Título original: Slattery's sago saga
Año de publicación: 1973 (póstuma)
Valoración: Más que recomendable (de haber mantenido el mismo nivel)
Flann O’Brien es uno de los muchos seudónimos –más bien especie de heterónimos al estilo de Pessoa– de Brian O’Nolan, un escritor y articulista admirado por Borges, Graham Greene, Joyce o Beckett, y este texto, de haber vivido él lo suficiente, habría sido una novela. Su temprana muerte lo convirtió en relato inacabado, pero lo que aporta bastó para que se publicase enseguida tal como lo había dejado su autor. Es verdad que en un principio nadie se arriesgó a independizarlo, siempre se agrupaba con otras piezas cortas suyas hasta que alguien decidió lanzarlo como obra con entidad propia, y pienso que fue un acierto.
Claro que si se animan a leerlo tienen que estar prevenidos, porque el lector de La saga del sagú tiende a enfrascarse tanto en la trama, se siente tan cómodo en la comarca irlandesa dónde tiene lugar la acción y entre esos personajes tan estrafalarios, que no repara en que apenas le quedan un par de páginas. De repente, y en pleno disfrute, tenemos que frenar en seco y nos quedamos parpadeando. ¿Ya? Pues sí, el estado de salud de una persona no entiende de proyectos. Así que tienen que estar preparados, fijarse en el grosor de lo que queda y no ilusionarse con que podrán prever el resto de la historia. A esta le faltan, probablemente, más de sus tres cuartas partes, lo que supone muchas otras escenas hilarantes y un desenlace probablemente sorpresivo que jamás podremos leer, pero eso no debe ser obstáculo para que degustemos las que han sobrevivido. Eso sí, les aseguro que no se trata de un borrador, que su contenido es tan regular, coherente y su forma tan cuidada como los de cualquier obra concluida, incluso mejor que muchas de ellas.
Lo que van a encontrar es humor absurdo, crítica social e imaginación a raudales, todo ello marca de la casa, y unos personajes tan entrañables como obsesivos. Lo mejor de todo es que las manías recurrentes no proceden de sus mentes retorcidas sino más bien de un estatus social y unas preocupaciones colectivas, llámenlos prejuicios si quieren, que determinan su forma de ver la vida, de vivirla y, en algún caso, de resolver conflictos que afectan a todos. ¿Conocen a alguien que siendo –o sintiéndose– millonario decide comprar todo el terreno cultivable de un país con el único propósito de beneficiar a otro? Naturalmente, quien se sacrificaría sería Irlanda y el gran ganador ¡oh sorpresa! nada menos que USA, que se libraría de la presencia irlandesa gracias a la complicidad (y al dinero) de un irlandés. Podemos deducir que aquí no se salva nadie, ni de un lado ni del otro. Estos y otros personajes, cuyas descacharrantes ideas y acciones nos provocarán carcajadas constantes se posicionan claramente, señalan desajustes importantes, desvelan, por una parte, una mentalidad anclada en la tradición e inamovible (cazurros los llamaríamos por aquí), por otra, una tendencia a idear proyectos delirantes derrochando cantidades desorbitadas. Adivinen, si pueden, quién es quién. Fácil ¿verdad?
Bien, pues el tono ácido no se ciñe exclusivamente a los hechos, alcanza incluso a patronímicos y topónimos. En cuanto al asunto central es, como era de prever, fundamentalmente económico. Petróleo y patatas. El primero quiere eliminar de la faz de Irlanda a las segundas y para lograrlo la gran MacPherson –escocesa, por cierto– ha concebido su demencial proyecto. ¿Empieza a apetecerles el menú? Pues esto no es más que el punto de partida. Por desgracia, el estado de Texas no tuvo tiempo de convertirse en escenario más que de forma muy indirecta, pero O’Brien planeaba que dos tercios de la novela tuvieran lugar allí. Y hasta soñaba con que la llevase al cine nada menos que John Huston.
Otras obras del autor: Re-reseña, La vida dura, La boca pobre, El tercer policía, En-Nadar-Dos-Pájaros,
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