Idioma original: francés
Título original: La petite fille qui aimait trop les allumettes
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia, para Contraseña Editorial
Año de publicación: 1998
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Título original: La petite fille qui aimait trop les allumettes
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia, para Contraseña Editorial
Año de publicación: 1998
Valoración: entre recomendable y muy recomendable
Cuando uno tiene ya cierto bagaje lector, le sucede que cada vez más le es más difícil encontrar libros que impacten, que epaten, incluso que inquieten. Pero en ocasiones ocurre. Porque el asombro ante este libro va más allá de la historia que narra; desconcierta (y sobremanera) por el estilo del autor: seco, crudo, directo, pero especialmente con un uso del lenguaje muy inusual y sorprendente.
Argumentalmente, el libro empieza mostrando ya de entrada su enfoque y argumento en su primera frase: «tuvimos que hacernos cargo del universo mi hermano y yo, pues una mañana, poco antes de amanecer, papá exhalo el último suspiro sin previo aviso». A la que continua, «sus despojos, crispados en un dolor del que solo quedaba ya la corteza, sus decretos, tan repentinamente pulverizados, todo eso yacía en la habitación del primer piso desde la que papá, la víspera sin ir más lejos, nos lo ordenaba todo». Esas dos primeras frases ya aportan varias pistas de lo que el libro ofrece, a nivel argumental pero también estilístico, pues denotan una mirada terriblemente fría de la relación de los dos hijos con su padre y, también, la difícil empresa que tienen por delante y de la que deben encargarse con premura: la gestión del fallecimiento del padre, a nivel emocional, pero (y especialmente) también logístico, pues deben organizar el entierro. Así, ante la necesidad de resolver una situación tan excepcional, uno de los hermanos (que ejerce como protagonista), se encarga de narrar esos días posteriores a la defunción.
Estilísticamente, es innegable que el autor busca transgredir la escritura al uso, ejerciendo malabarismos con las palabras con los que busca sorprender al lector mientras emana una sensación que roza la asepsia al narrar una defunción y entierro sin emoción ni aflicción. Así, el estilo utilizado es seco, duro, tosco, que se hace evidente en párrafos como cuando afirma que «he omitido mencionarlo, pero soy el más inteligente de los dos. Mis razonamientos impactan como garrotazos. Si fuese mi hermano el que redactase estas líneas, la pobreza del pensamiento saltaría a la cara, nadie entendería nada de nada». De esta manera, el autor nos hace partícipes de la compleja y en apariencia distante relación con su hermano a la vez que con ello nos sitúa en la historia, con un narrador en primera persona que debe cargar con la noticia y el peso de la muerte de su padre; una muerte que es narrada de forma igualmente seca, sin afecto, de manera funcional y casi logística sobre cómo afrontarla. Cómo lectores, nos sorprende el estilo, la falta absoluta de sentimientos hacia un padre que, según va avanzando la historia, vamos conociendo a la vez que descubrimos los motivos de tal falta de conexión emocional, pero no únicamente hacia el padre ante la situación por la que deben transitar sino también hacia el resto de personajes del pueblo con los que tratan y a quienes observan con cierta perplejidad y distancia que se hace evidente al narrar que «los hábitos de la comarca exigen sin duda que haya que parecerse al muerto del día, pues mis semejantes tenían todos cara de funeral».
Así, Soucy practica un estilo directo que interpela a los lectores directamente al dirigirse a ellos y que me atrevería a decir que es altamente original por el desparpajo utilizado rozando la verborrea a la vez que demuestra una confusión constante entre el género utilizado por el narrador al referirse a él mismo. De igual manera, la historia, que transcurre en poco espacio de tiempo, es narrada en evolución rápida hacia el interior de su protagonista, pues es realmente allí donde ocurre la acción, en el conocimiento y (auto)descubrimiento de su personalidad y su (hasta ese momento) cerrado universo interior. Así al exponerse y abrirse a quien le cuenta la historia, el contraste destaca por la ingenuidad, pero no respecto a sus facultades sino en cuanto a su manera de ver el mundo y su encaje en él; un lugar que antes se le antojaba lejano y hermético a sus conocimientos e intereses y que de golpe parece nuevo y abierto. De hecho, uno de los episodios más hilarantes a la vez que bizarros es un encuentro fortuito de cariz sexual que, por la desubicación mental, sorpresa e inexperiencia que profesa la protagonista me ha recodado sumamente al personaje de Bella Baxter, protagonista de la película «Pobres criaturas» de Yorgos Lanthimos, por la narración de esa escena experimentada por la personalidad medio asilvestrada se la protagonista a la que incluso la lleva a denominarse a sí misma “cabritilla salvaje”.
Por todo ello, por la historia narrada pero especialmente por la originalidad y valentía en el enfoque y el cómo transmite la historia y los sentimientos, este libro es una rareza interesante para aquellos que buscan sorprenderse ante una lectura que deja cierta sensación de sorpresa y novedad por el uso de un lenguaje un tanto peculiar, con palabras inusuales y en ocasiones inventadas y que invita a aumentar con ello la bizarrez de la historia y la manera de reaccionar, pensar y sentir de su protagonista. Una rareza sorprendente, impactante, pero a la vez divertida.

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