domingo, 5 de octubre de 2025

Colaboración: Patrick White: Las esferas del mandala

Idioma original: inglés

Título original: The solid mandala

Traducción: Elena Marengo

Año de publicación: 1966 

Valoración: entre recomendable y bastante recomendable


Suelo tener una mirada benigna sobre los ganadores del Nobel; por lo general, haber hecho caso de las recomendaciones me trajo muchas horas de felicidad y la sensación de asombro al descubrir autores de altísimo nivel que no hubiera descubierto por mi cuenta, ya sea por desconocimiento propio o por el olvido de la figura. Y es lo que me ocurrió con Patrick White cuando compré Las esferas del mandala en una edición hermosísima de la editorial El hilo de Ariadna y prologada por Coetzee (otro al que le tengo cariño).

La novela, muy deudora de las corrientes psicológicas del momento, se centra en la relación entre dos hermanos, Waldo y Arthur Brown. El primero es eso que los argentinos llamamos “un fantasma”, es decir, alguien que se cree cualitativamente superior al resto en base a méritos dudosos o inexistentes, pero que han construido toda una mitología personal a raíz de eso y cuyas actitudes se ven condicionadas por esa ilusión. No es un protagonista (digo protagonista porque, de las cuatro partes que componen el libro, es la más extensa) agradable, no hay nada que lo redima, es un resentido con el mundo y sobre todo con el otro protagonista, su propio hermano y mellizo, marcado con un leve retraso madurativo (en eso Patrick White lo desarrolla con maestría, porque a pesar de sus acciones y de cierta incomodidad ante su carencia de filtro para con la sociedad, dice y hace cosas humanas que excluyen a la masa australiana hipócrita, una masa con la que el propio autor, por lo visto, luchó toda su vida), ya que se ve obligado a cuidar de él en cada momento, con el desprecio que lo deja aterido.

Por el otro lado, Arthur Brown también es un gran personaje; primero se desarrolla ante nuestros ojos desde el punto de vista de Waldo, sospechando siempre que lo que dice no corresponde exactamente a la realidad, y luego, bajo su propio punto de vista, comprendemos que todo lo ocurrido por su mano contiene su lógica personal, incomprensible para los demás, pero perfectamente explicable para el lector, destapándose como el verdadero héroe espiritual de la novela. Esto es posible por la maestría del lenguaje de White, que imbrica la trama de sutilezas que van atándose como por medio de intuiciones, como si las pistas no fueran lo suficientemente claras, pero que, de alguna forma, al lector la revelación lo acomete de diversas maneras y sin esfuerzos aparentes.

No es una novela fácil de leer, en el sentido de que no hay acción prácticamente, no hay grandes sucesos (solo existen aquellos que uno puede sospechar que son un punto de quiebre para uno de los dos hermanos, ya sea por la potencia de la escena o por alguna frase nimia que termina explotando en el momento más inesperado) y no hay grandes avances en la personalidad de cada uno de los personajes. En ese sentido todos se encuentran definidos, cada uno encarna e internaliza el rol que cumple en esa sociedad y que cree que debe cumplirlo a expensas del bienestar personal y ajeno. Pero es una novela donde las capas se van completando a medida que se avanza; lo que se muestra en la primera parte (dos mujeres en un colectivo que analizan la relación de los hermanos) cobra sentido en la última escena o se resignifica con las nuevas piezas que se van introduciendo, como un Rashōmon psicológico. 

PD: No sé en el resto de los países, pero como vivo en Argentina, recomiendo mucho la colección “Biblioteca personal de J.M Coetzee” de la editorial El hilo de Ariadna. Son doce libros que dieron impulso, en palabras de Coetzee, a su escritura. Entre ellos se encuentran: el libro ya reseñado, El ayudante, Madame Bovary, La letra escarlata, etc, todos ellos a un precio inverosímil ($16.000 y algo, sacando a un par) para lo cuidada de la edición y la inaccesibilidad de comprar libros en este contexto del país. Aprovechen lo más rápido posible.

Firmado: Félix     

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