética algo desconcertante) portada y extractos de un libro de Ben Marcus, guisa o alter-ego, y aquí los guiños ya son muchos, combinando texto en diferentes idiomas, recuadros centrales, recortes brutales (y habría que interpretar si la condición de traductor de Giráldez no trasluce ahí) tras los que atisbo una intención gamberra, bromista, como si Giráldez asumiera que para el reducido público potencial que puede interesarse por sus obras (NO vais a ver Magistral en el bolso de playa de ninguna sufrida señora de vacaciones) nadie va a tomarse demasiado a mal este ácido ejercicio de esteticismo dilettante. A pesar de que más de uno creerá haber sido objeto de una tomadura de pelo (añadid los 12,60 de su precio por 100 páginas: la urgencia de las pequeñas editoriales independientes por cuadrar números en cada publicación), la sensación de tener que volver a leer, de inmediato, una vez se acaba, no sea que me haya perdido algo, este (sabías, Rubén, que estábamos todos abocados a decirlo) ejercicio inclasificable no es algo que suela suceder a menudo. Dejémoslo ahí.
También de Martín Giráldez (al menos en parte) en ULAD: Por qué la literatura experimental...
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2 comentarios:
Pues prueba a leer "Menos joven" y luego nos cuentas...
Pues tiene buena pinta. Eso sí, desconcertante es un rato, ya para empezar con esa cubierta y el nombre del autor seccionado y con una llamativa falta de ortografía. Provocación, diversión, creatividad... promete!
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