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domingo, 23 de septiembre de 2018

Neil Gaiman: American Gods

Idioma original: inglés
Título original: American Gods
Año de publicación: 2001; edición (ampliada) del X aniversario: 2011
Traducción: Mónica Faerna 
Valoración: muy recomendable 


Los dioses perecen si los mortales no les adoramos: ésta es la premisa que atraviesa toda esta novela de Neil Gaiman. Es más, los dioses no existirían si los humanos no los hubiésemos creado y sólo existen en la medida que creemos en ellos, como cualquier otra criatura de ficción (incluso, añado, los dioses del monoteísmo, si es que no son el mismo, que han tenido tanto éxito en los últimos siglos. Que vayan tomando nota...).

Los dioses, pues, viven y mueren entre nosotros. pero, al parecer, lo tienen un poco más difícil en los Estados Unidos de América, un país singularmente refractario a los dioses antiguos, que deben sobrevivir allí como timadores, taxistas, funerarios o prostitutas... Este es el mundo extraño y clandestino en el que se ve introducido Sombra (¿a qué se debe la traducción de Shadow, pregunto yo? ¿Y ya puestos, a qué se debe la no traducción del título de la novela?), un tipo que acaba de salir de la cárcel, cuando empieza a trabajar para el señor Wednesday -en este caso, la no traducción por "Miércoles" sí que tiene explicación-, un enigmático individuo que conoce en el vuelo de vuelta a casa. Y se ve metido de lleno también en los prolegómenos de una guerra secreta, casi al estilo mafioso, entre los viejos dioses y los nuevos.

Una guerra que transcurre entre moteles cutres, gasolineras y restaurantes de carretera, en esos lugares sagrados -o antisagrados- que son los insólitas atracciones de todo tipo que abundan por toda la "América profunda", puesto que, de hecho, casi toda la novela transcurre en el Medio Oeste o el Sur rural de EEUU, lejos de las grandes ciudades. Porque American Gods es en gran medida -aunque no sólo-, una road-novel, con Wednesday y Sombra a modo de Quijote y Sancho contemporáneos -es más, al igual que en la novela de Cervantes, encontramos varios desvíos de la ruta principal, historias dentro de la historia, en ésta de Gaiman-; es también, según confiesa él en el prólogo, la novela que escribió el autor de Coraline, para ser capaz de adaptarse, comprender y asumir Estados Unidos, país al que acababa de mudarse y que necesitaba hacer suyo, de alguna manera. Y es cierto que esto, en gran medida (o en toda la medida) es American Gods: la trasposición o trasplante del "universo Gaiman" a los Estados Unidos de América. Más aún cuanto que en esta novela tiene también un protagonismo fundamental tanto lo ultraterreno  como el reverso onírico de la realidad; hasta donde yo lo conozco, la huella de The Sandman se deja ver aquí de forma evidente.

No es ésta, naturalmente, ni la única ni la primera obra de ficción en la que, bajo la capa de unauna aparente realidad (casi cabría hablar de "realismo sucio") se esconde un mundo fantástico, sobrenatural; a día de hoy, estamos hartos de novelas, cómics o películas que nos revelan la existencia secreta, entre nosotros, de redes o sociedades extraterrestres, de vampiros, licántropos o lo que sea... pero cuando se publicó American Gods, este recurso no era tan frecuente: estaban, sí, las novelas de Anne Rice, los cómics de la editorial Vertigo (justamente), los Men in Black... pero aún así, la idea de transferir los mitos de las religiones paganas, ya fueran nórdicas, celtas o eslavas- a la Norteamérica contemporánea no podía sino generar una gran repercusión.

Por supuesto, no es una novela perfecta -sí, creo yo, en lo estilístico-: funciona mejor, en mi opinión, cuando se mueve en una atmósfera más oscura, incluso críptica, y peor en los momento más coloristas, casi carnavalescos, que los hay... Lo mismo se puede decir de algún que otro toque algo edulcorado. Y en cuanto al protagonista, Sombra, cierto es que resulta imposible no simpatizar con él desde un principio hasta el final, pero también que es un personaje que, desde ese primer momento hasta el término de la historia (si es que termina), no parece cambiar ni evolucionar apenas, pese a las extraordinarias experiencias -imposible que sean más extraordinarias, además- que le suceden.

