miércoles, 9 de agosto de 2017

Ida Fink: Huellas

Idioma original: polaco
Título original: Slady
Año de publicación: 1996
Traducción: Elzbieta Bortkiewicz
Valoración: recomendable

Resulta algo complicado, incluso incómodo, realizar la reseña de este libro de relatos. La razón es que éstos, en el mejor de los casos, producen una gran tristeza y desazón, cuando no resultan estremecedores y hasta espeluznantes. Todos ellos se refieren a la Shoah, el Holocausto que sufrieron los judíos (y no sólo ellos, ya sabemos) durante la II Guerra Mundial; ahora bien, aunque éste es el tema central, el único del libro, no resulta explícito en todos los relatos (imposible denominarlos "cuentos").

De hecho, son pocos los  que narran directamente las atrocidades cometidas por los nazis, como ocurre en La resurrección del panadero o en La mesa (narración hecha a través de la investigación posterior sobre la matanza llevada a cabo en un pueblo del este de Polonia o de Ucrania). la mayoría de los relatos, sin embargo, transcurren en las épocas anteriores o posteriores de los crímenes en sí o a ese desasosegante tiempo de espera, cuando aún las víctimas no estaban al tanto (o trataban de obviarlo) de cual sería su destino: Alina y su derrota, Zygmunt o Una tarde en el campo; incluso cuando, sabiendo lo que les esperaba, había muchos que se ocultaban, buscando escapar de sus verdugos: El umbral y La descripción de un amanecer.

Ahora bien, casi todos los relatos se refieren a la época posterior a la tragedia y de ahí el título genérico de Huellas  que tiene el libro, pues son los supervivientes los que buscan las huellas de lo sucedido, de sus seres queridos desaparecidos o recuerdan los tiempos felices en que aún no se había desencadenado la barbarie. Es el caso de Ya hemos ido a la ópera, La dirección, La huella o En la infancia, al anochecer. otro grupo de relatos, titulados de forma genérica Apuntes para una biografía, relatan las vidas y el final de una serie de mujeres: Eugenia, Julia, Sabina... Por último, hay un par de relatos que nos explican cómo, por una parte, el hecho de ser víctimas no excluye el envilecimiento de éstas -o que ellas se sientan envilecidas-, como ocurre en La mano; en el segundo caso, son los verdugos los que envilecen no sólo a sus persona sino a todo lo que les rodea, por bueno que pueda ser (Ascenso).

Lo que tienen todos los relatos en común es el miedo: en todos ellos se respira, se mastica, se exuda miedo, por más que en alguno esté escondido, agazapado aún... Miedo por lo que va a pasar, por lo que está pasando o por lo que se recuerda que pasó. Y, sin embargo -y quizás por ello resulta tan eficaz-, el tono de la narración es tranquilo, casi monocorde, sin que ni siquiera se ponga un especial énfasis cuando se nos cuentan las escenas más violentas. en cambio, abundan las descripciones de paisajes, de lugares, atmosféricas; se incide en los detalles domésticos cotidianos, lo que provoca un contraste perturbador con la brutalidad que sabemos se encuentra al fondo pero que en cualquier momento puede pasar al primer plano.

Una serie de relatos, ya digo, perturbadores, tremendos, más aún cuando no hacen un especial énfasis en el horror. No hace falta: éste se encuentra siempre presente, en cada uno de ellos.


4 comentarios:

Lupita dijo...

Hola, Juan.
Me ha gustado mucho tu reseña y cómo transmites esa incomodidad que, como bien dices, podemos sentir al asomarnos a los relatos de unas vidas tan tremendamente truncadas. El desasosiego mayor viene producido por ver cómo esa vida cotidiana ha de seguir, siempre me he preguntado cómo los supervivientes a situaciones tan horribles son capaces de recomponer sus vidas.
Un libro a tener en cuenta, pero no para leer en este momento. Un saludo

Lupita dijo...

Uff..estoy fuera de mi casa y con el móvil escribo muy mal.Dedos gordos y demás

El Puma dijo...

Voy por la página 70 de Operación Shylock, de Philip Roth. Qué tiene esto que ver con mi reseña, se preguntará Juan? Pues que allí el benemérito escritor americano relata la impresión que le causó ver sentado en el banquillo de los acusados a John Demjanjuk, un apacible ciudadano americano residente en Ohio, pero que en sus años mozos habría sido el tristemente célebre Ivan el Terrible, por cuyas manos habrían pasado un millon de judíos en el campo de concentración de Treblinka.

La historia está basada en episodios verídicos. La manera en que Roth retrata al infame personaje es demoledora. Describe situaciones sangrientas, atroces, con un tamiz que permite su lectura sin ahogos, pero sin respiro. Magistral. Tal vez, la única manera en que tolero leer este tipo de historias...

Haifa, 1987. Viajaba hacia el campus universitario donde vivía, en colectivo. Subió una señora, de no mucho más de 60 años. Se tomó del mismo caño del cual yo estaba tomado. En su antebrazo tenía marcada en negro una serie de pequeños números. El horror. Su vida seguía.

Juan G. B. dijo...

Hola, Lupita, aquí el Masterchef fe los "dedosgordos":
Tienes mucha razón en tu observación sobre lo de la dificultad en proseguir unas vidas tan salvajemente mutiladas y precisamente en ese sentido van algunos de los relatos.
Amigo Puma, y en verdad no sabría que hacer si conociese a alguien que hubiese sobrevivido a aquel horror; seguramente quedarme en silencio, avergonzado de lo que somos capacrs de hacer los seres humanos. En cuanto al libro de Roth (que pienso leer), me ha recordado en esos viejos nazis que de vez en cuando aún descubren en algún sitio (aunque ya sólo suelen ser guardianes y subalternos, no por ello menos culpables que sus jefes) y que siempre me han hecho preguntarme si el ser unos desalmados malnacidos es un factor favorable para llegar a edades tan avanzadas... Prefiero pensar que no, en cualquier caso.
Un saludo a los dos y gracias por visitarnos, como siempre.