sábado, 18 de octubre de 2025

Flann O´Brien: Crónica de Dalkey

Idioma original: inglés

Título original: The Dalkey Archive

Traducción: Mª José Chuliá García

Año de publicación: 1964

Valoración: Recomendable alto


Flann O´Brien es uno de los autores más originales que he podido leer, con una asombrosa capacidad para la digresión (inevitable buscar referencias en Laurence Stern), manejo del humor, a veces sutilísimo y a veces absurdamente grotesco, y sin límites aparentes para internarse en el disparate, rozando lo alucinatorio (El tercer policía, que me sigue pareciendo que trasciende con mucho la simple floritura imaginativa) o lo metaliterario (En Nadar-Dos-pájaros). O sea, creatividad por los cuatros costados, aunque siempre teniendo delante las peculiaridades de esa Irlanda que parece marcar de forma decisiva la literatura de la isla. 

En Crónica de Dalkey nos encontramos a aquella especie de científico-filósofo llamado De Selby, cuya desternillante bibliografía salpicaba de tanto en tanto El tercer policía. Ahora lo encontramos en persona, un tipo con economía en apariencia bien saneada (recuerda al Canterel de Roussel) que vive aislado en un caserón junto al mar y atesora importantes secretos. El tipo es capaz de gobernar de alguna manera el tiempo para, en una cueva submarina, comunicarse con personajes del pasado (cómo le hubiera gustado esto a Papini), encuentros en la práctica limitados a ciertos padres de la Iglesia católica con quienes discute bastante acaloradamente. Y dispone además De Selby de cierta sustancia con la que se plantea seriamente acabar con la Humanidad al completo. 

También filosofan o exponen ideas extravagantes otros personajes, como cierto policía que insiste en cierta transmutación entre hombres y bicicletas, e incluso los dos jóvenes que rulan entre tan peculiares personajes, todos ellos bien abastecidos de whiskey, cervezas o lo que se tercie, porque el alcohol fluye sin tregua a lo largo de todo el libro. Diálogos absurdos, o mejor dicho incrustados de todo tipo de desatinos, formulados con total seriedad, y cuajados de giros repentinos a otras digresiones (la práctica de la natación, el carácter supuestamente mendicante de los jesuitas, opiniones sobre Jonás el de la ballena), el universo infinitamente enredado y loquísimo que acostumbra a mostrarnos el gran O´Brien.

Pero no para ahí la cosa, porque un poco casualmente encontramos a un James Joyce al que se suponía muerto, que sin embargo ejerce de camarero en un pub y solo recuerda haber escrito Dublineses y un borrador del Ulises que aborrece y que, según asegura, utilizó sin consentimiento su editora Sylvia Beach (ésta es auténtica). Con lo cual ya tenemos medio completo el panteón irlandés, porque Joyce por una parte y la Iglesia católica por otra, y también ambos entremezclados y sazonados en alcohol, sostienen la estructura del libro en la que, como en otras ocasiones, el autor no se corta en absoluto a la hora de dejar cabos sueltos o subtramas abandonadas, o poco menos.

Todo es un desparrame de creatividad empapada de humor que podría extenderse sin medida si O´Brien lo quisiera así, porque se diría que el libro termina cuando el autor simplemente se cansa de sus monstruitos y le coloca un final que apenas tiene que ver (¿o sí?) con todo lo que hemos leído hasta entonces.  Y sin embargo, se le nota una tonalidad algo diferente a algunas de sus otras obras, como capas teñidas de un poco más de seriedad, quizá algo más intimista o reflexivo, como si estuviese planteando al lector, vale, te he sorprendido, te has reído y hemos puesto a prueba el ingenio, pero también te he dejado pistas sobre las que, despejando un poco el humo del sarcasmo y el malabarismo, puedes detenerte un momento. Esto no era una simple diversión, descubre tú mismo lo que está debajo: Irlanda con sus pubs, sus pequeños pueblos y su vida provinciana, impregnada por un catolicismo al que se puede poner a prueba o someter a un tercer grado, con su más ilustre personaje volteado y proletarizado. Así de complejo, sorprendente e inclasificable.

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