domingo, 24 de marzo de 2019

Paolo Cognetti: Las ocho montañas

Idioma original: italiano
Título original: Le otto montagne
Traducción: César Palma (ed. en castellano), Xavier Valls i Guinovart (ed. en catalán)
Año de publicación: 2016
Valoración: recomendable

En la constante búsqueda y exploración de uno mismo, para conocer quiénes somos hay entornos y lugares que nos facilitan este descubrimiento. Hay múltiples y conocidos casos donde el retiro a paisajes inhabitados, tranquilos y envueltos de naturaleza, sirven para buscar y encontrarse a uno mismo. Incluso hoy en día, a pesar de que cada vez hay menos lugares para poderse aislarse del mundo y envolverse únicamente de naturaleza y de uno mismo, muchos siguen buscando esos remansos de paz, como vía de escape de la realidad del día a día. Cognetti es claro conocedor de ello, pues pasa gran parte de su vida en la montaña, fuente de encuentro consigo mismo y de su inspiración literaria.

En esta novela, el autor ubica la historia en Grana, una pequeña localidad situada en los Alpes italianos donde veranea Pietro en compañía de sus padres. Ahí conoce a Bruno, un chico de su edad que vive en ese mismo pueblo y que dedica la mayor parte del día a correr por las montañas y pasturar las vacas de su tío. La amistad que forjan ambos niños, pese a sus diferentes maneras de ser y costumbres, y la evolución de la misma a lo largo del tiempo constituirá uno de los ejes centrales de esta novela.

Con esta premisa, Cognetti escribe una historia que va mucho más allá de lo que el argumento apunta. Situando en primer plano la soledad que ofrece la montaña y la amistad que surge entre ambos niños, el autor ha escrito un bildungsroman, una obra sobre la evolución y el desarrollo, pero no únicamente de la amistad entre dos personas, sino también del crecimiento interior de uno mismo a lo largo del tiempo y de las no siempre fáciles relaciones entre padres e hijos.

Aquellos que han vivido un tiempo en la montaña, aunque sea de manera esporádica, reencontrarán en este libro las sensaciones que se tienen cuando uno está rodeado de bosques y naturaleza. Esa paz y calma que la naturaleza nos transmite, nos embarga y nos inunda, esa energía interna que nos llena al compás de cada paseo, cada paisaje, cada camino, viene a la memoria al recorrer las páginas de este libro; es sin duda un canto al amor, al amor a la naturaleza como lugar de exploración; una naturaleza que nos ofrece libertad en la infancia, pero también retos y desafíos ya en la madurez. También el libro es un canto al amor de una amistad encontrada de manera casual y mantenida a pesar de los designios dispares que la vida tiene para cada uno de nosotros, un reconocimiento a la importancia de respetar la diferencia entre seres humanos, pues nos aporta aquello de lo que carecemos; un canto a saber valorar y apreciar el tiempo, el que vivimos, pero también el que conforma nuestro pasado y el del pasado que pudo haber sido; una mirada atrás hacia aquellos tiempos que, por la juventud, inexperiencia, o la inquietud y la falta de arraigo a la que nos impulsa la adolescencia dejamos de lado y que años después echamos de menos como si realmente los hubiéramos vivido.

Estructurada en tres principales momentos, el autor nos retorna, en primer lugar, a la infancia, a esa época de nuestra vida donde el descubrimiento, la aventura y la exploración del mundo era algo constante, algo que nos movía, aquello que nos atraía y cautivaba. Esa misma edad donde buscamos esa conexión con los padres, a través de aficiones compartidas, donde perseguimos esos momentos que nos permitan establecer y reforzar nuestro vínculo emocional con ellos, creciendo bajo su mirada, buscando en ellos un reflejo de nosotros mismos o viceversa. Y la amistad con otros niños de edad parecida, una amistad pura, inocente, a veces cercana a la admiración o idolatría. En su segunda parte, el autor nos sitúa ya en una adolescencia, donde las emociones, los intereses, y los deseos son altamente cambiantes, y los lazos emocionales se someten a la prueba de la tirantez que los instintos individualistas propios de la edad someten a las relaciones. Y ya en la última tercera parte, la madurez, y el análisis y la reflexión, la mirada atrás, y la nostalgia a los tiempos vividos, y a los que se pudieron haber vivido de haber tomado decisiones diferentes. Somos aquello que hemos hecho, pero también aquello que hemos descartado.

