Título original: The Nature of Alexander
Traducción: Horacio González Trejo
Año de publicación: 1991
Valoración: Está bien
La escritora inglesa Mary Renault es autora de un puñado de obras entre las que destacan las de corte histórico ambientadas en la Grecia clásica, en particular su trilogía sobre Alejandro Magno. Tras las dos primeras entregas de este ciclo (Fuego del paraíso y El muchacho persa, creo que las más conocidas), publicó la biografía de Alejandro que vamos a comentar, alguien diría que para dar lustre a su conocimiento de aquel mundo sobre el que estaba novelando con cierto éxito. Y por lo que se ve, lo consigue con buena nota.
Basándose en las fuentes griegas y romanas más reconocidas (Plutarco, Rufo Quinto Curcio), y añadiendo algunas aportaciones propias, el libro es una biografía canónica expuesta con la precisión cronológica posible, que arranca desde los tiempos de Filipo, padre del héroe y quien le asignó las primeras responsabilidades bélicas cuando todavía era un adolescente. Alejandro se impone en la sucesión de un reino cuyo liderazgo se resolvía históricamente mediante dagas y envenenamientos, y rápidamente se gana el apoyo incondicional del ejército para iniciar sus formidables conquistas. Por no extendernos demasiado, recordemos que comienza sometiendo a las díscolas ciudades griegas, pasando después al continente asiático para dominar a continuación Persia y amplios territorios de Asia central, y terminar llegando a la India.
Lo que llamaba aportaciones propias de Mary Renault se traducen sobre todo en una peculiar subjetividad que pondera sin medida las virtudes de Alejandro (valiente, empático, generoso, incansable, digno, inteligente, y así indefinidamente) y no deja pasar la oportunidad de rebatir cualquier atisbo de flaqueza: si se muestra sanguinario es por la seguridad del imperio, si se emborracha hasta las trancas solo está siguiendo la costumbre macedonia, si toma decisiones equivocadas es por falta de datos, si se aficiona a los fastos orientales es por integrar mejor el imperio.
Me temo que más de un historiador habrá despotricado a gusto contra una autora que más parece estar escribiendo el panegírico de un ser querido. La verdad es que sobre el texto entero sobrevuela esa especie de fascinación por el personaje que encaja mejor con el perfil de un aficionado que con el rigor de un profesional. Incluso se pueden detectar ciertas disfunciones en la redacción, metáforas algo extrañas y frases confusas, que sospecho que la traducción no ha contribuido precisamente a clarificar.
Pero aun así, hay que reconocer que el libro funciona, al menos si uno no es demasiado exigente en cuanto a objetividad. La narración es amena y vivaz, con descripciones muy plásticas, y por momentos se siente uno parte de esas arriesgadas expediciones por tierras inhóspitas, aventuras que parecen más fantásticas por cuanto en principio carecen de límite establecido, ausencia que por otra parte será lo que detenga finalmente la interminable expedición. Lástima que ese poco disimulado deslumbramiento por el personaje le reste al relato solidez y cierta credibilidad de la que quizá no tendría por qué carecer.
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