Título original: Exit Ghost
Traducción: Jordi Fibla en castellano para Random House
Año de publicación: 2007
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
En la vorágine de publicaciones editoriales, donde cada día aparecen nuevos, uno puede caer en el error de centrarse solo en el presente y olvidar que hay grandes autores de nuestro pasado más reciente que todavía tienen obras no reseñadas en ULAD, como es el caso que nos ocupa. Y a ese defecto hay que hacerle enmienda porque Philip Roth es uno de los grandes escritores de la narrativa norteamericana y eso se percibe claramente en este libro por su un estilo firme, sobrio y sin fisuras.
En el libro que nos ocupa, Roth vuelve a recurrir a su alter ego Nathan Zuckerman para escribir un relato que nos habla de la vejez, de la atracción, de la nostalgia y de la lucha por defender el honor de las personas que admiramos. Con ese propósito, el autor empieza el relato situando a su protagonista en Nueva York, ciudad que abandonó once años atrás para ir a vivir a una casita junto a la carretera, alejado de las personas y de la tecnología, dedicándose a escribir la mayor parte del día. Así, su retorno a la gran manzana es promovido por la necesidad que tiene de una intervención prostática, pues su avanzada edad pasada la setentena le está empezando a hacer mella en su salud. Una visita que es tan temporal como pensaba, pues la partida de su bucólico hogar para trasladarse a la gran ciudad le revitaliza y le estimula, porque tal y como afirma, «cuando llegue a Nueva York, en cuestión de horas la ciudad hizo conmigo lo que hace con la gente: despertar las posibilidades. La esperanza resurge». Una esperanza que se magnifica cuando topa por casualidad con un anuncio en el que una pareja de escritores quiere hacer un intercambio de casa con alguien que viva alejado de la ciudad; así que Nathan se presta a ello a la vez que, sin desearlo ni tan siquiera darse cuenta en aquel momento, queda prendado de la propietaria de treinta años del piso que va a intercambiar. Una primera impresión que impacta profundamente a Nathan, pues tal y como confiesa, «ejercía sobre mí una enorme atracción, una enorme atracción gravitacional sobre el fantasma de mi deseo».
A partir de aquí, vamos viendo los motivos por los que abandonó Nueva York a la vez que nos va introduciendo en una trama de indagaciones periodísticas que remueven su pasado. De esta manera, la novela avanza en diferentes frentes, todos ellos entrelazados y sumamente interesantes pues Roth es muy bueno tejiendo historias, pero también construyendo personajes; este aspecto se pone también de relieve en esta novela pues consigue atrapar al lector desde un inicio, con una trama multicapa de fácil acceso en la que el lector se sumerge de manera irremediable contagiándose del devenir de la vida de Nathan. Roth sabe cuándo frenar y cuando acelerar, donde dejar esos puntos de enganche que tiran del lector hasta llevarlo a donde él pretende, y la trama gira en torno a Zuckerman en forma de una espiral a la que uno es arrastrado llenándose y empatizando con la historia narrada. Porque aquí Roth nos habla de misterios, de deseo, de política, de la Nueva York post 11-S que sobrevuela de manera constante a lo largo de la novela («después del 11-S, cerré la caja de las contradicciones»); nos habla también del paso del tiempo en uno mismo que lo acerca a la vejez, de la salud, pero también de la vigorosidad, de la sociedad y su tendencia a admirar la novedad.
Con todo ello, Roth escribe un relato que conforma una suerte de triángulo entre una joven, un periodista osado y un escritor ya fallecido. Y la verdad es que se desenvuelve realmente bien desplegando en el relato su habilidad para tejer personajes con claroscuros, historias en apariencia simples pero narradas con toda la meticulosidad que demandan y un estilo que lo envuelve de cierto aire clásico que lo reafirma como uno de los grandes escritores norteamericanos.
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