Año de publicación: 2020
Valoración: Muy recomendable
Cuando en una comunidad cualquiera un elemento es su centro vital
indiscutible, las costumbres, pensamientos y acciones de sus habitantes giran a
su alrededor sin ni siquiera darse cuenta. Puede tratarse de un factor natural
(el clima que determina las cosechas, la montaña que defiende y cobija, el
mar,,,) o artificial (una fábrica o una mina generadoras de riqueza y tragedia
a partes iguales). En No es un río, (“…no es un río, es este río. He pasado más
tiempo con él que con nadie”) Selva Almada consigue convertir algo tan
aparentemente inerte en protagonista absoluto del relato. Y lo hace uniendo una
prosa colmada de poesía a un contenido despiadado, un escenario semi-salvaje, un
ritmo taciturno, una cronología fracturada y un argumento que gira en torno a la
violencia soterrada, la miseria, la frustración y la muerte prematura y banal,
sin ningún atisbo de heroísmo. El tiempo pasa, la población envejece, se
renueva, madura y todo continúa igual que antes. La misma pobreza, la inercia
del que carece de horizontes, la impotencia para cambiar lo que se percibe como
inevitable dentro de un entorno tan bello como impasible y que no pertenece a
todos por igual, pues de un lado están los habitantes de la isla, para ellos un
tesoro que les pertenece por derecho, por otro, los forasteros, que aparecen
por allí de vez en cuando y priorizan sus caprichos al respeto por la
naturaleza. No es fácil transmitir todo eso hablando del día a día, simplemente
con la fuerza de los localismos, la cadencia de la prosa, la descripción del terreno y el traslado de actitudes cotidianas a cargo de un elenco tan elemental como épico.
Sin embargo, su lectura resulta desasosegante, necesitamos saber más, ni
siquiera el desenlace consigue satisfacernos del todo, nos gustaría saltar a
través de las páginas y descubrir ese río, del que conocemos lo esencial y que
ya sentimos como nuestro.
Ecos de otras épocas pasados por el tamiz de hoy día nos señalan de qué
fuentes ha bebido la autora. No hace falta citar nombres: todos los grandes del
boom, clásicos universales de todos los tiempos y, por supuesto, el gran elenco
contemporáneo ha sido leído, asimilado, unido a sus propias vivencias e
incorporado a la personalidad literaria de Almada, personalidad intransferible cuya
genealogía es más que evidente. Fuera de los libros, el paisaje y las
costumbres de su tierra natal junto a la concienzuda observación de las
costumbres constituyen su materia prima. Esto ha sido así desde su primera
publicación y se ha mantenido hasta ahora. Su estilo está depurado al máximo,
cada pieza se escoge cuidadosamente y se ubica en su lugar exacto. Las escenas
contienen más silencios que palabras, paralelamente, el texto está repleto de espacios
en blanco. Parcas conversaciones centradas en lo esencial e inmediato, pues así
se comunican Eusebio, Tilo, Enero, el Negro y los demás. Los tres últimos salen
a pescar un día cualquiera y, mediante flash backs, comprendemos que Tilo es
hijo del primero, el amigo del alma que el río arrebató demasiado pronto. Ese
vínculo entre varones –los tres del principio y los tres resultantes tras
recomponerse el grupo una vez el hijo adulto sustituye al padre fallecido– está
en el origen de un argumento que cierra lo que la autora denomina “Trilogía de los varones”. Un mundo, el de
la masculinidad, con sus códigos, valores y hábitos, muy diferente del conocido
por ella, que le llevó a indagar sobre determinadas actitudes, tanto en su
ámbito propio (crueldad, sentido del honor, venganza) como en relación con las
mujeres (protección, seducción, necesidad de estar al mando) y que, de alguna
forma, proceden de pactos universales no escritos.
“Esa noche iban a ir al baile con Enero y con Eusebio, como siempre. Si le daba el gusto a la chica y tenían ese hijo, los amigos, la noche, la pesca, todo se iba a terminar.”
No podía faltar el elemento mágico. Aparece cuando lo que ocurre carece de
sentido y hace falta entenderlo, aunque la explicación se aparte de la lógica. Entre
las respuestas que se buscan están esas muertes tempranas, un absurdo que
merece la pena indagar con los materiales que se tienen a mano: fantasía,
credulidad o demencia. Ilusiones sin fundamento, sesiones esotéricas, visiones,
sueños, recuerdos, pero también la realidad más prosaica, son los materiales
que Almada utiliza para manifestar una sensibilidad poco común.
Otras obras de la autora: Ladrilleros,
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