Ahora bien, que esta aventura narrativa no haya alcanzado una supuesta "perfección" no es óbice, ni mucho menos, para recomendarla; es más, casi siempre rs en la imperfección donde reside el mayor interés de las cosas e incluso el máximo deleite. Que se lo digan, si no, a los viejos dioses, que de perfectos, precisamente tenían bien poco... Y ahí está la gracia.


Nota para interesados (si es que los hay): perdón por soltar el rollo de cómo es que me decidí a leer este libro, etc..., pero quiero aclarar que no tiene nada que ver con la serie de televisión, a la que corresponde esta sugerente imagen (y que no he visto) y sí con mi interés en leerlo antes de Mitos nórdicos, del mismo autor... Coming soon in Un Libro Al Día ; )


lunes, 1 de septiembre de 2014

J. Rodolfo Wilcock: La sinagoga de los iconoclastas

Idioma original: italiano
Título original: La sinagoga degli iconoclasti
Año de publicación: 1972
Traducción: Joaquín Jordá
Valoración: Recomendable con matices

De cabeza le trae a uno etiquetar obras como ésta. Si es que esto de las definiciones de género se vuelve contra uno, en libros como este, o como el formidable La literatura nazi en América, que solamente pueden encuadrarse en terrenos inhóspitos repletos de bastardía y mestizaje, con pies bien asentados en el humor, el engaño y la complicidad. Pero donde Bolaño se proyectaba hacia el futuro, con sus escritores ultras, Wilcock, curioso caso de escritor argentino publicando en italiano, se muestra pletórico en ambición y en imaginación al trazarnos esta treintena larga de semblanzas de personajes, todas ellas tan cercanas con el absurdo, muchas de ellas pertenecientes a esa Europa del rancio abolengo, ancladas a referencia reales, pero siempre concluyendo en medio del surrealismo y la parodia. Son personajes embarcados en situaciones, proyectos, condiciones tan particulares, unidos por la excentricidad, desafiando con ironía toda lógica de continuidad narrativa. Cuestión que es un enorme mérito del autor, que aporta una prosa con suficientes detalles cautivadores, aunque habrá quien se sienta disuadido por el alud, por el caudal imaginativo de unos textos que actúan sobre el lector, que en algunos casos perturban por detalles crueles, escatológicos, morbosos, y cuyo tono dominante consiste en subvertir algunas de esas supuestas verdades sobre las que se ha edificado la historia reciente.
Así, el esquema recurrente consiste en la presentación de personajes, muchos de ellos europeos, destacados por sus hitos y su sentido de la individualidad. Discutir la ley de la gravedad, la irreversibilidad del paso del tiempo, el progreso, la igualdad, con un tono irónico e irreverente al que podría recriminarse un cierto exceso (al servicio de lo narrativo) en lo intrincado de ciertas explicaciones que coquetean con cierta descabellada pseudo-ciencia.
Llegado el punto de acercarme a una conclusión, he de decir que no sé si muchos lectores buscan en un libro lo que se van a encontrar en La sinagoga de los iconoclastas. Quiero decir, habrá quien no soporte ni sus primeras líneas, quien devore hasta su última página y puede que con agrado diera cuenta de otro centenar más. Para un lector promedio (a ver el día que alguien valiente diga que se joda el lector promedio, o habré de decirlo yo) este surrealista y alucinado paseo resulta perturbador por un rato, justo el que tarda en volverse (como muchas lecturas referenciales) algo cansino y repetitivo.
A pesar de lo cual haberlo leído es un innegable plus en el historial de cada uno.

domingo, 18 de mayo de 2014

Ermanno Cavazzoni: Breviario de idiotas

Título original: Vita brevi di idioti
Idioma original: italiano
Traductora: Marina Pino
Año de publicación: 1994
Valoración: Recomendable

Ermanno Cavazzoni es un escritor, guionista (junto a Fellini, nada menos), director de cine y profesor italiano. Publicó en 1994 este Breviario de idiotas, de subtítulo harto elocuente: "Cuando la idiocia es tan perfecta que debería servir de ejemplo a los niños". Y eso es exactamente lo que nos encontramos en el libro: toda una serie de biografías de personajes, a modo de "vidas de santos", cuya aventura vital está siempre condicionada por una estupidez, o mejor dicho, idiocia (recordemos la distinción al respecto  que hacía el personaje de Belbo en El péndulo de Foucault, de Umberto Eco), a veces congénita y otras sobrevenida, pero que siempre determina un final más o menos trágico, como colofón de una existencia más o menos cómica.