De manera muy hábil, Paolo Cognetti encaja los ejes que conforman este relato (el crecimiento, la amistad y la relación entre padres e hijos) asentándolos sobre una sólida estructura con ritmo pausado (puede que algo más de lo que me hubiera gustado) y avanza la historia hasta situarla en un punto de inflexión a partir del cual todo encaja de manera perfecta, uniendo todos estos aspectos en un punto común que sostiene los diferentes ejes. A partir de este punto, el autor desarrolla la trama de manera firme, solidificándola, profundizando sobre cada uno de los temas tratados con gran dominio de la narración. Como si de una montaña se tratara, hay que avanzar por la historia y solo cuando se alcanza la cima se puede ver aquello que se ha dejado atrás, y lo que habríamos visto de avanzar por otras rutas; el autor nos empuja hacia ese camino introspectivo, reconstruyendo un pasado, retomando la búsqueda de una amistad no por abandonada completamente olvidada, y descubriendo la verdadera importancia de las cosas aparentemente nimias que, en el fondo, ocupan toda nuestra vida en pequeñas dosis que, filtrándose por los poros, invadiendo cada partícula de nosotros, conforman el sustento sobre el cual estabilizar nuestra existencia. Y hablamos de amistad, pero también de paternidad, de la relación entre padres e hijos, a veces difícil, a veces compleja, a veces distante, a veces incluso inexistente. Este aspecto es uno de los más interesantes del libro, aunque parece en que esté en segundo plano, quién sabe si de manera análoga a lo que le ocurre al propio protagonista.

Cognetti ha escrito un libro que avanza a ritmo lento, como el paso de las estaciones en la propia montaña, en un lento avance hacia un futuro que parece ya marcado de antemano, donde los cambios solo son perceptibles si te fijas detenidamente.  Y ese avance recorre el tiempo a la vez que lo hace la vida y, con él, el descubrimiento de quienes somos, de nuestro yo interno, con el atrevimiento de aventurarse a vislumbrar otras vidas posibles hasta encontrar que probablemente no somos diferentes a aquello que éramos en un inicio, y que la soledad, al igual que la amistad, es un bien que debe cuidarse, pues su compañía es algo a lo que le debemos mucho, probablemente más de lo que somos conscientes. La amistad como complemento, la soledad como espejo, ambas necesarias, ambas provechosas, pues nos dicen quiénes somos, por comparación o por análisis.

Según dice el mito budista que da nombre al título, hay quien necesita recorrer las ocho montañas para conocer quién es y lo que quiere en la vida; hay quien solo necesita conocer bien su entorno para encontrarse. Y en todas las maneras posibles, solo o acompañado, en el fondo únicamente quién tiene la ruta hacia el pleno conocimiento de quién es, es uno mismo. Y conviene recorrer ese camino, antes de que nos hallemos perdidos y sin rumbo.

4 comentarios:

Paloma dijo...

¡¡¡Reseña bonita de verdad!!!. Gracias Marc. Un abrazo

Marc Peig dijo...

Hola, Paloma. Muchas gracias por tus palabras, celebro que te haya gustado.
Saludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc

Marcela dijo...

Hola Marc!!
Leí tu reseña y tienes el “Don” de envolverme e ir a comprar el Libro de inmediato..
Ya lo estoy leyendo, es una lectura fresca, nueva,agradable ,cotidiana, pero a la vez, bien escrita, te invita y te anima, el alejarte de la ciudad cualquiera que sea y huir hacia la naturaleza.
Me gustó el paralelismo que utiliza como por ejemplo....
“Debajo de Milán corre el río y ahora, sobre el asfalto corren los autos”
“ Cuando Milán se encuentra despejado, se asoman las montañas limpias y claras, mientras aquí debajo, nos encontramos con el congestionamiento de comercios , personas y tráfico..

Gracias Marc , por pertenecer a ULAD.

Marc Peig dijo...

¡Vaya! Muchas gracias, Marcela, por tus palabras.
La verdad es que, tal y como dices, es un libro de lectura fresca, sencilla, pero que te traslada a esos pasajes montañosos que siempre invitan a la reflexión y, por extensión, también lo hace el libro. Y sí, coincido en que esos fragmentos de la novela donde establece los paralelismos entre la ciudad y las montañas, son muy acertados, pues evidencian un contraste, no únicamente paisajístico, sino también en ritmo de vida.
Saludos, y gracias por comentar.
Marc
PD: es un placer pertenecer a ULAD, y más teniendo lectores como vosotros, siempre agradecidos y constantes.