Título original: The Black Jacobins
Traducción: Ramón García
Año de publicación: 1938
Valoración: Está bien
La revolución haitiana, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, pasa por ser uno de los episodios más salvajes de la Historia, al menos hasta la época en que tuvo lugar. Machetazos, ahorcamientos, genta apaleada y arrojada al mar, individuos quemados vivos, mutilaciones y fusilamientos casi hacen buena la llegada a las Antillas de la máquina, ese invento tan del momento gracias al cual rodaban cabezas de forma rápida y quirúrgica, primera imagen de aquel fantástico libro de Alejo Carpentier. El proceso revolucionario fue complejo, largo, y dio por tanto tiempo a que el número de víctimas de las atrocidades alcanzara niveles que sólo la tecnología y la barbarie de los siglos siguientes han podido superar con facilidad. Y con las muertes, también la devastación de un territorio que pasó de ser quizá la colonia más rentable del planeta al país más pobre de América hoy en día.
El pequeño detalle es que toda aquella antigua prosperidad se basaba en el trabajo de los esclavos, mayoritariamente traídos por la fuerza desde África. Sacar rendimientos brillantes de plantaciones de azúcar, tabaco o café no es tan difícil si uno dispone de mano de obra ilimitada y prácticamente gratuita. Las cosas se van complicando después, porque los colonos blancos, en un proceso parecido al de Estados Unidos, se impacientan por las limitaciones que impone la metrópolis, el descontento entre los negros empieza a provocar problemas (los cimarrones que escapan para ocultarse en los bosques) y, por si fuera poco, estalla la Revolución francesa.
Arriesgando quizá demasiado, dice James que ‘el comercio de esclavos y la esclavitud fueron el fundamento económico de la Revolución francesa’. Pero ya veremos que el autor dista mucho, o más bien muchísimo, de ser objetivo. El caso es que esa Revolución, la grande, aportando sensaciones de convulsión total y exportando los múltiples conflictos que anidaban en su interior, resulta el momento idóneo para que los negros de la colonia se rebelen en busca de su libertad. Ahí surgen distintos líderes, entre los que destacará Toussaint L´Ouverture, que protagoniza la mayor parte del relato.
Con una prosa torrencial y más bien poco académica, James se lanza a narrar los distintos episodios de un proceso que duró cerca de quince años. La escasa sistemática, junto con la obvia propensión a tomar partido, hacen que el autor se enrede un poco con unos acontecimientos de por sí bastante confusos y cambiantes. Aquí intervendrán, aparte de los caudillos de la rebelión, segmentos enfrentados de blancos ricos y pobres, mulatos y sus subdivisiones, negros libres y esclavos, revolucionarios y monárquicos, plantadores y burguesía marítima, ingleses, jacobinos y girondinos, todos ellos con sus respectivos grupos armados cambiando constantemente de bando y sin pestañear a la hora de liquidar a quienes fueron sus aliados.
Pero como decía, el autor no tiene reparo en montar todo un panegírico en torno a la figura de Toussaint, incurriendo en la adulación habitual de quienes escriben sobre un personaje que les es especialmente admirable. Toussaint reúne en sí todas las virtudes imaginables, es inteligente y generoso, buen estratega y mejor diplomático, decidido pero moderado, y nada impide que se le compare a Pericles, Thomas Paine, Marx, Diderot o Rousseau. Su único defecto fue tal vez, dice James, ser demasiado benevolente con blancos, franceses y burgueses, es decir, decaer en su vena revolucionaria, que es lo que el autor admira definitivamente en el personaje. Al que, por cierto, en algunos momentos de forma bastante sorprendente compara con un dictador fascista, y que no duda en reproducir uno de sus escritos en el que afirma ‘Recordad que solo hay un Toussaint L´Ouverture, y que con escuchar su nombre debéis rendirle pleitesía’. Tics dictatoriales que apuntan a un hombre que se sintió llamado a liderar la gran liberación, arrinconando a sus anteriores aliados, y que no dudó en liquidar a quien pudiera hacerle sombra, incluido su propio sobrino.
Pero James no parece darle importancia a todo esto, porque solo tiene ojos para lo que considera un proceso revolucionario modélico en el que cualquier cosa es válida menos flaquear en el empeño. Bien, el autor es también negro y antillano, además de admirador de la Revolución soviética y enteramente implicado en la lucha por la liberación de los negros en todos los continentes. Es también hijo de su tiempo, no olvidemos que el libro se escribe en pleno auge de los fascismos, y tira con todo para elogiar sin medida un proceso que, como casi todos, debió tener con toda seguridad un lado oscuro que ignora voluntariamente. De manera que, aunque el libro incluye una abundantísima bibliografía que demuestra haber trabajado muy a fondo el tema, no puede disimular, ni lo pretende, un sesgo ideológico que obliga a tomar la narración con bastantes precauciones.

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