Ciertamente, estás biografías (¿inventadas?) reflejan una idiotez llevada a su extremo. No obstante, y aquí está lo inquietante del libro, no resulta difícil reconocer, en uno u otro caso, y exagerados, a algún personaje de los que podemos tratar a diario o hemos conocido a lo largo de nuestra existencia; incluso a algún amigo o familiar... O, más inquietante aún, a ese ser que nos mira cada mañana desde el espejo: Cavazzonni opta por el humor para presentarnos esta colección de tipos disfuncionales, casi fenómenos de feria en algún caso, pero cuyas manías y obsesiones podrían muy bien ser sustituidas por las que, quien más o quien menos, tenemos todos. El catálogo es suficientemente colorido como para que cualquiera encuentre su "idiota favorito", así que me limitaré a enumerar una pequeña muestra, para que ustedes se hagan una idea de por dónde van los tiros:

- El marxista Raffaello Pelagatos, que creía que los Reyes Magos eran unos extraterrestres (y su antagonista, el padre Pelaperros).
- Bruno Primavera, pirómano fraudulento.
- Un superviviente  de Mauthausen que no se dio cuenta de que era un campo de concentración, porque en su pueblo se pasaba aún más hambre. 
- Rosa María Blanconegro, puta fracasada.
- El doctor Diálisis, mártir de los pies.
- Vincenzo Cusiani, escritor realista, que se dedicaba a transcribir absolutamente todos los hechos de su vida diaria, por nimios que fueran (sospecho que éste era el favorito de Cavazzonni. Además de que parece un adelanto de ciertos escritores actuales de la última hornada).

Y así unos cuantos más. El único personaje real que yo conozco (no excluyo que haya más), es el afamado Cesare Lombroso, ese "científico" que en el siglo XIX trató de establecer toda una tipología de humanos, y en especial de seres antisociales, como artistas y criminales, basándose en consideraciones estadísticas y en estudios antropométricos y, sobre todo mediciones craneales. Sus hallazgos, como no podía ser menos, tuvieron bastante eco, unos años después, en los corpus ideológicos de otros ilustres idiotas, como fueron los fascistas y los nacionalsocialistas alemanes (e incluso hoy, a menudo se echa mano de tópicos de ese tipo o de consideraciones geográficas, para sentenciar alegremente sobre las supuestas tendencias delincuenciales de alguna etnia o nacionalidad determinada).

El género al que podemos adscribir estos relatos es , sin duda, el humorismo, pero que nadie espere aquí un humor "blanco" o "naif", por más que se finja en alguna de las biografías. de hecho, el estilo varía desde la más afilada ironía hasta el sarcasmo o la metáfora evidente ( como en la historia del noble Pordiosero, que se  cubría la cara antes de salir de casa, para disimular sus arrugas, con una gruesa capa de laca, que al trascurrir el día iba cuarteándose). Otras "vidas" ya caen directamente en lo esperpéntico o, incluso en lo "felliniano" (puesto que ambos creadores trabajaron juntos); en una mezcla de lo tierno, lo repulsivo y lo patético que denota un humor más amargo que risueño y que a quien lo lee también le deja un sabor acre, para nada divertido. En otras ocasiones, no obstante, la desazón proviene de percatarnos de que las historias que nos cuenta el autor tampoco difieren mucho de las que podemos leer en los periódicos o escuchar en algún cotilleo de vecindad. Por ejemplo, no me resisto a reproducir uno de los brevísimos "suicidios con error" que aparecen en un capítulo del libro:

     "Un abogado alcohólico y reducido a la miseria se tiró, el 10 de Diciembre, de un puente. pero con él cayó también un jubilado que había intentado detenerlo. El jubilado se ahogó, mientras que el abogado fue rescatado borracho e inconsciente".

(Parece una metáfora de la crisis económica o de sus efectos. O de tantas cosas...).

En definitiva, un libro absolutamente recomendable, pero no apto para espíritus delicados. Ni tampoco para aquellos que vivan convencidos de hallarse en el mejor de los mundos o encantados de haberse conocido a sí mismos. Porque lo que Cavazzonni insinúa a lo largo de todo este breviario, es que la idiocia  absoluta no es un estado tan lejano de la "normalidad" como solemos creer. En un momento dado, todos podemos ser unos perfectos idiotas. Si es que no lo somos ya.