Título original: Four
Princes
Traducción: Joan Eloi
Roca
Año de publicación: 2017
Valoración: Recomendable (alto)
Quizá lo más llamativo de este libro es una información que
se suministra casi al inicio: los cuatro protagonistas de este trabajo (y de la
Historia de Europa durante buena parte del siglo XVI) nacieron en el intervalo
de solo diez años. Cuatro monarcas que nacieron y reinaron al mismo tiempo y
dejaron una huella imborrable en el continente hasta el punto de que ahora,
casi quinientos años después, pocos desconocen sus nombres. Hacemos las
presentaciones aunque no las necesiten mucho: Enrique VIII de Inglaterra,
Francisco I de Francia, el emperador Carlos V, al mismo tiempo rey de España, y
Solimán (o Suleimán) el Magnífico, sultán del Imperio otomano. Las cuatro
grandes potencias del planeta conocido, nada menos.
John Julius Norwich, el autor, es uno de esos personajes
típicamente ingleses: de familia noble, educado en Eton, fue militar y ejerció
de diplomático, un tipo de esos risueño, elegante y culto, que parecía
inevitable que se acabase dedicando a escribir libros y a la divulgación
cultural en general. Estos apuntes deberían servir para identificar el tipo de
texto que tenemos entre manos, porque no es un trabajo de tesis, diríamos la obra
de un historiador puro, sino el libro de divulgación del erudito que se
divierte comunicando sus conocimientos a quien quiera escucharle (y de paso,
haciendo caja). Y lo hace realmente muy bien.
Pues tenemos esos cuatro personajes históricos de los que
más menos tenemos una cierta idea acerca de su vida y, sobre todo, de los
avatares registrados por sus respectivos reinos, ya saben, fronteras que se
mueven a un lado y al contrario, matrimonios en lo alto del escalafón
aristocrático, y fortunas (propias, heredadas, robadas o extraídas a costa de
los súbditos) dilapidadas en aventuras guerreras o en complicadas maniobras diplomáticas
con la religión casi siempre de telón de fondo. La conquista de territorios y
la perspectiva religiosa son seguramente los dos motores principales que animan
los actos de gobiernos de estos señores. Como es sabido, los tres reinos
occidentales (Inglaterra, Francia y el Sacro Imperio Romano-Germánico + España)
han mantenido durante siglos una dura puga por la hegemonía europea lo que,
traducido a la época, significaba sobre todo intentar expandirse a costa del
rival costase lo que costase. Aquí se suceden guerras y tratados, abrazos y
traiciones, ciudades sitiadas y batallas en las que dejan la vida miles de
individuos aquí y allá. Y en ese juego tampoco se privaba, claro está, el gran
Suleimán, ansioso por extender su ya vasto imperio por tierras europeas. Italia
es uno de los escenarios preferidos en esa disputa, pero también Flandes, el
Mediterráneo que asiste a las correrías de Barbarroja, la Borgoña o el norte de
Francia, donde a punto estuvo Enrique de plantarse a las puertas de Paris.
La religión es el otro gran pilar sobre el que se construye
la historia del siglo. Estamos en plena efervescencia de la Reforma, con un
cisma ya consumado pero que todavía parece dominable, y un Papa (mejor dicho, varios
de ellos) con poder considerable, ejerciendo más de rey terrenal que de guía
espiritual. El panorama se completa en este campo con la muy seria amenaza del
turco, un jugador poderoso al que Francisco utiliza sin mucho disimulo para
sostener sus intereses particulares, y Carlos para apuntalar su liderazgo como
defensor de la fe verdadera. Solo Enrique parece ignorar el problema, en parte
por entender que está suficientemente lejos del peligro, en parte porque sus
preocupaciones se centran más en sus matrimonios (más bien en sus problemas
sucesorios), lo que a su vez le enfrenta, y de qué manera, con el romano
pontífice.
Bien, pues todo esto nos lo cuenta Norwich con la finura y
la dosis de ironía, muy sutil pero permanente, que se puede esperar del erudito
inglés, tal vez un peldaño por encima de Tom Holland. El libro es sumamente ameno y no cansará ni siquiera a los poco
aficionados a la Historia, porque se disfruta de la mera lectura y la información
fluye con abundancia y empapa al lector aunque no lo quiera. Desde este punto
de vista resulta por tanto impecable, porque consigue sus objetivos al cien por
cien.
Y ojo, tampoco cae en la ligereza o el atrevimiento
iconoclasta de ciertos autores que no tienen reparo en acudir al amarillismo
para llegar al gran público. Norwich elige las materias, las descarga de
gravedad en la medida necesaria (y solo en ella) para no aburrir al lector, y consigue
no perder una pizca de rigor. Otra cosa es que evite abrumar con datos, cifras,
nombres o fechas como quizá lo haría el investigador, o que voluntariamente
deje de lado aspectos menos llamativos a los que un historiador sí debiera
prestar más atención, como la economía, la estratificación social, la ciencia,
el pensamiento o las artes. En este sentido, al centrarse del todo en las
cuatro figuras decisivas y en su juego político-religioso, poniéndonos puristas
sí se le podría achacar algún grado de superficialidad. Pero la Historia se
escribe muchas veces a base de obsesiones, errores, casualidades o caprichos, y
en ese terreno el autor muestra una capacidad extraordinaria para contarla de
forma amena y dinámica. Lo demás podemos dejarlo esta vez para especialistas.
Otro estupendo libro para regalar.
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